“Si yo fuese Simon Radowitzky"
CANCION LIBERTARIA.
(MILONGA, CHAMAME, y TROVA)
De Francisco Alvero
El Juglar De La Libertad
CANCION LIBERTARIA.
(MILONGA, CHAMAME, y TROVA)
De Francisco Alvero
El Juglar De La Libertad
I
Si yo fuese Simon, Simon Radowitzky
que ajusticio a Falcon, por cobarde y por traidor
despues que a una protesta obrera, ferzomente reprimiera
Que haria en el presente de hoy?
Eso mismo me pregunto yo
mientras siguen las injusticias
de este sistema de terror
Y si fuese Severino, anarquista vindicador?
A la curia y la derecha, la pondria al paredon
por ser la unica responsable del genocidio atroz
fuerza del disciplinamiento social, verguenza nacional
Si yo fuese Simon, los haria re cagar
porque siguen siendo los mismos de la dictadura militar
Con su ley anti terrorista, que les mando el Tio Sam
persiguen y reprimen al pueblo, ayer y hoy por igual
Si yo fuese Simon, Simon Radowitzky,
haria pagar todas las muertes por la represion
por abuso de poder, gatillo facil tambien
corrupcion y narcotrafico, muertes parapoliciales
Pero de poco serviria
carganos a uno de estos
sin cambiar el sistema
capitalista de adentro
Y hablo de cambiarlo en serio
no de lavarle sus pecados
porque es justo y necesario
que sea abolido, hermanos
Porque no hay que reformarlo
mucho menos rescatarlo
solo hay que destruirlo
por supuesto superarlo
Solo con el socialismo
nuestro, latinoamericano
aquel que surge de los pueblos
ni calco ni copia, mis hermanos
Muchos son sus complices
y benefactores varios
Fuerzas, iglesia y politicos
y por supuesto empresarios
Pero soy un simple payador, un obrero de la cancion
como aquel que a Radowitzky una cancion ofrendo!
Por eso con mi guitarra, libertaria como el sol
Digo soy hijo del pueblo, y no callare mi voz!
que ajusticio a Falcon, por cobarde y por traidor
despues que a una protesta obrera, ferzomente reprimiera
Que haria en el presente de hoy?
Eso mismo me pregunto yo
mientras siguen las injusticias
de este sistema de terror
Y si fuese Severino, anarquista vindicador?
A la curia y la derecha, la pondria al paredon
por ser la unica responsable del genocidio atroz
fuerza del disciplinamiento social, verguenza nacional
Si yo fuese Simon, los haria re cagar
porque siguen siendo los mismos de la dictadura militar
Con su ley anti terrorista, que les mando el Tio Sam
persiguen y reprimen al pueblo, ayer y hoy por igual
Si yo fuese Simon, Simon Radowitzky,
haria pagar todas las muertes por la represion
por abuso de poder, gatillo facil tambien
corrupcion y narcotrafico, muertes parapoliciales
Pero de poco serviria
carganos a uno de estos
sin cambiar el sistema
capitalista de adentro
Y hablo de cambiarlo en serio
no de lavarle sus pecados
porque es justo y necesario
que sea abolido, hermanos
Porque no hay que reformarlo
mucho menos rescatarlo
solo hay que destruirlo
por supuesto superarlo
Solo con el socialismo
nuestro, latinoamericano
aquel que surge de los pueblos
ni calco ni copia, mis hermanos
Muchos son sus complices
y benefactores varios
Fuerzas, iglesia y politicos
y por supuesto empresarios
Pero soy un simple payador, un obrero de la cancion
como aquel que a Radowitzky una cancion ofrendo!
Por eso con mi guitarra, libertaria como el sol
Digo soy hijo del pueblo, y no callare mi voz!
Mientras la historia la cuenten,
por siempre los vencedores
por siempre los vencedores
Héroes
serán los traidores
y los cobardes, valientes
y los cobardes, valientes
Y siempre los que luchamos,
como fieles hijos del pueblo
como fieles hijos del pueblo
Seremos
defenestrados,
y terroristas llamados
y terroristas llamados
Por eso no he de negarlo
con mis queridos paisanos
Seguiremos siempre luchando
y por supuesto cantando
Por el amanecer soñado
con mis queridos paisanos
Seguiremos siempre luchando
y por supuesto cantando
Por el amanecer soñado
Resistiendo y creando,
un mundo nuevo de hermandad
un mundo nuevo de hermandad
Llámale como quieras, nomas
Mas, no dejes de luchar,
y tampoco de pensar
porque en cuanto bajes los brazos
por encima nos pasaran!
y tampoco de pensar
porque en cuanto bajes los brazos
por encima nos pasaran!
Por
eso es que canto mis versos
que jamas he de callar
que jamas he de callar
y no es porque tenga agallas,
mas que nadie en particular
Aunque me apunten sin piedad
y aunque vengan degollando
mas que nadie en particular
Aunque me apunten sin piedad
y aunque vengan degollando
Como mi voz es del pueblo,
se que nunca callara
se que nunca callara
Porque mi voz es de abajo
y de pie siempre estará!
me enorgullece decirlo
que soy una flor popular
y de pie siempre estará!
me enorgullece decirlo
que soy una flor popular
Es en la historia oficial,
donde siempre distorsionan
donde siempre distorsionan
Y
nos llaman bandidos,
porque nos sobran las bolas
porque nos sobran las bolas
Ellos
son unos cretinos
verdaderos forajidos
verdaderos forajidos
Que
someten a los pueblos
a sus oscuros designios
a sus oscuros designios
En esa eterna disputa,
con perdón de la palabra,
con perdón de la palabra,
Del
sentido de la historia,
Es adonde hacen aguas
Alli la razon del pueblo
es fuerza revolucionaria
siempre movilizadora
y anti reaccionaria
Ellos poseen los medios
y nosotros la palabra
Es adonde hacen aguas
Alli la razon del pueblo
es fuerza revolucionaria
siempre movilizadora
y anti reaccionaria
Ellos poseen los medios
y nosotros la palabra
Aunque nos
llamen subversivos,
no cambiaremos el rumbo
Aunque nos digan villanos
extremistas, o bandinos
delicuentes o ladinos
anti sociales natos
no cambiaremos el rumbo
Aunque nos digan villanos
extremistas, o bandinos
delicuentes o ladinos
anti sociales natos
el pueblo entero y genuino,
seguro que no ha olvidado
seguro que no ha olvidado
A
Simón Radowitzky,
que ajustició a los tiranos
que ajustició a los tiranos
Si yo fuese Simón, Simón Radowitzky
A
más de un empresaurio, sin duda haría volar
por
ser explotadores de la masa popular
si
fuese Radowitzky... a mas de uno... haría... volar
Si yo fuese Simón, Simón Radowitzky
a
más de un torpe burgués y oligarca dejaría de a pie
para
hacerlo volar, hoy, al igual que ayer
Para
hacerlo cagar, como lo hizo el.
Una y otra vez...
Una y otra vez...
Aquellos
que fomentan la mentira, pese a todo
Incitando
al odio, como los del monopolio
Que
corrompen las leyes y que compran los jueces
se ríen de la gente y su credulidad
Porque,
día tras día, se nos va muriendo la fe y la alegría
Recuperada
después del argentinazo, poquito a poco
De
hacer una tierra mas digna, libre justa y soberana
nunca mas condicionada, mucho menos sojuzgada
nunca mas condicionada, mucho menos sojuzgada
Si
yo fuese Simón, Simón Radowitzky
y
aunque yo no lo fuese, pensaría parecido quizás
Para
que democracia, si todo sigue igual?
No
dudaría un instante y la haría volar
Como
aquel anarquista de cien años atrás!
Volar
de acá, con la protesta popular!
Si yo fuese Simón, Simón
Radowitzky
Con un tequila o un whisky,
ya los haría cagar
Como Zapata, el
mexicano, por justicia y libertad
Sobre
todo a aquellos, que al pueblo causan mal
Desde
el primero al último, sin dejarlos pasar
Impondría
acción directa, justicia popularSimón Radowitzky, un joven anarquista de 18 años atentó contra Ramón Falcón el 14 de noviembre de 1909, haciendo volar el carruaje de quien como coronel y jefe de policía había cometido una cobarde matanza de obreros que pedían las ocho horas de trabajo. Inmediatamente una de las calles más extensas de Buenos Aires, llamada Unión pasó a llevar el nombre del terrible homicida, y para hacer perdurar el mandato se denominó también así nada menos que a la escuela de cadetes de policía. (Sic. O. Bayer).
Cipayo: Ramon L Falcón un asesino y cobarde. Tienen alguna duda?
Legisladores las dudas van por mail.
El 1º de mayo de 1909, en reclamo de una jornada laboral de ocho horas, la FORA –organización obrera anarquista– marchó a Plaza Lorea (actual Plaza Congreso). Con una terrible represión, la policía asesinó a once obreros y hubo ochenta heridos. El coronel Ramón Falcón era el jefe del operativo. Seis meses después, el joven anarquista Simón Radowitzky vengó el asesinato de sus compañeros: con una bomba ajustició a Falcón. Por el hecho pasaría 21 años en una cárcel de Ushuaia. En 1936 viajó a España para luchar contra el fascismo en la guerra civil española. Murió en 1956 en México. Estigmatizado como delincuente por las clases dominantes, la memoria popular reivindica a Simón Radowitzky como uno de los tantos luchadores sociales silenciados por la historia oficial.
|
Osvaldo Bayer - Simón Radowitzky | Oscar Taffetani - Radowitzky, el ejercicio social de la memoria | Felipe Pigna - El asesinato de Ramón Falcón
Osvaldo Bayer - Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino? | Osvaldo Bayer - El bondadoso ajusticiador | Daniel Goldman - Rabinos eran los de antes
José Castillo - A 100 años de la masacre de Plaza Lorea | Gerardo Bra - La maldita cárcel de Ushuaia
La historia de una prisión que fue sinónimo de castigo y sufrimiento
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El primero de mayo de 1909, por Felipe Pigna | Simón, hijo del pueblo (sitio del documental)
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Caras y Caretas, 15/0151909 (represión del 1º de mayo | Caras y Caretas, 20/11/1909 (ajusticiamiento de Ramón Falcón)
Osvaldo Bayer - Los anarquistas expropiadores, Simón Radowitzky y otros ensayos
Simón Radowitzky (1891-1956)
Por Osvaldo Bayer
"Mil y mil veces maldita tierra aborrecida del crimen, del sufrimiento y del sicario. Bajo el azote helado de tus huracanes gime el hombre; la angustia roe las almas de las víctimas; los abnegados, los Radowitzky, agonizan, mártires de la chusma del máuser, y, sobre el hórrido concierto de sollozos, se oye, siniestra, la carcajada del verdugo."
Así comenzaba un volante del diario anarquista La Protesta, para el 1º de Mayo de 1918, el Día de los Trabajadores. Estoy en Ushuaia, en el edificio del antiguo penal, y hablo sobre Simón Radowitzky ante una concurrencia formada principalmente por gente joven. Nunca hubiera soñado antes que iba a tener esa posibilidad. En los años setenta publiqué un libro que se titulaba Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?, que fue a parar a la hoguera de la dictadura de los Videla y Massera. ¿Quién era ese Simón Radowitzky que había sido una figura legendaria del movimiento obrero en las tres primeras décadas de este siglo y que había pasado veintiún años de su vida en la cárcel, la mayoría de ellos en el penal de Ushuaia, una de las páginas más negras de la historia penal del género humano de la cual tendríamos que avergonzarnos los argentinos? Y que se mantuvo no sólo durante el gobierno de los conservadores liberales sino también durante los tres gobiernos primeros del radicalismo. Los que más cantaron a Simón Radowitzky, llamado el "mártir de Ushuaia", fueron los payadores criollos en los mitines y asambleas obreras.
Por Osvaldo Bayer
"Mil y mil veces maldita tierra aborrecida del crimen, del sufrimiento y del sicario. Bajo el azote helado de tus huracanes gime el hombre; la angustia roe las almas de las víctimas; los abnegados, los Radowitzky, agonizan, mártires de la chusma del máuser, y, sobre el hórrido concierto de sollozos, se oye, siniestra, la carcajada del verdugo."
Así comenzaba un volante del diario anarquista La Protesta, para el 1º de Mayo de 1918, el Día de los Trabajadores. Estoy en Ushuaia, en el edificio del antiguo penal, y hablo sobre Simón Radowitzky ante una concurrencia formada principalmente por gente joven. Nunca hubiera soñado antes que iba a tener esa posibilidad. En los años setenta publiqué un libro que se titulaba Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?, que fue a parar a la hoguera de la dictadura de los Videla y Massera. ¿Quién era ese Simón Radowitzky que había sido una figura legendaria del movimiento obrero en las tres primeras décadas de este siglo y que había pasado veintiún años de su vida en la cárcel, la mayoría de ellos en el penal de Ushuaia, una de las páginas más negras de la historia penal del género humano de la cual tendríamos que avergonzarnos los argentinos? Y que se mantuvo no sólo durante el gobierno de los conservadores liberales sino también durante los tres gobiernos primeros del radicalismo. Los que más cantaron a Simón Radowitzky, llamado el "mártir de Ushuaia", fueron los payadores criollos en los mitines y asambleas obreras.
Documental Simón, el hijo del pueblo Titulo original: Simón, el hijo del pueblo (Argentina-2013). Ver trailer Género: Documental (73 Min.) Elenco: Osvaldo Bayer, Julián Goldman Director: Rolando Goldman, Julián Troksberg Guión: Rolando Goldman y Julián Troksberg Fotografía: Adrián Cossettini, Lucas Nieto En cines: 2 mayo 2013 Sinopsis: El 1º de mayo 1909 la represión policial avanza sobre una multitudinaria marcha anarquista, dejando muertos y heridos. Unos meses más tarde, el carruaje de Ramón Falcón, el jefe de policía que comandó la represión, explota y vuela por el aire. Por el atentado es detenido un joven ucraniano: Simón Radowitzky. Se proyecta en el Cine Cosmos (Av. Corrientes 2048- CABA) de jueves a domingo a las 20,30 Hs. |
"Traigo aquí para Simón
este manojo de flores,
del jardín de los dolores
del alma y del corazón:
traigo para aquel varón
valiente y decidido,
este manojo que ha sido
hecho con fibras del alma,
en un momento sin calma
de rebelde convencido."
este manojo de flores,
del jardín de los dolores
del alma y del corazón:
traigo para aquel varón
valiente y decidido,
este manojo que ha sido
hecho con fibras del alma,
en un momento sin calma
de rebelde convencido."
Así cantaba el payador Manlio por la década del veinte.
Es que Simón había corporizado la violencia de abajo al matar de un preciso bombazo al jefe de policía coronel Ramón L. Falcón después que éste reprimiera brutalmente la manifestación obrera del 1º de Mayo de 1909. Ese día ocurrirá la más grande tragedia obrera hasta ese momento de nuestra historia social. La policía montada al mando del comisario Jolly Medrano, después de que sonara el clarinazo de ataque ordenado por el propio coronel Falcón, se lanza sobre las columnas obreras en la Plaza Lorea. Parece una estampa de la Rusia imperial cuando los cosacos atacaban concentraciones de famélicos proletarios en San Petersburgo o en Moscú. En la historia de las represiones obreras, la del coronel Falcón quedó como una de las más cobardes y alevosas. En un primer momento se cuentan treinta y seis charcos de sangre. Para explicar el drama, el militar traerá el argumento que todavía hoy se emplea en la Argentina: le echa la culpa a los "agitadores". Seguirán días de paro general proclamado por la FORA que tendrá un desarrollo muy violento. Esos días continuará la brutal represión y se seguirán sumando los muertos. Los obreros no se rinden porque:
"Los tiempos ya terminaron
en que hubo feudales bravos
que agarraban a los esclavos
y fiero los azotaron
¡Hoy no! Ya se rebelaron,
Y ese hombre hoy, febril y ardiente
cuando ve que un prepotente
burgués quiere maltratarlo:
cara a cara ha de mirarlo,
cuerpo a cuerpo y frente a frente!"
Así fue. Ese joven judío de apenas 18 años, obrero metalúrgico, esperará al coronel Falcón y pondrá fin a la vida del orgulloso militar que era todo un símbolo para los hombres de uniforme: Falcón había sido el cadete número uno recibido en el Colegio Militar creado por Sarmiento. Simón trata de suicidarse pero es capturado, condenado a muerte y luego, como es menor de edad, a prisión perpetua a cumplir en el penal de Ushuaia, con el agravante de que cada año, en oportunidad de cumplirse cada aniversario de su atentado contra Falcón "deberá ser llevado a reclusión solitaria a pan y agua durante veinte días", como dirá la sentencia.
En la prisión, sólo comparable con la de la Isla del Diablo, Radowitzky se convertirá en el "mártir de la anarquía". Será un místico de la resistencia y del altruismo con los demás presos. Protagonizará una huida legendaria a través de los canales fueguinos hasta que es capturado por un buque de guerra chileno y entregado a los carceleros argentinos. Todos los castigos inimaginables serán entonces para él. Aunque enfermo de tuberculosis, el clima del extremo sur y el aislamiento no lo amedrentan y sigue siendo el defensor de los demás presos para quienes Simón es una personalidad mística y al que admiran casi con respeto religioso.
"Los tiempos ya terminaron
en que hubo feudales bravos
que agarraban a los esclavos
y fiero los azotaron
¡Hoy no! Ya se rebelaron,
Y ese hombre hoy, febril y ardiente
cuando ve que un prepotente
burgués quiere maltratarlo:
cara a cara ha de mirarlo,
cuerpo a cuerpo y frente a frente!"
Así fue. Ese joven judío de apenas 18 años, obrero metalúrgico, esperará al coronel Falcón y pondrá fin a la vida del orgulloso militar que era todo un símbolo para los hombres de uniforme: Falcón había sido el cadete número uno recibido en el Colegio Militar creado por Sarmiento. Simón trata de suicidarse pero es capturado, condenado a muerte y luego, como es menor de edad, a prisión perpetua a cumplir en el penal de Ushuaia, con el agravante de que cada año, en oportunidad de cumplirse cada aniversario de su atentado contra Falcón "deberá ser llevado a reclusión solitaria a pan y agua durante veinte días", como dirá la sentencia.
En la prisión, sólo comparable con la de la Isla del Diablo, Radowitzky se convertirá en el "mártir de la anarquía". Será un místico de la resistencia y del altruismo con los demás presos. Protagonizará una huida legendaria a través de los canales fueguinos hasta que es capturado por un buque de guerra chileno y entregado a los carceleros argentinos. Todos los castigos inimaginables serán entonces para él. Aunque enfermo de tuberculosis, el clima del extremo sur y el aislamiento no lo amedrentan y sigue siendo el defensor de los demás presos para quienes Simón es una personalidad mística y al que admiran casi con respeto religioso.
Sus compañeros de ideas de todo el país no lo abandonaron en ningún momento. Miles de mitines y su nombre siempre en la primera página de sus publicaciones. Hasta que en 1930, Yrigoyen firmará el indulto. Pero el gobierno radical no se aguanta al carismático atentador en territorio argentino y lo expulsa al Uruguay. Allí será detenido y poco después soportará presidio en la isla de Flores. Hasta que en 1936, ya en libertad, marchará a la Guerra Civil española a luchar contra el fascismo de Franco. Morirá en México en 1956 mientras trabajaba de obrero en una fábrica de juguetes, el mejor oficio que puede tener un ser humano.
Me paseo por las celdas del presidio de Ushuaia, cuarenta años después de la muerte del "santo de la anarquía". Los muros del oprobio. Oprobio que años después se iba a trasladar a los dominios de otros carceleros con uniforme militar: los campos de concentración de los Bussi, los Menéndez, los Camps. Pienso en estos verdugos cuando atravieso el portón de salida del ex presidio austral. Y me consuela un pensamiento que me asalta en ese momento. Esos tres jamás tuvieron juglares criollos que les cantaran. De Radowitzky quedan los recuerdos de esas coplas del auténtico pueblo:
"Simón, la fe no desmaya
y el pueblo sí que resiste
te ha de sacar, Radowitzky,
de las mazmorras de Ushuaia."
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
Me paseo por las celdas del presidio de Ushuaia, cuarenta años después de la muerte del "santo de la anarquía". Los muros del oprobio. Oprobio que años después se iba a trasladar a los dominios de otros carceleros con uniforme militar: los campos de concentración de los Bussi, los Menéndez, los Camps. Pienso en estos verdugos cuando atravieso el portón de salida del ex presidio austral. Y me consuela un pensamiento que me asalta en ese momento. Esos tres jamás tuvieron juglares criollos que les cantaran. De Radowitzky quedan los recuerdos de esas coplas del auténtico pueblo:
"Simón, la fe no desmaya
y el pueblo sí que resiste
te ha de sacar, Radowitzky,
de las mazmorras de Ushuaia."
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
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Monumento a Ramón Falcón en Buenos Aires y pintada anarquista.
|
Radowitzky: el ejercicio social de la memoria
Por Oscar Taffetani
(APe).- Simón Radowitzky tenía sólo 18 años cuando arrojó una bomba humeante al piso del carruaje en el que viajaba Ramón Falcón (54), jefe máximo de la policía de la Capital Federal. A fines de 1909, la llamada República del Centenario era un claroscuro de bronces y guirnaldas y sangre humana entre los adoquines de las calles.
Ramón Lorenzo Falcón, blanco de aquel atentado mortal que también costó la vida a su secretario, tenía una abultada foja de servicios represivos cumplidos. Había empezado como subteniente de Ejército, acompañando al presidente Sarmiento a sofocar al rebelde López Jordán. Tras la rendición de la ciudad de Córdoba, se desplazó al sur de esa provincia a combatir “a la indiada”. De allí –siempre siguiendo el hilo conductor represivo- marchó a la frontera sur bonaerense, participando de la llamada Campaña al Desierto. A la vuelta de esa masacre, comandó un regimiento de artillería en la contienda entre autonomistas y mitristas, disparando sus cañones en Corrales y Puente Alsina, aunque por estar del lado equivocado (es un decir), sufrió la baja del Ejército. Pasó entonces a ser comisario de la policía bonaerense. Muy pronto lo nombraron Jefe del Batallón Guardiacárcel (sic). Hizo un viaje de estudios (represivos) a Europa y a la vuelta lo llamaron para sofocar la Revolución del Parque. Allí fue tomado prisionero por lo insurgentes y entró en un cono de sombra hasta que en 1891 el presidente Pellegrini aprobó su reingreso al Ejército, con el grado de teniente coronel. Comenzó entonces su ciclo como legislador. Fue senador provincial y después diputado nacional, con un breve interregno represivo (no podía faltar) en 1893. Así llegó al siglo XX. Ascendido a coronel en 1906, se hizo cargo de la jefatura de policía de la ciudad de Buenos Aires. Ya no quedaban “indios” en la frontera. Ahora, el enemigo interno era otro.
Recortes de Caras & Caretas
El 20 de noviembre de 1909, Caras y Caretas dedica su tapa y diez páginas al asesinato del coronel Falcón. La cobertura es básicamente gráfica y el juego (o la tensión) entre fotos y epígrafes sugiere que había criterios encontrados en la redacción de la revista. “Charco de sangre donde el jefe de policía fue curado de primera intención”, dice un epígrafe. Alrededor del charco posa un grupo de niños, casi sonrientes, mirando a la cámara. Luego se ve el frente del local de La Protesta, periódico anarquista asaltado por “un grupo de ciudadanos (sic), quienes empastelaron la imprenta y destruyeron las máquinas”. Más adelante, fotos del multitudinario cortejo fúnebre que acompañó los restos de Falcón hasta el cementerio de la Recoleta. La cobertura cierra con fotos de un álbum familiar: los padres de Falcón, su esposa prematuramente fallecida, el dormitorio con la cama de bronce, junto a un teléfono a manivela (lo que no es tan raro, ya que se trataba del jefe de policía). Y Falcón con fez (el sombrero turco que le gustaba). Y Falcón sonriente. Y serio. Y con niños.
Por Oscar Taffetani
(APe).- Simón Radowitzky tenía sólo 18 años cuando arrojó una bomba humeante al piso del carruaje en el que viajaba Ramón Falcón (54), jefe máximo de la policía de la Capital Federal. A fines de 1909, la llamada República del Centenario era un claroscuro de bronces y guirnaldas y sangre humana entre los adoquines de las calles.
Ramón Lorenzo Falcón, blanco de aquel atentado mortal que también costó la vida a su secretario, tenía una abultada foja de servicios represivos cumplidos. Había empezado como subteniente de Ejército, acompañando al presidente Sarmiento a sofocar al rebelde López Jordán. Tras la rendición de la ciudad de Córdoba, se desplazó al sur de esa provincia a combatir “a la indiada”. De allí –siempre siguiendo el hilo conductor represivo- marchó a la frontera sur bonaerense, participando de la llamada Campaña al Desierto. A la vuelta de esa masacre, comandó un regimiento de artillería en la contienda entre autonomistas y mitristas, disparando sus cañones en Corrales y Puente Alsina, aunque por estar del lado equivocado (es un decir), sufrió la baja del Ejército. Pasó entonces a ser comisario de la policía bonaerense. Muy pronto lo nombraron Jefe del Batallón Guardiacárcel (sic). Hizo un viaje de estudios (represivos) a Europa y a la vuelta lo llamaron para sofocar la Revolución del Parque. Allí fue tomado prisionero por lo insurgentes y entró en un cono de sombra hasta que en 1891 el presidente Pellegrini aprobó su reingreso al Ejército, con el grado de teniente coronel. Comenzó entonces su ciclo como legislador. Fue senador provincial y después diputado nacional, con un breve interregno represivo (no podía faltar) en 1893. Así llegó al siglo XX. Ascendido a coronel en 1906, se hizo cargo de la jefatura de policía de la ciudad de Buenos Aires. Ya no quedaban “indios” en la frontera. Ahora, el enemigo interno era otro.
Recortes de Caras & Caretas
El 20 de noviembre de 1909, Caras y Caretas dedica su tapa y diez páginas al asesinato del coronel Falcón. La cobertura es básicamente gráfica y el juego (o la tensión) entre fotos y epígrafes sugiere que había criterios encontrados en la redacción de la revista. “Charco de sangre donde el jefe de policía fue curado de primera intención”, dice un epígrafe. Alrededor del charco posa un grupo de niños, casi sonrientes, mirando a la cámara. Luego se ve el frente del local de La Protesta, periódico anarquista asaltado por “un grupo de ciudadanos (sic), quienes empastelaron la imprenta y destruyeron las máquinas”. Más adelante, fotos del multitudinario cortejo fúnebre que acompañó los restos de Falcón hasta el cementerio de la Recoleta. La cobertura cierra con fotos de un álbum familiar: los padres de Falcón, su esposa prematuramente fallecida, el dormitorio con la cama de bronce, junto a un teléfono a manivela (lo que no es tan raro, ya que se trataba del jefe de policía). Y Falcón con fez (el sombrero turco que le gustaba). Y Falcón sonriente. Y serio. Y con niños.
ACRATAS. Duración 73 minutos. Acratas quiere decir anarquistas. Anarquistas fueron muchos de los inmigrantes que arribaron a las costas del Río de la Plata a comienzos del siglo XX. Anarquistas fueron aquellos que lucharon por ideales libertarios, en contra de un estado elitista y represor. Acratas, la película, hace foco en aquellos revolucionarios, silenciados, torturados, asesinados. La directora uruguaya Virginia Martínez elige centrarse en algunos de estos anarquistas, y entrecruzar sus vidas, para dar cuenta tanto del movimiento en el que participaban (con sus contradicciones internas y disputas sobre formas de actuar), como de la época en la que se enmarca, atravesada por la belle epoque, el granero del mundo, las masas radicales, y los primeros gobiernos de facto. Fuente: agoratv |
De ese número de noviembre de Caras y Caretas pasamos a otro editado seis meses antes, con las imágenes de la “tragedia” (así la llamaron) del Primero de Mayo de 1909, cuando la policía al mando del coronel Falcón reprimió con ferocidad, a balazos y sablazos, a una manifestación obrera que homenajeaba en la Plaza Lorea a los Mártires de Chicago y exigía la implantación de la jornada laboral de ocho horas.
“Momento en que cayó el anciano Miguel Bosch –leemos en un epígrafe- y el ruso Reniskoff (sic), que falleció en el hospital”. Allí también hay niños que miran a la cámara, pero serios. Y hay uno que sostiene la cabeza de Reniskoff, y pide ayuda. “José Silva, español, 24 años, dependiente de una tienda de Pergamino: una bala en el occipucio. Al caer muerto”. “En la esquina de Avenida y Solís. El cadáver de Juan Semino, electricista, 19 años, domiciliado en La Plata”. “Inocencio Quiroz, 15 años, español, dos balazos en la pierna izquierda”. “Manuel Cereda, 16 años, italiano, pierna derecha”. “Salvador Tafani, 18 años, argentino, muslo derecho”. “Timoteo Fernández, 17 años, español… Juan Gradillo, 18 años, argentino…Pedro Firming, 22 años, alemán…”
También se tomaban fotos ambientales en el lugar de la masacre: “El sombrero de Eguren, mortalmente herido”. “Una galera y dos gorras dejadas también por los fugitivos”. “Banderas abandonadas en la fuga”. “Limpiando la sangre en Avenida, entre Solís y Entre Ríos”…
La cuenta oficial de víctimas fue de 11 muertos y 40 heridos, aunque los periódicos anarquistas y socialistas denunciaron mucho más.
También se tomaban fotos ambientales en el lugar de la masacre: “El sombrero de Eguren, mortalmente herido”. “Una galera y dos gorras dejadas también por los fugitivos”. “Banderas abandonadas en la fuga”. “Limpiando la sangre en Avenida, entre Solís y Entre Ríos”…
La cuenta oficial de víctimas fue de 11 muertos y 40 heridos, aunque los periódicos anarquistas y socialistas denunciaron mucho más.
Puesto que un gran responsable de la masacre era el jefe de policía, fue un clamor popular en los meses que siguieron, el pedido de renuncia y enjuiciamiento de Falcón. La respuesta del presidente Figueroa Alcorta (muy coherente, ya que era el máximo responsable político) fue terminante: "Falcón va a renunciar el 12 de octubre de 1910, cuando yo termine mi período presidencial".
Semblanza de un militante
Poco se puede contar -que no se haya contado ya, y en detalle- de la vida de Simón Radowitzky, aquel joven herrero (había empezado como aprendiz, a los 10) que quiso vengar a sus hermanos asesinados el Primero de Mayo de 1909 por los cosacos y fusileros del coronel Falcón.
Semblanza de un militante
Poco se puede contar -que no se haya contado ya, y en detalle- de la vida de Simón Radowitzky, aquel joven herrero (había empezado como aprendiz, a los 10) que quiso vengar a sus hermanos asesinados el Primero de Mayo de 1909 por los cosacos y fusileros del coronel Falcón.
Comencemos por decir que ni documentos de identidad tenía. No sabían cómo juzgarlo por no poder confirmar su edad. El fiscal le daba 25 o 30, porque quería que lo condenaran a muerte. Pero llegó una partida de nacimiento, desde Ucrania, donde decía que se llamaba Szymon Radowicki, nacido en 1891. Siendo menor, sólo pudieron condenarlo a cadena perpetua. Pero además, el juez agregó que debía castigárselo por 20 días seguidos, cada año, con reclusión en soledad y dieta de pan y agua.
Dado que la Penitenciaría de la calle Las Heras fue considerada “insegura”, se lo envió al penal de Ushuaia. Allí fue sistemáticamente golpeado, torturado e incluso violado por guardiacárceles, quienes no pudieron evitar que se convirtiera en el líder valiente y puro del penal. Cualquier demanda o reclamo de los presos, allí estaba Radowitzky. Intentaron sobornarlo, comprarlo. Cualquier beneficio que le otorgaron, incluso sueldos por su trabajo de herrero, lo destinaba a los más necesitados.
Todas las gestiones ante el presidente Yrigoyen para conseguir el indulto fueron infructuosas, pero en el año ’30, al producirse el naufragio del paquebote Cervantes frente a Ushuaia, un periodista del diario Crítica que viajó hasta allí pudo hacerle un breve reportaje, que conmovió a la opinión pública del país. Fue entonces cuando Yrigoyen firmó el indulto, tras 21 años de cautiverio. Sin embargo, lo obligó a abandonar la Argentina.
Invitado por anarquistas uruguayos, Radowitzky se radicó en Montevideo. Pero su prédica y su presencia incomodaron al presidente Terra, que pidió que le aplicaran la Ley de Extranjeros Indeseables. Sus compañeros le solicitaron que no abandonara el país, para poder sostener la lucha. Entonces, le fue dictado un arresto domiciliario. Pero Radowitzky no tenía domicilio, de modo que fue a parar nuevamente a la cárcel, por varios meses.
Al estallar la guerra civil en España, se alistó en las Brigadas Internacionales. Combatió primero en el frente de Aragón y luego, por su deteriorada salud, pasó a desempeñar tareas en la retaguardia republicana, en Valencia. Tras la victoria franquista, marchó a México, trabajando en una delegación consular uruguaya (por gestión de un compañero) y también como obrero en una fábrica de juguetes. Murió el 4 de marzo de 1956, a los 65 años, de un ataque cardíaco.
Actualmente, algunas calles de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano bonaerense llevan el nombre de Ramón Falcón. Todavía no hay ninguna que se llame Radowitzky. No obstante, desde hace décadas, jóvenes libertarios tienen la costumbre de escribir con aerosol, sobre las oxidadas chapas y señales de la calle Ramón Falcón, el nombre de Simón Radowitzky, recordándonos que hubo un luchador solitario y solidario que honró el Primero de Mayo y que honró a sus mártires. Es el ejercicio social de la memoria.
Al estallar la guerra civil en España, se alistó en las Brigadas Internacionales. Combatió primero en el frente de Aragón y luego, por su deteriorada salud, pasó a desempeñar tareas en la retaguardia republicana, en Valencia. Tras la victoria franquista, marchó a México, trabajando en una delegación consular uruguaya (por gestión de un compañero) y también como obrero en una fábrica de juguetes. Murió el 4 de marzo de 1956, a los 65 años, de un ataque cardíaco.
Actualmente, algunas calles de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano bonaerense llevan el nombre de Ramón Falcón. Todavía no hay ninguna que se llame Radowitzky. No obstante, desde hace décadas, jóvenes libertarios tienen la costumbre de escribir con aerosol, sobre las oxidadas chapas y señales de la calle Ramón Falcón, el nombre de Simón Radowitzky, recordándonos que hubo un luchador solitario y solidario que honró el Primero de Mayo y que honró a sus mártires. Es el ejercicio social de la memoria.
Agencia de Noticias Pelota de Trapo, mayo 2010
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Por Felipe Pigna
El 1º de mayo de 1909, los gremios anarquistas y socialistas decidieron conmemorar en reuniones separadas el día de lucha de los trabajadores. Los socialistas lo hicieron en Constitución y los anarquistas en la Plaza Lorea, frente al Teatro Liceo, a pocos metros del Congreso.
Desde temprano comenzaron a llegar las familias obreras con sus banderas rojas y negras dispuestas a homenajear a los mártires de Chicago. Protestaban contra la desocupación, los bajos salarios y la indiferencia del gobierno ante los problemas sociales de la mayoría de la población. Durante el acto se sucedieron en el uso de la palabra encendidos oradores, hombres y mujeres que invitaban a la rebelión y a organizarse para cambiar la sociedad.
El coronel Ramón Falcón, jefe de la Policía, desde su auto, observaba atentamente la reunión. Muchos manifestantes lo insultaron al reconocerlo y volaron algunas piedras. Falcón dirigió personalmente la represión y dio la orden a la policía montada, al mando del comisario Jolly Medrano, jefe del Escuadrón de Seguridad, de dispersar la manifestación a sablazos y balazos.
El 1º de mayo de 1909, los gremios anarquistas y socialistas decidieron conmemorar en reuniones separadas el día de lucha de los trabajadores. Los socialistas lo hicieron en Constitución y los anarquistas en la Plaza Lorea, frente al Teatro Liceo, a pocos metros del Congreso.
Desde temprano comenzaron a llegar las familias obreras con sus banderas rojas y negras dispuestas a homenajear a los mártires de Chicago. Protestaban contra la desocupación, los bajos salarios y la indiferencia del gobierno ante los problemas sociales de la mayoría de la población. Durante el acto se sucedieron en el uso de la palabra encendidos oradores, hombres y mujeres que invitaban a la rebelión y a organizarse para cambiar la sociedad.
El coronel Ramón Falcón, jefe de la Policía, desde su auto, observaba atentamente la reunión. Muchos manifestantes lo insultaron al reconocerlo y volaron algunas piedras. Falcón dirigió personalmente la represión y dio la orden a la policía montada, al mando del comisario Jolly Medrano, jefe del Escuadrón de Seguridad, de dispersar la manifestación a sablazos y balazos.
El reportero del diario La Prensa escribía que Falcón se bajó del auto y dijo: “Hay que concluir, de una vez por todas, con los anarquistas en Buenos Aires”, y recurriendo a la obediencia debida, agregó que eran instrucciones del ministerio del Interior. Tras la orden del comisario, comenzó la masacre. El saldo fue de once obreros muertos y ochenta heridos, entre ellos, varios niños. (…)
Radowitzky
Por Rodolfo González Pacheco
La Revolución, como las mujeres, tiene esposos, hombres serios, que la aman y la fecundan; pero su amor, lo que se llama el amor, será siempre de los jóvenes. De estas flores de la vida corona ella sus crenchas alborotadas. Ni el sabio que le da hijos, ni el artista que proclama su majestuosa belleza, ni el obrero que la defiende peleando, con serle queridos todos por serenos, gentiles y bravos, son amados en la forma que ama ella a la juventud, a los muchachos revolucionarios. ¿Por qué?... Por lo que aman las mujeres: su propio amor ama en ellos. Su primer novio que en el dintel del mundo, joven y bello, murió por ella a manos del primer verdugo. ¡De entonces a hoy, todos los jóvenes que a sus pies deponen el tesoro sagrado y sin precio -su libertad y su sangre- son aquél, son ése! Y ellos ¿qué aman en ella?... La misma cosa; su propio amor. Interrogedles y veréis que os dicen que apenas si la conocen. Cierta noche, sobre un libro que leían sin entender, vieron su nombre y les pareció lo único allí luminoso; la amaron. Cierta tarde, paseando, les cortó el paso una insurrección del pueblo; a la cabeza iba ella, tal como la habían soñado, severa, trágica, con las pupilas llameantes; la siguieron. Otro día creyeron oír sus voces rugidoras e iracundas a través de los muros de una cárcel; la rondaron. Y, lo mismo que ella a ellos, desde entonces vivieron para invocarla, suscitaría, libertaría. Este, y no otro, nos parece el misterio de ese amor, secreto lazo ¡rompible, que ata a los jóvenes a la Revolución. La bomba que ellos arrojan es la voz con que la invocan; el incendio que propagan es la seña que le hacen para que se guíe hasta elbs; y la sangre que gotean sus carnes martirizadas, son las flores que le siembran para que ella las recoja y adorne sus crenchas ásperas. ¿Comprendéis?... otros la aman como esposos; ellos la aman como novios. La Revolución de aquí, tiene también su amador fiel: ese es Simón Radowitzky, el niño héroe. Ahora es hombre, pero su corazón anarquista permanece adolescente. ¡Cómo la ama; con qué fuego inextinguible desde su cautiverio de eternas nieves! ¿Y ella?... ¿Le habrá olvidado?... ¡Ah, revolucionarios, revolucionarios! Hay que erguir la Revolución en la Argentina por la libertad y la vida del primer novio de la anarquía! ¡Por Simón Radowitzky! [Publicado en La Protesta] |
El 4 de mayo, más de 60.000 personas se concentraron frente a la morgue, esperando la entrega de los cadáveres, para acompañarlos hasta la Chacarita. En un acto de barbarie sin precedentes hasta el momento, pero que se tornará una tradición de aquí en adelante, la policía le arrebató los féretros a las familias obreras para impedir que se concretara el multitudinario cortejo fúnebre. Los “cosacos” dispersaron a la mayoría, pero 4.000 aguerridos militantes lograron llegar hasta el cementerio. A la salida, integrantes de la comisaría 21 volvieron a balear a los obreros.
Mientras tanto, en la Casa Rosada, dirigentes de la Bolsa de Comercio le rendían tributo al “heroico” coronel Falcón, que estaba siendo felicitado por el presidente José Figueroa Alcorta.
Inmediatamente las dos centrales sindicales, la UGT socialista y la FORA anarquista, convocaron a la huelga general y exigieron justicia y la expulsión de Falcón de la jefatura de Policía. La respuesta del gobierno fue la confirmación de Falcón con todos los honores. Durante toda esta “Semana Roja”, como se la conoció, la huelga fue total. Entre los presentes en el acto de Plaza Lorea se encontraba un joven anarquista ruso llamado Simón Radowitzky.
Había nacido en Kiev, Ucrania, en 1891. Con sólo catorce años de edad, Radowitzky participó activamente en las protestas y sublevaciones de 1905, conocidas en la historia como la primera revolución rusa. Huyendo de las persecuciones zaristas, llegó a la Argentina en marzo de 1908 y entró inmediatamente en contacto con los círculos anarquistas locales. Según cuentan los que lo conocieron, quedó profundamente impresionado por la represión de mayo de 1909 desatada por Falcón. Comentaba que la policía montada les recordaba a los cosacos zaristas que con sus sables dejaban un tendal de obreros muertos en las concentraciones anarquistas de Rusia.
Radowitzky asistió a las reuniones que condenaban la acción de Falcón y la actitud del gobierno que le aseguraba impunidad al comisario, acercándose a los grupos que propiciaban “la propaganda por el hecho”, partidarias de la acción directa y de planificar el “ajusticiamiento” del coronel Falcón.
Tras varios meses de preparativos, todo estaba listo la mañana del 14 de noviembre. El joven Simón salió poco antes de las once de su casa de la calle Andes 394. Tomó el tranvía 17 y descendió en la esquina de Callao y Quintana. Caminó por Quintana hacia el cementerio de la Recoleta y esperó unos minutos. De pronto vio salir un coche Milord. En su interior, el coronel Falcón charlaba con su secretario, Juan Lartigau. La conversación lo tenía tan ensimismado que no advirtió la extrema cercanía de aquel joven vestido de negro, que sin mediar palabras le arrojó un paquete que fue a dar al piso del coche entre sus piernas. Falcón no tuvo tiempo de reaccionar, un terrible estruendo rompió el rodado y lo arrojó junto a su acompañante sobre el empedrado de Quintana. Sus piernas quedaron destrozadas al igual que las de Lartigau. Para cuando llegó la asistencia pública, los dos estaban prácticamente desangrados. Fueron trasladados de urgencia al Hospital Fernández, donde morirían horas después.
Tras arrojar la bomba, Simón Radowitzky corrió por Callao hacia el Bajo, pero fue perseguido por policías y civiles que lo arrinconaron contra una obra en construcción. Al verse acorralado, extrajo un revólver y tras gritar con un inconfundible acento ruso “viva la anarquía”, se disparó un tiro sobre la tetilla izquierda. Los nervios le jugaron una buena pasada y sólo se produjo heridas leves. Tras el disparo sus perseguidores se arrojaron sobre él y lo condujeron casi a la rastra hasta la comisaría 15, donde fue salvajemente torturado en sucesivos interrogatorios. Radowitzky se negó a hablar y sólo decía: “tengo una bomba para cada uno de ustedes” y “viva la anarquía”. Nunca dirá el nombre de los compañeros que colaboraron en el atentado. Con el tiempo se supo que fueron al menos cuatro.
Cuando todo indicaba que iba a ser sumariamente condenado a muerte, un tío de Simón, Moisés Radowitzky, de profesión rabino, aportó su partida de nacimiento que determinaba que era menor de edad, lo que evitó el fusilamiento. Se sustanció un proceso de una rapidez inusitada para los tiempos de la justicia argentina y se dictó una sentencia que no registraba antecedentes: se lo condenó a prisión por tiempo indeterminado y a ser sometido a pan y agua durante veinte días cada año al cumplirse los aniversarios del atentado.
Tras una breve estadía en la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras y tras un intento de fuga, fue trasladado al penal de Ushuaia, donde permanecerá hasta 1930, tras 21 años de prisión, transformándose en un símbolo para el movimiento obrero anarquista que no dejará jamás de luchar por su libertad.
Fuente: Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina 2.
Mientras tanto, en la Casa Rosada, dirigentes de la Bolsa de Comercio le rendían tributo al “heroico” coronel Falcón, que estaba siendo felicitado por el presidente José Figueroa Alcorta.
Inmediatamente las dos centrales sindicales, la UGT socialista y la FORA anarquista, convocaron a la huelga general y exigieron justicia y la expulsión de Falcón de la jefatura de Policía. La respuesta del gobierno fue la confirmación de Falcón con todos los honores. Durante toda esta “Semana Roja”, como se la conoció, la huelga fue total. Entre los presentes en el acto de Plaza Lorea se encontraba un joven anarquista ruso llamado Simón Radowitzky.
Había nacido en Kiev, Ucrania, en 1891. Con sólo catorce años de edad, Radowitzky participó activamente en las protestas y sublevaciones de 1905, conocidas en la historia como la primera revolución rusa. Huyendo de las persecuciones zaristas, llegó a la Argentina en marzo de 1908 y entró inmediatamente en contacto con los círculos anarquistas locales. Según cuentan los que lo conocieron, quedó profundamente impresionado por la represión de mayo de 1909 desatada por Falcón. Comentaba que la policía montada les recordaba a los cosacos zaristas que con sus sables dejaban un tendal de obreros muertos en las concentraciones anarquistas de Rusia.
Radowitzky asistió a las reuniones que condenaban la acción de Falcón y la actitud del gobierno que le aseguraba impunidad al comisario, acercándose a los grupos que propiciaban “la propaganda por el hecho”, partidarias de la acción directa y de planificar el “ajusticiamiento” del coronel Falcón.
Tras varios meses de preparativos, todo estaba listo la mañana del 14 de noviembre. El joven Simón salió poco antes de las once de su casa de la calle Andes 394. Tomó el tranvía 17 y descendió en la esquina de Callao y Quintana. Caminó por Quintana hacia el cementerio de la Recoleta y esperó unos minutos. De pronto vio salir un coche Milord. En su interior, el coronel Falcón charlaba con su secretario, Juan Lartigau. La conversación lo tenía tan ensimismado que no advirtió la extrema cercanía de aquel joven vestido de negro, que sin mediar palabras le arrojó un paquete que fue a dar al piso del coche entre sus piernas. Falcón no tuvo tiempo de reaccionar, un terrible estruendo rompió el rodado y lo arrojó junto a su acompañante sobre el empedrado de Quintana. Sus piernas quedaron destrozadas al igual que las de Lartigau. Para cuando llegó la asistencia pública, los dos estaban prácticamente desangrados. Fueron trasladados de urgencia al Hospital Fernández, donde morirían horas después.
Tras arrojar la bomba, Simón Radowitzky corrió por Callao hacia el Bajo, pero fue perseguido por policías y civiles que lo arrinconaron contra una obra en construcción. Al verse acorralado, extrajo un revólver y tras gritar con un inconfundible acento ruso “viva la anarquía”, se disparó un tiro sobre la tetilla izquierda. Los nervios le jugaron una buena pasada y sólo se produjo heridas leves. Tras el disparo sus perseguidores se arrojaron sobre él y lo condujeron casi a la rastra hasta la comisaría 15, donde fue salvajemente torturado en sucesivos interrogatorios. Radowitzky se negó a hablar y sólo decía: “tengo una bomba para cada uno de ustedes” y “viva la anarquía”. Nunca dirá el nombre de los compañeros que colaboraron en el atentado. Con el tiempo se supo que fueron al menos cuatro.
Cuando todo indicaba que iba a ser sumariamente condenado a muerte, un tío de Simón, Moisés Radowitzky, de profesión rabino, aportó su partida de nacimiento que determinaba que era menor de edad, lo que evitó el fusilamiento. Se sustanció un proceso de una rapidez inusitada para los tiempos de la justicia argentina y se dictó una sentencia que no registraba antecedentes: se lo condenó a prisión por tiempo indeterminado y a ser sometido a pan y agua durante veinte días cada año al cumplirse los aniversarios del atentado.
Tras una breve estadía en la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras y tras un intento de fuga, fue trasladado al penal de Ushuaia, donde permanecerá hasta 1930, tras 21 años de prisión, transformándose en un símbolo para el movimiento obrero anarquista que no dejará jamás de luchar por su libertad.
Fuente: Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina 2.
Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?
Por Osvaldo Bayer
Ese primero de mayo de 1919 amaneció frío pero con sol; luego hacía el mediodía se iría nublando como presagiando tormenta. Tormenta que no sería de truenos y relámpagos sino de balazos, sangre y odio.
Los diarios no traían muchas novedades, salvo el nacimiento de Juliana, la princesa heredera de Holanda, y del estreno en el Odeón de “Casa paterna” con Emma Grammática como primera actriz. Pero más de un lector habrá leído con un poco de zozobra dos pequeños anuncios que parecían tener pólvora en cada una de sus letras. Se anunciaban dos actos obreros: uno organizado por la Unión General de Trabajadores (socialistas), que cita a las 3:00 p.m.: hablarán A Mantecón y Alfredo L palacios: el otro, es el de la FORA (anarquista) que invita a la concentración en Plaza Lorea para marchar por Avenida de Mayo, Florida hasta Plaza San Martín y de allí por Paseo de Julio hasta la Plaza Mazzini.
Con los socialistas no va a pasar nada, ya es sabido, pero… ¿y los anarquistas?
El país vive una situación interna bastante difícil. Gobierna Figueroa Alcorta un mundo que se va y una irrupción incontenible: la masa de la nueva raza argentina, la inmigración y sus descendientes. Las bombas, el cientificismo, las ideas económicas, todo repercute en Buenos Aires que se está estirando cada vez más, que cada vez más se parece a una ciudad Europea.
Por Osvaldo Bayer
Ese primero de mayo de 1919 amaneció frío pero con sol; luego hacía el mediodía se iría nublando como presagiando tormenta. Tormenta que no sería de truenos y relámpagos sino de balazos, sangre y odio.
Los diarios no traían muchas novedades, salvo el nacimiento de Juliana, la princesa heredera de Holanda, y del estreno en el Odeón de “Casa paterna” con Emma Grammática como primera actriz. Pero más de un lector habrá leído con un poco de zozobra dos pequeños anuncios que parecían tener pólvora en cada una de sus letras. Se anunciaban dos actos obreros: uno organizado por la Unión General de Trabajadores (socialistas), que cita a las 3:00 p.m.: hablarán A Mantecón y Alfredo L palacios: el otro, es el de la FORA (anarquista) que invita a la concentración en Plaza Lorea para marchar por Avenida de Mayo, Florida hasta Plaza San Martín y de allí por Paseo de Julio hasta la Plaza Mazzini.
Con los socialistas no va a pasar nada, ya es sabido, pero… ¿y los anarquistas?
El país vive una situación interna bastante difícil. Gobierna Figueroa Alcorta un mundo que se va y una irrupción incontenible: la masa de la nueva raza argentina, la inmigración y sus descendientes. Las bombas, el cientificismo, las ideas económicas, todo repercute en Buenos Aires que se está estirando cada vez más, que cada vez más se parece a una ciudad Europea.
Carta abierta al Partido Comunista y a la CGT (Uruguay)
Cárcel Central, 22 de abril de 1936
Al Partido Comunista y la Confederación Nacional del Trabajo. Tengo conocimiento que en su propaganda y sus carteles hacen figurar mi nombre reclamando mi libertad. Como anarquista me dirijo a vosotros: declaro que no quiero ser instrumento de propaganda de ningún partido político, inclusive del Partido Comunista cuya adhesión a la política del gobierno ruso es absoluta. En nombre de los anarquistas presos en las cárceles y en Siberia Soviética, en nombre de las agrupaciones anarquistas destruidas y cuya propaganda ha sido prohibida en Rusia, en nombre de los camaradas fusilados en Cronstadt, en nombre de nuestro camarada Petrini que fue entregado por el gobierno soviético al fascismo italiano, en nombre de la Federación Obrera Regional Argentina y la Federación Obrera Regional del Uruguay y en nombre de nuestros camaradas muertos en la cárceles por el gobierno bolchevique y como protesta por las calumnias y difamaciones de nuestros camaradas Kropotkine, Malatesta, Rocker, Fabbri, Makhno, et., et., declaro que como anarquista rechazo todo vuestro apoyo que representa una indigna explotación que hacen los jefes bolcheviques del partido y la CGT del generoso sentimiento de solidaridad que me presta la clase trabajadora. Simón Radowitzky, Montevideo. [Publicado en Revista futuros Nº 7 / Río de la Plata primavera- verano 2004-2005] |
Enseguida después de mediodía La Plaza Lorea comienza a poblarse de gente extraña al centro: mucho bigotudo, con gorra, pañuelo al cello, pantalones parchados, mucho rubio, algunos pecosos, mucho italiano, mucho ruso y bastantes catalanes. Son los anarquistas. Llegan las primeras banderas Rojas: ¡Mueran los burgueses! ¡Guerra a la burguesía! Son los primeros gritos escuchados. Llegan estandartes rojos preferentemente con letras doradas. Son las distintas “asociaciones” anarquistas. A las 2 de la tarde la plaza ya está bien poblada. Hay entusiasmo, se oyen gritos, vivas, cantos y un murmullo que va creciendo como una ola. El momento culminante lo constituye la llegada de la asociación anarquista “Luz al Soldado”. Parece ser la más belicosa. Han llegado por la calle Entre Ríos y según los partes policiales a su paso han roto vidrieras de panaderías que no cerraron sus puertas en adhesión al Día del Trabajo, han bajado a garrotazos a guardas y motoristas de tranvías y han destrozado coches de plaza y soltado los caballos.
Pero falta la otra piedra del yesquero para que se origine la chispa. En avenida de Mayo y Salta se detiene de improvisto un coche. Es el coronel Ramón Falcón, jefe de policía. La masa lo reconoce y ruge: ¡Abajo el coronel Falcón! ¡Mueran los cosacos! ¡Guerra a los burgueses! Las banderas y los estandartes se agitan.
Falcón se yergue. Su rostro impasible mide la masa. No es un gesto de cinismo no de compadrada. En ese momento está calculando las fuerzas enemigas, como un general en la batalla. Falcón es un militar de los de antes, un sacerdote de la disciplina. Severo, impertérrito, incorruptible, “Es un perro”, dirán los subordinados que pertenecen a la categoría de los flojos. Pero lo dirán con miedo. Falcón, en una oportunidad, como única respuesta a un petitorio de suboficiales de policía, los reúne a todos en el patio del departamento central, le arranca las jinetas al cabecilla y lo saca a empujones a la calle para que nunca más vuelva. Así es Falcón. Es viudo, sin hijos, no tiene vicios ni lujos. No habla nunca de sí mismo. Sólo de vez en cuando le gusta decir que él es descendiente de moros y que su apellido tiene dos cualidades guerreras: falcón es una especie de cañón usado antiguamente y a la vez quiere decir halcón.
Ahí está el hombre enjuto, sin carnes, de mirada de halcón frente a esa masa que a su criterio es extranjera, indisciplinada, sin tradiciones, sin orígenes, antiargentina.
Los insultos caen sobre el rostro de Falcón como una lluvia fina que apenas moja. Hay oficiales que se muerden los labios de rabia por no poder emprenderla a palos contra la turba. Falcón habla brevemente con Jolly Medrano, jefe del escuadrón de seguridad, y se retira. Minutos después ocurre el choque. Como siempre, las versiones serán contradictorias. La policía dirá que fue atacada por los obreros y los obreros dirán que la represión comenzó sin previo aviso. Pero lo cierto es que el es una de más grandes tragedias de nuestras luchas callejeras. Alguien prende la mecha y dispara un tiro. Se desata el tiroteo. Se lucha a balazo limpio. Ataca la caballería. Los obreros huyen, pero no todos. Hay algunos que no retroceden, ni siquiera buscan el refugio de un árbol. Luchan a cara limpia. Es una época donde muchos son los trabajadores que quieren ser mártires de las ideas.
Después de media hora de pelea brava la plaza queda vacía. El pavimento esta sembrado de gorras, bastones, pañuelos… y 36 charcos de sangre. Son recogidos tres cadáveres y 40 heridos graves. Los muertos son: Miguel Bech, español, de 72 años, domiciliado en Pasco 932, vendedor ambulante; José Silva, español, de 23 años, Santiago del Estero 955, empleado de tienda, y Juan Semino, argentino, de 19 años, peón de albañil. Horas después morirán Luís Pantaleone y Manuel Fernández, español, de 36 años, guarda de tranvía. Los heridos son casi en su totalidad de nacionalidad, española, italiana y rusa.
La conmoción de la ciudad es tremenda. Falcón no se duerme, hace detener de inmediato a 16 dirigentes anarquistas y clausura todos los locales de esa tendencia. La policía informa que llama la atención la forma en que han actuado los elementos rusos que forman parte de la masa cosmopolita de obreros. En el sumario policial han sido agregados manifiestos escritos “En lengua hebrea que encierran una propaganda violentísima”. Según la policía “se aconseja en ellos el asesinato y saqueo de la masa pública”. Y para dar más verismo a estos asertos, se informan oficialmente cosas como está: “al herido Jacobo Besnicoff, ruso de 22 años, no se le pudo tomar declaración porque no sabe castellano”
El sector obrero también reacciona: los socialistas se unen a los anarquistas y declaran el paro general por tiempo indeterminado. Lo levantarán solamente si renuncia Falcón. Todo el ataque se centra en el jefe de policía. La población, ese domingo, espera con temor el día siguiente. Se dice que reinará el terror en las calles, que los anarquistas no permitirán que nadie cumpla con su trabajo.
Pero en la mañana del lunes nace una esperanza: los diarios aparecen igual a pesar de que la Federación Gráfica Bonaerense se ha adherido al paro. Es decir, el gobierno ha logrado romper ya la unidad de movimiento.
A medida que avanzan las horas se va notando que el paro sólo tiene un éxito parcial. Se suceden los hechos de violencia: motoristas de tranvías con atacados y malheridos y un capataz de la playa de los mataderos es asesinado por los huelguistas. En Cochabamba 3055 es asaltada la fábrica Vasena por un grupo de obreros, pero éstos son rechazados. Cinco mil personas se agrupan frente a ka morgue para reclamar los cadáveres de los anarquistas muertos.
Ante el pedido obrero de que renuncie Falcón, el presidente Figueroa Alcorta responde en forma contundente: “Falcón va a renunciar el 12 de octubre de 1910, cuando yo termine mi período presidencial”.
Pero falta la otra piedra del yesquero para que se origine la chispa. En avenida de Mayo y Salta se detiene de improvisto un coche. Es el coronel Ramón Falcón, jefe de policía. La masa lo reconoce y ruge: ¡Abajo el coronel Falcón! ¡Mueran los cosacos! ¡Guerra a los burgueses! Las banderas y los estandartes se agitan.
Falcón se yergue. Su rostro impasible mide la masa. No es un gesto de cinismo no de compadrada. En ese momento está calculando las fuerzas enemigas, como un general en la batalla. Falcón es un militar de los de antes, un sacerdote de la disciplina. Severo, impertérrito, incorruptible, “Es un perro”, dirán los subordinados que pertenecen a la categoría de los flojos. Pero lo dirán con miedo. Falcón, en una oportunidad, como única respuesta a un petitorio de suboficiales de policía, los reúne a todos en el patio del departamento central, le arranca las jinetas al cabecilla y lo saca a empujones a la calle para que nunca más vuelva. Así es Falcón. Es viudo, sin hijos, no tiene vicios ni lujos. No habla nunca de sí mismo. Sólo de vez en cuando le gusta decir que él es descendiente de moros y que su apellido tiene dos cualidades guerreras: falcón es una especie de cañón usado antiguamente y a la vez quiere decir halcón.
Ahí está el hombre enjuto, sin carnes, de mirada de halcón frente a esa masa que a su criterio es extranjera, indisciplinada, sin tradiciones, sin orígenes, antiargentina.
Los insultos caen sobre el rostro de Falcón como una lluvia fina que apenas moja. Hay oficiales que se muerden los labios de rabia por no poder emprenderla a palos contra la turba. Falcón habla brevemente con Jolly Medrano, jefe del escuadrón de seguridad, y se retira. Minutos después ocurre el choque. Como siempre, las versiones serán contradictorias. La policía dirá que fue atacada por los obreros y los obreros dirán que la represión comenzó sin previo aviso. Pero lo cierto es que el es una de más grandes tragedias de nuestras luchas callejeras. Alguien prende la mecha y dispara un tiro. Se desata el tiroteo. Se lucha a balazo limpio. Ataca la caballería. Los obreros huyen, pero no todos. Hay algunos que no retroceden, ni siquiera buscan el refugio de un árbol. Luchan a cara limpia. Es una época donde muchos son los trabajadores que quieren ser mártires de las ideas.
Después de media hora de pelea brava la plaza queda vacía. El pavimento esta sembrado de gorras, bastones, pañuelos… y 36 charcos de sangre. Son recogidos tres cadáveres y 40 heridos graves. Los muertos son: Miguel Bech, español, de 72 años, domiciliado en Pasco 932, vendedor ambulante; José Silva, español, de 23 años, Santiago del Estero 955, empleado de tienda, y Juan Semino, argentino, de 19 años, peón de albañil. Horas después morirán Luís Pantaleone y Manuel Fernández, español, de 36 años, guarda de tranvía. Los heridos son casi en su totalidad de nacionalidad, española, italiana y rusa.
La conmoción de la ciudad es tremenda. Falcón no se duerme, hace detener de inmediato a 16 dirigentes anarquistas y clausura todos los locales de esa tendencia. La policía informa que llama la atención la forma en que han actuado los elementos rusos que forman parte de la masa cosmopolita de obreros. En el sumario policial han sido agregados manifiestos escritos “En lengua hebrea que encierran una propaganda violentísima”. Según la policía “se aconseja en ellos el asesinato y saqueo de la masa pública”. Y para dar más verismo a estos asertos, se informan oficialmente cosas como está: “al herido Jacobo Besnicoff, ruso de 22 años, no se le pudo tomar declaración porque no sabe castellano”
El sector obrero también reacciona: los socialistas se unen a los anarquistas y declaran el paro general por tiempo indeterminado. Lo levantarán solamente si renuncia Falcón. Todo el ataque se centra en el jefe de policía. La población, ese domingo, espera con temor el día siguiente. Se dice que reinará el terror en las calles, que los anarquistas no permitirán que nadie cumpla con su trabajo.
Pero en la mañana del lunes nace una esperanza: los diarios aparecen igual a pesar de que la Federación Gráfica Bonaerense se ha adherido al paro. Es decir, el gobierno ha logrado romper ya la unidad de movimiento.
A medida que avanzan las horas se va notando que el paro sólo tiene un éxito parcial. Se suceden los hechos de violencia: motoristas de tranvías con atacados y malheridos y un capataz de la playa de los mataderos es asesinado por los huelguistas. En Cochabamba 3055 es asaltada la fábrica Vasena por un grupo de obreros, pero éstos son rechazados. Cinco mil personas se agrupan frente a ka morgue para reclamar los cadáveres de los anarquistas muertos.
Ante el pedido obrero de que renuncie Falcón, el presidente Figueroa Alcorta responde en forma contundente: “Falcón va a renunciar el 12 de octubre de 1910, cuando yo termine mi período presidencial”.
Osvaldo Bayer - Anarquismo en Argentina |
La policía informa que fueron detenidos “nueve rusos nihilistas” y “La prensa” relata en forma patética las declaraciones de la esposa del anarquista Fernández, muerto en Plaza Lorea. Dice Antonia Rey de Fernández que ya hace tres años que se había separado de su esposo debido a las “ideas violentas de éste”.
A medida que pasan los días se va desinflando el paro general. Los anarquistas demuestran que son anarquistas hasta en la organización. Pero eso sí, los políticos y las clase alta y media son sorprendidos por la extraordinaria manifestación de duelo constituida por la columna de 60.000 obreros que acompañan al cementerio los restos de los compañeros caídos.
A medida que pasan los días se va desinflando el paro general. Los anarquistas demuestran que son anarquistas hasta en la organización. Pero eso sí, los políticos y las clase alta y media son sorprendidos por la extraordinaria manifestación de duelo constituida por la columna de 60.000 obreros que acompañan al cementerio los restos de los compañeros caídos.
Y es justo a la salida del cementerio -pero el de la Recoleta- en donde tendrá lugar el segundo acto del drama. El coronel Falcón vuelve en su milord luego de haber asistido a las exequias de su amigo Antonio Ballvé, director de la Penitenciaría Nacional y viejo funcionario policial. Falcón está apesadumbrado pero no es hombre flojo. Más bien está pensando en el informe que acaba de presentar al ministro del interior, sobre la base de lo investigado por el comisario de la sección Orden Social, José Vieyra. Tema: actividades anarquistas. Allí se da cuenta de la indagación realizada para prevenir y hacer frustrar el atentado criminal que intentó realizar el anarquista Pablo Karaschin en la capilla, del Carmen. En el momento en que iba a depositar una bomba en la nave principal fue sujetado por Fernando Dufraichou y Rafael Grisolía. Falcón sabe que Karaschin -que vivía con su esposa y dos hijitas en la empresa de limpieza “La Española”, Junín 971- es jefe de un grupo de activistas terroristas. Por eso, en pocos días piensa someter a la consideración del ministro Avellaneda las medidas que a su juicio es imprescindible tomar para prevenir hechos análogos.
El coche sigue avanzando despaciosamente. Ahora ha tomado por la avenida Quintana. Lo conduce el italiano Ferrari, buen cochero que ingresó en la repartición en 1898. Al lado de Falcón el joven Alberto Lartigau, de 20 años de edad, único varón de una familia de nueve hijos, y que ha sido puesto por su padre como secretario privado de Falcón para que al lado de éste “se haga hombre”.
El coche sigue avanzando despaciosamente. Ahora ha tomado por la avenida Quintana. Lo conduce el italiano Ferrari, buen cochero que ingresó en la repartición en 1898. Al lado de Falcón el joven Alberto Lartigau, de 20 años de edad, único varón de una familia de nueve hijos, y que ha sido puesto por su padre como secretario privado de Falcón para que al lado de éste “se haga hombre”.
De "Marchas y Canciones de las luchas de los obreros anarquistas argentinos (1904-1936)" Voz: Hector Alterio. Guión: Osvaldo Bayer |
Desde la tragedia de Plaza Lorez, en mayo de ese año, muchas son las amenazas que se ciernen sobre Falcón. Los anarquistas lo han señalado como su principal enemigo. Y todos saben como se las gastan los anarquistas. Pero Falcón no teme. Va a todos lados sin custodia. Y siempre está en todos los lugares de peligro.
Pero está vez está preocupado por el grupo de Karaschin. ¿Se quedarán tranquilos ahora que el jefe está entre rejas? ¿O buscaran vengarse con un golpe sensacional?
El coche ya dobla por la avenida Callao rumbo al sur. Y es en ese momento que dos hombres -el chofer José Fornés, que conduce un automóvil detrás del coche de Falcón, y el ordenanza Zoilo Agüero del ministro de Guerra- observan que un mocetón con aspecto de extranjero comienza a correr a toda velocidad atrás del carruaje del jefe de policía. Lleva algo en la mano. ¿Qué habrá pasado, se habrá caído algo del coche y el muchacho quiere devolverlo? ¿Por qué no grita para llamar la atención? Pero ahí está la verdad. Al doblar el coche, el desconocido se acerca en línea oblicua y arroja el paquete al interior del mismo. Medio segundo después la terrible explosión. El terrorista mira para todos lados y comienza su huida hacia la avenida Alvear.
Después del primer momento de sorpresa, Fornés baja del coche secundado por Agüero comienza a correr al desconocido, que les lleva unos 70 metros. Dan grandes voces y se les van engrosando más perseguidores, entre ellos los agentes Benigno Guzmán y Enrique Muller. El perseguido corre desesperadamente, quema todas sus fuerzas para ganar un metro de distancia: sabe muy bien que la gente lo linchará o lo matará a tiros. Ya siente el gusto de la muerte en la lengua y en los pulmones que le revientan de fatiga. Dobla por avenida Alvear y ve una obra en construcción. Hacia ella se dirige como si hubiera encontrado refugio, un nido donde esconder por lo menos la cabeza. Se para. Ya tiene encima a sus perseguidores. Saca un revólver y comienza a correr nuevamente. Y así a la carrera se dispara un tiro sobre la tetilla derecha y cae redondo sobre la acera.
Falcón es de los que saben morir. El también ha ido en el coche al muere. Los anarquistas saben preparan bombas y está no ha fallado. Ha sido lanzada con maestría. Ha caído ha espaldas del cochero y a los pies de Falcón y Lartigau. Al explotar ha desgarrado músculos, roto arterías y venas, cortado nervios y se ha adentrado bien en la carne antes de que las víctimas se dieran cuenta de lo que ocurría. Falcón siempre creyó que su cara y su mirada de halcón pararían la mano de cualquiera que atentara contra su vida. Pero es que ni le han dado la voz de alto. Ni siquiera él ha podido decir: “¡soy el coronel Falcón!”. Su barranca Yaco está allí, en avenida Quintana y Callao. Y allí se desangra por sus piernas desgarradas y rotas, allí, tirado en la calle hasta que algún acomedido le trae un colchón.
Es curioso. El estampido ha sido terrible y sin embargo apenas si los caballos dieron un salto, hociquearon y respondieron a las riendas del asustado italiano Ferrari. Mientras tanto Lartigau y Falcón se habían deslizado por el boquete abierto por la bomba en el piso del coche y habían caído a la calle. La sangre que fluía por las heridas hechas por decenas de clavos y recortes de hierro los iba rodeando igual que las caras de los despavoridos curiosos.
Falcón no pierde el conocimiento. Tirado sobre el colchón que le han traído señala con ademán autoritario que lo atiendan primero al “joven Lartigau”. A la pregunta de los curiosos responde “No es nada, ¿hubo más herido?”. La sangre que pierde es mucha. Mientras esperan la ambulancia de la Asistencia Pública, dos o tres vecinos tratan de vendarle las destrozadas piernas con vendas y trozos de sabanas. A Lartigau, que ha perdido el conocimiento, lo llevan al sanatorio Castro, muy cerca de allí.
Pero está vez está preocupado por el grupo de Karaschin. ¿Se quedarán tranquilos ahora que el jefe está entre rejas? ¿O buscaran vengarse con un golpe sensacional?
El coche ya dobla por la avenida Callao rumbo al sur. Y es en ese momento que dos hombres -el chofer José Fornés, que conduce un automóvil detrás del coche de Falcón, y el ordenanza Zoilo Agüero del ministro de Guerra- observan que un mocetón con aspecto de extranjero comienza a correr a toda velocidad atrás del carruaje del jefe de policía. Lleva algo en la mano. ¿Qué habrá pasado, se habrá caído algo del coche y el muchacho quiere devolverlo? ¿Por qué no grita para llamar la atención? Pero ahí está la verdad. Al doblar el coche, el desconocido se acerca en línea oblicua y arroja el paquete al interior del mismo. Medio segundo después la terrible explosión. El terrorista mira para todos lados y comienza su huida hacia la avenida Alvear.
Después del primer momento de sorpresa, Fornés baja del coche secundado por Agüero comienza a correr al desconocido, que les lleva unos 70 metros. Dan grandes voces y se les van engrosando más perseguidores, entre ellos los agentes Benigno Guzmán y Enrique Muller. El perseguido corre desesperadamente, quema todas sus fuerzas para ganar un metro de distancia: sabe muy bien que la gente lo linchará o lo matará a tiros. Ya siente el gusto de la muerte en la lengua y en los pulmones que le revientan de fatiga. Dobla por avenida Alvear y ve una obra en construcción. Hacia ella se dirige como si hubiera encontrado refugio, un nido donde esconder por lo menos la cabeza. Se para. Ya tiene encima a sus perseguidores. Saca un revólver y comienza a correr nuevamente. Y así a la carrera se dispara un tiro sobre la tetilla derecha y cae redondo sobre la acera.
Falcón es de los que saben morir. El también ha ido en el coche al muere. Los anarquistas saben preparan bombas y está no ha fallado. Ha sido lanzada con maestría. Ha caído ha espaldas del cochero y a los pies de Falcón y Lartigau. Al explotar ha desgarrado músculos, roto arterías y venas, cortado nervios y se ha adentrado bien en la carne antes de que las víctimas se dieran cuenta de lo que ocurría. Falcón siempre creyó que su cara y su mirada de halcón pararían la mano de cualquiera que atentara contra su vida. Pero es que ni le han dado la voz de alto. Ni siquiera él ha podido decir: “¡soy el coronel Falcón!”. Su barranca Yaco está allí, en avenida Quintana y Callao. Y allí se desangra por sus piernas desgarradas y rotas, allí, tirado en la calle hasta que algún acomedido le trae un colchón.
Es curioso. El estampido ha sido terrible y sin embargo apenas si los caballos dieron un salto, hociquearon y respondieron a las riendas del asustado italiano Ferrari. Mientras tanto Lartigau y Falcón se habían deslizado por el boquete abierto por la bomba en el piso del coche y habían caído a la calle. La sangre que fluía por las heridas hechas por decenas de clavos y recortes de hierro los iba rodeando igual que las caras de los despavoridos curiosos.
Falcón no pierde el conocimiento. Tirado sobre el colchón que le han traído señala con ademán autoritario que lo atiendan primero al “joven Lartigau”. A la pregunta de los curiosos responde “No es nada, ¿hubo más herido?”. La sangre que pierde es mucha. Mientras esperan la ambulancia de la Asistencia Pública, dos o tres vecinos tratan de vendarle las destrozadas piernas con vendas y trozos de sabanas. A Lartigau, que ha perdido el conocimiento, lo llevan al sanatorio Castro, muy cerca de allí.
Llegan las ambulancias. Conmueve ver a todos esos hombres que se esfuerzan por levantar el colchón con el hombre herido y meterlo en el coche. Llegan al consultorio central y los médicos que lo atienden no ven otra salida que amputarle la pierna izquierda a la altura del tercio superior del muslo. Pero ya es tarde, Falcón está ya casi vacío de sangre. No aguanta el shock traumático y expira a las 2 y cuarto de la tarde.
La juventud de Lartigau se defiende más. Sus heridas son tan profundas como las de Falcón pero igual le han tenido que amputar una pierda -a él la derecha- y la pérdida de sangre ha sido tremenda. Aguanta hasta las 8 de la noche.
Los dos serán velados en el departamento central. Pocas veces Buenos Aires asistirá a una expresión de duelo tan grande. Con delegaciones policiales de todo el país y del exterior. El ejército argentino y la policía lo han tomado como una afrenta. Y por eso para ellos no habrá jamás perdón para el asesino. Pasarán muchos años pero la consigna seguirá siempre fresca: no habrá perdón para el asesino de Falcón. Consigna que sólo logrará quebrar un cabezadura: Hipólito Yrigoyen.
El terrorista ha caído en la calle. Pero lo levantan del pelo y de la ropa. Lo dan vuelta y lo acuestan cara al sol. Es desagradablemente blanco, el pequeño bigote es rojizo, medio lampiño, las facciones huesonas, mandíbula de boxeador, ajos aguachentos y las orejas grandes tipo pantalla. Indudablemente es ruso, un anarquista, un obrero. Ahí está tirado, resollando como un chancho jabalí cercado por los perros. Lo insultan. Le dicen “ruso de porquería” y algo más. El tiene los ojos bien abiertos, asustados, esperando recibir la primera patada en la cara. Está perdido y por eso no pide perdón sino que grita dos veces seguidas: “¡Viva el anarquismo!”. Cuando los agentes Muller y Guzmán le dicen “ya vas a ver lo que te va a pasar”, responde en un castellano quebrado y gangoso: “No me importa, para cada uno de ustedes tengo una bomba”.
Son las últimas dentelladas del animal acorralado.
La juventud de Lartigau se defiende más. Sus heridas son tan profundas como las de Falcón pero igual le han tenido que amputar una pierda -a él la derecha- y la pérdida de sangre ha sido tremenda. Aguanta hasta las 8 de la noche.
Los dos serán velados en el departamento central. Pocas veces Buenos Aires asistirá a una expresión de duelo tan grande. Con delegaciones policiales de todo el país y del exterior. El ejército argentino y la policía lo han tomado como una afrenta. Y por eso para ellos no habrá jamás perdón para el asesino. Pasarán muchos años pero la consigna seguirá siempre fresca: no habrá perdón para el asesino de Falcón. Consigna que sólo logrará quebrar un cabezadura: Hipólito Yrigoyen.
El terrorista ha caído en la calle. Pero lo levantan del pelo y de la ropa. Lo dan vuelta y lo acuestan cara al sol. Es desagradablemente blanco, el pequeño bigote es rojizo, medio lampiño, las facciones huesonas, mandíbula de boxeador, ajos aguachentos y las orejas grandes tipo pantalla. Indudablemente es ruso, un anarquista, un obrero. Ahí está tirado, resollando como un chancho jabalí cercado por los perros. Lo insultan. Le dicen “ruso de porquería” y algo más. El tiene los ojos bien abiertos, asustados, esperando recibir la primera patada en la cara. Está perdido y por eso no pide perdón sino que grita dos veces seguidas: “¡Viva el anarquismo!”. Cuando los agentes Muller y Guzmán le dicen “ya vas a ver lo que te va a pasar”, responde en un castellano quebrado y gangoso: “No me importa, para cada uno de ustedes tengo una bomba”.
Son las últimas dentelladas del animal acorralado.
Pero la policía hace una excepción. No cumple con la ley no escrita de vengar la muerte de uno de los suyos. Aparece el subcomisario Mariano T Vila de la comisaría y ordena cargarlo en un coche de plaza y llevarlo al hospital Fernández porque el terrorista está perdiendo mucha sangre por el costado derecho del pecho. Al registrar sus ropas le encuentran otra arma: una pistola máuser que tiene en la cintura que tiene a la cintura. Lleva un cinto charolado que contiene balas de revólver y cuatro cargadores con nueve balas cada uno del calibre nueve. El hombre había ido dispuesto a todo.
En el hospital Fernández lo revisa el médico de guardia y el diagnostico es: herida leve en la zona pectoral derecha. Con una vendas provisorías, el preso es enviado al calabozo de la comisaría 15ª rigurosamente incomunicado. Los interrogatorios se suceden pero el terrorista no habla. Sólo ha dicho que es ruso y que tiene 18 años de edad. De ahí no lo sacan. El parte policial sólo se complementa con las prendas de vestir del detenido: “Viste saco azul marino, pantalón negro, botines de becerro, sombrero chambergo negro, usa corbata verde con cuello volcado de camisa de color, no teniendo ningún papel por el cual pudiera descubrirse su identidad”.
En el hospital Fernández lo revisa el médico de guardia y el diagnostico es: herida leve en la zona pectoral derecha. Con una vendas provisorías, el preso es enviado al calabozo de la comisaría 15ª rigurosamente incomunicado. Los interrogatorios se suceden pero el terrorista no habla. Sólo ha dicho que es ruso y que tiene 18 años de edad. De ahí no lo sacan. El parte policial sólo se complementa con las prendas de vestir del detenido: “Viste saco azul marino, pantalón negro, botines de becerro, sombrero chambergo negro, usa corbata verde con cuello volcado de camisa de color, no teniendo ningún papel por el cual pudiera descubrirse su identidad”.
Reina intranquilidad en el gobierno. El presidente, los ministros y altos jefes militares son custodiados para evitar ser víctimas de nuevos atentados. Figueroa Alcorta establece el estado de sitio y a los diarios se les prohíbe terminantemente cualquier información sobre el preso y sobre actividades anarquistas.
Luego de varios días de febril trabajo, la policía logra identificarlo: se trata de Simón Radovitzky o Radowitzky, ruso, domiciliado en el conventillo situado en la calle Andes 194. Llegó al país en marzo de 1908 dirigiéndose a Campana donde se empleó de obrero mecánico en los talleres del ferrocarril Central Argentino. Posteriormente regresara a Buenos Aires, donde trabajara de herrero y mecánico. Son solicitados antecedentes a las embajadas argentinas y el entonces ministro argentino en París, doctor Ernesto Bosch, contesta que Radowitzky ha participado en disturbios en Kiev, Rusia, en 1905 y que por ello fue condenado a 6 meses de prisión. En esos disturbios recibió heridas de las que le quedaron cicatrices. Además, el informe contiene algo muy interesante. Señala que Radowitzky pertenece la grupo ácrata dirigido por el intelectual Petroff, juntamente con los conocidos revolucionarios Karaschin (el del atentado en el funeral de don Carlos de Borbón), Andrés Ragapeloff, Moisés Scutz, José Buwitz, Máximo Sagarín, Ivan Mijin y la conferencista Matrena; apellidos, todos ellos, para poner los pelos de punta a los tranquilos porteños de aquellos tiempos…
Luego de varios días de febril trabajo, la policía logra identificarlo: se trata de Simón Radovitzky o Radowitzky, ruso, domiciliado en el conventillo situado en la calle Andes 194. Llegó al país en marzo de 1908 dirigiéndose a Campana donde se empleó de obrero mecánico en los talleres del ferrocarril Central Argentino. Posteriormente regresara a Buenos Aires, donde trabajara de herrero y mecánico. Son solicitados antecedentes a las embajadas argentinas y el entonces ministro argentino en París, doctor Ernesto Bosch, contesta que Radowitzky ha participado en disturbios en Kiev, Rusia, en 1905 y que por ello fue condenado a 6 meses de prisión. En esos disturbios recibió heridas de las que le quedaron cicatrices. Además, el informe contiene algo muy interesante. Señala que Radowitzky pertenece la grupo ácrata dirigido por el intelectual Petroff, juntamente con los conocidos revolucionarios Karaschin (el del atentado en el funeral de don Carlos de Borbón), Andrés Ragapeloff, Moisés Scutz, José Buwitz, Máximo Sagarín, Ivan Mijin y la conferencista Matrena; apellidos, todos ellos, para poner los pelos de punta a los tranquilos porteños de aquellos tiempos…
Identificado y reconocido el crimen por el reo, sólo queda esperar el día y hora en que será fusilado. . Porque eso de que tiene apenas 18 años no lo cree nadie. Tener 18 años significa ser menor de edad. Y todos los diarios sin excepción señalan que Radowitzky es un hombre de más de 25 años. No hay nadie que lo defienda. Ni “La Protesta”, el diario anarquista que ha sido silenciado por muchachos del barrio norte. El lunes 15 forzaron las puertas del taller de Libertad 839, y destruyeron todo lo que los anarquistas fueron haciendo, pesito a pesito. No hay nadie en las esferas que levante la voz para que no se trate con severidad a Radowitzky. Militares, políticos, funcionarios estaban por el castigo ejemplar. Y nadie hesitaba en decir que para aplicar la pena de muerte no había que tener en cuenta en este caso la edad del reo.
El dictamen del agente fiscal, doctor Manuel Beltrán, es por demás claro de lo que aquí se quería hacer con el preso. “Simón Radowitzky -dice el fiscal- pertenece a esa casta de ilotas que vegetan en las estepas rusas arrastrando su vida miserable entre las inclemencias de la naturaleza y las esperanzas de una condición inferior”. Y no hay perdón para el extranjero: “En su primera indagatoria el detenido se presentó al juez de Instrucción soberbio, resuelto a resistirse a toda interrogación sobre su identidad personal; se niega a contestar las preguntas que se le dirigen pero, contrastando con ese propósito, se apresura a confesarse autor del hecho que se investiga jactándose de su origen y celebrando que el señor Lartigau haya fallecido también”.
Al tosco herrero lo hacen aparecer como un asesino sutil y refinado: “La sangre fría y la altanería con que se expresa demuestran el propósito exhibicionista, la pose del sectario en esta primera confesión, en que el orgullo de la hazaña lucha visiblemente con el temor de la sanción. Por eso se jacta del hecho que no puede negar y oculta, el mismo tiempo, los antecedentes de su persona, creyendo que de este modo podrá dificultar la instrucción”.
Y esa es una tremenda contradicción del agente fiscal. Porque Radowitzky está diciendo la verdad: tiene 18 años. Más todavía: reconoce que él solo ha cometido el crimen, encubriendo a un compañero que estuvo en Callao y Quintana a la hora del atentado pero que jamás se podrá determinar su identidad.
Sigue el informe del fiscal: “La fisonomía del asesino tiene caracteres morfológicos que demuestran bien acentuados todos los estigmas del criminal. Desarrollo excesivo de la mandíbula inferior, prominencia de los arcos cigomáticos y superciliares, depresión de la frente, mirada torva, ligera asimetría facial, constituyen los caracteres somáticos que acusan a Radowitzky el tipo de delincuente”.
El fiscal ve en Radowitzky a un criminal nato, como esos que asesinan para robar. No reconoce que es un hijo de la desesperación, nacido en una tierra donde reina la esclavitud y el látigo para el pobre, donde el castigo es terrible para el desobediente al régimen absolutista de los zares. Aunque tiene unas palabras de descargo por el origen racial del preso, lo hace con un profundo desprecio y asco: “Parias de los absolutismos políticos de aquel medio, sometidos a los poderes discrecionales del amo, perseguidos masacrados por la ignorancia y fanatismo de un pueblo que ve en el israelita a un enemigo de la sociedad, emigran al fin, como Radowitzky, después de sufrir condenas por el solo hecho de profesar ideas subversivas”. Está última frase del Dr. Beltrán no concuerda con lo que exige párrafos más adelante. Pide que “a los efectos de la profiliaxis social” los juicios “sean verbales y de rápida aplicación”.
El dictamen del agente fiscal, doctor Manuel Beltrán, es por demás claro de lo que aquí se quería hacer con el preso. “Simón Radowitzky -dice el fiscal- pertenece a esa casta de ilotas que vegetan en las estepas rusas arrastrando su vida miserable entre las inclemencias de la naturaleza y las esperanzas de una condición inferior”. Y no hay perdón para el extranjero: “En su primera indagatoria el detenido se presentó al juez de Instrucción soberbio, resuelto a resistirse a toda interrogación sobre su identidad personal; se niega a contestar las preguntas que se le dirigen pero, contrastando con ese propósito, se apresura a confesarse autor del hecho que se investiga jactándose de su origen y celebrando que el señor Lartigau haya fallecido también”.
Al tosco herrero lo hacen aparecer como un asesino sutil y refinado: “La sangre fría y la altanería con que se expresa demuestran el propósito exhibicionista, la pose del sectario en esta primera confesión, en que el orgullo de la hazaña lucha visiblemente con el temor de la sanción. Por eso se jacta del hecho que no puede negar y oculta, el mismo tiempo, los antecedentes de su persona, creyendo que de este modo podrá dificultar la instrucción”.
Y esa es una tremenda contradicción del agente fiscal. Porque Radowitzky está diciendo la verdad: tiene 18 años. Más todavía: reconoce que él solo ha cometido el crimen, encubriendo a un compañero que estuvo en Callao y Quintana a la hora del atentado pero que jamás se podrá determinar su identidad.
Sigue el informe del fiscal: “La fisonomía del asesino tiene caracteres morfológicos que demuestran bien acentuados todos los estigmas del criminal. Desarrollo excesivo de la mandíbula inferior, prominencia de los arcos cigomáticos y superciliares, depresión de la frente, mirada torva, ligera asimetría facial, constituyen los caracteres somáticos que acusan a Radowitzky el tipo de delincuente”.
El fiscal ve en Radowitzky a un criminal nato, como esos que asesinan para robar. No reconoce que es un hijo de la desesperación, nacido en una tierra donde reina la esclavitud y el látigo para el pobre, donde el castigo es terrible para el desobediente al régimen absolutista de los zares. Aunque tiene unas palabras de descargo por el origen racial del preso, lo hace con un profundo desprecio y asco: “Parias de los absolutismos políticos de aquel medio, sometidos a los poderes discrecionales del amo, perseguidos masacrados por la ignorancia y fanatismo de un pueblo que ve en el israelita a un enemigo de la sociedad, emigran al fin, como Radowitzky, después de sufrir condenas por el solo hecho de profesar ideas subversivas”. Está última frase del Dr. Beltrán no concuerda con lo que exige párrafos más adelante. Pide que “a los efectos de la profiliaxis social” los juicios “sean verbales y de rápida aplicación”.
"Marchas y Canciones de las luchas de los obreros anarquistas argentinos (1904-1936)". Producción por Virgilio Expósito en las postrimerías de la dictadura de Lanusse, voz: Hector Alterio, guión: Osvaldo Bayer.
Audio completo de ambas caras del disco Lado A: 15' - Lado B: 17' |
Termina su presentación pidiendo la pena de muerte para el anarquista. Sólo se le opone el “pequeño” inconveniente de la edad. Para los menores de edad, las mujeres y los ancianos no hay pena de muerte en la Argentina de aquellos tiempos. Pero el Dr. Beltrán encuentra un método original para encontrarle la vuelta a la dificultad. Hace calcular la edad del preso por “peritos médicos”. Algunos calculan que tiene 20 años de edad, y otros 25. Entonces el fiscal dice: 20 más 25 son 45, la mitad es de 22 y medio. Radowitzky tienen 22 años y medio. Es decir, está maduro para el pelotón.
Con toda tranquilidad dará su dictamen: “Debo manifestar aquí que no obstante ser la primera vez que en el ejercicio de mi cargo se me presenta la oportunidad de solicitar para un delincuente la pena extrema, lo hago sin escrúpulos ni vacilaciones fuera de lugar, con la más firme conciencia de deber cumplido, porque entiendo que nada hay más contraproducente en el orden social y jurídico que las sensiblerías de una filantropía mal entendida”.
Y para terminar con los pruritos que pudieran tener los pusilánimes, Beltrán finaliza: “En las consideraciones de la defensa social debemos ver en Radowitzky un elemento inadaptable cuya temibilidad está en razón directa con el delito perpetrado, y que sólo puede inspira la más alta aversión por la ferocidad del cinismo demostrando, hasta el extremo de jactarse hoy mismo de ese crimen y de recordarlo con verdadera fruición”.
Todo venía mal para Radowitzky. Nadie quería creer en sus 18 años. La prensa, influida por los sectores poderosos de la población, pedía la pena de muerte. Así estaban las cosas hasta que un buen día apareció en escena un personaje singular, con algo de rabino y ropavejero. Dijo llamarse Moisés Radowitzky y ser el primo del terrorista. Envuelto con papel de estraza en forma de rollito tenía un documento que iba a dar un vuelco de 180 grados al proceso. Era la partida de nacimiento de Simón Radowitzky. Un documento extraño, escrito con caracteres cirílicos.
Al dar la información, “Caras y Caretas” dice: “Radowitzky tiene cada vez menos años. Al principio se le atribuía hasta 29, y desde los 29 le fueron rebajando hasta dejarlo en lo imprescindible para el fusilamiento: 22. El afirmaba siempre que tenía 18 y parecía dispuesto a no pasar de esta edad en mucho tiempo, pero ¿quién le creía? Sin duda que ni los anarquistas. Era lógico suponer que Radowitzky trataría de hacerse pasar por menor de edad. ¿El punto de la edad de Radowitzky ha sido por fin aclarado? El señor Vieyra, comisario inspector, acaba de recibir el documento que reproducimos en facsímile y que, a jugar por la pinta, es copia fiel de la fe de bautismo de Radowitzky. Según afirman los traductores del señor Vieyra, ese documento a vueltas de tantos garabatos y caracteres estrafalarios, viene a decir que Simón Radowitzky nació en la aldea de Santiago, provincia de Kiev, Rusia, el 10 de noviembre de 1891. Según lo cual Radowitzky tendría ahora 18 años y 7 meses”.
Pero el documento no será reconociendo por los jueces por falta de legalización. Eso sí, tendrá una influencia directa en el ánimo de los jueces, que no se animarán a mandar al patíbulo a un menor de edad. Aplicarán el criterio de “en duda abstente” Radowitzky se salva del fusilamiento. Pero es condenado a la muerte lenta: penitenciaría por tiempo indeterminado, con reclusión solitaria a pan y agua durante 20 días todos los años al aproximarse la fecha de su crimen.
Empezaba la larga noche para el muchacho anarquista. Toda su juventud detrás de las rejas y los silenciosos muros. Pasará 21 años -de los cuales 10 años en calabozo, aislado- entre la basura de la sociedad: asesinos de niños, sanguinarios individuos que matan sin pestañear por robar, ladrones, degenerados. Diecinueve de esos años los pasará en Ushuaia, un presidio que no necesitó de calificativos para infundir miedo. Pero Radowitzky no desaparecería de la opinión pública. Al contrario, al cerrarse las puertas de la cárcel comenzaría el segundo capítulo de su vida, de su aventura por la vida. Un capitulo con sabor a “Conde de Montecristo”.
Lo que sí queda cerrado para siempre es el capítulo del asesinato de Falcón y del joven Lartigau. Radowitzky no hablará jamás de ello ¿Quién inspiró? ¿Fue idea propia? ¿Fabrico él la bomba? ¿Acaso sus compañeros le ordenaron cometer el atentado porque era menor de edad y se podía salvar de la pena de muerte? Cinco años después ocurrirá un atentado similar que originará la primera gran guerra mundial. Garbillo Princip -también menor de edad- será el autor de la tragedia de Sarajevo. Sus compañeros serán todos fusilados menos él, por no haber cumplido 21 años. Pero morirá tuberculoso tres años después en una cárcel austriaca. Radowitzky, en cambio, soportará todas las torturas, la deficiente alimentación, el frío y la insalubridad de las cárceles y llegará a ver la libertad. Cuyos primeros destellos los vio apenas 14 meses después de haber sido apresados.
El 6 de enero de 1911, Buenos Aires tiene un tema para conversar largo y tendido: los Reyes le han traído una noticia sensacional. Trece penados de la Penitenciaría Nacional se han escapado por un túnel construido por debajo del murallón. Han podido escapar dos famosos anarquistas: Francisco Solano Regis (condenado a veinte años de presido por haber atentado contra el ex presidente Figueroa Alcorta) y Salvador Planas Virilla, (que tiene una pena de diez años por tentativa de homicidio al presidente Quintanilla). Los once restantes fugados son presos comunes. Hay otro preso en la penitenciaría que no ha podido huir: Simón Radowitzky quien pocos minutos antes había sido llevado a la imprenta de la cárcel. Los anarquistas recibieron ayuda desde afuera ya que poco antes de la huida (a las 13:30 de un bochornoso día de calor) de un coche de plaza se bajaron varios bultos con pantalones, camisas y sacos que se arrojaron entre la verja y el murallón. Los reclusos salieron por un tunel que tenía forma de U, es decir, sencillo y hecho sólo para salvar el murallón de centinelas. La entrada del túnel fue hecha en un jardín con flores y evidentemente fue cavado a mano, puñado por puñado arrojándose la tierra en el mismo jardín sin hacer montículos. La salida da a los yuyales que hay entre el murallón y la verja. Es evidente que los anarquistas trabajaron en connivencia con los centinelas, soldados conscriptos del 2 de infatería. El túnel está a la altura de la calle Juncal casi esquina Salguero. Los anarquistas Regis y Planas Virilla después de cambiarse de ropas subieron a un coche de plaza que los estaba esperando y desaparecieron. Los presos comunes que aprovecharon la oportunidad y el túnel tuvieron que huir con el traje del penal; otros aprovecharon las ropas destinadas evidentemente a Radowitzky.
Por supuesto, gran vergüenza para las autoridades penitenciarías, pedidos de informes, remoción de funcionarios, juicio a centinelas. Y alguien tenía que pagar los paltos rotos de todo esto: el “ruso” Radowitzky. Ningún directo del penal quiere correr el riesgo de que los anarquistas planeen otra tentativa de fuga para salvar al compañero ruso: además, se ha observado una cosa poco común en un penal: Radowitzky concita la simpatía de todos: de presos y carceleros. Así lo señala el director de la penitenciaría nacional cuando pide que lo saquen a Radowitzky de allí: “Únicamente encargándome yo en persona de la vigilancia de Radowitzky podría responder del cumplimiento de su condena, pues se trata de un penado con quien simpatizan los bomberos y los conscriptos”.
Se lo describe como “el tipo del místico ruso que ni aun en la cárcel concibe que los hombres cometan mala acción y sobre todo que se conduzcan en forma perjudicial para sus compañeros. En cierta circunstancia solicitó que se le diera una celda menos húmeda y como sólo se le podía habilitar una que se estaba revocando, el director le propuso que terminara él; pero esos días el gremio de albañiles se hallaba en huelga y así que lo supo Radowitzky, prefirió continuar en el calabozo húmedo alegando que cuando un obrero se resigan a abandonar el trabajo, debe tener razón”.
Ese mismo año se decide y se lleva a cabo el traslado del anarquista al penal de Ushuaia. Será la última vez en su vida que pise tierra porteña. Jamás podrá volver a su pieza del conventillo de la calle, Andes 194 (hoy José Evaristo Uriburu) de donde salió aquella mañana de noviembre de 1909 para cometer el atentado.
Nos imaginamos lo que debe haber sido un transporte de presos a la Patagonia en 1911. Un guardiacárcel -Martín Chávez- relató muchos años después -en 1947-, en ocasión de levantarse el penal, un trasporte semejante. Parece entresacada de una novela de Dostoiewsky. La serie fue publicada por el diario Clarín en marzo y abril de 1947, transcribimos algunos párrafos:
“Hacia dos meses que había sido nombrado para ocupar un puesto de celador en el penal de Ushuaia permaneciendo adscripto al personal de la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras, hasta que estuviera en condiciones el transporte “Chaco”, que me llevaría al lejano sur. En esa aburrida espera me consumía en la penitenciaría cuando una tarde fui notificado que tenía cuatro horas para arreglar mi equipaje. A las 18 estuve de vuelta. Media hora más tarde se realizó la acostumbrada formación para el recuento y encierro en las celdas de los reclusos. No veía por ningún lado al contingente que iba a ser trasladado al sur. Una hora más tarde me incorporé a una comisión de empleados y con más de cincuenta guardianes nos internamos en los pabellones. Fuimos abriendo celdas, a las que penetraban dos soldados que sacaban al “candidato” llevándolo rumbo a la Alcaldía. El ruido de las lleves en las fuertes puertas de hierro ponía sobre aviso a todos los “vecinos” que proferían gritos de insulto. Así recorrimos cinco pabellones y al regresar a la Alcaldía, ya estaban allí mis compañeros de viaje: “62 números”, sentados en largos bancos colocados junto a las paredes. Se pasó lista y se les ordeno desnudarse. Si alguno no hacía caso o demorara en cumplirla, los guardianes se les acercaban amenazantes y los “ayudaban” a quitarse la ropa. Sesenta y dos sombras. Sesenta y dos fantasmas quedaron en el gran salón. Dos practicantes de la enfermería revisaron minuciosamente el cuerpo de los viajeros. Ningún contrabando puede pasar, las limas y cualquier otro objeto cortante es peligroso. Vestidos de nuevo, entra en funciones el herrero. Las argollas se cierran en el tobillo y se las une con una barra de hierro de 20 cantímetros de largo, que luego se remacha a golpes de martillo”.
“¡Pom, pom, pom!” Resuenan los golpes como si estuvieran remachados ataúdes. En el silencio de la noche esos tres golpes sobre el negro remache suenan como una campana que dobla por la vida de los que ya no son. El alarido del llanto los acompaña.
Algunos parecen más fuertes y miran la operación con indiferencia: es porque no conocen lo que son los grillos y caen cuando quieren dar un paso; entonces ellos tam bién sienten los tres golpes del martillo sobre el corazón.
“Luego, en un carro celular rumbo al puerto. Allí la vigilancia es más estrechada y dos guardias se responsabilizan del penado entregado a su custodia. En 125 se evadieron 114 penados amotinándose en la bodega del “Buenos Aires”. Nunca se pudo establecer con exactitud cuál fue el penado que logró romper los grillos y luego libertad de ellos a sus demás compañeros. Se atribuye tal hazaña a Brasch, el alemán. Lo cierto es que los 114 penados se amotinaron en la bodega y a golpes de puño se abrieron paso y fugaron. Entonces les era más fácil, no vestían el uniforme a rayas, podían confundirse fácilmente en las calles. Casi todos volvieron a ser detenidos. Desde esa época se toman toda clase de medidas de precaución: guardianes de abundancia y hasta potentes reflectores que iluminan las siluetas de los fantasmas que bajan a la bodega del trasporte que antes del alba, como si tuvieran vergüenza de su carga, pone su proa rumbo a Tierra del Fuego”.
Con toda tranquilidad dará su dictamen: “Debo manifestar aquí que no obstante ser la primera vez que en el ejercicio de mi cargo se me presenta la oportunidad de solicitar para un delincuente la pena extrema, lo hago sin escrúpulos ni vacilaciones fuera de lugar, con la más firme conciencia de deber cumplido, porque entiendo que nada hay más contraproducente en el orden social y jurídico que las sensiblerías de una filantropía mal entendida”.
Y para terminar con los pruritos que pudieran tener los pusilánimes, Beltrán finaliza: “En las consideraciones de la defensa social debemos ver en Radowitzky un elemento inadaptable cuya temibilidad está en razón directa con el delito perpetrado, y que sólo puede inspira la más alta aversión por la ferocidad del cinismo demostrando, hasta el extremo de jactarse hoy mismo de ese crimen y de recordarlo con verdadera fruición”.
Todo venía mal para Radowitzky. Nadie quería creer en sus 18 años. La prensa, influida por los sectores poderosos de la población, pedía la pena de muerte. Así estaban las cosas hasta que un buen día apareció en escena un personaje singular, con algo de rabino y ropavejero. Dijo llamarse Moisés Radowitzky y ser el primo del terrorista. Envuelto con papel de estraza en forma de rollito tenía un documento que iba a dar un vuelco de 180 grados al proceso. Era la partida de nacimiento de Simón Radowitzky. Un documento extraño, escrito con caracteres cirílicos.
Al dar la información, “Caras y Caretas” dice: “Radowitzky tiene cada vez menos años. Al principio se le atribuía hasta 29, y desde los 29 le fueron rebajando hasta dejarlo en lo imprescindible para el fusilamiento: 22. El afirmaba siempre que tenía 18 y parecía dispuesto a no pasar de esta edad en mucho tiempo, pero ¿quién le creía? Sin duda que ni los anarquistas. Era lógico suponer que Radowitzky trataría de hacerse pasar por menor de edad. ¿El punto de la edad de Radowitzky ha sido por fin aclarado? El señor Vieyra, comisario inspector, acaba de recibir el documento que reproducimos en facsímile y que, a jugar por la pinta, es copia fiel de la fe de bautismo de Radowitzky. Según afirman los traductores del señor Vieyra, ese documento a vueltas de tantos garabatos y caracteres estrafalarios, viene a decir que Simón Radowitzky nació en la aldea de Santiago, provincia de Kiev, Rusia, el 10 de noviembre de 1891. Según lo cual Radowitzky tendría ahora 18 años y 7 meses”.
Pero el documento no será reconociendo por los jueces por falta de legalización. Eso sí, tendrá una influencia directa en el ánimo de los jueces, que no se animarán a mandar al patíbulo a un menor de edad. Aplicarán el criterio de “en duda abstente” Radowitzky se salva del fusilamiento. Pero es condenado a la muerte lenta: penitenciaría por tiempo indeterminado, con reclusión solitaria a pan y agua durante 20 días todos los años al aproximarse la fecha de su crimen.
Empezaba la larga noche para el muchacho anarquista. Toda su juventud detrás de las rejas y los silenciosos muros. Pasará 21 años -de los cuales 10 años en calabozo, aislado- entre la basura de la sociedad: asesinos de niños, sanguinarios individuos que matan sin pestañear por robar, ladrones, degenerados. Diecinueve de esos años los pasará en Ushuaia, un presidio que no necesitó de calificativos para infundir miedo. Pero Radowitzky no desaparecería de la opinión pública. Al contrario, al cerrarse las puertas de la cárcel comenzaría el segundo capítulo de su vida, de su aventura por la vida. Un capitulo con sabor a “Conde de Montecristo”.
Lo que sí queda cerrado para siempre es el capítulo del asesinato de Falcón y del joven Lartigau. Radowitzky no hablará jamás de ello ¿Quién inspiró? ¿Fue idea propia? ¿Fabrico él la bomba? ¿Acaso sus compañeros le ordenaron cometer el atentado porque era menor de edad y se podía salvar de la pena de muerte? Cinco años después ocurrirá un atentado similar que originará la primera gran guerra mundial. Garbillo Princip -también menor de edad- será el autor de la tragedia de Sarajevo. Sus compañeros serán todos fusilados menos él, por no haber cumplido 21 años. Pero morirá tuberculoso tres años después en una cárcel austriaca. Radowitzky, en cambio, soportará todas las torturas, la deficiente alimentación, el frío y la insalubridad de las cárceles y llegará a ver la libertad. Cuyos primeros destellos los vio apenas 14 meses después de haber sido apresados.
El 6 de enero de 1911, Buenos Aires tiene un tema para conversar largo y tendido: los Reyes le han traído una noticia sensacional. Trece penados de la Penitenciaría Nacional se han escapado por un túnel construido por debajo del murallón. Han podido escapar dos famosos anarquistas: Francisco Solano Regis (condenado a veinte años de presido por haber atentado contra el ex presidente Figueroa Alcorta) y Salvador Planas Virilla, (que tiene una pena de diez años por tentativa de homicidio al presidente Quintanilla). Los once restantes fugados son presos comunes. Hay otro preso en la penitenciaría que no ha podido huir: Simón Radowitzky quien pocos minutos antes había sido llevado a la imprenta de la cárcel. Los anarquistas recibieron ayuda desde afuera ya que poco antes de la huida (a las 13:30 de un bochornoso día de calor) de un coche de plaza se bajaron varios bultos con pantalones, camisas y sacos que se arrojaron entre la verja y el murallón. Los reclusos salieron por un tunel que tenía forma de U, es decir, sencillo y hecho sólo para salvar el murallón de centinelas. La entrada del túnel fue hecha en un jardín con flores y evidentemente fue cavado a mano, puñado por puñado arrojándose la tierra en el mismo jardín sin hacer montículos. La salida da a los yuyales que hay entre el murallón y la verja. Es evidente que los anarquistas trabajaron en connivencia con los centinelas, soldados conscriptos del 2 de infatería. El túnel está a la altura de la calle Juncal casi esquina Salguero. Los anarquistas Regis y Planas Virilla después de cambiarse de ropas subieron a un coche de plaza que los estaba esperando y desaparecieron. Los presos comunes que aprovecharon la oportunidad y el túnel tuvieron que huir con el traje del penal; otros aprovecharon las ropas destinadas evidentemente a Radowitzky.
Por supuesto, gran vergüenza para las autoridades penitenciarías, pedidos de informes, remoción de funcionarios, juicio a centinelas. Y alguien tenía que pagar los paltos rotos de todo esto: el “ruso” Radowitzky. Ningún directo del penal quiere correr el riesgo de que los anarquistas planeen otra tentativa de fuga para salvar al compañero ruso: además, se ha observado una cosa poco común en un penal: Radowitzky concita la simpatía de todos: de presos y carceleros. Así lo señala el director de la penitenciaría nacional cuando pide que lo saquen a Radowitzky de allí: “Únicamente encargándome yo en persona de la vigilancia de Radowitzky podría responder del cumplimiento de su condena, pues se trata de un penado con quien simpatizan los bomberos y los conscriptos”.
Se lo describe como “el tipo del místico ruso que ni aun en la cárcel concibe que los hombres cometan mala acción y sobre todo que se conduzcan en forma perjudicial para sus compañeros. En cierta circunstancia solicitó que se le diera una celda menos húmeda y como sólo se le podía habilitar una que se estaba revocando, el director le propuso que terminara él; pero esos días el gremio de albañiles se hallaba en huelga y así que lo supo Radowitzky, prefirió continuar en el calabozo húmedo alegando que cuando un obrero se resigan a abandonar el trabajo, debe tener razón”.
Ese mismo año se decide y se lleva a cabo el traslado del anarquista al penal de Ushuaia. Será la última vez en su vida que pise tierra porteña. Jamás podrá volver a su pieza del conventillo de la calle, Andes 194 (hoy José Evaristo Uriburu) de donde salió aquella mañana de noviembre de 1909 para cometer el atentado.
Nos imaginamos lo que debe haber sido un transporte de presos a la Patagonia en 1911. Un guardiacárcel -Martín Chávez- relató muchos años después -en 1947-, en ocasión de levantarse el penal, un trasporte semejante. Parece entresacada de una novela de Dostoiewsky. La serie fue publicada por el diario Clarín en marzo y abril de 1947, transcribimos algunos párrafos:
“Hacia dos meses que había sido nombrado para ocupar un puesto de celador en el penal de Ushuaia permaneciendo adscripto al personal de la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras, hasta que estuviera en condiciones el transporte “Chaco”, que me llevaría al lejano sur. En esa aburrida espera me consumía en la penitenciaría cuando una tarde fui notificado que tenía cuatro horas para arreglar mi equipaje. A las 18 estuve de vuelta. Media hora más tarde se realizó la acostumbrada formación para el recuento y encierro en las celdas de los reclusos. No veía por ningún lado al contingente que iba a ser trasladado al sur. Una hora más tarde me incorporé a una comisión de empleados y con más de cincuenta guardianes nos internamos en los pabellones. Fuimos abriendo celdas, a las que penetraban dos soldados que sacaban al “candidato” llevándolo rumbo a la Alcaldía. El ruido de las lleves en las fuertes puertas de hierro ponía sobre aviso a todos los “vecinos” que proferían gritos de insulto. Así recorrimos cinco pabellones y al regresar a la Alcaldía, ya estaban allí mis compañeros de viaje: “62 números”, sentados en largos bancos colocados junto a las paredes. Se pasó lista y se les ordeno desnudarse. Si alguno no hacía caso o demorara en cumplirla, los guardianes se les acercaban amenazantes y los “ayudaban” a quitarse la ropa. Sesenta y dos sombras. Sesenta y dos fantasmas quedaron en el gran salón. Dos practicantes de la enfermería revisaron minuciosamente el cuerpo de los viajeros. Ningún contrabando puede pasar, las limas y cualquier otro objeto cortante es peligroso. Vestidos de nuevo, entra en funciones el herrero. Las argollas se cierran en el tobillo y se las une con una barra de hierro de 20 cantímetros de largo, que luego se remacha a golpes de martillo”.
“¡Pom, pom, pom!” Resuenan los golpes como si estuvieran remachados ataúdes. En el silencio de la noche esos tres golpes sobre el negro remache suenan como una campana que dobla por la vida de los que ya no son. El alarido del llanto los acompaña.
Algunos parecen más fuertes y miran la operación con indiferencia: es porque no conocen lo que son los grillos y caen cuando quieren dar un paso; entonces ellos tam bién sienten los tres golpes del martillo sobre el corazón.
“Luego, en un carro celular rumbo al puerto. Allí la vigilancia es más estrechada y dos guardias se responsabilizan del penado entregado a su custodia. En 125 se evadieron 114 penados amotinándose en la bodega del “Buenos Aires”. Nunca se pudo establecer con exactitud cuál fue el penado que logró romper los grillos y luego libertad de ellos a sus demás compañeros. Se atribuye tal hazaña a Brasch, el alemán. Lo cierto es que los 114 penados se amotinaron en la bodega y a golpes de puño se abrieron paso y fugaron. Entonces les era más fácil, no vestían el uniforme a rayas, podían confundirse fácilmente en las calles. Casi todos volvieron a ser detenidos. Desde esa época se toman toda clase de medidas de precaución: guardianes de abundancia y hasta potentes reflectores que iluminan las siluetas de los fantasmas que bajan a la bodega del trasporte que antes del alba, como si tuvieran vergüenza de su carga, pone su proa rumbo a Tierra del Fuego”.
La liberación de Simón Radowitzky Entrevista a Osvaldo Bayer El 5 de mayo de 1930, mezclado con otros cientos de presos comunes, el anarquista Simón Radowiztky fue liberado del presidio de Ushuaia. El símbolo del anarquismo dejaba la Siberia argentina para ser desembarcado en el puerto de Montevideo, donde también lo esperaba la cárcel, por las dudas, no fuera que se le ocurriera andar atentando contra algún oligarca del Uruguay. Osvaldo Bayer ha sido el historiador de los movimientos anarquistas argentinos y de sus principales figuras. Se recomienda la lectura de la biografía de Severino di Giovanni y especialmente la historia de los Anarquistas Expropiadores.Con Bayer conversamos sobre la historia de Simón Radowitzky, su liberación, sus años en el presidio, el atentado en el que mata al Coronel Ramón Falcón, el temible jefe de la policía argentina. Fuente: www.elclanesdrujulo.blogspot.com |
“Se nos había informado que para llegar a Ushuaia eran suficientes 15 días de navegación. Nuestro viaje duró 29, en el mes de marzo de ese año. Yo iba con la oficialidad del trasporte y un día bajé al entrepuente a ver a los penados. Jamás olvidaré la impresión que recibí. Aquello era un infierno. Humedad, calor y pústulas. En Bahía Blanca se había detenido la embarcación para cargar carbón que iba depositado en la bodega ubicada debajo del entrepuente donde viajaban los presos. El polvillo del carbón se filtraba imperceptible, persiste, como una maldición sobre los hombres engrillados. Se les pegaba en la cara, lo respiraban, lo escupían, ponía máscaras en los rostros acentuados las orejas.
“Fantasmas, espectros, no sé lo que vi. Salí de esa cámara de tortura con el alma dolorida, preguntándome si los directores del penal, si los jueces, si los ministros no tendrían noticias de ese bárbaro suplico. Pero el destino me reservaba comprobación más amarga aún”.
“En el puerto de Ushuaia nos esperaba el director del penal, algunos empleados y muchos guardianes, los que tomaron posiciones estratégicas para el desembarco de los penados. Y los espectros salieron al aire libre, a la luz después de 29 días. ¡Cómo salieron! Sucios y enfermos es poco para dar una idea del estado de esos 62 hombres. Flacos, con la barba crecida, llagados los tobillos a causa de los aros de los grillos, cos escoriaciones sangrantes en los muslos, la ropa deshecha como pañuelos o toallas”.
“Habían llegado al infierno blanco, mil veces preferible a la bodega de transportes”.
Cuando Radowitzky llega al penal de Ushuaia hace ya nueve años que ha sido colocada su piedra fundamental y comenzado a construirse íntegramente por los penados. Ha sido la obsesionada idea del ingeniero Catello Muratgia la que ha hecho realidad al que será famoso penal de reincidentes de Ushuaia. Con muy poco dinero y el trabajo de los condenados se ha ido levantando esa mole de cemento y piedra destinada a mantener bajo custodia a los criminales más feroces y a todos aquellos denominados “reincidentes”, es decir, los que han repetido tres veces hachos delictuosos. Por ello los compañeros de Radowitzky serán no sólo los homicidas sino también los rateritos incorregibles, los estafadores y toda la hez de la sociedad. Pero, por supuesto, en más de una oportunidad, las puertas del penal se abrirán para presos políticos.
Los que leen “La casa de los muertos” o “El sepulcro de los vivos” de Dostoiewsky y sufren con el autor los padecimientos de los condenados no sospechan tal vez que en territorio argentino existió un lugar exactamente igual de donde son muy pocos los que salieron con vida o retornaron a la sociedad con sus facultades mentales normales.
Pasan muchos años para el ex hombre de Radowitzky. Todos iguales. Cuando se aproxima el 14 de noviembre, los terribles veinte días de calabozo aislado, a pan y agua, con frío húmedo del cemento que penetra en los doloridos huesos. ¿Y la conciencia? ¿Lo ablandan a Radowitzky los interminables castigos, la vida sin sentido junto a todas esas fieras? ¡Si por los menos tuviera algo que leer! Pero desde Buenos Aires lo persigue un chisme inventado por algún jefecito de turno de la penitenciaría. “Radowitzky quiere leer Denle la Biblia” Así es, en Ushuaia también. Cuando Radowitzky quiere aislarse de ese submundo y pide algo de leer, le traen la Biblia. Y todos lo gozan, los carceleros y los penados también.
¿Y sus compañeros de Buenos Aires? ¿Se han olvidado ya del mártir del movimiento, como lo llaman ellos? La primera guerra europea ha hecho perder fuerza a los movimientos obreros nacionales. Los anarquistas de Buenos Aires demostrarán ser buenos amigos. A pesar de que habían pasado nueve años, su principal aspiración era la libertad de Radowitzky. En mayo de 1918 la ciudad es inundada por un folleto editado por el diario “La Protesta” y escrito por Marcial Belascoain Sayós. Se llama “El presidio de Ushuaia” y está dedicado “A mi amigo Simón Radowitzky, ciomo una ofrenda. A los viles esbirros, como una bofetada”.
El folleto está muy bien informado y, en un estilo propio de los anarquistas de aquella época, denuncia las torturas a que ha sido sometido Radowitzky. Centra su ataque en el subdirector del penal, Gregorio Palacios, y le dice: “Tú, como los tigres, como las hienas, asesinas con lentitudes siniestras de degenerado, esa voluptuosidad debes haberla sentido al matar lentamente al penado 71, a quien volvieron locos los martirios; esa misma histérica vibración de placer habrá sacudido tus nervios al ver los suplicios de Radowitzky, ayer fuerte y lozano, hoy triste, decrépito y enfermo por tu culpa. ¡Asesino infame! ¡Muere maldito!”.
Como se ve, un estilo más que incisivo.
En el capítulo “La sodoma fueguina” el autor acusa al subdirector Palacios de haber hecho cometer delitos sexuales contra Radowitzky y más adelante detalla los castigos a que fue sometido éste por los guardicárceles Alapont, Cabezas y Sampedro: “Estando en el calabozo Simón Radowitzky, desearon los tres experimentar la histérica sensación de ver sufrir a un hombre y se llegaron hasta el encierro del mártir”, de aquel que en aras del ideal sacrificó su vida, de ese hombre generoso y santo; fueron hasta su dolor para acrecentarlo más. Estaba aislado en un calabozo sin aire, luz ni sol, sin comida. ¿Qué había hecho? ¡Nada! Se le castiga siempre por ser quien es, no precisa dar motivos. Estaba debilitado por el ayuno, cuando llegaron los bárbaros a consumar su acción heroica. Lo agredieron por detrás, los taleros le abrieron el cráneo y los puños mancillaron aquella faz sagrada. Corrió la sangre del cautivo, pero no la hicieron brotar como él con valentía en su hecho inolvidable; ellos lo hicieron en montón, armados, contra un hombre desfallecido y sin fuerzas. Lo dejaron tendido en el suelo, agónico, exánime, tras la feroz paliza. Semejaba un cadáver, lívido y tendido en el suelo; entonces al verlo así, Cabezas, el infame, desnudó su arma y le apuñalo un brazo. Con esto se retiró satisfecho y triunfal, a contar la hazaña y a celebrarla con otros tan viles, tan infames como él. Levantar la mano contra un hombre en ese estado, contra un individuo como Radowitzky, es una profanación infame que nunca, ni por nada, podré perdonar, por ello les grito mi reproche en estás líneas; por ello los acuso de viles y cobardes, arrojándoles mi maldición tremenda, mi maldición justiciera”.
El folleto es un impacto en la opinión pública. Los anarquistas logran un éxito psicológico; tanto, que el gobierno de Yrigoyen ordena un sumario administrativo para saber la verdad sobre los malos tratos. En el sumario se calificará a los tres carceleros mencionados de “personas de malas costumbres y peores antecedentes” y se los suspende.
Por último en el folleto se insinúa algo que seis meses después se llevará a la práctica: “Amigo generoso, Simón, amigo del alma vives de esperanza, en la noche lóbrega, de tu martirio circundado por fieras que te acosan, sin un rayo de sol que te acaricie, pero con el corazón de tus amigos, de los que te comprenden y te aman; allí estás consagrado por el culto celoso del recuerdo; estás constante en el pensamiento de salvarte, por ello, ya que tú no llegas a implorar el olvido para tu hecho, no faltará quien lo haga por ti, lo humanamente posible debe hacerse para liberarte y no faltará quien encare esa tarea. Vayan a ti estás líneas comprendidos los efectos de los seres que te aman; de los que comienzan a preparar el magno acontecimiento de volverte a la vida arrancándote de la ferocidad de los criminales carceleros, que tanto te han hecho sufrir”.
Así es. El 9 de noviembre llega a Buenos Aires una noticia que causó más sensación que las que vienen de Europa con la rendición de Alemania, la abdicación del Káiser y la revolución de los obreros alemanes: EL 7 DE NOVIEMBRE SE HA FUGADO SIMÓN RADOWITZKY DE LA CÁRCEL DE USHUAIA.
El público quería saber detalles. El sentimental público porteño, olvidándose del doble crimen, estaba porque Radowitzky venciera el maleficio de Ushuaia. ¡Basta ya!, decían, Ya ha purgado bastante su delito. ¿Podrá salir de esas regiones? Nadie lo había podido hacer. Catello Muratgia, el creador del penal, lo había sostenido ante el propio presidente de la república: el penal es totalmente seguro contra fugas. Nadie podrá hacerlo. El que se aleje morirá de hambre o de frío o tendrá que entregarse. Y menos Radowitzky, con nueve años entre rejas, debilitado por los castigos y la falta de una alimentación adecuada.
¡Pero sí, es posible! Allá va ya Radowitzky metido en un pequeño cúter por el canal de Beagle hacia la libertad. Ya respiraba el aire puro y deja cada vez más el penal, con su olor característico de todos los penales, olor a hombre degradado, a mugre de cuerpo y de alma. Es que los anarquistas de Buenos Aires son buenos amigos. Prepararon los planes para derrotar la imposible y juntaron dinero. El hombre elegido para la proeza no es ni ruso, ni italiano ni catalán. Es un criollo de pura cepa: don Apolinario Barrera. Será ayudado por Miguel Arcángel Roscigna, quien años después llegará a ser el representante más sobresaliente del anarquismo expropiador.
Los anarquistas viajaron a Punta Arenas. Venían “recomendados” a los dirigentes de la Federación Obrera, los chilenos Ramón Cifuentes y Ernesto Medina. En Punta Arenas alquilan el cúter “Ooky”, propiedad de una dálmata. La tripulación también es dálmata -de nacionalidad austriaca en aquella época- y muy ducha en la navegación por los canales fueguinos. La goleta, pintada de blanco, llaga a Ushuaia y hecha anclas en un pequeño puerto de la bahía donde se halla el ex presidio militar. Allí llega el 4 de noviembre. El 7, a las 7 de la mañana, un guardián cruza las líneas de centinelas del penal. Es Radowitzky disfrazado de guardiacárcel, que no ha sido reconocido.
Eduardo Barbero Sarzabal, periodista de “Crítica”, quien años después realizará un reportaje sensacional a Radowitzky, reconstruye así ese momento de la huida: “Radowitzky trabajaba entonces de mecánico en el taller del penal. Todo se había calculado matemáticamente. Allí estaba el guardia accidental que facilitaría el traje. Un cuarto de hora después de entrar Radowitzky al taller, salía del penal atravesando la línea de centinelas armados. Era un nuevo guardián también uniformado… cruza el cementerio donde están otros definitivamente muertos para ir hacia donde, en un lugar indicado, el cúter espera… Atraviesa un monte. Detrás de un añoso árbol, Barrera está oculto. Los dos hombres se encuentran. El salvador, ignorando que Radowitzky iría de guardián, echa mando al revólver presintiendo una delación”.
La escena rápida es paralizada por un frito.
-Apolinario -dice Radowitzky.
-Simón -responde Barreda, comprendiendo.
Era la consigna que presentaría a quines nunca se habían visto”.
“Fantasmas, espectros, no sé lo que vi. Salí de esa cámara de tortura con el alma dolorida, preguntándome si los directores del penal, si los jueces, si los ministros no tendrían noticias de ese bárbaro suplico. Pero el destino me reservaba comprobación más amarga aún”.
“En el puerto de Ushuaia nos esperaba el director del penal, algunos empleados y muchos guardianes, los que tomaron posiciones estratégicas para el desembarco de los penados. Y los espectros salieron al aire libre, a la luz después de 29 días. ¡Cómo salieron! Sucios y enfermos es poco para dar una idea del estado de esos 62 hombres. Flacos, con la barba crecida, llagados los tobillos a causa de los aros de los grillos, cos escoriaciones sangrantes en los muslos, la ropa deshecha como pañuelos o toallas”.
“Habían llegado al infierno blanco, mil veces preferible a la bodega de transportes”.
Cuando Radowitzky llega al penal de Ushuaia hace ya nueve años que ha sido colocada su piedra fundamental y comenzado a construirse íntegramente por los penados. Ha sido la obsesionada idea del ingeniero Catello Muratgia la que ha hecho realidad al que será famoso penal de reincidentes de Ushuaia. Con muy poco dinero y el trabajo de los condenados se ha ido levantando esa mole de cemento y piedra destinada a mantener bajo custodia a los criminales más feroces y a todos aquellos denominados “reincidentes”, es decir, los que han repetido tres veces hachos delictuosos. Por ello los compañeros de Radowitzky serán no sólo los homicidas sino también los rateritos incorregibles, los estafadores y toda la hez de la sociedad. Pero, por supuesto, en más de una oportunidad, las puertas del penal se abrirán para presos políticos.
Los que leen “La casa de los muertos” o “El sepulcro de los vivos” de Dostoiewsky y sufren con el autor los padecimientos de los condenados no sospechan tal vez que en territorio argentino existió un lugar exactamente igual de donde son muy pocos los que salieron con vida o retornaron a la sociedad con sus facultades mentales normales.
Pasan muchos años para el ex hombre de Radowitzky. Todos iguales. Cuando se aproxima el 14 de noviembre, los terribles veinte días de calabozo aislado, a pan y agua, con frío húmedo del cemento que penetra en los doloridos huesos. ¿Y la conciencia? ¿Lo ablandan a Radowitzky los interminables castigos, la vida sin sentido junto a todas esas fieras? ¡Si por los menos tuviera algo que leer! Pero desde Buenos Aires lo persigue un chisme inventado por algún jefecito de turno de la penitenciaría. “Radowitzky quiere leer Denle la Biblia” Así es, en Ushuaia también. Cuando Radowitzky quiere aislarse de ese submundo y pide algo de leer, le traen la Biblia. Y todos lo gozan, los carceleros y los penados también.
¿Y sus compañeros de Buenos Aires? ¿Se han olvidado ya del mártir del movimiento, como lo llaman ellos? La primera guerra europea ha hecho perder fuerza a los movimientos obreros nacionales. Los anarquistas de Buenos Aires demostrarán ser buenos amigos. A pesar de que habían pasado nueve años, su principal aspiración era la libertad de Radowitzky. En mayo de 1918 la ciudad es inundada por un folleto editado por el diario “La Protesta” y escrito por Marcial Belascoain Sayós. Se llama “El presidio de Ushuaia” y está dedicado “A mi amigo Simón Radowitzky, ciomo una ofrenda. A los viles esbirros, como una bofetada”.
El folleto está muy bien informado y, en un estilo propio de los anarquistas de aquella época, denuncia las torturas a que ha sido sometido Radowitzky. Centra su ataque en el subdirector del penal, Gregorio Palacios, y le dice: “Tú, como los tigres, como las hienas, asesinas con lentitudes siniestras de degenerado, esa voluptuosidad debes haberla sentido al matar lentamente al penado 71, a quien volvieron locos los martirios; esa misma histérica vibración de placer habrá sacudido tus nervios al ver los suplicios de Radowitzky, ayer fuerte y lozano, hoy triste, decrépito y enfermo por tu culpa. ¡Asesino infame! ¡Muere maldito!”.
Como se ve, un estilo más que incisivo.
En el capítulo “La sodoma fueguina” el autor acusa al subdirector Palacios de haber hecho cometer delitos sexuales contra Radowitzky y más adelante detalla los castigos a que fue sometido éste por los guardicárceles Alapont, Cabezas y Sampedro: “Estando en el calabozo Simón Radowitzky, desearon los tres experimentar la histérica sensación de ver sufrir a un hombre y se llegaron hasta el encierro del mártir”, de aquel que en aras del ideal sacrificó su vida, de ese hombre generoso y santo; fueron hasta su dolor para acrecentarlo más. Estaba aislado en un calabozo sin aire, luz ni sol, sin comida. ¿Qué había hecho? ¡Nada! Se le castiga siempre por ser quien es, no precisa dar motivos. Estaba debilitado por el ayuno, cuando llegaron los bárbaros a consumar su acción heroica. Lo agredieron por detrás, los taleros le abrieron el cráneo y los puños mancillaron aquella faz sagrada. Corrió la sangre del cautivo, pero no la hicieron brotar como él con valentía en su hecho inolvidable; ellos lo hicieron en montón, armados, contra un hombre desfallecido y sin fuerzas. Lo dejaron tendido en el suelo, agónico, exánime, tras la feroz paliza. Semejaba un cadáver, lívido y tendido en el suelo; entonces al verlo así, Cabezas, el infame, desnudó su arma y le apuñalo un brazo. Con esto se retiró satisfecho y triunfal, a contar la hazaña y a celebrarla con otros tan viles, tan infames como él. Levantar la mano contra un hombre en ese estado, contra un individuo como Radowitzky, es una profanación infame que nunca, ni por nada, podré perdonar, por ello les grito mi reproche en estás líneas; por ello los acuso de viles y cobardes, arrojándoles mi maldición tremenda, mi maldición justiciera”.
El folleto es un impacto en la opinión pública. Los anarquistas logran un éxito psicológico; tanto, que el gobierno de Yrigoyen ordena un sumario administrativo para saber la verdad sobre los malos tratos. En el sumario se calificará a los tres carceleros mencionados de “personas de malas costumbres y peores antecedentes” y se los suspende.
Por último en el folleto se insinúa algo que seis meses después se llevará a la práctica: “Amigo generoso, Simón, amigo del alma vives de esperanza, en la noche lóbrega, de tu martirio circundado por fieras que te acosan, sin un rayo de sol que te acaricie, pero con el corazón de tus amigos, de los que te comprenden y te aman; allí estás consagrado por el culto celoso del recuerdo; estás constante en el pensamiento de salvarte, por ello, ya que tú no llegas a implorar el olvido para tu hecho, no faltará quien lo haga por ti, lo humanamente posible debe hacerse para liberarte y no faltará quien encare esa tarea. Vayan a ti estás líneas comprendidos los efectos de los seres que te aman; de los que comienzan a preparar el magno acontecimiento de volverte a la vida arrancándote de la ferocidad de los criminales carceleros, que tanto te han hecho sufrir”.
Así es. El 9 de noviembre llega a Buenos Aires una noticia que causó más sensación que las que vienen de Europa con la rendición de Alemania, la abdicación del Káiser y la revolución de los obreros alemanes: EL 7 DE NOVIEMBRE SE HA FUGADO SIMÓN RADOWITZKY DE LA CÁRCEL DE USHUAIA.
El público quería saber detalles. El sentimental público porteño, olvidándose del doble crimen, estaba porque Radowitzky venciera el maleficio de Ushuaia. ¡Basta ya!, decían, Ya ha purgado bastante su delito. ¿Podrá salir de esas regiones? Nadie lo había podido hacer. Catello Muratgia, el creador del penal, lo había sostenido ante el propio presidente de la república: el penal es totalmente seguro contra fugas. Nadie podrá hacerlo. El que se aleje morirá de hambre o de frío o tendrá que entregarse. Y menos Radowitzky, con nueve años entre rejas, debilitado por los castigos y la falta de una alimentación adecuada.
¡Pero sí, es posible! Allá va ya Radowitzky metido en un pequeño cúter por el canal de Beagle hacia la libertad. Ya respiraba el aire puro y deja cada vez más el penal, con su olor característico de todos los penales, olor a hombre degradado, a mugre de cuerpo y de alma. Es que los anarquistas de Buenos Aires son buenos amigos. Prepararon los planes para derrotar la imposible y juntaron dinero. El hombre elegido para la proeza no es ni ruso, ni italiano ni catalán. Es un criollo de pura cepa: don Apolinario Barrera. Será ayudado por Miguel Arcángel Roscigna, quien años después llegará a ser el representante más sobresaliente del anarquismo expropiador.
Los anarquistas viajaron a Punta Arenas. Venían “recomendados” a los dirigentes de la Federación Obrera, los chilenos Ramón Cifuentes y Ernesto Medina. En Punta Arenas alquilan el cúter “Ooky”, propiedad de una dálmata. La tripulación también es dálmata -de nacionalidad austriaca en aquella época- y muy ducha en la navegación por los canales fueguinos. La goleta, pintada de blanco, llaga a Ushuaia y hecha anclas en un pequeño puerto de la bahía donde se halla el ex presidio militar. Allí llega el 4 de noviembre. El 7, a las 7 de la mañana, un guardián cruza las líneas de centinelas del penal. Es Radowitzky disfrazado de guardiacárcel, que no ha sido reconocido.
Eduardo Barbero Sarzabal, periodista de “Crítica”, quien años después realizará un reportaje sensacional a Radowitzky, reconstruye así ese momento de la huida: “Radowitzky trabajaba entonces de mecánico en el taller del penal. Todo se había calculado matemáticamente. Allí estaba el guardia accidental que facilitaría el traje. Un cuarto de hora después de entrar Radowitzky al taller, salía del penal atravesando la línea de centinelas armados. Era un nuevo guardián también uniformado… cruza el cementerio donde están otros definitivamente muertos para ir hacia donde, en un lugar indicado, el cúter espera… Atraviesa un monte. Detrás de un añoso árbol, Barrera está oculto. Los dos hombres se encuentran. El salvador, ignorando que Radowitzky iría de guardián, echa mando al revólver presintiendo una delación”.
La escena rápida es paralizada por un frito.
-Apolinario -dice Radowitzky.
-Simón -responde Barreda, comprendiendo.
Era la consigna que presentaría a quines nunca se habían visto”.
Estado del carruaje donde se trasladaba Ramón Falcón después del atentado. Foto Caras y Caretas.
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Una vez embarcado, Radowitzky cambió de ropa. Barrera fue de la opinión que una vez alejados varias millas de Ushuaia, Radowitzky desembarcara en uno de los tantos refugios de la costa. Allí se le dejarían víveres para dos meses hasta que las persecuciones y búsquedas hubieran cesado. Pasado ese tiempo se aventuraría a ir a buscarlo o a dejarle nuevamente víveres. Pero Radowitzky no acepta y allí cometerá el error que le costará doce años más de prisión, doce años de vida, de libertad. Convence a Barrera para que sigan navegando sin interrupciones hasta Punta Arenas. Allí, en esa ciudad le resultará mucho más fácil pasar inadvertido que en una isla solitaria.
Mientras tanto, en el penal nadie traiciona a Radowitzky. Los prisioneros no delatan su huida. Recién a las 9:22 de la mañana, el guardiacárcel Manuel Geners Soria se presenta al director del penal para denunciar la desaparición del anarquista preso. En una parte posterior, el comisario nacional de Tierra de Fuego señala que se inició la persecución sirviéndose de los “valiosos datos proporcionados por el empleado Miguel Rocha” y una partida se embarca en una lancha a vapor facilitada generosamente por el señor Luís Fiuchui”.
Pero el cúter es más veloz y se aleja cada vez más de sus perseguidores. Deja el canal de Beagle, toma por el canal ballenero y luego el de Cockburn y entra en el estrecho de Magallanes. Así amanece el cuarto día de navegación. Hasta que de pronto divisan en el horizonte el humo de una embarcación que se aproxima. Radowitzky intuye el peligro y pide que el cúter se acerque lo más posible a la costa de la península de Brunswick, tierra chilena. Así se hace hasta unos doscientos metros. Radowitzky se arroja entonces al agua helada y nada hacía la costa, en donde desaparece. El humo negro, que se aproxima era el de la escampavía de guerra chilena “Yáñez”, nave que ha ido para apresar a Radowitzky ante el llamado telegráfico de las autoridades argentinas de Tierra del Fuego.
Los tripulantes del cúter declaran no haber visto al fugado, pero los chilenos conducen presos a todos hasta Punta Arenas donde luego de un severo interrogatorio uno de los tripulantes, el maquinista, declara la verdad y señala el lugar donde alcanzó tierra el buscado.
Mientras la “Yáñez” ha estado al costado del cúter, Radowitzky quedó pegado a la tierra para no ser divisado. Tanta es la tensión que ni siquiera el frío le hace mover una pestaña. Una vez alejada las embarcaciones, Radowitzky, con todas sus ropas mojadas, comenzará a caminar en dirección a Punta Arenas, donde espera que encontrará refugio. Ignora que las autoridades chilenas ya saben la verdad. De Punta Arenas sale mientras tato una partida de fuerza de policía de la marina chilena: siete horas después, en el paraje conocido como Aguas Frías, apenas a 12 kilómetros de Punta Arenas, es localizado Simón Radowitzky, extenuado y con las ropas heladas. Esposado es llevado al puerto chileno donde los alojan en un calabozo del buque de guerra “Centeno”.
La noticia de la captura de Radowitzky llena un poco de desazón al porteño medí, pero pronto lo olvida por otro tema: la carrera del siglo, Botafogo contra Grey Fox.
Veintitrés días después de su búsqueda de la libertad entra nuevamente Radowitzky en el penal de Ushuaia. Lo entra de noche para no provocar disturbios entre los penados. Pero éstos esperan despiertos al mesías de las rejas, a su místico de calabozo. Gritan y golpean las puertas de las celdas. ¡Viva Simón! ¡Mueran los perros sarnosos!
A los carceleros les han dado piedra libre esa noche con Radowitzky. Por culpa de su fuga han recibido un severo llamado de atención. Y no es cuestión de que quede impune por culpa del ruso Radowitzky. Pero tal es la amenazadora actitud de los penados que “Rasputín, el bueno” se salva esa noche de la inevitable paliza. Pero la venganza será mucho más refinada. Durante más de dos años, hasta el 7 de enero de 1921, lo tendrán aislado en la celda, sin ver la luz del sol, y sólo a media ración.
En 1963 el autor de esa nota tuvo largas conversaciones con un guardicárceles de origen español que había servido durante años en el penal de Ushuaia y que le relató diversos aspectos de la vida que hacía Radowitzky allá. Sin proponérselo, el anarquista era un hombre muy peligroso: a él recurrían todos los presos cuando eran castigados a tenían algún problema. Se arreglaban para verlo en el taller o le trasmitían sus cuitas por intermedio de otro penado. Radowitzky siempre escuchaba a todos y era una especie de delegado de los hombres de trajes de rayas. En la primera oportunidad exponía el problema ante el director o ante algún visitante del gobierno. Lo hacía en forma clara y convincente y siempre traía algún problema para las autoridades o los carceleros. Cuando no lograba su propósito organizaba la resistencia por medio de hambre, de brazos caídos o de coros de protesta. Por supuesto venían las represalias y él siempre era la víctima. Aguantaba cualquier castigo y nunca le lograron quebrar el ánimo ni tampoco pidió perdón o misericordia. Era un personaje extraño, dostoievskiano, siempre rodeado de un halo místico y una inconmensurable predisposición para el dolor. Una mezcla de campesino ruso y rabino de ghetto. Eso sí, siempre de buen humor dispuesto a responder cordialmente a cualquier pregunta.
Por muchos años, la vida de Radowitzky entrará en el silencio. Ya nadie habla de él como si la fuga hubiera sido su capítulo final. Sólo en los círculos anarquistas el mito de su figura iba creciendo año tras año.
Mientras tanto, en el penal nadie traiciona a Radowitzky. Los prisioneros no delatan su huida. Recién a las 9:22 de la mañana, el guardiacárcel Manuel Geners Soria se presenta al director del penal para denunciar la desaparición del anarquista preso. En una parte posterior, el comisario nacional de Tierra de Fuego señala que se inició la persecución sirviéndose de los “valiosos datos proporcionados por el empleado Miguel Rocha” y una partida se embarca en una lancha a vapor facilitada generosamente por el señor Luís Fiuchui”.
Pero el cúter es más veloz y se aleja cada vez más de sus perseguidores. Deja el canal de Beagle, toma por el canal ballenero y luego el de Cockburn y entra en el estrecho de Magallanes. Así amanece el cuarto día de navegación. Hasta que de pronto divisan en el horizonte el humo de una embarcación que se aproxima. Radowitzky intuye el peligro y pide que el cúter se acerque lo más posible a la costa de la península de Brunswick, tierra chilena. Así se hace hasta unos doscientos metros. Radowitzky se arroja entonces al agua helada y nada hacía la costa, en donde desaparece. El humo negro, que se aproxima era el de la escampavía de guerra chilena “Yáñez”, nave que ha ido para apresar a Radowitzky ante el llamado telegráfico de las autoridades argentinas de Tierra del Fuego.
Los tripulantes del cúter declaran no haber visto al fugado, pero los chilenos conducen presos a todos hasta Punta Arenas donde luego de un severo interrogatorio uno de los tripulantes, el maquinista, declara la verdad y señala el lugar donde alcanzó tierra el buscado.
Mientras la “Yáñez” ha estado al costado del cúter, Radowitzky quedó pegado a la tierra para no ser divisado. Tanta es la tensión que ni siquiera el frío le hace mover una pestaña. Una vez alejada las embarcaciones, Radowitzky, con todas sus ropas mojadas, comenzará a caminar en dirección a Punta Arenas, donde espera que encontrará refugio. Ignora que las autoridades chilenas ya saben la verdad. De Punta Arenas sale mientras tato una partida de fuerza de policía de la marina chilena: siete horas después, en el paraje conocido como Aguas Frías, apenas a 12 kilómetros de Punta Arenas, es localizado Simón Radowitzky, extenuado y con las ropas heladas. Esposado es llevado al puerto chileno donde los alojan en un calabozo del buque de guerra “Centeno”.
La noticia de la captura de Radowitzky llena un poco de desazón al porteño medí, pero pronto lo olvida por otro tema: la carrera del siglo, Botafogo contra Grey Fox.
Veintitrés días después de su búsqueda de la libertad entra nuevamente Radowitzky en el penal de Ushuaia. Lo entra de noche para no provocar disturbios entre los penados. Pero éstos esperan despiertos al mesías de las rejas, a su místico de calabozo. Gritan y golpean las puertas de las celdas. ¡Viva Simón! ¡Mueran los perros sarnosos!
A los carceleros les han dado piedra libre esa noche con Radowitzky. Por culpa de su fuga han recibido un severo llamado de atención. Y no es cuestión de que quede impune por culpa del ruso Radowitzky. Pero tal es la amenazadora actitud de los penados que “Rasputín, el bueno” se salva esa noche de la inevitable paliza. Pero la venganza será mucho más refinada. Durante más de dos años, hasta el 7 de enero de 1921, lo tendrán aislado en la celda, sin ver la luz del sol, y sólo a media ración.
En 1963 el autor de esa nota tuvo largas conversaciones con un guardicárceles de origen español que había servido durante años en el penal de Ushuaia y que le relató diversos aspectos de la vida que hacía Radowitzky allá. Sin proponérselo, el anarquista era un hombre muy peligroso: a él recurrían todos los presos cuando eran castigados a tenían algún problema. Se arreglaban para verlo en el taller o le trasmitían sus cuitas por intermedio de otro penado. Radowitzky siempre escuchaba a todos y era una especie de delegado de los hombres de trajes de rayas. En la primera oportunidad exponía el problema ante el director o ante algún visitante del gobierno. Lo hacía en forma clara y convincente y siempre traía algún problema para las autoridades o los carceleros. Cuando no lograba su propósito organizaba la resistencia por medio de hambre, de brazos caídos o de coros de protesta. Por supuesto venían las represalias y él siempre era la víctima. Aguantaba cualquier castigo y nunca le lograron quebrar el ánimo ni tampoco pidió perdón o misericordia. Era un personaje extraño, dostoievskiano, siempre rodeado de un halo místico y una inconmensurable predisposición para el dolor. Una mezcla de campesino ruso y rabino de ghetto. Eso sí, siempre de buen humor dispuesto a responder cordialmente a cualquier pregunta.
Por muchos años, la vida de Radowitzky entrará en el silencio. Ya nadie habla de él como si la fuga hubiera sido su capítulo final. Sólo en los círculos anarquistas el mito de su figura iba creciendo año tras año.
En 1925 -7 años después de la fracasada huída- un periodista del diario “La Razón” logra entrevistar a Radowitzky en Ushuaia. Es interesante la descripción que hace el cronista: “Simón Radowitzky es un sujeto de mediana estatura, delgado, frente despejada y alto calvo, quijada prominente, cejijunto y ojos pequeños, vivos. El rostro es pálido y en los pómulos se le observan algunos vetas rojas. Tiene 34 años y hace 16 que está en el presidio, en el que trabajo de todo. Su celda es modelo de limpieza y en ella se ven algunos retratos de familia. Cuando lo vemos se encuentra algo afiebrado y tiene envuelta en el cuello una bufanda de color azul. Es voluntarioso para hablar, casi diríamos locuaz, pero a ratos, por falta de hábito de mantener conversaciones largas, repite lo que ya ha dicho. Es sencillo en sus expresiones y de tanto en tanto de le escapa una palabra en el argot criollo pero lo corrige en seguida y reclama disculpas. Sabe que como ácrata continúa gozando de popularidad y que sus compañeros de ideas han tejido sobre él una corona de mártir, pero dice que tales manifestaciones le molestan y que no mató a Falcón para hacerse célebre sino a impulsos de sus convicciones. En víveres y medicamentos, especialmente tónicos, recibe socorros del grupo de Afinidad”.
Pasan los años y el mito sigue creciendo. Radowitzky, para los anarquistas, es un santo en el poder de los herejes. Y esa figura se va adentrando también en toda la clase trabajadora y, en general, en el público porteño. Por eso, todos los petitorios, todos los actos que se hacen por su libertad cuentan con gran apoyo y simpatía. En 1928, 29 y 30 su nombre podía leerse en las paredes de la ciudad: “Libertad a Radowitzky”, y “La Razón” sostiene que su nombre “era como el broche de vigor con que cerraban las protestas en los conflictos del capital y del trabajo y en los pliegos de condiciones”. Cuando asume Hipólito Yrigoyen su segunda presidencia las diversas organizaciones de trabajadores presionan para el indulto. Es entonces cuando se origina una discusión en la prensa y en los círculos políticos y jurídicos acerca del delito de Radowitzky y su interpretación. Porque era evidentemente: Radowitzky no había matado para robar, pero había matado.
Creemos que el que mejor ha interpretado este hecho ha sido Ramón Doll, en un folleto publicado en 1928. Doll -brillante periodista, hombre de lucha infatigable quien, pese a las distintas corrientes en que actuó, mantuvo una unidad de pensamiento, y a quien todavía no se ha hecho justicia en lo que atañe a su real valer- califica el delito de Radowitzky con las precisas palabras de “crimen repugnante y estúpido”, pero añade: “no es un crimen pasional o de un mercenario; es un crimen social, nace o, mejor dicho, aborta como cuerpo amorfo o monstruoso engendrado en esa escisión honda que trasciende a todas las sociedades y que la hiende en la moderna guerra de clases. He aquí pues que los jueces de estos casos judiciales -que se presentan como ineludibles aberraciones de todo fenómeno social pero que aún así anuncian el despertar de las clases explotadas y el futuro vuelco de todo el contenido social en los moldes del nuevo estado y de nuevo derecho- suelen encarnarlos con doble severidad: primero por ser crímenes y después porque son cometidos por un individuo de la clase adversaria, a la que pertenece el reo. Es evidente que un juez pertenece siempre a la burguesía y que por lo tanto sus intereses, prejuicios, su comunidad misma lo llevarán a solidarizarse con su clase y no con los de la clase proletaria, del tal modo que a la intolerancia que debe tener para todo crimen doblase lo que puede tener para el criminal que además es un adversario”.
“El proletario -agrega Doll- tiene personería propia en el pleito económico y político, nadie se asusta de la lucha de clases sino tal vez los parásitos que bajo la ruda ley del trabajo se encuentran indefensos y atrofiados. Ya no hay machete ni nadie lo pide contra los socialistas, comunistas y anarquistas, y los estudiantes de derecho que en 1909 se presentaban babeantes de servilismo a pedir puestos honorarios de pesquisas en el Departamento, para incendiar bibliotecas, hoy en plena Facultad han manifestado repugnancia por la intromisión ‘académica de los militares en las aulas’”. Dice muy bien que “el crimen de Radowitzky no es ni más ni menos horrendo que los crímenes que a diario se cometen en las luchas electorales argentinas”. Y sin embargo nadie que intervino en esos crímenes recibió ni la cuarta parte de la pena impuesta a Radowitzky.
“Obsérvese -dice finalmente- la actitud de la burguesía frente a dos crímenes igualmente nauseabundos: un atentado anarquista y un asesinato nocturno. En el caso del asesinato por robo se comenta, se critica quizás apasionadamente pero siempre se termina dejándolo librado a la ‘serena majestad de la justicia’; en el atentado anarquista, la burguesía toma parte en su represión, se producen razzias policiales, se agitan las guardias blancas. Y parece que mientras el crimen común obra en la sugestión de los satisfechos como amable distracción que la facilita, el atentado anarquista produce asientos, perturba el trabajo gástrico y origina dificultades posteriores. Reconocido que entre uno y otro no hay, no puede haber ninguna diferencia, que los dos son igualmente brutales (que, como decía un diputado del Congreso Nacional al discutirse la antigua ley de defensa social, uno no debe perturbar más que el otro), el reconocimiento por parte del presidente de que ello sea realmente así dentro de la masa del pueblo aunque entre los banqueros, los obispos y los generales ocurra algo distinto, permitirá reconsiderar el caso Radowitzky”.
Finaliza el gran escritor nacionalista señalando que “si el presidente indultara hoy a Radowitzky no haría más que adelantarse a conceder por gracia lo que en rigor podría obtener Radowitzky por derecho en 1930 solicitando su libertad condicional”.
En enero de 1930 ocurre el naufragio del “Monte Cervantes” en los canales fueguinos. Los náufragos -en gran parte personas de los sectores influyentes de Buenos Aires- son alojados en Ushuaia y los presos demuestran un comportamiento ejemplar al compartir frazadas y comida con el inesperado contingente. El diario “Crítica” envía al Sur a uno de sus mejores cronistas, Eduardo Barbero Sarzabal, con el barco que traerá a los náufragos. El periodista aprovecha las pocas horas en que el buque estará en Ushuaia para dirigirse al penal y allí se las ingenia para conseguir una entrevista que dará lugar a un reportaje que resultará sensacional. Damos la experiencia de Barbero Sarzabal: “este enviado especial consiguió una orden escrita para hablar con los presos. El alcaide interior, señor Kammerath -que actúa hace 20 días-, ordena:
– Que venga a la alcaidía el penado 155.
A la izquierda del hall de entrada está el despacho del alcaide. La ventana deja pasar débilmente la luz. La máquina fotográfica escondida al entrar en los bolsillos es luego ocultada debajo de la gorra de viaje y puesta encima de un sillón. Solo con el alcaide estaba el representante de “Crítica”. Radowitzky demora en llegar. Hasta que el eco de unos pasos fuertes por un largo corredor de madera que muere en la puerta de la alcaidía anunciaban la llegada. La voz fuerte del carcelero anunció:
“– Aquí está el 155 ¿Puede pasar?
“– Sí.
Pasan los años y el mito sigue creciendo. Radowitzky, para los anarquistas, es un santo en el poder de los herejes. Y esa figura se va adentrando también en toda la clase trabajadora y, en general, en el público porteño. Por eso, todos los petitorios, todos los actos que se hacen por su libertad cuentan con gran apoyo y simpatía. En 1928, 29 y 30 su nombre podía leerse en las paredes de la ciudad: “Libertad a Radowitzky”, y “La Razón” sostiene que su nombre “era como el broche de vigor con que cerraban las protestas en los conflictos del capital y del trabajo y en los pliegos de condiciones”. Cuando asume Hipólito Yrigoyen su segunda presidencia las diversas organizaciones de trabajadores presionan para el indulto. Es entonces cuando se origina una discusión en la prensa y en los círculos políticos y jurídicos acerca del delito de Radowitzky y su interpretación. Porque era evidentemente: Radowitzky no había matado para robar, pero había matado.
Creemos que el que mejor ha interpretado este hecho ha sido Ramón Doll, en un folleto publicado en 1928. Doll -brillante periodista, hombre de lucha infatigable quien, pese a las distintas corrientes en que actuó, mantuvo una unidad de pensamiento, y a quien todavía no se ha hecho justicia en lo que atañe a su real valer- califica el delito de Radowitzky con las precisas palabras de “crimen repugnante y estúpido”, pero añade: “no es un crimen pasional o de un mercenario; es un crimen social, nace o, mejor dicho, aborta como cuerpo amorfo o monstruoso engendrado en esa escisión honda que trasciende a todas las sociedades y que la hiende en la moderna guerra de clases. He aquí pues que los jueces de estos casos judiciales -que se presentan como ineludibles aberraciones de todo fenómeno social pero que aún así anuncian el despertar de las clases explotadas y el futuro vuelco de todo el contenido social en los moldes del nuevo estado y de nuevo derecho- suelen encarnarlos con doble severidad: primero por ser crímenes y después porque son cometidos por un individuo de la clase adversaria, a la que pertenece el reo. Es evidente que un juez pertenece siempre a la burguesía y que por lo tanto sus intereses, prejuicios, su comunidad misma lo llevarán a solidarizarse con su clase y no con los de la clase proletaria, del tal modo que a la intolerancia que debe tener para todo crimen doblase lo que puede tener para el criminal que además es un adversario”.
“El proletario -agrega Doll- tiene personería propia en el pleito económico y político, nadie se asusta de la lucha de clases sino tal vez los parásitos que bajo la ruda ley del trabajo se encuentran indefensos y atrofiados. Ya no hay machete ni nadie lo pide contra los socialistas, comunistas y anarquistas, y los estudiantes de derecho que en 1909 se presentaban babeantes de servilismo a pedir puestos honorarios de pesquisas en el Departamento, para incendiar bibliotecas, hoy en plena Facultad han manifestado repugnancia por la intromisión ‘académica de los militares en las aulas’”. Dice muy bien que “el crimen de Radowitzky no es ni más ni menos horrendo que los crímenes que a diario se cometen en las luchas electorales argentinas”. Y sin embargo nadie que intervino en esos crímenes recibió ni la cuarta parte de la pena impuesta a Radowitzky.
“Obsérvese -dice finalmente- la actitud de la burguesía frente a dos crímenes igualmente nauseabundos: un atentado anarquista y un asesinato nocturno. En el caso del asesinato por robo se comenta, se critica quizás apasionadamente pero siempre se termina dejándolo librado a la ‘serena majestad de la justicia’; en el atentado anarquista, la burguesía toma parte en su represión, se producen razzias policiales, se agitan las guardias blancas. Y parece que mientras el crimen común obra en la sugestión de los satisfechos como amable distracción que la facilita, el atentado anarquista produce asientos, perturba el trabajo gástrico y origina dificultades posteriores. Reconocido que entre uno y otro no hay, no puede haber ninguna diferencia, que los dos son igualmente brutales (que, como decía un diputado del Congreso Nacional al discutirse la antigua ley de defensa social, uno no debe perturbar más que el otro), el reconocimiento por parte del presidente de que ello sea realmente así dentro de la masa del pueblo aunque entre los banqueros, los obispos y los generales ocurra algo distinto, permitirá reconsiderar el caso Radowitzky”.
Finaliza el gran escritor nacionalista señalando que “si el presidente indultara hoy a Radowitzky no haría más que adelantarse a conceder por gracia lo que en rigor podría obtener Radowitzky por derecho en 1930 solicitando su libertad condicional”.
En enero de 1930 ocurre el naufragio del “Monte Cervantes” en los canales fueguinos. Los náufragos -en gran parte personas de los sectores influyentes de Buenos Aires- son alojados en Ushuaia y los presos demuestran un comportamiento ejemplar al compartir frazadas y comida con el inesperado contingente. El diario “Crítica” envía al Sur a uno de sus mejores cronistas, Eduardo Barbero Sarzabal, con el barco que traerá a los náufragos. El periodista aprovecha las pocas horas en que el buque estará en Ushuaia para dirigirse al penal y allí se las ingenia para conseguir una entrevista que dará lugar a un reportaje que resultará sensacional. Damos la experiencia de Barbero Sarzabal: “este enviado especial consiguió una orden escrita para hablar con los presos. El alcaide interior, señor Kammerath -que actúa hace 20 días-, ordena:
– Que venga a la alcaidía el penado 155.
A la izquierda del hall de entrada está el despacho del alcaide. La ventana deja pasar débilmente la luz. La máquina fotográfica escondida al entrar en los bolsillos es luego ocultada debajo de la gorra de viaje y puesta encima de un sillón. Solo con el alcaide estaba el representante de “Crítica”. Radowitzky demora en llegar. Hasta que el eco de unos pasos fuertes por un largo corredor de madera que muere en la puerta de la alcaidía anunciaban la llegada. La voz fuerte del carcelero anunció:
“– Aquí está el 155 ¿Puede pasar?
“– Sí.
Placa de homenaje a Ramón Falcón
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“Radowitzky, sorprendido, franqueó la puerta, llevando el casquete entre las manos. Y avanzó resuelto, vestido con su traje color cebra, azul y amarillo, con grandes números en el saco y pantalón. El 155. Es de estatura mediana. De gesto enérgico. La cabeza erguida, la cara de rasgos firmes en la que se destacan sus gruesas cejas. El pelo corto, tirando a negro, descubre algunas canas. La frente amplia fuertemente, con grandes entradas. Y al expresársele que es un redactor de Crítica quien desea hablar con el, extiende la mano que aprieta fuertemente. Sonríe más bien escéptico. En breves palabras le dimos la sensación de que era un redactor verdadero de ‘Crítica’ quien hablaba con él”.
Hace pocos días, Barbero Sarzabal nos contaba que la palabra mágica para despertar la confianza de Radowitzky fue “le traigo saludos de Apolinario”. Aquel Apolinario Barrera -intendente de “Crítica”- protagonista de su huida en 1918.
Continuemos con el reportaje: “Las palabras de Radowitzky sonaban dentro de la alcaldía como un martillo. Radowitzky impresiona por la sensación de dinamismo hombruno. Cuando habla parece que mascara las palabras. Y ellas salen, breves, concisas, como de un percutor. Sus mandíbulas parecen que fueran de hierro. Es que hay en él, desde cualquier punto de vista que se juzgue su personalidad, un recio espíritu desbordante. Tiene individualidad propia. Dice a ‘Crítica’:
”– Me es muy grato poder hablar por su intermedio a los camaradas que se interesan por mí. Yo me hallo relativamente bien. Tengo aún un poco de anemia a pesar que desde un año no me infligen penas. Es que durante los meses de noviembre y diciembre hicimos 20 días de huelga de hambre como protesta por la actuación inhumana de un inspector llamado Juan José Sampedro, quien castigó a causa de un altercado sin importancia a un penado a quien lastimó”.
(Es el mismo Sampedro que propinó la paliza a Radowitzky a principios de 1918.)
“La protesta manifestada con la huelga de hambre -continúa el penado- dio resultados. Sampedro está suspendido”.
”El alcaide que escucha la entrevista, asiente. Y agrega Radowitzky:
“– No deseo los choques entre obreros, En estos episodios siempre hay un provocador policial que actúa de instrumento. Yo viví intensamente aunque era muy joven, el dolor de la jornada trágica, de la matanza de aquel 1º de mayo que puso tristeza eterna en muchos hogares proletarios. Quise hacer justicia.
”A Radowitzky parece torturarle el recuerdo de los sacrificios que por él realizan desde hace cuatro años sus compañeros. Y luego de breve silencio, agrega:
“– Sí, diga Ud. a los camaradas trabajadores que no se sacrifiquen por mí. Puede expresar también que me hallo bien… que se preocupen por otros compañeros que sin estar en la cárcel o en ellas, merecen también ayuda, quizá más que yo.
“Esta evocación la hace Radowitzky dulcemente, pugnando por hacer áspera la característica recia de su voz y continúa:
”– Hace poco recibí 500 pesos.
“– Es exacto -subraya el alcaide
“–Lo he empleado entre los enfermos del penal. Uno estaba mal del hígado y requería especiales cuidados. El otro, pobrecito, llamado Andrés Baby, está loco. Los cuidados que les hemos propiciado con esta ayuda financiera determinaron la mejoría del primero. Ahora a Baby lo llevarán al hospicio.
“–La biblioteca nuestra es pésima. Hacen falta más libros. Los pocos que tenemos los conocemos de memoria de tanto releerlos.
“– En Buenos Aires tengo un primo llamado Moisés. Los demás miembros de la familia están en Norteamérica. Me refiero a los que están unidos a mí por lazos de consaguinidad porque a los compañeros trabajadores que sufren la injusticia de la sociedad actual, los considero también muy míos. Yo integro, pese al encierro, la familia proletaria. Mi ideal de redención está siempre latente”.
El enviado de “Crítica” logrará un mensaje por escrito de Radowitzky: “Compañeros trabajadores: aprovecho la gentileza del representante de “Crítica” para enviarles un fraternal saludo desde este lejano lugar donde la fatalidad se ensaña con las víctimas de la sociedad actual”. Luego la firma: la letra despareja, rasgos duros, una escritura torpe. Pero lo sorprendente es el contenido: a pesar de los veinte años de prisión no se le han borrado los conceptos fundamentales de su ideología.
El reportaje, dado a toda página tiene amplia repercusión. Ya nadie duda de que Radowitzky tendrá que ser indultado. Los anarquistas no se ahorran medios: a través de las organizaciones hermanas de Estados Unidos logran localizar a los padres de Radowitzky y éstos escriben al presidente Yrigoyen: “Antes de morir -dicen los ancianos- queremos ver a nuestro hijo en libertad”.
Las radicales que rodean a Yrigoyen aconsejan que lo indulte dos o tres días antes de las elecciones del 2 de febrero de 1930, de diputados por la capital. Si lo hace es seguro que la mayor parte de los obreros votarán a los radicales. Yrigoyen escucha en silencio. Por otro lado sabe que hay mucha inquietud en el ejército y en la policía por el asunto del indulto. Los días pasan y el presidente no toma ninguna determinación. Llega el dos de febrero y caen derrotados los radicales por los socialistas independientes. Los radicales se desesperan: otra vez el viejo ha dejado pasar una oportunidad.
Pero el “peludo” sabe lo que hace. El tiene buena memoria y se acuerda que en 1916 antes de su primera elección a presidente de la República prometió a una delegación de anarquistas que indultaría a Radowitzky. Y él cumple las promesas. Claro… es un poco lento, han pasado ya 14 años. Ha elegido la oportunidad: nadie le podrá decir nada. Pero ahora comienzan los mismos correligionarios a decirle: “Doctor, ahora convendría indultar a Radowitzky… hay mucha inquietud entre los militares”.
El domingo 13 de abril de 1930, por la mañana, se lleva a cabo en el cine Moderno -Boedo 932- un gran acto “Por la liberación de Simón Radowitzky” organizado por la Federación Obrera Regional Argentina y la Federación Obrera Local Bonaerense. Hablan J Menéndez, H Correale, J García, B Aladino y G Fochile. Los discursos están plagados de palabras difíciles de un léxico muy particular: “Para sentenciar a Simón fue necesario dejar de lado las conquistas de la ciencia positiva en materia de responsabilidad criminal, los jueces tuvieron que olvidar el determinismo”. Pero el público mantiene una atención emocionante y un silencio más religioso.
Ese día es domingo de Ramos, comienza Semana Santa. Los días donde se habla del sacrificio del Señor y del perdón de los pecados humanos. Perdonar a los que yerran, amar a tu prójimo como a ti mismo son los fundamentos del cristianismo. Es la oportunidad que aprovechará don Hipólito. Les va a tocar en la fibra íntima a los que no quieren el perdón para el matador de Falcón. El lunes 14, imperceptiblemente llama a su secretario y le dice: “M’hijo, tráigame el borrador de ese decreto sobre los indultos”.
Y las sextas ediciones de los diarios de ese día traen la gran noticia: “FUE INDULTADO SIMÓN RADOWITZKY”. Los diarios se agotan. Es el tema de la avenida de Mayo, de los cafés, de los patios de los conventillos. En los locales anarquistas hay clima de triunfo, los viejos dirigentes -esos que tienen pantalones emparchados pero que saben citar a Anatole France- se abrazan y pierden algunas lágrimas. Tal vez la más grande alegría que hayan tenido los anarquistas argentinos.
Hace pocos días, Barbero Sarzabal nos contaba que la palabra mágica para despertar la confianza de Radowitzky fue “le traigo saludos de Apolinario”. Aquel Apolinario Barrera -intendente de “Crítica”- protagonista de su huida en 1918.
Continuemos con el reportaje: “Las palabras de Radowitzky sonaban dentro de la alcaldía como un martillo. Radowitzky impresiona por la sensación de dinamismo hombruno. Cuando habla parece que mascara las palabras. Y ellas salen, breves, concisas, como de un percutor. Sus mandíbulas parecen que fueran de hierro. Es que hay en él, desde cualquier punto de vista que se juzgue su personalidad, un recio espíritu desbordante. Tiene individualidad propia. Dice a ‘Crítica’:
”– Me es muy grato poder hablar por su intermedio a los camaradas que se interesan por mí. Yo me hallo relativamente bien. Tengo aún un poco de anemia a pesar que desde un año no me infligen penas. Es que durante los meses de noviembre y diciembre hicimos 20 días de huelga de hambre como protesta por la actuación inhumana de un inspector llamado Juan José Sampedro, quien castigó a causa de un altercado sin importancia a un penado a quien lastimó”.
(Es el mismo Sampedro que propinó la paliza a Radowitzky a principios de 1918.)
“La protesta manifestada con la huelga de hambre -continúa el penado- dio resultados. Sampedro está suspendido”.
”El alcaide que escucha la entrevista, asiente. Y agrega Radowitzky:
“– No deseo los choques entre obreros, En estos episodios siempre hay un provocador policial que actúa de instrumento. Yo viví intensamente aunque era muy joven, el dolor de la jornada trágica, de la matanza de aquel 1º de mayo que puso tristeza eterna en muchos hogares proletarios. Quise hacer justicia.
”A Radowitzky parece torturarle el recuerdo de los sacrificios que por él realizan desde hace cuatro años sus compañeros. Y luego de breve silencio, agrega:
“– Sí, diga Ud. a los camaradas trabajadores que no se sacrifiquen por mí. Puede expresar también que me hallo bien… que se preocupen por otros compañeros que sin estar en la cárcel o en ellas, merecen también ayuda, quizá más que yo.
“Esta evocación la hace Radowitzky dulcemente, pugnando por hacer áspera la característica recia de su voz y continúa:
”– Hace poco recibí 500 pesos.
“– Es exacto -subraya el alcaide
“–Lo he empleado entre los enfermos del penal. Uno estaba mal del hígado y requería especiales cuidados. El otro, pobrecito, llamado Andrés Baby, está loco. Los cuidados que les hemos propiciado con esta ayuda financiera determinaron la mejoría del primero. Ahora a Baby lo llevarán al hospicio.
“–La biblioteca nuestra es pésima. Hacen falta más libros. Los pocos que tenemos los conocemos de memoria de tanto releerlos.
“– En Buenos Aires tengo un primo llamado Moisés. Los demás miembros de la familia están en Norteamérica. Me refiero a los que están unidos a mí por lazos de consaguinidad porque a los compañeros trabajadores que sufren la injusticia de la sociedad actual, los considero también muy míos. Yo integro, pese al encierro, la familia proletaria. Mi ideal de redención está siempre latente”.
El enviado de “Crítica” logrará un mensaje por escrito de Radowitzky: “Compañeros trabajadores: aprovecho la gentileza del representante de “Crítica” para enviarles un fraternal saludo desde este lejano lugar donde la fatalidad se ensaña con las víctimas de la sociedad actual”. Luego la firma: la letra despareja, rasgos duros, una escritura torpe. Pero lo sorprendente es el contenido: a pesar de los veinte años de prisión no se le han borrado los conceptos fundamentales de su ideología.
El reportaje, dado a toda página tiene amplia repercusión. Ya nadie duda de que Radowitzky tendrá que ser indultado. Los anarquistas no se ahorran medios: a través de las organizaciones hermanas de Estados Unidos logran localizar a los padres de Radowitzky y éstos escriben al presidente Yrigoyen: “Antes de morir -dicen los ancianos- queremos ver a nuestro hijo en libertad”.
Las radicales que rodean a Yrigoyen aconsejan que lo indulte dos o tres días antes de las elecciones del 2 de febrero de 1930, de diputados por la capital. Si lo hace es seguro que la mayor parte de los obreros votarán a los radicales. Yrigoyen escucha en silencio. Por otro lado sabe que hay mucha inquietud en el ejército y en la policía por el asunto del indulto. Los días pasan y el presidente no toma ninguna determinación. Llega el dos de febrero y caen derrotados los radicales por los socialistas independientes. Los radicales se desesperan: otra vez el viejo ha dejado pasar una oportunidad.
Pero el “peludo” sabe lo que hace. El tiene buena memoria y se acuerda que en 1916 antes de su primera elección a presidente de la República prometió a una delegación de anarquistas que indultaría a Radowitzky. Y él cumple las promesas. Claro… es un poco lento, han pasado ya 14 años. Ha elegido la oportunidad: nadie le podrá decir nada. Pero ahora comienzan los mismos correligionarios a decirle: “Doctor, ahora convendría indultar a Radowitzky… hay mucha inquietud entre los militares”.
El domingo 13 de abril de 1930, por la mañana, se lleva a cabo en el cine Moderno -Boedo 932- un gran acto “Por la liberación de Simón Radowitzky” organizado por la Federación Obrera Regional Argentina y la Federación Obrera Local Bonaerense. Hablan J Menéndez, H Correale, J García, B Aladino y G Fochile. Los discursos están plagados de palabras difíciles de un léxico muy particular: “Para sentenciar a Simón fue necesario dejar de lado las conquistas de la ciencia positiva en materia de responsabilidad criminal, los jueces tuvieron que olvidar el determinismo”. Pero el público mantiene una atención emocionante y un silencio más religioso.
Ese día es domingo de Ramos, comienza Semana Santa. Los días donde se habla del sacrificio del Señor y del perdón de los pecados humanos. Perdonar a los que yerran, amar a tu prójimo como a ti mismo son los fundamentos del cristianismo. Es la oportunidad que aprovechará don Hipólito. Les va a tocar en la fibra íntima a los que no quieren el perdón para el matador de Falcón. El lunes 14, imperceptiblemente llama a su secretario y le dice: “M’hijo, tráigame el borrador de ese decreto sobre los indultos”.
Y las sextas ediciones de los diarios de ese día traen la gran noticia: “FUE INDULTADO SIMÓN RADOWITZKY”. Los diarios se agotan. Es el tema de la avenida de Mayo, de los cafés, de los patios de los conventillos. En los locales anarquistas hay clima de triunfo, los viejos dirigentes -esos que tienen pantalones emparchados pero que saben citar a Anatole France- se abrazan y pierden algunas lágrimas. Tal vez la más grande alegría que hayan tenido los anarquistas argentinos.
Recreación gráfica periodística de la época sobre el atentado.
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Pero a pesar de que Hipólito Yrigoyen ha disimulado las cosas (ha tenido que indultar a 110 presos en el mismo decreto para que el nombre de Radowitzky aparezca perdido entre ellos), la reacción del ejército y de los cuadros superiores de la policía no tardan en sentirse. Y todo esto a pesar también de que Yrigoyen en una disposición muy oscura y enredada -muy particular de él- crea una nueva figura jurídica que evidentemente es anticonstitucional: indulta a Radowitzky pero al mismo tiempo lo destierra. Es decir, le abrirán las puertas de la prisión pero tendrá que salir de inmediato de suelo argentino. Por otra parte, ya se sabe la reacción de los círculos militares: el señor Radowitzky no va a pisar el puerto de Buenos Aires.
Contra la resolución de Yrigoyen se levantan tremendos editoriales de “La prensa”, el primero de los cuales se titula “El abuso de la facultad de indultar”. “El poder de perdonar las penas -sostiene- inherente a la soberanía, debe ser ejercitado en casos excepcionales y constituye un abuso cuando se aplica por razones de clemencia a favor de decenas y centenares de delincuentes. El último decreto presidencial además de incurrir en este abuso, contiene graves fallas legales. Al conmutar penas de reclusión y de prisión por la de destierro, el P E olvidó que esta última fue abolida por el congreso hace 9 años, lo que no debió pasar inadvertido para un ministro de Justicia que es doctor en Jurisprudencia y que fue miembro de la Corte Suprema de la Provincia de Buenos Aires”.
Y luego otro más incisivo titulado “Fallas legales del decreto de indultos”. “constituyen graves fallas del decreto del 14 de este mes la falta de fundamentos para cada caso relacionado con los informes de los tribunales, que deben ser previos, y la aplicación de la pena de destierro, suprimida por el código Penal en vigor que promulgó el propio presidente Yrigoyen el 29 de octubre de 1921. El decreto de indultos deberá ser reformado para que sea posible aplicarlo, en la parte observaba. En efecto, siendo imposible legalmente la conmutación ordenada y no habiendo sido indultados los ‘los desterrados’, la nulidad de la decisión del P E deja en pie y en toda su integridad las condenas judiciales respectivas”.
Pero a testarudo no le van a ganar Yrigoyen. Aguanta todos los ataques en silencio, sin responder, Anticonstitucionalmente o no, se comunica el indulto a Simón Radowitzky y las puertas del penal se abren después de haberlo encerrado 21 años como muerto en vida.
El 14 de mayo de 1930 llega a la rada del puerto de Buenos Aires el transporte nacional de la armada “Vicente Fidel López”. A su bordo está simón Radowitzky. El capitán espera órdenes de Buenos Aires. Están a la altura del kilómetro 40. Las luces de Buenos Aires se aprietan en el horizonte. Y de allí viene avanzando otra luz. Es el remolcador “Mediador”. A su bordo viajan el oficial Carlos Armendáriz y los marineros Alejandro Corbalán e Ireneo Ojeda, de la prefectura. Radowitzky he pedido ser desembarcado en Buenos Aires pero se da cuenta de que algo extraño ocurre. El oficial sube a bordo y habla con el capitán. Luego llaman a Radowitzky. Le dicen que tendrá que embarcarse en el “Mediador”. Radowitzky insiste: quiere ir a Buenos Aires a fin de visitar a sus amigos y compañeros. El oficial le dice que no podrá desembarcar en Buenos Aires y que tiene órdenes de llevarlo a Montevideo. Pero aquí hay otra jugada de mala fe contra el ex penado. No le han dado documentos. El director del penal de Ushuaia los pidió a la policía de la Capital. La policía contestó con una carta burocrática. Pero había la consigna de ignorarlo. Para la policía argentina el señor Radowitzky no existe: murió en 1909 porque debió ser fusilado.
Mientras Radowitzky viajaba desde Ushuaia al Río de la plata su nombre había originado un tremendo conflicto en la sociedad Uruguaya. La prensa ataca y defiende al anarquista, igual que la opinión pública. El diario “La Mañana” escribe que “los argentinos nos mandan de regalo al indeseable porque no saben qué hacer con él, y nosotros los uruguayos tenemos que prestarnos a resolver sus problemas”. Los sectores de derecha presionan al presidente Campisteguy para que haga uso de su facultad del artículo 79 de la Constitución y no acepte al viajero. Pero el Uruguay tiene toda una tradición. “La tierra más libre del mundo”, señala “El País” del 14 de mayo. “Sagrario del derecho de asilo”. Y el Dr. Campisteguy, espíritu liberal, cristiano y bondadoso, señala que Radowitzky podrá desembarcar en “tierra charrúa”.
Antes de dejar el “Vicente Fidel López” y embarcar en el remolcador “Mediador”, Radowitzky solicita se le conceda un minuta de tiempo para “lavarse las manos”, pues el aseo en el trasporte no podía mantenerse mucho tiempo por el humo que lo ennegrece todo.
El “Mediador” está en alerta y cuando a las 23:30 ve deslizarse como un collar de luces por medio del Río enfila hacia Buenos Aires. Es la “Ciudad de Buenos Aires”, vapor de la carrera a Montevideo. En el kilómetro 29 las dos embarcaciones se juntan y asciende Radowitzky al paquete junto con los tres hombres de la prefectura. Casi todo el pasaje se ha ido a dormir, pero quedan algunos hombres curiosos en la cubierta. Cuando sube Radowitzky le dan la mano y le hacen preguntas. El desterrado saluda a todos y contesta con cortesía hasta que el comisario de a bordo le comunica que tendrá que sacar el pasaje. Ante tal ridícula imposición, Radowitzky no protesta, al contrario saca de su bolsillo el dinero -proveniente del último envió de sus compañeros de Buenos Aires- y saca de tercera clase. Se disculpa ante quienes lo rodean y se dirige a la estación de radio donde envía dos telegramas: uno al capitán y tripulación del “Vicente Fidel López” agradeciéndoles el trato y otro a Montevideo, al anarquista Capurro, señalando la hora de llegada.
Los pasajeros que acaban de hablar con Radowitzky se miran un poco decepcionados: ¿Y éste es Radowitzky? Se lo han imaginado con lago demoníaco, tenebroso, un personaje de terrible mirada y gesto demoledor. Y la verdad es que sólo se trata de un hombre tosco, con manos y cara de albañil, que sonríe, pide disculpas y responde amablemente.
Pero los pasajeros no serán los únicos decepcionados…
El “Ciudad de Buenos Aires” atraca en Montevideo. Allí están: cerca de cien compañeros que han podido ser avisados de su llegada. Entre ellos hay gente de Buenos Aires: Berenguer, de “La Protesta”, Eusebio Borazo que estuvo también en Ushuaia, Cotelo y otros. Hay piquetes de agentes policiales a pie y acaballo.
Contra la resolución de Yrigoyen se levantan tremendos editoriales de “La prensa”, el primero de los cuales se titula “El abuso de la facultad de indultar”. “El poder de perdonar las penas -sostiene- inherente a la soberanía, debe ser ejercitado en casos excepcionales y constituye un abuso cuando se aplica por razones de clemencia a favor de decenas y centenares de delincuentes. El último decreto presidencial además de incurrir en este abuso, contiene graves fallas legales. Al conmutar penas de reclusión y de prisión por la de destierro, el P E olvidó que esta última fue abolida por el congreso hace 9 años, lo que no debió pasar inadvertido para un ministro de Justicia que es doctor en Jurisprudencia y que fue miembro de la Corte Suprema de la Provincia de Buenos Aires”.
Y luego otro más incisivo titulado “Fallas legales del decreto de indultos”. “constituyen graves fallas del decreto del 14 de este mes la falta de fundamentos para cada caso relacionado con los informes de los tribunales, que deben ser previos, y la aplicación de la pena de destierro, suprimida por el código Penal en vigor que promulgó el propio presidente Yrigoyen el 29 de octubre de 1921. El decreto de indultos deberá ser reformado para que sea posible aplicarlo, en la parte observaba. En efecto, siendo imposible legalmente la conmutación ordenada y no habiendo sido indultados los ‘los desterrados’, la nulidad de la decisión del P E deja en pie y en toda su integridad las condenas judiciales respectivas”.
Pero a testarudo no le van a ganar Yrigoyen. Aguanta todos los ataques en silencio, sin responder, Anticonstitucionalmente o no, se comunica el indulto a Simón Radowitzky y las puertas del penal se abren después de haberlo encerrado 21 años como muerto en vida.
El 14 de mayo de 1930 llega a la rada del puerto de Buenos Aires el transporte nacional de la armada “Vicente Fidel López”. A su bordo está simón Radowitzky. El capitán espera órdenes de Buenos Aires. Están a la altura del kilómetro 40. Las luces de Buenos Aires se aprietan en el horizonte. Y de allí viene avanzando otra luz. Es el remolcador “Mediador”. A su bordo viajan el oficial Carlos Armendáriz y los marineros Alejandro Corbalán e Ireneo Ojeda, de la prefectura. Radowitzky he pedido ser desembarcado en Buenos Aires pero se da cuenta de que algo extraño ocurre. El oficial sube a bordo y habla con el capitán. Luego llaman a Radowitzky. Le dicen que tendrá que embarcarse en el “Mediador”. Radowitzky insiste: quiere ir a Buenos Aires a fin de visitar a sus amigos y compañeros. El oficial le dice que no podrá desembarcar en Buenos Aires y que tiene órdenes de llevarlo a Montevideo. Pero aquí hay otra jugada de mala fe contra el ex penado. No le han dado documentos. El director del penal de Ushuaia los pidió a la policía de la Capital. La policía contestó con una carta burocrática. Pero había la consigna de ignorarlo. Para la policía argentina el señor Radowitzky no existe: murió en 1909 porque debió ser fusilado.
Mientras Radowitzky viajaba desde Ushuaia al Río de la plata su nombre había originado un tremendo conflicto en la sociedad Uruguaya. La prensa ataca y defiende al anarquista, igual que la opinión pública. El diario “La Mañana” escribe que “los argentinos nos mandan de regalo al indeseable porque no saben qué hacer con él, y nosotros los uruguayos tenemos que prestarnos a resolver sus problemas”. Los sectores de derecha presionan al presidente Campisteguy para que haga uso de su facultad del artículo 79 de la Constitución y no acepte al viajero. Pero el Uruguay tiene toda una tradición. “La tierra más libre del mundo”, señala “El País” del 14 de mayo. “Sagrario del derecho de asilo”. Y el Dr. Campisteguy, espíritu liberal, cristiano y bondadoso, señala que Radowitzky podrá desembarcar en “tierra charrúa”.
Antes de dejar el “Vicente Fidel López” y embarcar en el remolcador “Mediador”, Radowitzky solicita se le conceda un minuta de tiempo para “lavarse las manos”, pues el aseo en el trasporte no podía mantenerse mucho tiempo por el humo que lo ennegrece todo.
El “Mediador” está en alerta y cuando a las 23:30 ve deslizarse como un collar de luces por medio del Río enfila hacia Buenos Aires. Es la “Ciudad de Buenos Aires”, vapor de la carrera a Montevideo. En el kilómetro 29 las dos embarcaciones se juntan y asciende Radowitzky al paquete junto con los tres hombres de la prefectura. Casi todo el pasaje se ha ido a dormir, pero quedan algunos hombres curiosos en la cubierta. Cuando sube Radowitzky le dan la mano y le hacen preguntas. El desterrado saluda a todos y contesta con cortesía hasta que el comisario de a bordo le comunica que tendrá que sacar el pasaje. Ante tal ridícula imposición, Radowitzky no protesta, al contrario saca de su bolsillo el dinero -proveniente del último envió de sus compañeros de Buenos Aires- y saca de tercera clase. Se disculpa ante quienes lo rodean y se dirige a la estación de radio donde envía dos telegramas: uno al capitán y tripulación del “Vicente Fidel López” agradeciéndoles el trato y otro a Montevideo, al anarquista Capurro, señalando la hora de llegada.
Los pasajeros que acaban de hablar con Radowitzky se miran un poco decepcionados: ¿Y éste es Radowitzky? Se lo han imaginado con lago demoníaco, tenebroso, un personaje de terrible mirada y gesto demoledor. Y la verdad es que sólo se trata de un hombre tosco, con manos y cara de albañil, que sonríe, pide disculpas y responde amablemente.
Pero los pasajeros no serán los únicos decepcionados…
El “Ciudad de Buenos Aires” atraca en Montevideo. Allí están: cerca de cien compañeros que han podido ser avisados de su llegada. Entre ellos hay gente de Buenos Aires: Berenguer, de “La Protesta”, Eusebio Borazo que estuvo también en Ushuaia, Cotelo y otros. Hay piquetes de agentes policiales a pie y acaballo.
Son las 7:15. Suben funcionarios de inmigración. Pueden bajar todos los personajes menos Simón Radowitzky. Hay una desagradable sorpresa para las autoridades uruguayas: el desterrado no tiene ningún documento para acreditar su identidad. Bajan. Comienzan los támites. Dirigentes anarquistas se trasladan en taxi a la casa de gobierno. A las 9 sube a bordo el jefe de la policía de investigaciones, Servando Montero. Minutos después llega el director de inmigración, Juan Rolando, quien firma el visto bueno para el desembarco del anarquista. Ahora sí: se asoma a la cubierta: es Simón Radowitzky, “el camarada más amado”, “la víctima de la burguesía”, el “vengador del honor de las clases humildes”. Viste un termo de gabardina claro, un echarpe enredado como víbora al cuello y sombrero orión. Todas prendas compradas a un turco en Ushuaia, con dinero enviado por la solidaridad ácrata. Saluda a sus compañeros moviendo el sombrero orión en gesto bastante torpe y discontinúo. “¡Viva el anarquismo!”. “¡Viva Simón!” gritan desde tierra. Los caballos del piquete comienzan a caracolear. Se animan los compañeros y los seis dirigentes máximos suben por la plancha. Nadie se lo impide. Están en el Uruguay. Allí todo es distinto. Todos abrazan largamente a “Simón”. Cuando quieren llevarlo a tierra se oponen amablemente los dos médicos de inmigración: hay que revisar al pasajero. Disposiciones son disposiciones y hay que cumplirlas. Nueva demora. El examen es a fondo, lo llevan a un camarote. Veinte minutos después el diagnóstico: “puede ser desembarcado, pero tiene el pulmón izquierdo muy afectado”.
Simón Radowitzky pisa tierra uruguaya. Él, ahí, con su sombrero orión, es rodeado por un mar de hombres con gorra, pañuelo al cuello y alpargatas. El cuadro es un poquito desigual. El hombre mito, el mártir, el vengador, estaba allí, de cuerpo entero. Sonreía, agradecía con gestos torpes. Luego, las primeras declaraciones periodísticas, el primer error: dice que quedará unos días en Uruguay y luego viajara a Rusia. ¿A Rusia? Los dirigentes anarquistas se miran. ¿Es que acaso no conoce la masacre de los marineros anarquistas de Kronstadt? ¿Ignora que los anarquistas son calificados de enemigos del Estado?
Es que Radowitzky sale de la cárcel con su intención ingenua de conversar con todos los dirigentes del proletariado y unirlos. No sabe que entre socialistas, comunistas, trotzkystas y anarquistas hay mucha sangre y mucho odio de por medio y que ya es algo que nadie podrá unir. Siguen las preguntas y a todo Radowitzky responde con diligencia. Hasta que, con sonrisas, pero con decisión es llevado por los altos jefes anarquistas hasta un taxi. Y de allí, a las casa de la calle Justicia 2058. El taxi parte. Radowitzky sigue saludando con la mano a los obreros que lo aplauden.
Ha comenzado a desinflarse el mito: comienza a volver a la vida del hombre, el obrero, el autodidacta limitado por 21 años de encierro. Ironías de la vida, ahora Radowitzky vive en la calle Justicia y allí van los periodistas a entrevistarlos. Pero claro, sus temas de conversación son muy limitados. Le brillan los ojos al relatar el día en que se conoció el indulto en Ushuaia. Hubo gran algarabía entre los presos; todavía se quedó siete días entre ellos -como quien permanece en su casa- a la espera del trasporte de la Marina. Al salir del penal y bajar los escalones de la pequeña escalinata lo esperaban más de cincuenta marineros de cuatro avisos de la Armada que estaban en Ushuaia. Lo felicitaron y armaron un poco de alboroto, tanto que el comisario creyó que se trataba de una sublevación cuando vio que se aproximaba Radowitzky a la comisaría rodeado de marinos. Radowitzky tiene a demás sensibles palabras sobre los niños de Ushuaia. ¡Claro, había estado 21 años sin ver rostros infantiles!
Pero en los diálogos con los periodistas y curiosos con el ex penado vuelve siempre al penal y repite: “La separación de mis compañeros de infortunio fue muy dolorosa”. No habla mucho sobre sus sufrimientos pero se le ensombrece el rostro cuando recuerda el período del administrador Juarr José Piccini. “Me hacia despertar cada media hora poniéndome la linterna en la cara. El invierno es horroroso. El edificio, hecho con cemento armado, es extremadamente frío. Solo teníamos dos frazadas como abrigo”.
Sobre su libertad tiene una frase escrita que saca del bolsillo y la lee: “Mi libertad la ha hecho el proletariado universal y el Dr. Yrigoyen al firmarla ha hecho un acto de justicia que el pueblo reclamo”.
Pasadas las primeras horas de curiosidad. Radowitzky sufrió un período de agobiamiento y nerviosidad. El tránsito y el bullicio lo asustan. Se siente indefenso ante la vida como un monje que después de veinte años de convento lo trasplantan al centro de una ciudad. Pero se fue adaptando y, en vez de aislarse, encontró poco a poco el ritmo de la nueva vida.
Terminados los agasajos a Radowitzky se le buscó un trabajo. No podía ser otro que el de mecánico. Trababa liviano porque sus pulmones no le permitían mucho esfuerzo. Así pasaron varios meses. Pero el cambio de clima desmejoró notablemente la salud del anarquista. Por eso, sus amigos resolvieron que hiciera trabajos aún más livianos. Esos trabajos “livianos” serán los que luego darán pábulo a la policía para sospechar e intervenir. Radowitzky hará varios viajes a Brasil. “Para descansar y distraerse”, dirán sus amigos anarquistas. Para llevar mensajes y coordinar acciones, dirá la policía.El periodista rioplatense Luís Sciutto (Diego Lucero) nos ha relatado que cuando él -bien muchacho todavía- estaba empleado en Italcable era de los primeros en subir a los barcos de ultramar que provenían de Buenos Aires. Eran los años 30 y 31 del gobierno de Uriburu, en los que se aplicaba la ley de residencia a todos los anarquistas extranjeros. En esos buques siempre venían varios expulsados. Los barcos quedaban pocas horas en Montevideo y había que aprovecharlas: los anarquistas sabían que Sciutto se prestaba a recibir la lista de anarquistas expulsados que le entregaban a bordo y llevarla hasta un café cercano donde esperaban impacientes dos o tres “compañeros” -entre ellos Radowitzky-, quienes apenas recibido el papel con los nombres corrían a la casa de gobierno donde se les extendía el correspondiente permiso de asilo. Así, muchos italianos y rusos en vez de ir a parar a Italia de Mussolini o a la Rusia de Stalin quedaban en la generosa tierra uruguaya. Radowitzky era uno de los asignados para hacer ese trabajo. Sciutto lo recuerda como un hombre de mediana estatura, algo chueco, morrudo, con principios de calvicie que le hacía ver más grande la frente y con el pelo de los costados “a lo Einstein”. Su aspecto era juvenil con cutis rosado, tal vez proveniente del clima austral que le tocó soportar durante tantos años.
Pero en Uruguay, se acaba el sistema democrático y viene la dictadura de Terra. Mal anuncio para todos los izquierdistas. Comienza el año de 1933. Todo ese año y gran parte de 1934. Radowitzky pasa casi inadvertido entre viajes a Brasil y pequeños trabajos partidarios. Hasta que un caluroso 7 de diciembre de ese año, una partida policial lo ubica en una pensión de la calle Rambla Wilson 1159. Allí lo identifican y con toda la cortesía le señalan que permanecerá detenido en su domicilio. Ponen un vigilante en la puerta de la pensión y se marchan. Radowitzky está maldito por suerte, evidentemente. Ha soportado tantos años de prisión para que nuevamente vuelve a repetirse lo de antes: perseguido por las autoridades.
Tres días después de la Navidad que él nunca celebrará por ser cosa de burgueses, es visitado por el ceremonioso jefe de investigaciones de la policía uruguaya, señor Casas, quien le señala que lamenta profundamente pero que deberá abandonar el país con toda urgencia pues se le acaba de aplicar la “ley de extranjeros indeseables”. Radowitzky acepta la intimación y contesta que abandonará el país lo más pronto posible.
Pero sus amigos presentan su caso ante el doctor Emilio Frugoni, tal vez el más brillante jurisconsulto que ha tenido el Uruguay. Y Frugoni acepta defender al perseguido. Le aconseja no abandonar el Uruguay porque su caso servirá de precedente para muchos otros que sufren persecución policial.
Advertido de esto, el jefe de la policía ordena la inmediata detención de Radowitzky. Con muchos otros dirigentes izquierditas. Radowitzky es detenido y confinado a la isla de Flores, frente a Carrasco. Allí las condiciones son pésimas. Debe dormir en un a especie de sótano o cueva que antes era refugio de ovejas. Protesta el abogado Frugoni exigiendo que se lo devuelva a la jurisdicción judicial correspondiente. Pero lo único que logra es que el detenido se le permita dormir en un excusado en vez de la cueva. Pasan varis semanas y disminuye la tensión política en el Uruguay. Uno a uno, los presos de Isla Flores fueron recuperando la libertad. A cada despedida se oían gritos de júbilo, canciones y la renaciente esperanza de la libertad para los que quedaban. Pero esa esperanza se hacía casa vez más lejana para Radowitzky. Él y otros cuatro dirigentes continuaron en el encierro.
Prosiguió incasable Frugoni con su alegato. El 21 de marzo de 1936 llegó la ansiada libertad de Radowitzky. El hombre maldito por la suerte prepara sus tres o cuatro cositas de preso y parte para Montevideo. Allí, con toda cortesía -esa cortesía que él conoce muy bien y por eso prefiere los palos antes que el trato meloso-, se le comunica que deberá permanecer preso en su domicilio. Pero lo cierto es que ya no tiene domicilio, porque siempre vivió en pensiones. Entonces la policía es terminante: deberá permanece en la cárcel “hasta nueva orden”. La “nueva orden” tarda en llegar. Seis meses después, las puertas de la cárcel se abren. Por últimas vez. Luego, hasta su muerte, Radowitzky gozará de libertad aunque su vida sólo encontrará descanso en sus últimos años.
Es interesante la sentencia de libertad definitivamente que produce el juez Pitamiglio Buquet, ya que pinta de cuerpo entero la idiosincrasia de Radowitzky, por lo menos durante los años que vivió en Uruguay.Así dice la sentencia: “Montevideo, junio 25 de 1936. Visitas: de conformidad escrita a la probanzas aportadas por el defensor y a los datos que obran en el prontuario reinvestigaciones cabe sentar sin hesitaciones que Simón Radowitzky no es un indeseable: desde que se radicó en el país de las autoridades policiales sólo han tenido que ver con él por simples sospechas muy explicables en virtud de sus antecedentes de ácrata exaltadísimos, y a pesar de que pronunciará acá conferencias públicas de tendencia anarquista, su conducta ha sido siempre correcta y la de un hombre honesto a carta cabal que buscó sus vinculaciones entre personas intachables, muchas de ellas ajenas a su credo filosófico”.
Con eso termina una etapa de Radowitzky, la de las cárceles. Ahora comenzará su largo deambular con sus compañeros de ideas, cada vez más raleados, cada vez con el sentimiento de que luchaban por algo demasiado ideal y ya, por eso mismo, un poco caduco. Por eso fueron a su holocausto, a quemarse en la sangrienta lucha de España.
El desafío de Francisco Franco el 18 de julio de 1936 a la República Española es tomado por los anarquistas de todo el mundo como una cuestión de honor, de vida o muerte. Y todos hicieron la larga marcha: Madrid será el lugar de la cita. Y entre ese grupo de hombres venido de Argentina, Brasil y Uruguay que como único bagaje traen la decisión y coraje está Simón Radowitzky. Vienen a dar la vida, a enfrentar esta vez cara a cara a sus enemigos. El ex penado de Ushuaia, prestará valioso trabajo en los servicios de ayuda a las tropas anarquistas en los diferentes frentes. Estaba casi siempre en Madrid, adscrito al comando anarcosindicalista. Radowitzky cree que la guerra civil española ha convertido en realidad su viejo sueño de ver juntos a todos los hombres de izquierda. Hasta que en 1939 es testigo de una lacerante verdad: en Madrid, en Valencia y en Barcelona comienzan los fusilamientos de anarquistas. Pero no son los rebeldes de Franco. Son los propios comunistas que “para evitar indisciplinas” y forzar el comando único en sus manos eliminan sin piedad a todo aquel que tenga olor a anarquista. Centenares de muchachos y hombres curtidos en todas las luchas son obligados a cavar su propia tumba y luego son fusilados por sus propios aliados. Así, sin juicio previo. Esos no dan ninguna oportunidad, Radowitzky más de una vez debe haber pensado que la burguesía por lo menos le dio la oportunidad de un juicio, la presentación de una partida de nacimiento, y que un presidente calificado de caduco, débil, irresoluto, le dio el indulto contra todos y a pesar de todos.
Al terminar la guerra son muy pocos los anarquistas que quedan. Apenas un grupito logra pasar los Pirineos, llegar a Francia y embarcarse luego a Méjico. Simón Radowitzky seguirá incansable a su estrella, a su idea. Pero eso idea ya sólo le da para vivir de recuerdos y para editar revistas de pequeña circulación. En Méjico tendrá lugar para hacer periódicos viajes a Estados unidos y visitar a sus parientes y a la vez intercambiar impresiones con organizaciones anarquistas de ese país. En Méjico, el poeta uruguayo Ángel Faco lo empleará en el consulado donde era titular. Radowitzky cambiará de apellido y se llamará simplemente José Guzmán y compartirá su pieza de pensión con una mujer, la única que se le conoció en su vida.
Así fueron deslizándose sus 16 últimos años: entre el trabajo, las charlas y conferencias con los compañeros de ideas, y su hogar. Hasta que el 4 de marzo de 1956 -tenía 65 años de edad- cayó fulminado por un ataque cardíaco; murió sin darse cuenta. Sus amigos le pagaron una sepultura sencilla.
Tal vez al morir, cerró ese capítulo tan extraño y a veces tan inexplicable de los anarquistas que buscan conmocionar a la sociedad con bombazos indiscriminados. Y tan extraño es que todavía hay su nombre es execrado -principalmente en la policía, cuya escuela de cadetes se denomina precisamente Ramón L Falcón- y venerado por los pocos que todavía se sientes solidarios con el ideario anarquista.
Cosa extraño. Simón Radowitzky es de esas apariciones que muestran la contradictoria que es la vida, el ser humano, la razón misma de ser.
Mató por idealismo ¡Qué dos contraposiciones! Lo malo y lo bueno, lo cobarde y lo heroico. El brazo artero, movido por una mente pura y bella.
Fuente: Todo es Historia
Simón Radowitzky pisa tierra uruguaya. Él, ahí, con su sombrero orión, es rodeado por un mar de hombres con gorra, pañuelo al cuello y alpargatas. El cuadro es un poquito desigual. El hombre mito, el mártir, el vengador, estaba allí, de cuerpo entero. Sonreía, agradecía con gestos torpes. Luego, las primeras declaraciones periodísticas, el primer error: dice que quedará unos días en Uruguay y luego viajara a Rusia. ¿A Rusia? Los dirigentes anarquistas se miran. ¿Es que acaso no conoce la masacre de los marineros anarquistas de Kronstadt? ¿Ignora que los anarquistas son calificados de enemigos del Estado?
Es que Radowitzky sale de la cárcel con su intención ingenua de conversar con todos los dirigentes del proletariado y unirlos. No sabe que entre socialistas, comunistas, trotzkystas y anarquistas hay mucha sangre y mucho odio de por medio y que ya es algo que nadie podrá unir. Siguen las preguntas y a todo Radowitzky responde con diligencia. Hasta que, con sonrisas, pero con decisión es llevado por los altos jefes anarquistas hasta un taxi. Y de allí, a las casa de la calle Justicia 2058. El taxi parte. Radowitzky sigue saludando con la mano a los obreros que lo aplauden.
Ha comenzado a desinflarse el mito: comienza a volver a la vida del hombre, el obrero, el autodidacta limitado por 21 años de encierro. Ironías de la vida, ahora Radowitzky vive en la calle Justicia y allí van los periodistas a entrevistarlos. Pero claro, sus temas de conversación son muy limitados. Le brillan los ojos al relatar el día en que se conoció el indulto en Ushuaia. Hubo gran algarabía entre los presos; todavía se quedó siete días entre ellos -como quien permanece en su casa- a la espera del trasporte de la Marina. Al salir del penal y bajar los escalones de la pequeña escalinata lo esperaban más de cincuenta marineros de cuatro avisos de la Armada que estaban en Ushuaia. Lo felicitaron y armaron un poco de alboroto, tanto que el comisario creyó que se trataba de una sublevación cuando vio que se aproximaba Radowitzky a la comisaría rodeado de marinos. Radowitzky tiene a demás sensibles palabras sobre los niños de Ushuaia. ¡Claro, había estado 21 años sin ver rostros infantiles!
Pero en los diálogos con los periodistas y curiosos con el ex penado vuelve siempre al penal y repite: “La separación de mis compañeros de infortunio fue muy dolorosa”. No habla mucho sobre sus sufrimientos pero se le ensombrece el rostro cuando recuerda el período del administrador Juarr José Piccini. “Me hacia despertar cada media hora poniéndome la linterna en la cara. El invierno es horroroso. El edificio, hecho con cemento armado, es extremadamente frío. Solo teníamos dos frazadas como abrigo”.
Sobre su libertad tiene una frase escrita que saca del bolsillo y la lee: “Mi libertad la ha hecho el proletariado universal y el Dr. Yrigoyen al firmarla ha hecho un acto de justicia que el pueblo reclamo”.
Pasadas las primeras horas de curiosidad. Radowitzky sufrió un período de agobiamiento y nerviosidad. El tránsito y el bullicio lo asustan. Se siente indefenso ante la vida como un monje que después de veinte años de convento lo trasplantan al centro de una ciudad. Pero se fue adaptando y, en vez de aislarse, encontró poco a poco el ritmo de la nueva vida.
Terminados los agasajos a Radowitzky se le buscó un trabajo. No podía ser otro que el de mecánico. Trababa liviano porque sus pulmones no le permitían mucho esfuerzo. Así pasaron varios meses. Pero el cambio de clima desmejoró notablemente la salud del anarquista. Por eso, sus amigos resolvieron que hiciera trabajos aún más livianos. Esos trabajos “livianos” serán los que luego darán pábulo a la policía para sospechar e intervenir. Radowitzky hará varios viajes a Brasil. “Para descansar y distraerse”, dirán sus amigos anarquistas. Para llevar mensajes y coordinar acciones, dirá la policía.El periodista rioplatense Luís Sciutto (Diego Lucero) nos ha relatado que cuando él -bien muchacho todavía- estaba empleado en Italcable era de los primeros en subir a los barcos de ultramar que provenían de Buenos Aires. Eran los años 30 y 31 del gobierno de Uriburu, en los que se aplicaba la ley de residencia a todos los anarquistas extranjeros. En esos buques siempre venían varios expulsados. Los barcos quedaban pocas horas en Montevideo y había que aprovecharlas: los anarquistas sabían que Sciutto se prestaba a recibir la lista de anarquistas expulsados que le entregaban a bordo y llevarla hasta un café cercano donde esperaban impacientes dos o tres “compañeros” -entre ellos Radowitzky-, quienes apenas recibido el papel con los nombres corrían a la casa de gobierno donde se les extendía el correspondiente permiso de asilo. Así, muchos italianos y rusos en vez de ir a parar a Italia de Mussolini o a la Rusia de Stalin quedaban en la generosa tierra uruguaya. Radowitzky era uno de los asignados para hacer ese trabajo. Sciutto lo recuerda como un hombre de mediana estatura, algo chueco, morrudo, con principios de calvicie que le hacía ver más grande la frente y con el pelo de los costados “a lo Einstein”. Su aspecto era juvenil con cutis rosado, tal vez proveniente del clima austral que le tocó soportar durante tantos años.
Pero en Uruguay, se acaba el sistema democrático y viene la dictadura de Terra. Mal anuncio para todos los izquierdistas. Comienza el año de 1933. Todo ese año y gran parte de 1934. Radowitzky pasa casi inadvertido entre viajes a Brasil y pequeños trabajos partidarios. Hasta que un caluroso 7 de diciembre de ese año, una partida policial lo ubica en una pensión de la calle Rambla Wilson 1159. Allí lo identifican y con toda la cortesía le señalan que permanecerá detenido en su domicilio. Ponen un vigilante en la puerta de la pensión y se marchan. Radowitzky está maldito por suerte, evidentemente. Ha soportado tantos años de prisión para que nuevamente vuelve a repetirse lo de antes: perseguido por las autoridades.
Tres días después de la Navidad que él nunca celebrará por ser cosa de burgueses, es visitado por el ceremonioso jefe de investigaciones de la policía uruguaya, señor Casas, quien le señala que lamenta profundamente pero que deberá abandonar el país con toda urgencia pues se le acaba de aplicar la “ley de extranjeros indeseables”. Radowitzky acepta la intimación y contesta que abandonará el país lo más pronto posible.
Pero sus amigos presentan su caso ante el doctor Emilio Frugoni, tal vez el más brillante jurisconsulto que ha tenido el Uruguay. Y Frugoni acepta defender al perseguido. Le aconseja no abandonar el Uruguay porque su caso servirá de precedente para muchos otros que sufren persecución policial.
Advertido de esto, el jefe de la policía ordena la inmediata detención de Radowitzky. Con muchos otros dirigentes izquierditas. Radowitzky es detenido y confinado a la isla de Flores, frente a Carrasco. Allí las condiciones son pésimas. Debe dormir en un a especie de sótano o cueva que antes era refugio de ovejas. Protesta el abogado Frugoni exigiendo que se lo devuelva a la jurisdicción judicial correspondiente. Pero lo único que logra es que el detenido se le permita dormir en un excusado en vez de la cueva. Pasan varis semanas y disminuye la tensión política en el Uruguay. Uno a uno, los presos de Isla Flores fueron recuperando la libertad. A cada despedida se oían gritos de júbilo, canciones y la renaciente esperanza de la libertad para los que quedaban. Pero esa esperanza se hacía casa vez más lejana para Radowitzky. Él y otros cuatro dirigentes continuaron en el encierro.
Prosiguió incasable Frugoni con su alegato. El 21 de marzo de 1936 llegó la ansiada libertad de Radowitzky. El hombre maldito por la suerte prepara sus tres o cuatro cositas de preso y parte para Montevideo. Allí, con toda cortesía -esa cortesía que él conoce muy bien y por eso prefiere los palos antes que el trato meloso-, se le comunica que deberá permanecer preso en su domicilio. Pero lo cierto es que ya no tiene domicilio, porque siempre vivió en pensiones. Entonces la policía es terminante: deberá permanece en la cárcel “hasta nueva orden”. La “nueva orden” tarda en llegar. Seis meses después, las puertas de la cárcel se abren. Por últimas vez. Luego, hasta su muerte, Radowitzky gozará de libertad aunque su vida sólo encontrará descanso en sus últimos años.
Es interesante la sentencia de libertad definitivamente que produce el juez Pitamiglio Buquet, ya que pinta de cuerpo entero la idiosincrasia de Radowitzky, por lo menos durante los años que vivió en Uruguay.Así dice la sentencia: “Montevideo, junio 25 de 1936. Visitas: de conformidad escrita a la probanzas aportadas por el defensor y a los datos que obran en el prontuario reinvestigaciones cabe sentar sin hesitaciones que Simón Radowitzky no es un indeseable: desde que se radicó en el país de las autoridades policiales sólo han tenido que ver con él por simples sospechas muy explicables en virtud de sus antecedentes de ácrata exaltadísimos, y a pesar de que pronunciará acá conferencias públicas de tendencia anarquista, su conducta ha sido siempre correcta y la de un hombre honesto a carta cabal que buscó sus vinculaciones entre personas intachables, muchas de ellas ajenas a su credo filosófico”.
Con eso termina una etapa de Radowitzky, la de las cárceles. Ahora comenzará su largo deambular con sus compañeros de ideas, cada vez más raleados, cada vez con el sentimiento de que luchaban por algo demasiado ideal y ya, por eso mismo, un poco caduco. Por eso fueron a su holocausto, a quemarse en la sangrienta lucha de España.
El desafío de Francisco Franco el 18 de julio de 1936 a la República Española es tomado por los anarquistas de todo el mundo como una cuestión de honor, de vida o muerte. Y todos hicieron la larga marcha: Madrid será el lugar de la cita. Y entre ese grupo de hombres venido de Argentina, Brasil y Uruguay que como único bagaje traen la decisión y coraje está Simón Radowitzky. Vienen a dar la vida, a enfrentar esta vez cara a cara a sus enemigos. El ex penado de Ushuaia, prestará valioso trabajo en los servicios de ayuda a las tropas anarquistas en los diferentes frentes. Estaba casi siempre en Madrid, adscrito al comando anarcosindicalista. Radowitzky cree que la guerra civil española ha convertido en realidad su viejo sueño de ver juntos a todos los hombres de izquierda. Hasta que en 1939 es testigo de una lacerante verdad: en Madrid, en Valencia y en Barcelona comienzan los fusilamientos de anarquistas. Pero no son los rebeldes de Franco. Son los propios comunistas que “para evitar indisciplinas” y forzar el comando único en sus manos eliminan sin piedad a todo aquel que tenga olor a anarquista. Centenares de muchachos y hombres curtidos en todas las luchas son obligados a cavar su propia tumba y luego son fusilados por sus propios aliados. Así, sin juicio previo. Esos no dan ninguna oportunidad, Radowitzky más de una vez debe haber pensado que la burguesía por lo menos le dio la oportunidad de un juicio, la presentación de una partida de nacimiento, y que un presidente calificado de caduco, débil, irresoluto, le dio el indulto contra todos y a pesar de todos.
Al terminar la guerra son muy pocos los anarquistas que quedan. Apenas un grupito logra pasar los Pirineos, llegar a Francia y embarcarse luego a Méjico. Simón Radowitzky seguirá incansable a su estrella, a su idea. Pero eso idea ya sólo le da para vivir de recuerdos y para editar revistas de pequeña circulación. En Méjico tendrá lugar para hacer periódicos viajes a Estados unidos y visitar a sus parientes y a la vez intercambiar impresiones con organizaciones anarquistas de ese país. En Méjico, el poeta uruguayo Ángel Faco lo empleará en el consulado donde era titular. Radowitzky cambiará de apellido y se llamará simplemente José Guzmán y compartirá su pieza de pensión con una mujer, la única que se le conoció en su vida.
Así fueron deslizándose sus 16 últimos años: entre el trabajo, las charlas y conferencias con los compañeros de ideas, y su hogar. Hasta que el 4 de marzo de 1956 -tenía 65 años de edad- cayó fulminado por un ataque cardíaco; murió sin darse cuenta. Sus amigos le pagaron una sepultura sencilla.
Tal vez al morir, cerró ese capítulo tan extraño y a veces tan inexplicable de los anarquistas que buscan conmocionar a la sociedad con bombazos indiscriminados. Y tan extraño es que todavía hay su nombre es execrado -principalmente en la policía, cuya escuela de cadetes se denomina precisamente Ramón L Falcón- y venerado por los pocos que todavía se sientes solidarios con el ideario anarquista.
Cosa extraño. Simón Radowitzky es de esas apariciones que muestran la contradictoria que es la vida, el ser humano, la razón misma de ser.
Mató por idealismo ¡Qué dos contraposiciones! Lo malo y lo bueno, lo cobarde y lo heroico. El brazo artero, movido por una mente pura y bella.
Fuente: Todo es Historia
El bondadoso ajusticiador
Por Osvaldo Bayer
Hoy lunes se cumplen cien años de un suceso que conmocionó a Buenos Aires. Un joven ruso, de 18 años, había hecho volar por el aire con una bomba nada menos que al todopoderoso jefe de policía de Buenos Aires, coronel Ramón L. Falcón. El ejecutor era un anarquista llamado Simón Radowitzky y con su acción quiso vengar a sus compañeros asesinados el 1º de mayo de ese 1909, en la represión encabezada por el militar contra la manifestación de los obreros que recordaban las figuras de los cinco anarquistas condenados a muerte por la Justicia de Estados Unidos, por su lucha a favor de las ocho horas de trabajo. Un muchacho recién salido de la adolescencia, nacido en Rusia, y "además judío", como señalaban las crónicas de nuestros diarios, se atrevía contra quien aparecía como el hombre de más poder en todo el país.
El coronel Falcón había sido el mejor oficial del general Roca en el exterminio de los pueblos originarios en la denominada Campaña del Desierto. Además, había llegado a la fama en aquella Argentina conservadora como el represor de las huelgas de conventillos, llevadas a cabo por las mujeres inmigrantes que se negaban a pagar los aumentos constantes del alquiler por parte de los propietarios. El coronel Falcón demostró su hombría de bien y su título de coronel entrando a palo limpio en esos palomares de la miseria y del hacinamiento que eran los miserables domicilios de 140 habitantes por conventillo, que poseían un solo excusado como se llamaba a los retretes de aquel tiempo. Ya como Roca lo había llevado a cabo el 1º de mayo de 1904, Falcón imitó a su jefe ese Día del Trabajador y atacó a los setenta mil obreros que llenaban la Plaza Lorea. Las crónicas dirán luego que quedaron "36 charcos de sangre". Fue un ataque feroz de total cobardía porque, sin aviso previo, el militar ordenó a la fusilería de la policía abrir fuego contra las columnas obreras. Pero los anarquistas no eran hombres de arrugar y guardar silencio. Desde ese momento dijeron que el tirano iba a pagar con su vida tamaña cobardía. Y fue así como ese joven ruso, Simón, se ofreció a no dejar impune el crimen del poder.
Le arrojó la bomba a la salida de un acto en el cementerio de la Recoleta y tanto el coronel como su secretario fallecieron por efectos del explosivo. Cómo lloraron los diarios al dar la noticia, en especial La Nación. Había sido muerto uno de los pilares del sistema.
La historia continuará con el destino de Simón. Lo apresarán. Le iniciarán juicio y lo condenarán a muerte, aunque él siempre sostuvo que era menor de edad. Para esos menores de edad y para las mujeres no había pena de muerte. Lo demostrará con una partida de nacimiento llegada de Rusia y será condenado a prisión perpetua. Como no tuvo éxito una huida preparada por sus compañeros anarquistas fue trasladado a Ushuaia, la Siberia argentina, donde todo preso iba indefectiblemente a morir. Más todavía, que cuando llegaba el aniversario de su atentado contra Falcón, se lo condenaba a estar una semana en un calabozo al aire libre, sin calefacción. Pero el "ruso" Simón se fue convirtiendo en el alma del presidio. El siempre daba un paso al frente en la protesta cuando a algún otro preso se lo castigaba o se cometían injusticias en el trato general. Fue durante toda su estada el verdadero "delegado" defensor de esos presos comunes. Y políticos. Por eso mismo se lo sometía a un tratamiento de terror. Pero el "ángel de Ushuaia", como se lo llamaba, no daba su brazo a torcer sin temor a las represalias de los guardiacárceles. Los que lean La casa de los muertos o El sepulcro de los vivos, del gran escritor Fedor Dostoievsky, que describe las cárceles de Siberia, y sufren con los padecimientos de los condenados, no sospechan que en territorio argentino existió un lugar exactamente igual construido por Roca, de donde son muy pocos los que salieron con vida o retornaron a la sociedad con sus facultades mentales normales.
Los anarquistas de todo el país siempre lo recordaron a Simón y lucharon en grandes jornadas de manifestaciones por su libertad. E intentaron un operativo como sólo los anarquistas sabían prepararlos. Lograron liberarlo y embarcarlo en un pequeño velero rumbo a Chile pero, cerca de Punta Arenas, guardias chilenos lo sorprenden y lo entregan nuevamente a las autoridades argentinas. La venganza será tremenda: Simón será encerrado durante más de dos años en una celda, aislado, sin ver la luz del sol y sólo a media ración. Pero en los círculos obreros y políticos, Simón gana cada vez más popularidad. Las calles de Buenos Aires y de otras ciudades tendrán pintadas con "Libertad a Simón" y su retrato aparece en las ediciones de todas las publicaciones libertarias.
Mientras tanto, le envían dinero que se recauda en las fábricas. Pero Simón no lo aprovecha para su persona sino que lo reparte entre los enfermos del penal y la compra de libros para la escasa biblioteca de la cárcel. Los pedidos de indulto para el preso le llueven al presidente Yrigoyen, quien finalmente se lo otorgará en el 13 de abril de 1930. Simón había padecido veintiún años de prisión. Pero la reacción de los militares y de la prensa es muy grande contra la decisión del primer mandatario. De manera que el preso es traído por un barco de la marina de guerra hasta el Río de la Plata. Allí es obligado a trasladarse al buque de la carrera que une a Buenos Aires con Montevideo y de esa manera es expulsado del país hacia Uruguay.
Allí, en la otra orilla, es recibido por manifestaciones obreras que le dan lugar en sus sedes y lo saludan como al mejor compañero. Al quedar libre, Simón recuerda a sus compañeros presos en Ushuaia y dirá: "La separación de mis compañeros de infortunio fue muy dolorosa". Comenzará a trabajar días después como mecánico y más tarde se prestará a ser mensajero entre los anarquistas del Uruguay y de Brasil. Hasta que se acaba la democracia en la Banda Oriental y comienza la dictadura de Terra, quien ordena su detención. El anarquista es confinado en la isla de Flores. Allí las condiciones son pésimas. Debe dormir en un sótano. Permanecerá más de tres años en esas condiciones hasta que sus compañeros de ideas logran su libertad. Pero al llegar a Montevideo es apresado nuevamente y llevado a la cárcel. Hasta que, liberado de nuevo, decide marchar a España donde ha estallado la guerra civil con el levantamiento de los militares de Franco contra la República. Allá Simón formará parte de los grupos que lucharán contra los militares alzados. Pero no usará armas, oficiará de transportador de alimentos para las tropas del frente, principalmente para los soldados que están en trincheras. Hasta que llega la derrota del pueblo y Simón será uno de los tantos que marchará a Francia a refugiarse y de allí podrá embarcarse hacia México.
En México pedirá trabajar en una fábrica de juguetes para niños. Así transcurrirán los últimos dieciséis años de su vida entre el trabajo y las charlas y conferencias que daba a sus compañeros de ideas. Siempre sostuvo, hasta el fin, que la gran revolución humana sólo la podía hacer el socialismo libertario, hasta lograr la paz eterna y la igualdad entre los pueblos.
En la Argentina, los dueños del poder siempre trataron de ignorar esta figura que parecía salida de una novela de Dostoievsky. El que había alzado la mano para eliminar a un tirano y que en su vida posterior se comportó como un ser de bondad extrema y de espíritu de solidaridad con los que sufren. En la década del sesenta publiqué un estudio sobre este ser humano que titulé: "Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?", en la revista Todo es Historia, que dirigía Félix Luna, fallecido hace unas horas. Siempre le agradeceré a Falucho Luna ese gesto, de permitirme publicar en sus páginas investigaciones sobre los héroes libertarios que actuaron en nuestro país en las primeras décadas del siglo pasado.
Página|12, 07/11/09
Por Osvaldo Bayer
Hoy lunes se cumplen cien años de un suceso que conmocionó a Buenos Aires. Un joven ruso, de 18 años, había hecho volar por el aire con una bomba nada menos que al todopoderoso jefe de policía de Buenos Aires, coronel Ramón L. Falcón. El ejecutor era un anarquista llamado Simón Radowitzky y con su acción quiso vengar a sus compañeros asesinados el 1º de mayo de ese 1909, en la represión encabezada por el militar contra la manifestación de los obreros que recordaban las figuras de los cinco anarquistas condenados a muerte por la Justicia de Estados Unidos, por su lucha a favor de las ocho horas de trabajo. Un muchacho recién salido de la adolescencia, nacido en Rusia, y "además judío", como señalaban las crónicas de nuestros diarios, se atrevía contra quien aparecía como el hombre de más poder en todo el país.
El coronel Falcón había sido el mejor oficial del general Roca en el exterminio de los pueblos originarios en la denominada Campaña del Desierto. Además, había llegado a la fama en aquella Argentina conservadora como el represor de las huelgas de conventillos, llevadas a cabo por las mujeres inmigrantes que se negaban a pagar los aumentos constantes del alquiler por parte de los propietarios. El coronel Falcón demostró su hombría de bien y su título de coronel entrando a palo limpio en esos palomares de la miseria y del hacinamiento que eran los miserables domicilios de 140 habitantes por conventillo, que poseían un solo excusado como se llamaba a los retretes de aquel tiempo. Ya como Roca lo había llevado a cabo el 1º de mayo de 1904, Falcón imitó a su jefe ese Día del Trabajador y atacó a los setenta mil obreros que llenaban la Plaza Lorea. Las crónicas dirán luego que quedaron "36 charcos de sangre". Fue un ataque feroz de total cobardía porque, sin aviso previo, el militar ordenó a la fusilería de la policía abrir fuego contra las columnas obreras. Pero los anarquistas no eran hombres de arrugar y guardar silencio. Desde ese momento dijeron que el tirano iba a pagar con su vida tamaña cobardía. Y fue así como ese joven ruso, Simón, se ofreció a no dejar impune el crimen del poder.
Le arrojó la bomba a la salida de un acto en el cementerio de la Recoleta y tanto el coronel como su secretario fallecieron por efectos del explosivo. Cómo lloraron los diarios al dar la noticia, en especial La Nación. Había sido muerto uno de los pilares del sistema.
La historia continuará con el destino de Simón. Lo apresarán. Le iniciarán juicio y lo condenarán a muerte, aunque él siempre sostuvo que era menor de edad. Para esos menores de edad y para las mujeres no había pena de muerte. Lo demostrará con una partida de nacimiento llegada de Rusia y será condenado a prisión perpetua. Como no tuvo éxito una huida preparada por sus compañeros anarquistas fue trasladado a Ushuaia, la Siberia argentina, donde todo preso iba indefectiblemente a morir. Más todavía, que cuando llegaba el aniversario de su atentado contra Falcón, se lo condenaba a estar una semana en un calabozo al aire libre, sin calefacción. Pero el "ruso" Simón se fue convirtiendo en el alma del presidio. El siempre daba un paso al frente en la protesta cuando a algún otro preso se lo castigaba o se cometían injusticias en el trato general. Fue durante toda su estada el verdadero "delegado" defensor de esos presos comunes. Y políticos. Por eso mismo se lo sometía a un tratamiento de terror. Pero el "ángel de Ushuaia", como se lo llamaba, no daba su brazo a torcer sin temor a las represalias de los guardiacárceles. Los que lean La casa de los muertos o El sepulcro de los vivos, del gran escritor Fedor Dostoievsky, que describe las cárceles de Siberia, y sufren con los padecimientos de los condenados, no sospechan que en territorio argentino existió un lugar exactamente igual construido por Roca, de donde son muy pocos los que salieron con vida o retornaron a la sociedad con sus facultades mentales normales.
Los anarquistas de todo el país siempre lo recordaron a Simón y lucharon en grandes jornadas de manifestaciones por su libertad. E intentaron un operativo como sólo los anarquistas sabían prepararlos. Lograron liberarlo y embarcarlo en un pequeño velero rumbo a Chile pero, cerca de Punta Arenas, guardias chilenos lo sorprenden y lo entregan nuevamente a las autoridades argentinas. La venganza será tremenda: Simón será encerrado durante más de dos años en una celda, aislado, sin ver la luz del sol y sólo a media ración. Pero en los círculos obreros y políticos, Simón gana cada vez más popularidad. Las calles de Buenos Aires y de otras ciudades tendrán pintadas con "Libertad a Simón" y su retrato aparece en las ediciones de todas las publicaciones libertarias.
Mientras tanto, le envían dinero que se recauda en las fábricas. Pero Simón no lo aprovecha para su persona sino que lo reparte entre los enfermos del penal y la compra de libros para la escasa biblioteca de la cárcel. Los pedidos de indulto para el preso le llueven al presidente Yrigoyen, quien finalmente se lo otorgará en el 13 de abril de 1930. Simón había padecido veintiún años de prisión. Pero la reacción de los militares y de la prensa es muy grande contra la decisión del primer mandatario. De manera que el preso es traído por un barco de la marina de guerra hasta el Río de la Plata. Allí es obligado a trasladarse al buque de la carrera que une a Buenos Aires con Montevideo y de esa manera es expulsado del país hacia Uruguay.
Allí, en la otra orilla, es recibido por manifestaciones obreras que le dan lugar en sus sedes y lo saludan como al mejor compañero. Al quedar libre, Simón recuerda a sus compañeros presos en Ushuaia y dirá: "La separación de mis compañeros de infortunio fue muy dolorosa". Comenzará a trabajar días después como mecánico y más tarde se prestará a ser mensajero entre los anarquistas del Uruguay y de Brasil. Hasta que se acaba la democracia en la Banda Oriental y comienza la dictadura de Terra, quien ordena su detención. El anarquista es confinado en la isla de Flores. Allí las condiciones son pésimas. Debe dormir en un sótano. Permanecerá más de tres años en esas condiciones hasta que sus compañeros de ideas logran su libertad. Pero al llegar a Montevideo es apresado nuevamente y llevado a la cárcel. Hasta que, liberado de nuevo, decide marchar a España donde ha estallado la guerra civil con el levantamiento de los militares de Franco contra la República. Allá Simón formará parte de los grupos que lucharán contra los militares alzados. Pero no usará armas, oficiará de transportador de alimentos para las tropas del frente, principalmente para los soldados que están en trincheras. Hasta que llega la derrota del pueblo y Simón será uno de los tantos que marchará a Francia a refugiarse y de allí podrá embarcarse hacia México.
En México pedirá trabajar en una fábrica de juguetes para niños. Así transcurrirán los últimos dieciséis años de su vida entre el trabajo y las charlas y conferencias que daba a sus compañeros de ideas. Siempre sostuvo, hasta el fin, que la gran revolución humana sólo la podía hacer el socialismo libertario, hasta lograr la paz eterna y la igualdad entre los pueblos.
En la Argentina, los dueños del poder siempre trataron de ignorar esta figura que parecía salida de una novela de Dostoievsky. El que había alzado la mano para eliminar a un tirano y que en su vida posterior se comportó como un ser de bondad extrema y de espíritu de solidaridad con los que sufren. En la década del sesenta publiqué un estudio sobre este ser humano que titulé: "Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?", en la revista Todo es Historia, que dirigía Félix Luna, fallecido hace unas horas. Siempre le agradeceré a Falucho Luna ese gesto, de permitirme publicar en sus páginas investigaciones sobre los héroes libertarios que actuaron en nuestro país en las primeras décadas del siglo pasado.
Página|12, 07/11/09
Rabinos eran los de antes
Por Daniel Goldman *
Motivado por la nota que publicara el sábado pasado en este mismo diario Osvaldo Bayer, recordé que hace algunos años, el notable intelectual escribió un ensayo llamado “Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?”, trabajo biográfico sobre la vida de aquel joven revolucionario quien, como consecuencia de la represión del 1º de mayo de 1909, en la que se derrama sangre de 26 manifestantes obreros, al grito de “Viva el Anarquismo” decidió arrojar un artefacto explosivo en el automóvil del coronel Ramón Falcón, jefe de la Policía, acabando con la vida de este último. Sin intención de juzgar el hecho, desde la adolescencia, época en la que escuché esta historia, siempre enredé mi imaginación con la imagen de un tal Moishe (Moisés) Radowitzky, primo o tío de Simón. El detalle de la saga: Moishe era rabino. Qué curioso: Sobre Moisés Maimónides, el sabio medieval, se decía que “desde Moisés hasta Moisés no hubo ningún otro Moisés”. Pero se me ocurre extender en los siglos este dicho a cada Moishe, incluyendo a Radowitzky. No hay judío que no tenga un Moishe en su familia. A tal punto que usualmente en este país los judíos somos todos Moishes. Por otro lado, no hay judío que no haya tenido un rabino en su familia (si no pregúntele al judío que tenga a mano). Y rabinos llamados Moishe habrá habido por doquier. Sólo yo conozco no menos de una docena. Pero ¿cuál fue el acto que destaca al Radowitzky del resto de los Moishes? Después del ataque, Simón iría a ser condenado a muerte. La historia terminaría mal. Pero él tenía sólo una posibilidad. El preso más “peligroso” de la época debía probar que no cumplía con la edad suficiente como para ser ejecutado. Tenía que tener no menos de 22 años para ser pasado por las armas. Su edad era desconocida. En su pasaporte no estaba claro. A pesar de su juventud, la piel de este caucásico estaba ajada por las penurias. Como muchos judíos de Europa Oriental, los Radowitzky eran oriundos de un “shtetl”, un pequeño y pobre villorrio en el límite entre Polonia y Ucrania. Movida por la miseria, su familia se traslada a la industrial orbe rusa de Ekaterinoslav. Con 10 años y apenas algunos rudimentos de lectura y escritura, Simón debe abandonar la escuela para comenzar a trabajar como ayudante de herrero. Pasaba los días clavando herraduras a los caballos y las noches durmiendo debajo de la mesa de trabajo del establo. En la oscuridad del galpón escuchaba las conversaciones entre la hija del patrón y sus revolucionarios amigos. A la edad de 14 años consigue un trabajo en una fábrica. Y es a esa misma edad que es herido por un sablazo en el pecho durante una manifestación, a manos de un cosaco represor. Convaleciente durante seis meses, debe escapar de la Rusia zarista, llegando a estas latitudes.
Volviendo al juicio, la oligarquía y las clases medias de la época clamaban por su pena de muerte (como decía el Eclesiastés, no hay nada nuevo bajo el sol). Y la prensa de ese período ya lo condenaba con unos supuestos 29 años de edad. Pero de repente todo se modifica. La historia cambia. Aparece el rabino Moishe Radowitzky con una partida de nacimiento de su sobrino Shimen Radowitzky, en la que consta que habría nacido en 1891, lo cual indicaba que tendría en ese momento 18 años de edad. La legendaria revista Caras y Caretas dice en uno de sus viejos números:”Radowitzky tiene cada vez menos años”. ¿Quien le creía esto de la edad? Bayer, con una dulce ironía, alega que ni siquiera los anarquistas.
Ahora, ¿habrá mentido el rabino? ¿Un rabino engaña? Considero humildemente que algunos sí, cuando creen ser dueños de la verdad y no buscadores de certezas. Rabinos hay de todo. Ortodoxos y progresistas, fachos y zurdos, nacionalistas y universalistas, anarquistas y no tanto. En este sentido, no sé si el Rabi Moishe era un anarquista, pero sin duda era un genuino humanista, porque condena la pena de muerte y reconoce en esencia que la existencia de la vida debe superar la legalidad y sus instituciones. Roberto Espósito, el filósofo italiano, dice algo similar. Y por eso me parece que el anarquismo y el judaísmo no se perciben como tan separados. Inclusive podría pensarse que todo anarquista porta algo de judío y viceversa. En Redención y Utopía, Michael Lowy da cuenta de las relaciones entre mesianismo judío y utopía libertaria en intelectuales como Walter Benjamin, Martin Buber y Erich Fromm.
Se me ocurre agregar un solo detalle más de la tradición judía. En idioma hebreo a la mentira piadosa la denominamos verdad piadosa. Porque cuando la piedad existe, nunca hay falsedad. La misericordia la trasciende.
No recuerdo en qué revista nacionalista local leí textualmente que el primer subversivo tenía olor a Moishe. Y qué extraordinaria paradoja: para los judíos, desde el de la Biblia hasta Radowitzky, siempre hay un Moishe que te salva.
* Rabino.
Página|12, 11/11/09
Por Daniel Goldman *
Motivado por la nota que publicara el sábado pasado en este mismo diario Osvaldo Bayer, recordé que hace algunos años, el notable intelectual escribió un ensayo llamado “Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?”, trabajo biográfico sobre la vida de aquel joven revolucionario quien, como consecuencia de la represión del 1º de mayo de 1909, en la que se derrama sangre de 26 manifestantes obreros, al grito de “Viva el Anarquismo” decidió arrojar un artefacto explosivo en el automóvil del coronel Ramón Falcón, jefe de la Policía, acabando con la vida de este último. Sin intención de juzgar el hecho, desde la adolescencia, época en la que escuché esta historia, siempre enredé mi imaginación con la imagen de un tal Moishe (Moisés) Radowitzky, primo o tío de Simón. El detalle de la saga: Moishe era rabino. Qué curioso: Sobre Moisés Maimónides, el sabio medieval, se decía que “desde Moisés hasta Moisés no hubo ningún otro Moisés”. Pero se me ocurre extender en los siglos este dicho a cada Moishe, incluyendo a Radowitzky. No hay judío que no tenga un Moishe en su familia. A tal punto que usualmente en este país los judíos somos todos Moishes. Por otro lado, no hay judío que no haya tenido un rabino en su familia (si no pregúntele al judío que tenga a mano). Y rabinos llamados Moishe habrá habido por doquier. Sólo yo conozco no menos de una docena. Pero ¿cuál fue el acto que destaca al Radowitzky del resto de los Moishes? Después del ataque, Simón iría a ser condenado a muerte. La historia terminaría mal. Pero él tenía sólo una posibilidad. El preso más “peligroso” de la época debía probar que no cumplía con la edad suficiente como para ser ejecutado. Tenía que tener no menos de 22 años para ser pasado por las armas. Su edad era desconocida. En su pasaporte no estaba claro. A pesar de su juventud, la piel de este caucásico estaba ajada por las penurias. Como muchos judíos de Europa Oriental, los Radowitzky eran oriundos de un “shtetl”, un pequeño y pobre villorrio en el límite entre Polonia y Ucrania. Movida por la miseria, su familia se traslada a la industrial orbe rusa de Ekaterinoslav. Con 10 años y apenas algunos rudimentos de lectura y escritura, Simón debe abandonar la escuela para comenzar a trabajar como ayudante de herrero. Pasaba los días clavando herraduras a los caballos y las noches durmiendo debajo de la mesa de trabajo del establo. En la oscuridad del galpón escuchaba las conversaciones entre la hija del patrón y sus revolucionarios amigos. A la edad de 14 años consigue un trabajo en una fábrica. Y es a esa misma edad que es herido por un sablazo en el pecho durante una manifestación, a manos de un cosaco represor. Convaleciente durante seis meses, debe escapar de la Rusia zarista, llegando a estas latitudes.
Volviendo al juicio, la oligarquía y las clases medias de la época clamaban por su pena de muerte (como decía el Eclesiastés, no hay nada nuevo bajo el sol). Y la prensa de ese período ya lo condenaba con unos supuestos 29 años de edad. Pero de repente todo se modifica. La historia cambia. Aparece el rabino Moishe Radowitzky con una partida de nacimiento de su sobrino Shimen Radowitzky, en la que consta que habría nacido en 1891, lo cual indicaba que tendría en ese momento 18 años de edad. La legendaria revista Caras y Caretas dice en uno de sus viejos números:”Radowitzky tiene cada vez menos años”. ¿Quien le creía esto de la edad? Bayer, con una dulce ironía, alega que ni siquiera los anarquistas.
Ahora, ¿habrá mentido el rabino? ¿Un rabino engaña? Considero humildemente que algunos sí, cuando creen ser dueños de la verdad y no buscadores de certezas. Rabinos hay de todo. Ortodoxos y progresistas, fachos y zurdos, nacionalistas y universalistas, anarquistas y no tanto. En este sentido, no sé si el Rabi Moishe era un anarquista, pero sin duda era un genuino humanista, porque condena la pena de muerte y reconoce en esencia que la existencia de la vida debe superar la legalidad y sus instituciones. Roberto Espósito, el filósofo italiano, dice algo similar. Y por eso me parece que el anarquismo y el judaísmo no se perciben como tan separados. Inclusive podría pensarse que todo anarquista porta algo de judío y viceversa. En Redención y Utopía, Michael Lowy da cuenta de las relaciones entre mesianismo judío y utopía libertaria en intelectuales como Walter Benjamin, Martin Buber y Erich Fromm.
Se me ocurre agregar un solo detalle más de la tradición judía. En idioma hebreo a la mentira piadosa la denominamos verdad piadosa. Porque cuando la piedad existe, nunca hay falsedad. La misericordia la trasciende.
No recuerdo en qué revista nacionalista local leí textualmente que el primer subversivo tenía olor a Moishe. Y qué extraordinaria paradoja: para los judíos, desde el de la Biblia hasta Radowitzky, siempre hay un Moishe que te salva.
* Rabino.
Página|12, 11/11/09
A cien años de la masacre de Plaza Lorea
Por José Castillo
La clase obrera argentina tiene una larga historia de luchas y mártires. Una de las más importantes es, sin duda, las represiones sufridas por los trabajadores al conmemorar el 1º de Mayo.
El Congreso Obrero y Socialista reunido en París en julio de 1889 había decidido "organizar una manifestación internacional con fecha fija, de manera que, en todos los países y ciudades a la vez, el mismo día convenido, los trabajadores intimen a los poderes públicos a reducir legalmente a ocho horas la jornada de trabajo y a aplicar otras resoluciones del Congreso Internacional de París" (Actas de la II Internacional, publicadas en El Obrero, selección de textos, CEAL, Buenos Aires, 1985). La fecha acordada fue el 1º de Mayo de 1890, en homenaje a los mártires de Chicago, ejecutados por realizar una marcha similar en 1886. En nuestro país, ese día de 1890, tres mil obreros, en su gran mayoría inmigrantes, se reunieron en el Prado Español. También hubo manifestaciones en Bahía Blanca, Rosario y Chivilcoy.
La clase obrera argentina daba sus primeros pasos. A la formación de sindicatos, le siguieron las organizaciones anarquistas y socialistas, periódicos obreros y bibliotecas, llevadas adelante por obreros pobrísimos, desgajados de su medio de origen, que en muchos casos ni siquiera hablaban castellano y vivían condiciones de explotación inhumanas, apoyados apenas por un puñado de jóvenes intelectuales que también hacían sus primeras lecturas, a veces confusas y balbuceantes, de los teóricos del marxismo y del anarquismo.
La respuesta del Estado fue la represión. En 1904 dictó la tristemente célebre "Ley de Residencia", que autorizaba a expulsar sumariamente del país a todo "agitador". Las huelgas eran ferozmente reprimidas. Pero un capítulo particular fue la feroz saña con que se reprimió el esfuerzo, constante y heroico de conmemorar, cada año, el 1º de Mayo, como Día Internacional de los Trabajadores. Un hecho gravísimo ocurrió en 1904, cuando una inmensa manifestación convocada ese día por la FORA (Federación Obrera de la Región Argentina) fue ferozmente atacada con el saldo de dos muertos y 24 heridos. En 1905, cuando el acto había sido corrido al 21 de Mayo debido al estado de sitio, una manifestación autorizada por la policía "con la condición de que no se enarbolara ninguna bandera roja", también fue reprimida y hubo otros dos muertos y 20 heridos.
El 1º de Mayo de 1909
Ese día estaban convocados dos actos. A las cinco de la tarde debía comenzar la concentración organizada por los anarquistas en Plaza Lorea (hoy parte de Plaza Congreso). Poco antes de que empiecen a hablar los oradores, el jefe de Policía en persona, coronel Ramón L. Falcón, dio la orden de disolver el acto. El escuadrón de seguridad, a las órdenes de su jefe Jolly Medrano, ataca entonces a caballo a la multitud a sablazos y tiros de revólver. Matan a ocho obreros y hieren a 40, varios de ellos de gravedad. Algunos miles huyen corriendo por lo que hoy es la Avenida de Mayo hacia 9 de Julio. Ahí se encuentra con una columna de aproximadamente 20.000 personas: era la convocatoria socialista, que se había concentrado en Constitución y marchaba hacia Plaza Colón (atrás de la Casa de Gobierno) para realizar su acto. La noticia de la represión corrió de boca en boca. Una multitud, ahora enorme, engrosada por los anarquistas que llegaban de Plaza Lorea, marchó en absoluto silencio hasta Plaza Colón, con paños negros sobre las banderas rojas socialistas. La policía reforzó sus batallones de caballería pero, ante semejante multitud, no se atrevió a actuar. Al llegar al lugar donde estaban levantadas las tribunas de lo que iba a ser el acto socialista, los oradores proponen "la declaración de la huelga general por tiempo indefinido como desagravio a la clase obrera, ofendida en las víctimas de Plaza Lorea y para exigir la renuncia del jefe de policía y el castigo de todos los responsables de la masacre". Se alzan decenas de miles de manos y la propuesta es aprobada por aclamación. Dardo Cúneo, testigo de los sucesos, relata: "entre los que han llegado hasta los socialistas desde la Plaza Lorea con las noticias del crimen policial, un muchacho pugna por abrirse paso... en la mano aprisiona un pañuelo ensangrentado. -Esta es la sangre de los hermanos que cayeron allá -va diciendo en su dicción extranjera...en la mano agitaba el pañuelo ensangrentado. Después se sabría -los diarios publicarían su retrato- que aquel muchacho se llamaba Simón Radowitzky" (Juan B.Justo, Editorial América Lee, Buenos Aires, 1943).
La huelga general
El paro comienza de inmediato. Será total en la Capital Federal y con alta adhesión en el interior del país. Se cumple una semana de huelga general. No hay trenes, no circulan los tranvías, los comercios permanecen cerrados. Se calcula en 200.000 el número de obreros en huelga. El gobierno busca quebrarla con la represión. La ciudad es ocupada por el ejército para reforzar a una policía desbordada. Para evitar las asambleas son clausurados los locales obreros pero las reuniones se realizan igual, en la calle. Cientos de militantes gremiales y políticos, anarquistas y socialistas, son encarcelados. Se persigue a los que distribuyen La Vanguardia y La Protesta, diarios socialista y anarquista, respectivamente, que dan cuenta de la huelga. Finalmente, el día 8, el Comité Ejecutivo del Partido Socialista, que durante toda la semana había hecho llamamientos a "la moderación de los obreros", pero que se había encontrado totalmente desbordado por la base, retoma el control de la situación. Se reúne con el gobierno y obtiene del presidente del Senado, la garantía de que una reunión en el sindicato de cocheros va a ser "autorizada", y de que si se levanta la huelga se liberará a los presos y se permitirá la reapertura de los locales. Las direcciones del movimiento obrero aceptaron la "negociación" ofrecida por el gobierno. El movimiento huelguístico va a terminar dos días después, el 10 de mayo: muchos obreros retoman el trabajo con fuertes rencores hacia sus direcciones. Se había levantado la huelga sin obtener la principal reivindicación: la renuncia del jefe de policía.
Seis meses después
El 14 de noviembre de 1909, aquel joven obrero anarquista, llamado Simón Radowitzky hace justicia por mano propia, arrojándole una bomba al carruaje del jefe de policía Falcón que muere en el acto. Esa misma noche se decreta el estado de sitio en todo el país, desatándose nuevamente una brutal represión contra el movimiento obrero: centenares de militantes fueron puestos "bajo la ley de residencia" y deportados sin siquiera avisárseles a sus familias, otros tantos fueron encarcelados y apaleados, los locales obreros fueron nuevamente clausurados y bandas policiales atacaron las imprentas de La Vanguardia y La Protesta e inutilizaron las máquinas impresoras, para impedir la salida de esos periódicos. Simón Radowitzky es apresado y condenado a cadena perpetua en el penal de Ushuaia (será indultado en 1929). El estado de sitio recién fue levantado el 13 de enero de 1910. Pero el año del Centenario estará recorrido por una ola impresionante de huelgas obreras, incluyendo una el mismísimo día de la conmemoración, el 25 de Mayo de 1910, y también por una fuerte ola represiva, que culminó con la sanción de la ley 7029 de "Defensa Social", la pieza jurídica más antiobrera de historia argentina.
El 1º de Mayo hoy
Se cumplen cien años de la masacre de Plaza Lorea. A partir de 1909 la clase obrera tendrá nuevas luchas, triunfos y derrotas. Y más mártires. Poco tiempo después se vivirán las jornadas de la Semana Trágica y de la Patagonia Rebelde. Décadas más adelante vendrán las víctimas de la llamada Revolución Libertadora, como los fusilamientos de José León Suárez magistralmente denunciados por Rodolfo Walsh. Y después las víctimas de las Tres A de Isabel y López Rega, y luego los 30.000 desaparecidos. Y aún más cerca en el tiempo, los muertos del Argentinazo, Puente Pueyrredón, Fuentealba, la desaparición de Julio López. La lista es enorme. Es parte de la historia de la clase trabajadora argentina. Por eso el 1º de Mayo, al que muchos quieren endulzar en una idílica "Fiesta del Trabajo", es una cita de honor: levantando orgullosamente la insignia internacional de la clase obrera, como en 1890, como en 1909, hoy y siempre.
José Castillo es economista. Profesor de Sociología Política en la UBA. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).
Fuente: www.argenpress.info, 2009
Por José Castillo
La clase obrera argentina tiene una larga historia de luchas y mártires. Una de las más importantes es, sin duda, las represiones sufridas por los trabajadores al conmemorar el 1º de Mayo.
El Congreso Obrero y Socialista reunido en París en julio de 1889 había decidido "organizar una manifestación internacional con fecha fija, de manera que, en todos los países y ciudades a la vez, el mismo día convenido, los trabajadores intimen a los poderes públicos a reducir legalmente a ocho horas la jornada de trabajo y a aplicar otras resoluciones del Congreso Internacional de París" (Actas de la II Internacional, publicadas en El Obrero, selección de textos, CEAL, Buenos Aires, 1985). La fecha acordada fue el 1º de Mayo de 1890, en homenaje a los mártires de Chicago, ejecutados por realizar una marcha similar en 1886. En nuestro país, ese día de 1890, tres mil obreros, en su gran mayoría inmigrantes, se reunieron en el Prado Español. También hubo manifestaciones en Bahía Blanca, Rosario y Chivilcoy.
La clase obrera argentina daba sus primeros pasos. A la formación de sindicatos, le siguieron las organizaciones anarquistas y socialistas, periódicos obreros y bibliotecas, llevadas adelante por obreros pobrísimos, desgajados de su medio de origen, que en muchos casos ni siquiera hablaban castellano y vivían condiciones de explotación inhumanas, apoyados apenas por un puñado de jóvenes intelectuales que también hacían sus primeras lecturas, a veces confusas y balbuceantes, de los teóricos del marxismo y del anarquismo.
La respuesta del Estado fue la represión. En 1904 dictó la tristemente célebre "Ley de Residencia", que autorizaba a expulsar sumariamente del país a todo "agitador". Las huelgas eran ferozmente reprimidas. Pero un capítulo particular fue la feroz saña con que se reprimió el esfuerzo, constante y heroico de conmemorar, cada año, el 1º de Mayo, como Día Internacional de los Trabajadores. Un hecho gravísimo ocurrió en 1904, cuando una inmensa manifestación convocada ese día por la FORA (Federación Obrera de la Región Argentina) fue ferozmente atacada con el saldo de dos muertos y 24 heridos. En 1905, cuando el acto había sido corrido al 21 de Mayo debido al estado de sitio, una manifestación autorizada por la policía "con la condición de que no se enarbolara ninguna bandera roja", también fue reprimida y hubo otros dos muertos y 20 heridos.
El 1º de Mayo de 1909
Ese día estaban convocados dos actos. A las cinco de la tarde debía comenzar la concentración organizada por los anarquistas en Plaza Lorea (hoy parte de Plaza Congreso). Poco antes de que empiecen a hablar los oradores, el jefe de Policía en persona, coronel Ramón L. Falcón, dio la orden de disolver el acto. El escuadrón de seguridad, a las órdenes de su jefe Jolly Medrano, ataca entonces a caballo a la multitud a sablazos y tiros de revólver. Matan a ocho obreros y hieren a 40, varios de ellos de gravedad. Algunos miles huyen corriendo por lo que hoy es la Avenida de Mayo hacia 9 de Julio. Ahí se encuentra con una columna de aproximadamente 20.000 personas: era la convocatoria socialista, que se había concentrado en Constitución y marchaba hacia Plaza Colón (atrás de la Casa de Gobierno) para realizar su acto. La noticia de la represión corrió de boca en boca. Una multitud, ahora enorme, engrosada por los anarquistas que llegaban de Plaza Lorea, marchó en absoluto silencio hasta Plaza Colón, con paños negros sobre las banderas rojas socialistas. La policía reforzó sus batallones de caballería pero, ante semejante multitud, no se atrevió a actuar. Al llegar al lugar donde estaban levantadas las tribunas de lo que iba a ser el acto socialista, los oradores proponen "la declaración de la huelga general por tiempo indefinido como desagravio a la clase obrera, ofendida en las víctimas de Plaza Lorea y para exigir la renuncia del jefe de policía y el castigo de todos los responsables de la masacre". Se alzan decenas de miles de manos y la propuesta es aprobada por aclamación. Dardo Cúneo, testigo de los sucesos, relata: "entre los que han llegado hasta los socialistas desde la Plaza Lorea con las noticias del crimen policial, un muchacho pugna por abrirse paso... en la mano aprisiona un pañuelo ensangrentado. -Esta es la sangre de los hermanos que cayeron allá -va diciendo en su dicción extranjera...en la mano agitaba el pañuelo ensangrentado. Después se sabría -los diarios publicarían su retrato- que aquel muchacho se llamaba Simón Radowitzky" (Juan B.Justo, Editorial América Lee, Buenos Aires, 1943).
La huelga general
El paro comienza de inmediato. Será total en la Capital Federal y con alta adhesión en el interior del país. Se cumple una semana de huelga general. No hay trenes, no circulan los tranvías, los comercios permanecen cerrados. Se calcula en 200.000 el número de obreros en huelga. El gobierno busca quebrarla con la represión. La ciudad es ocupada por el ejército para reforzar a una policía desbordada. Para evitar las asambleas son clausurados los locales obreros pero las reuniones se realizan igual, en la calle. Cientos de militantes gremiales y políticos, anarquistas y socialistas, son encarcelados. Se persigue a los que distribuyen La Vanguardia y La Protesta, diarios socialista y anarquista, respectivamente, que dan cuenta de la huelga. Finalmente, el día 8, el Comité Ejecutivo del Partido Socialista, que durante toda la semana había hecho llamamientos a "la moderación de los obreros", pero que se había encontrado totalmente desbordado por la base, retoma el control de la situación. Se reúne con el gobierno y obtiene del presidente del Senado, la garantía de que una reunión en el sindicato de cocheros va a ser "autorizada", y de que si se levanta la huelga se liberará a los presos y se permitirá la reapertura de los locales. Las direcciones del movimiento obrero aceptaron la "negociación" ofrecida por el gobierno. El movimiento huelguístico va a terminar dos días después, el 10 de mayo: muchos obreros retoman el trabajo con fuertes rencores hacia sus direcciones. Se había levantado la huelga sin obtener la principal reivindicación: la renuncia del jefe de policía.
Seis meses después
El 14 de noviembre de 1909, aquel joven obrero anarquista, llamado Simón Radowitzky hace justicia por mano propia, arrojándole una bomba al carruaje del jefe de policía Falcón que muere en el acto. Esa misma noche se decreta el estado de sitio en todo el país, desatándose nuevamente una brutal represión contra el movimiento obrero: centenares de militantes fueron puestos "bajo la ley de residencia" y deportados sin siquiera avisárseles a sus familias, otros tantos fueron encarcelados y apaleados, los locales obreros fueron nuevamente clausurados y bandas policiales atacaron las imprentas de La Vanguardia y La Protesta e inutilizaron las máquinas impresoras, para impedir la salida de esos periódicos. Simón Radowitzky es apresado y condenado a cadena perpetua en el penal de Ushuaia (será indultado en 1929). El estado de sitio recién fue levantado el 13 de enero de 1910. Pero el año del Centenario estará recorrido por una ola impresionante de huelgas obreras, incluyendo una el mismísimo día de la conmemoración, el 25 de Mayo de 1910, y también por una fuerte ola represiva, que culminó con la sanción de la ley 7029 de "Defensa Social", la pieza jurídica más antiobrera de historia argentina.
El 1º de Mayo hoy
Se cumplen cien años de la masacre de Plaza Lorea. A partir de 1909 la clase obrera tendrá nuevas luchas, triunfos y derrotas. Y más mártires. Poco tiempo después se vivirán las jornadas de la Semana Trágica y de la Patagonia Rebelde. Décadas más adelante vendrán las víctimas de la llamada Revolución Libertadora, como los fusilamientos de José León Suárez magistralmente denunciados por Rodolfo Walsh. Y después las víctimas de las Tres A de Isabel y López Rega, y luego los 30.000 desaparecidos. Y aún más cerca en el tiempo, los muertos del Argentinazo, Puente Pueyrredón, Fuentealba, la desaparición de Julio López. La lista es enorme. Es parte de la historia de la clase trabajadora argentina. Por eso el 1º de Mayo, al que muchos quieren endulzar en una idílica "Fiesta del Trabajo", es una cita de honor: levantando orgullosamente la insignia internacional de la clase obrera, como en 1890, como en 1909, hoy y siempre.
José Castillo es economista. Profesor de Sociología Política en la UBA. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).
Fuente: www.argenpress.info, 2009
Por Gerardo Bra
El 15 de septiembre de 1902 fue colocada la piedra fundamental del edificio carcelario a levantar en Ushuaia, que, según Arnoldo Canclini “fue realmente monumental: ocupaba cuatrocientos metros de frente en el costado occidental del poblado y, una vez terminado, al margen de las instalaciones accesorias, las celdas estaban dispuestas en cinco pabellones, en distribución radial”.
Custodiados por guardias de la penitenciaría, cuatro presidiarios trabajan arduamente en el tendido de rieles del ferrocarril de Ushuaia. Según el mencionado autor, la capacidad estaba calculada para 380 presos “pero hubo hasta doscientos más” Las celdas eran de metro y medio o dos metros de ancho y largo, para uno o dos reclusos. Carecían de ventilación y la humedad chorreaba continuamente por las paredes. Todo hace pensar que las intenciones fueron buenas: colonización, reclusión y no pena de muerte, pero el excesivo número de reclusos, las malas condiciones de las celdas y la brutalidad de algunos guardia cárceles configuraron un sistema carcelario degradante de la condición humana.
En resumidas cuentas la historia del lóbrego presidio presenta tres fechas trascendentes: las que corresponden a los años 1896, en que se aprobó su construcción, 1902 en que se dio comienzo a los trabajos y 1949, en que se firmó el decreto que suprimió su uso. ¿Qué destino tuvo el edificio central? Aclaramos que nos referimos al presidio original porque también hubo galpones que se utilizaron para recluir a los condenados. La respuesta es que fue ocupado por la Marina de Guerra que estableció allí su base naval. Escribió un testigo del ocaso: “Hoy todo aquello ha desaparecido, el presidio y la población de guardiacárceles, los yaganes, los onas, el gendarme de línea con su guitarra y su winchester”.
UN RÉGIMEN CARCELARIO INHUMANO
En 1934 el diputado nacional Manuel Ramírez visitó el penal de Ushuaia. Sus impresiones las volcó en un libro. Entre sus denuncias se destacan las siguientes: “la más variada nomenclatura del delito se registra en la Cárcel de Ushuaia: homicidio, lesiones, violación y estupro, robo, corrupción y ultraje al pudor, hurto, motín y complot, encubrimiento, tentativa de homicidio, asociación ilícita, contra la fe pública, extorsión. Hay delincuentes primarios, ocasionales y reincidentes.
El 48 por ciento son delincuentes primarios, hombres que han delinquido por primera vez en su vida; los demás reclusos en su mayoría rateros condenados por hurto. Sin embargo, impera para todos una misma disciplina, el mismo régimen. Viven y son tratados en común, sin clasificación de ninguna especie, desde que entran hasta que salen, sea la condena de un año como de veinte”. Ramírez se conmueve por la ausencia de un régimen carcelario equitativo, según la clasificación que es menester aplicar para diferenciar el cumplimiento de las condenas. “Al lado del delincuente profesional está el joven que en un momento extravió infirió una puñalada a su vecino; junto al carterista reincidente convive el pobre paisano, traído de algún lejano territorio, que se perdió en alguna borrachera dominical; el asesino que descuartizó a su amigo para robarle alterna con el obrero recluido por un delito de carácter social”
Seguidamente se refiere a La curiosa situación jurídica de un numeroso contingente de penados, quienes cumplen la pena accesoria del artículo 52 del Código Penal. “Tratase de reincidentes, en buen número rateros, carteristas, etcétera. Suman 97, muchos en plena juventud. Ocurre que una vez cumplidos los dos o tres años de prisión que les fueran impuestos por su última ratería, automáticamente pasan a purgar en el mismo establecimiento y bajo igual régimen.
La segunda parte de la condena: la accesoria de articulo 52, o sea La reclusión por tiempo indeterminado. No es raro que el delito que ha provocado semejante pena sea un robo de gallinas, un perramus (prenda) , una cartera o cosa por el estilo. Estos hombres constituyen una verdadera legión de desesperados”. Las injusticias no se limitaron a la falta de diferenciación entre los reclusos condenados por delitos graves y los que habían cometido delitos leves. Las acusaciones de malos tratos son varias y abarcan golpes, palizas, trabajos inhumanos y actos de sadismo, como los de arrojar presidiarios desnudos a la nieve o lanzarles baldes de agua helada encima o dejarlos por varios días sin salir de su celda.
Custodiados por guardias de la penitenciaría, cuatro presidiarios trabajan arduamente en el tendido de rieles del ferrocarril de Ushuaia. Según el mencionado autor, la capacidad estaba calculada para 380 presos “pero hubo hasta doscientos más” Las celdas eran de metro y medio o dos metros de ancho y largo, para uno o dos reclusos. Carecían de ventilación y la humedad chorreaba continuamente por las paredes. Todo hace pensar que las intenciones fueron buenas: colonización, reclusión y no pena de muerte, pero el excesivo número de reclusos, las malas condiciones de las celdas y la brutalidad de algunos guardia cárceles configuraron un sistema carcelario degradante de la condición humana.
En resumidas cuentas la historia del lóbrego presidio presenta tres fechas trascendentes: las que corresponden a los años 1896, en que se aprobó su construcción, 1902 en que se dio comienzo a los trabajos y 1949, en que se firmó el decreto que suprimió su uso. ¿Qué destino tuvo el edificio central? Aclaramos que nos referimos al presidio original porque también hubo galpones que se utilizaron para recluir a los condenados. La respuesta es que fue ocupado por la Marina de Guerra que estableció allí su base naval. Escribió un testigo del ocaso: “Hoy todo aquello ha desaparecido, el presidio y la población de guardiacárceles, los yaganes, los onas, el gendarme de línea con su guitarra y su winchester”.
UN RÉGIMEN CARCELARIO INHUMANO
En 1934 el diputado nacional Manuel Ramírez visitó el penal de Ushuaia. Sus impresiones las volcó en un libro. Entre sus denuncias se destacan las siguientes: “la más variada nomenclatura del delito se registra en la Cárcel de Ushuaia: homicidio, lesiones, violación y estupro, robo, corrupción y ultraje al pudor, hurto, motín y complot, encubrimiento, tentativa de homicidio, asociación ilícita, contra la fe pública, extorsión. Hay delincuentes primarios, ocasionales y reincidentes.
El 48 por ciento son delincuentes primarios, hombres que han delinquido por primera vez en su vida; los demás reclusos en su mayoría rateros condenados por hurto. Sin embargo, impera para todos una misma disciplina, el mismo régimen. Viven y son tratados en común, sin clasificación de ninguna especie, desde que entran hasta que salen, sea la condena de un año como de veinte”. Ramírez se conmueve por la ausencia de un régimen carcelario equitativo, según la clasificación que es menester aplicar para diferenciar el cumplimiento de las condenas. “Al lado del delincuente profesional está el joven que en un momento extravió infirió una puñalada a su vecino; junto al carterista reincidente convive el pobre paisano, traído de algún lejano territorio, que se perdió en alguna borrachera dominical; el asesino que descuartizó a su amigo para robarle alterna con el obrero recluido por un delito de carácter social”
Seguidamente se refiere a La curiosa situación jurídica de un numeroso contingente de penados, quienes cumplen la pena accesoria del artículo 52 del Código Penal. “Tratase de reincidentes, en buen número rateros, carteristas, etcétera. Suman 97, muchos en plena juventud. Ocurre que una vez cumplidos los dos o tres años de prisión que les fueran impuestos por su última ratería, automáticamente pasan a purgar en el mismo establecimiento y bajo igual régimen.
La segunda parte de la condena: la accesoria de articulo 52, o sea La reclusión por tiempo indeterminado. No es raro que el delito que ha provocado semejante pena sea un robo de gallinas, un perramus (prenda) , una cartera o cosa por el estilo. Estos hombres constituyen una verdadera legión de desesperados”. Las injusticias no se limitaron a la falta de diferenciación entre los reclusos condenados por delitos graves y los que habían cometido delitos leves. Las acusaciones de malos tratos son varias y abarcan golpes, palizas, trabajos inhumanos y actos de sadismo, como los de arrojar presidiarios desnudos a la nieve o lanzarles baldes de agua helada encima o dejarlos por varios días sin salir de su celda.
Durante la dictadura de Felix uriburu, conscriptos de los regimientos 1, 2 y 3 de infantería fueron enviados a Ushuaia para custodiar al grupo de presos políticos radicales. |
“A menudo los guardias -dice uno de los testimonios- para distraer su ocio, organizaban carreras macabras. En un extremo del pabellón colocaban uno o dos presos y persiguiéndolos a golpes, con látigos, los hacían desarrollar velocidades fantásticas. Los presos tropezaban o sus piernas cedían, rodando por el suelo, estrellándose contra las paredes, pisoteando el uno al otro, en medio de estrepitosas carcajadas y aullidos de los carceleros, que festejaban tales ocurrencias.
Esas crueldades trascendieron y dieron lugar a que el penal tuviera una aureola trágica. Solía decirse por aquellos años que ir allí era ir “a la muerte en vida, que es la peor de las muertes”. Pese a todo, había un mínimo de alivio para aquellos seres humanos caídos en la desgracia. Algunos trabajaban en los talleres según el oficio que tenían, otros eran llevados al monte en un trencito para realizar diversos trabajos, tala de árboles, desmalezamiento, etc.; trabajos que, aunque duros y fatigantes, podían llegar a servirles como una descarga para hacer menos angustiosa la soledad. Además, vistiendo el uniforme de franjas horizontales azules y amarillas, la banda del penal los días festivos daba conciertos al aire libre, a los que concurría la población. Según Canclini “El presidio y el pueblo eran casi la misma cosa. Quienes no eran detenidos, eran guardianes, personal administrativo, familiares de todos ellos y aun algunos ex reclusos que se quedaron a vivir en él".
Hay que diferenciar los condenados por delitos varios y los que fueron allí por cuestiones políticas. En 1934, Ricardo Rojas, Honorio Pueyrredón, Adolfo Güemes, Enrique M. Mosca y otros, conocieron el frío y la soledad de esas lejanas latitudes, pero no conocieron el horrible penal: vivieron en casas particulares, siendo su única obligación presentarse periódicamente a la delegación policial del lugar. También conocieron Ushuaia en las mismas condiciones Emir Mercader, Pedro Bidegain, Néstor Aparicio, Arturo Benavidez, Carlos Montes y Mario Cima, Víctor Juan Guillot, Mario Guido, Alvarez de Toledo y José Pecco.
PRESIDIARIOS DE TRISTE FAMA
El número de presos de los llamados famosos por la repercusión que tuvieron sus crímenes es elevado. En su tiempo, debido a la difusión del sensacionalismo periodístico -Crítica, especialmente-, se destacaron Ladrón de Guevara, quien luego de matar a su esposa e hijos se dio a la fuga sin poder ser aprehendido. Antes de ser localizado por un investigador espontáneo -que luego ingresó a la Policía-. Ladrón de Guevara había cometido otro crimen, esta vez mató a un comerciante que según él lo había estafado. En el penal encontró auxilio en la religión.
Los veteranos recordarán al Saccomano. el cual una confundió a una telefonista, que luego de cumplir un turno se dirigía a su hogar, con una prostituta y quiso robarle la cartera. Ante la débil defensa que intentó hacer la pobre mujer, optó por matarla con un golpe de furca. En el penal hacía los trabajos más peligrosos, como el de volar con dinamita rocas de las canteras. También fue comentado el caso de Mateo Banks, un estanciero de la pampa bonaerense acusado de matar a ocho personas en Azul (entre ellas a su cuñada, sobrinas y peones). ¿Motivos? Quedarse con las dos estancias de su familia. Purgó gran parte de la condena en Ushuaia y en la Penitenciaría de la calle Las Heras.
Esas crueldades trascendieron y dieron lugar a que el penal tuviera una aureola trágica. Solía decirse por aquellos años que ir allí era ir “a la muerte en vida, que es la peor de las muertes”. Pese a todo, había un mínimo de alivio para aquellos seres humanos caídos en la desgracia. Algunos trabajaban en los talleres según el oficio que tenían, otros eran llevados al monte en un trencito para realizar diversos trabajos, tala de árboles, desmalezamiento, etc.; trabajos que, aunque duros y fatigantes, podían llegar a servirles como una descarga para hacer menos angustiosa la soledad. Además, vistiendo el uniforme de franjas horizontales azules y amarillas, la banda del penal los días festivos daba conciertos al aire libre, a los que concurría la población. Según Canclini “El presidio y el pueblo eran casi la misma cosa. Quienes no eran detenidos, eran guardianes, personal administrativo, familiares de todos ellos y aun algunos ex reclusos que se quedaron a vivir en él".
Hay que diferenciar los condenados por delitos varios y los que fueron allí por cuestiones políticas. En 1934, Ricardo Rojas, Honorio Pueyrredón, Adolfo Güemes, Enrique M. Mosca y otros, conocieron el frío y la soledad de esas lejanas latitudes, pero no conocieron el horrible penal: vivieron en casas particulares, siendo su única obligación presentarse periódicamente a la delegación policial del lugar. También conocieron Ushuaia en las mismas condiciones Emir Mercader, Pedro Bidegain, Néstor Aparicio, Arturo Benavidez, Carlos Montes y Mario Cima, Víctor Juan Guillot, Mario Guido, Alvarez de Toledo y José Pecco.
PRESIDIARIOS DE TRISTE FAMA
El número de presos de los llamados famosos por la repercusión que tuvieron sus crímenes es elevado. En su tiempo, debido a la difusión del sensacionalismo periodístico -Crítica, especialmente-, se destacaron Ladrón de Guevara, quien luego de matar a su esposa e hijos se dio a la fuga sin poder ser aprehendido. Antes de ser localizado por un investigador espontáneo -que luego ingresó a la Policía-. Ladrón de Guevara había cometido otro crimen, esta vez mató a un comerciante que según él lo había estafado. En el penal encontró auxilio en la religión.
Los veteranos recordarán al Saccomano. el cual una confundió a una telefonista, que luego de cumplir un turno se dirigía a su hogar, con una prostituta y quiso robarle la cartera. Ante la débil defensa que intentó hacer la pobre mujer, optó por matarla con un golpe de furca. En el penal hacía los trabajos más peligrosos, como el de volar con dinamita rocas de las canteras. También fue comentado el caso de Mateo Banks, un estanciero de la pampa bonaerense acusado de matar a ocho personas en Azul (entre ellas a su cuñada, sobrinas y peones). ¿Motivos? Quedarse con las dos estancias de su familia. Purgó gran parte de la condena en Ushuaia y en la Penitenciaría de la calle Las Heras.
Presos con vigilancia permanente que hacía imposible la fuga. Los presos salían todos los días a trabajar, en este caso están construyendo un puente.
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No escapa a la galería de estos personajes el descuartizador Serruchito, que dividió el cuerpo de su socio en varios pedazos que arrojó al lago de Palermo. En el presidio se le había asignado la tarea de trozar las reses que eran parte del alimento de los reclusos. Entre tanta sordidez, hubo un crimen que no fue por intereses materiales, sino producto de una pasión. Eduardo Sturla, conmovió al tranquilo barrio de Floresta cuando mató a su cuñada, de catorce años, al negarse ella a continuar con las relaciones que mantenían secretamente. En la cárcel su conducta no fue motivo de quejas. Pero él siempre se quejó de ese amor no correspondido. A otro, lo llamaban El Mejicano, pero, también, Claudio Cerdeira, Vicente Giannatempo o Erasmo Fabeile. Su currículurn delictivo acusaba homicidios, lesiones y atentados a la autoridad que uno de los “pesados”, siempre provocando a los guardiacárceles y, a veces, agrediéndolos.
Cayetano Santos Godino, más conocido por el Petiso Orejudo conmovió a la opinión pública de su época con el relato de sus crímenes, motivados por sus bajos instintos. Después de pasar una temporada en el manicomio ingresó en la prisión donde vivió el resto de sus días. Se dice que su muerte fue provocada por una feroz paliza que le propinaron otros reclusos, por haber matado a un gatito (NR: este dato no es real]. La lista abarca a integrantes de la mafia que capitaneaba Juan Galiffi, entre ellos Juan Vinti -quien participó en el secuestro y muerte del joven Abel Ayerza- y Luis Corrado, chofer del capo italiano, y los hermanos Di Grado. Pero no todos eran asesinos profesionales.
También estuvo allí quien mató en nombre de un ideal anarquista: Simón Radowitzky, de origen ruso, que arrojó la bomba que puso fin a la vida del entonces jefe de Policía, coronel Ramón L. Falcón, y de su secretario en 1909; Guillermo Mac Hannaford, ex mayor del Ejército Argentino, degradado y condenado a reclusión perpetua por el delito de traición a la patria, y algunos estafadores que también adquirieron fama en su época, entre ellos Juan Dufour, de malandanzas internacionales, de quien se dice que pudo escapar de la Isla del Diablo, pero no de Tierra del Fuego.
¿ESTUVIERON REALMENTE ALLÍ?
La leyenda acompañó al célebre presidio. Así como podemos dar fe que en él purgaron la condena que impuso la justicia a sujetos que se hicieron tristemente famosos por haber cometido delitos, porque existen constancias documentales que lo acreditan, no se ha encontrado prueba alguna que permita afirmar que, según versiones, ciertos personajes por todos conocidos hayan padecido las soledades de aquellos inhóspitos parajes. Carlos Gardel, según una de esas versiones, estuvo allí en plena adolescencia por habérsele aplicado la Ley 3335 que penaba a los reincidentes.
La única constancia al respecto arroja muchas dudas: la firma que habría estampado en una postal en la que se lee “C. Gardel”, cuando todavía firmaba Carlos Gardes También corre la versión de que Josip Broz estuvo algunos años en el austral presidio cuando era un joven inmigrante serbio que, según viejos vecinos del Dock Sud, habría habitado en ese lugar, y que fuera condenado por sus actividades anarco-sindicalistas. Naturalmente, cierto o no, ello habría tenido lugar mucho antes de convertirse en el Mariscal Tito.
Asimismo, Luis Angel Firpo, de acuerdo con otra versión, habría purgado allí una corta condena por un acto ilícito cometido en la tramitación de una compra de tierras. ¿Leyenda o realidad? Han desaparecido los archivos que podían iluminar las tinieblas de años y años que transcurrieron desde la creación de aquel reducto del dolor y la fecha en que dejó de serlo.
EVASIONES FRUSTRADAS
Hubo varios intentos de fuga por parte de los presidiarios que no tuvieron el éxito que esperaban. El más resonante fue el protagonizado por Simón Radowitzky. Lo hizo apoyado desde Punta Arenas, donde otros anarquistas arribados de Buenos Aires, contratan los servicios de Pascualín.
Rispoli, también conocido como el último pirata del Beagle por sus oscuras navegaciones llevando alcohol o cueros de lobos marinos de un lado al otro de la frontera. Con la goleta Sokolo fondearon en Puerto Golondrina, al oeste de la ciudad de Ushuaia (4-11-1918). El 7 del mismo mes Radowitsky deja el penal vestido de guardiacárcel, llega hasta el punto convenido y se embarca, de inmediato parten hacia Punta Arenas. Mientras tanto, en el penal, a las 9:22 se nota su ausencia y comienza la persecución desde Ushuaia y desde Chile. La marina de este último país lo recaptura en Aguas Frías, a 12 kilómetros de Punta Arenas: fueron sólo 23 días de libertad.
De regreso al primero se le aplicó un largo castigo de reclusión en su celda y media ración. En el libro Confesiones de un comisario, el policía retirado Plácido Donato narra el intento de fuga del criminal Bruno Debella, alias Facciabrutta, que purgaba una condena en el presidio de Ushuaia por asesinatos, asalto a mano armada y otros delitos. “Su influencia -dice- hizo nacer una sublevación. Fabricó una bomba de treinta kilos, introdujo armas en el pabellón número uno y la madrugada del 7 de septiembre de 1934 capitaneó una fuga en masa de los presidiarios.
Cuando ya estaban frente a las puertas mismas del penal, el teniente primero Damián Pereyra al mando de un pelotón de soldados los detuvo con las bocas silenciosas y amenazantes de sus fusiles Mauser. Facciabruta se encogió de hombros: "Está bien, ganaron"- dijo cansadamente mientras tiraba su pistola de 22 tiros. Había perdido otra vez
Hubo otros intentos que también fracasaron. Pueden afirmarse que los reclusos tenían sólo tres formas de liberación de ese lugar: por cumplimiento de condena, por indulto o por fallecimiento. En las dos primeras salían caminando, en la última en ataúd.
EL CIERRE DEL PENAL
El 21 de marzo de 1947 es la fecha del decreto firmado por el presidente Juan Domingo Perón, que dispone el cierre del temido presidio.”Ushuaia, tierra maldita, incorpórese sin lacras al sentimiento argentino”, es el título del articulo mediante el cual Crítica da a conocer la noticia. El diario de Botana se había ocupado en numerosas ediciones sobre el tétrico penal, particularmente en lo que atañe a la situación extrema que padecía Radowitzky.
Una publicación recogió las declaraciones de una pobladora de Ushuaia, Lucinda Otero, que resume las impresiones de la gente del lugar: “En ese momento muchísima gente dejó la ciudad porque trabajaban para el presidio y se habían quedado sin trabajo, se quedaron sólo los que estaban demasiado arraigados. En un momento la ciudad se achicó, pero enseguida llegó la Marina, lo que hizo que al pueblo llegara una nueva corriente de gente más actualizada, con otro nivel (...) Con la Marina el contacto con el mundo fue más constante. Los buques iban una vez por mes, después llegó el avión, aunque no era tan fácil viajar en él y después el camino”.
En cambio, para otros pobladores el cierre de la cárcel les acarreó pérdidas materiales, salarios o ventas comerciales. Sin lugar a dudas, alrededor del penal se formó una población que gracias a él poseía trabajo, viviendas dignas y una creciente línea de pequeños negocios. Gracias a él también hubo avances edilicios. Los reclusos efectuaron trabajos de desmonte, hicieron las instalaciones eléctricas y de obras sanitarias de Ushuaia, bajo estricta vigilancia de los guardianes.
DESTINO PARADÓJICO
Puede afirmarse que el penal de Ushuaia se ha ganado un prominente lugar en la reafirmación de nuestros derechos soberanos en los territorios del sur patagónico. Fue el primer paso para la recuperación de nuestra olvidada región austral. José Luis de Imaz cuenta que, “cuando la Marina Argentina llegó a la bahía de Ushuaia se encontró con un mundo en el que se hablaba inglés y yagan. Y con esos indios que no se podía saber si eran compatriotas nuestros, o chilenos, aunque se estuviera en tierra cartográficamente argentina. Recién acababa de ser delimitada. “Bridges debió ver con profunda desazón el arribo de aquellos barcos de la Marina de Guerra, preanunciados en los relevamientos geográficos de dos años antes. Llegaban latinos al Beagle, único enclave de evangelización cristiana no papista en el continente sudamericano
“También como periodista Payró llegó a Ushuaia en 1898. La parte argentina de la población le desencantó profundamente. Cuando fue a la Misión y asistió al oficio -en inglés, cánticos en yagan, y una oración en español por la autoridades del país-, sobre todo cuando fue invitado a tomar el té en la casa del pastor, creyó encontrarse en Lomas de Zamora o en Temperley (únicos medios británicos que conocía).
“En 1934, Ricardo Rojas, confinado político en Ushuaia, tuvo un encuentro con un yagán. El diálogo debió ser muy difícil. Al despedirse Darskapalaes le dijo: "You are a christian gentleman". Impresiones similares describe Nicanor Larrain, ya en 1883: Entre los Fueguinos se habla generalmente el idioma inglés, lo mismo que entre los Tehuelches y demás indios que tienen trato y comercio con las misiones de Magallanes. “Inmediatamente me vino a la memoria la ocupación de las Malvinas y el despojo que de ellas se nos ha hecho...
“No sucederá, me decía yo que con la Tierra del Fuego, donde hay misiones inglesas, pueda con el tiempo acaecernos lo que con las Malvinas. Quién sabe si no corresponde a esta idea la creación en la Tierra del Fuego de una Colonia Penal que hoy preocupa al Gobierno Argentino. Dios lo quiera; de todos modos, llamamos la atención de quien corresponda, porque la fundación de una Colonia bien organizada y dirigida traerá el alejamiento del peligro que indicamos, nos pondrá en condiciones de vigilar a nuestros sospechosos vecinos que se pasean por la margen norte del Estrecho, y crearemos un pueblo que nos dará beneficios en la producción y el trabajo de los penados, que allí deben regenerarse.
Podríamos concluir con una comprobación: el severo encierro del presidio fue también, paradójicamente, la apertura a la reafirmación de nuestros soberanos derechos sobre una región, disputada por otros países.
Fuente: Todo Es Historia Nº 396
Cayetano Santos Godino, más conocido por el Petiso Orejudo conmovió a la opinión pública de su época con el relato de sus crímenes, motivados por sus bajos instintos. Después de pasar una temporada en el manicomio ingresó en la prisión donde vivió el resto de sus días. Se dice que su muerte fue provocada por una feroz paliza que le propinaron otros reclusos, por haber matado a un gatito (NR: este dato no es real]. La lista abarca a integrantes de la mafia que capitaneaba Juan Galiffi, entre ellos Juan Vinti -quien participó en el secuestro y muerte del joven Abel Ayerza- y Luis Corrado, chofer del capo italiano, y los hermanos Di Grado. Pero no todos eran asesinos profesionales.
También estuvo allí quien mató en nombre de un ideal anarquista: Simón Radowitzky, de origen ruso, que arrojó la bomba que puso fin a la vida del entonces jefe de Policía, coronel Ramón L. Falcón, y de su secretario en 1909; Guillermo Mac Hannaford, ex mayor del Ejército Argentino, degradado y condenado a reclusión perpetua por el delito de traición a la patria, y algunos estafadores que también adquirieron fama en su época, entre ellos Juan Dufour, de malandanzas internacionales, de quien se dice que pudo escapar de la Isla del Diablo, pero no de Tierra del Fuego.
¿ESTUVIERON REALMENTE ALLÍ?
La leyenda acompañó al célebre presidio. Así como podemos dar fe que en él purgaron la condena que impuso la justicia a sujetos que se hicieron tristemente famosos por haber cometido delitos, porque existen constancias documentales que lo acreditan, no se ha encontrado prueba alguna que permita afirmar que, según versiones, ciertos personajes por todos conocidos hayan padecido las soledades de aquellos inhóspitos parajes. Carlos Gardel, según una de esas versiones, estuvo allí en plena adolescencia por habérsele aplicado la Ley 3335 que penaba a los reincidentes.
La única constancia al respecto arroja muchas dudas: la firma que habría estampado en una postal en la que se lee “C. Gardel”, cuando todavía firmaba Carlos Gardes También corre la versión de que Josip Broz estuvo algunos años en el austral presidio cuando era un joven inmigrante serbio que, según viejos vecinos del Dock Sud, habría habitado en ese lugar, y que fuera condenado por sus actividades anarco-sindicalistas. Naturalmente, cierto o no, ello habría tenido lugar mucho antes de convertirse en el Mariscal Tito.
Asimismo, Luis Angel Firpo, de acuerdo con otra versión, habría purgado allí una corta condena por un acto ilícito cometido en la tramitación de una compra de tierras. ¿Leyenda o realidad? Han desaparecido los archivos que podían iluminar las tinieblas de años y años que transcurrieron desde la creación de aquel reducto del dolor y la fecha en que dejó de serlo.
EVASIONES FRUSTRADAS
Hubo varios intentos de fuga por parte de los presidiarios que no tuvieron el éxito que esperaban. El más resonante fue el protagonizado por Simón Radowitzky. Lo hizo apoyado desde Punta Arenas, donde otros anarquistas arribados de Buenos Aires, contratan los servicios de Pascualín.
Rispoli, también conocido como el último pirata del Beagle por sus oscuras navegaciones llevando alcohol o cueros de lobos marinos de un lado al otro de la frontera. Con la goleta Sokolo fondearon en Puerto Golondrina, al oeste de la ciudad de Ushuaia (4-11-1918). El 7 del mismo mes Radowitsky deja el penal vestido de guardiacárcel, llega hasta el punto convenido y se embarca, de inmediato parten hacia Punta Arenas. Mientras tanto, en el penal, a las 9:22 se nota su ausencia y comienza la persecución desde Ushuaia y desde Chile. La marina de este último país lo recaptura en Aguas Frías, a 12 kilómetros de Punta Arenas: fueron sólo 23 días de libertad.
De regreso al primero se le aplicó un largo castigo de reclusión en su celda y media ración. En el libro Confesiones de un comisario, el policía retirado Plácido Donato narra el intento de fuga del criminal Bruno Debella, alias Facciabrutta, que purgaba una condena en el presidio de Ushuaia por asesinatos, asalto a mano armada y otros delitos. “Su influencia -dice- hizo nacer una sublevación. Fabricó una bomba de treinta kilos, introdujo armas en el pabellón número uno y la madrugada del 7 de septiembre de 1934 capitaneó una fuga en masa de los presidiarios.
Cuando ya estaban frente a las puertas mismas del penal, el teniente primero Damián Pereyra al mando de un pelotón de soldados los detuvo con las bocas silenciosas y amenazantes de sus fusiles Mauser. Facciabruta se encogió de hombros: "Está bien, ganaron"- dijo cansadamente mientras tiraba su pistola de 22 tiros. Había perdido otra vez
Hubo otros intentos que también fracasaron. Pueden afirmarse que los reclusos tenían sólo tres formas de liberación de ese lugar: por cumplimiento de condena, por indulto o por fallecimiento. En las dos primeras salían caminando, en la última en ataúd.
EL CIERRE DEL PENAL
El 21 de marzo de 1947 es la fecha del decreto firmado por el presidente Juan Domingo Perón, que dispone el cierre del temido presidio.”Ushuaia, tierra maldita, incorpórese sin lacras al sentimiento argentino”, es el título del articulo mediante el cual Crítica da a conocer la noticia. El diario de Botana se había ocupado en numerosas ediciones sobre el tétrico penal, particularmente en lo que atañe a la situación extrema que padecía Radowitzky.
Una publicación recogió las declaraciones de una pobladora de Ushuaia, Lucinda Otero, que resume las impresiones de la gente del lugar: “En ese momento muchísima gente dejó la ciudad porque trabajaban para el presidio y se habían quedado sin trabajo, se quedaron sólo los que estaban demasiado arraigados. En un momento la ciudad se achicó, pero enseguida llegó la Marina, lo que hizo que al pueblo llegara una nueva corriente de gente más actualizada, con otro nivel (...) Con la Marina el contacto con el mundo fue más constante. Los buques iban una vez por mes, después llegó el avión, aunque no era tan fácil viajar en él y después el camino”.
En cambio, para otros pobladores el cierre de la cárcel les acarreó pérdidas materiales, salarios o ventas comerciales. Sin lugar a dudas, alrededor del penal se formó una población que gracias a él poseía trabajo, viviendas dignas y una creciente línea de pequeños negocios. Gracias a él también hubo avances edilicios. Los reclusos efectuaron trabajos de desmonte, hicieron las instalaciones eléctricas y de obras sanitarias de Ushuaia, bajo estricta vigilancia de los guardianes.
DESTINO PARADÓJICO
Puede afirmarse que el penal de Ushuaia se ha ganado un prominente lugar en la reafirmación de nuestros derechos soberanos en los territorios del sur patagónico. Fue el primer paso para la recuperación de nuestra olvidada región austral. José Luis de Imaz cuenta que, “cuando la Marina Argentina llegó a la bahía de Ushuaia se encontró con un mundo en el que se hablaba inglés y yagan. Y con esos indios que no se podía saber si eran compatriotas nuestros, o chilenos, aunque se estuviera en tierra cartográficamente argentina. Recién acababa de ser delimitada. “Bridges debió ver con profunda desazón el arribo de aquellos barcos de la Marina de Guerra, preanunciados en los relevamientos geográficos de dos años antes. Llegaban latinos al Beagle, único enclave de evangelización cristiana no papista en el continente sudamericano
“También como periodista Payró llegó a Ushuaia en 1898. La parte argentina de la población le desencantó profundamente. Cuando fue a la Misión y asistió al oficio -en inglés, cánticos en yagan, y una oración en español por la autoridades del país-, sobre todo cuando fue invitado a tomar el té en la casa del pastor, creyó encontrarse en Lomas de Zamora o en Temperley (únicos medios británicos que conocía).
“En 1934, Ricardo Rojas, confinado político en Ushuaia, tuvo un encuentro con un yagán. El diálogo debió ser muy difícil. Al despedirse Darskapalaes le dijo: "You are a christian gentleman". Impresiones similares describe Nicanor Larrain, ya en 1883: Entre los Fueguinos se habla generalmente el idioma inglés, lo mismo que entre los Tehuelches y demás indios que tienen trato y comercio con las misiones de Magallanes. “Inmediatamente me vino a la memoria la ocupación de las Malvinas y el despojo que de ellas se nos ha hecho...
“No sucederá, me decía yo que con la Tierra del Fuego, donde hay misiones inglesas, pueda con el tiempo acaecernos lo que con las Malvinas. Quién sabe si no corresponde a esta idea la creación en la Tierra del Fuego de una Colonia Penal que hoy preocupa al Gobierno Argentino. Dios lo quiera; de todos modos, llamamos la atención de quien corresponda, porque la fundación de una Colonia bien organizada y dirigida traerá el alejamiento del peligro que indicamos, nos pondrá en condiciones de vigilar a nuestros sospechosos vecinos que se pasean por la margen norte del Estrecho, y crearemos un pueblo que nos dará beneficios en la producción y el trabajo de los penados, que allí deben regenerarse.
Podríamos concluir con una comprobación: el severo encierro del presidio fue también, paradójicamente, la apertura a la reafirmación de nuestros soberanos derechos sobre una región, disputada por otros países.
Fuente: Todo Es Historia Nº 396
La historia de una prisión que fue sinónimo de castigo y sufrimiento
Se empezó a construir en 1902. Los presos llegaban tras un mes de viaje. Los recibían la desolación y el frío. Perón la cerró en 1947 por "razones humanitarias".
Por Rolando Barbano
José Domínguez había jurado una y mil veces no ir a lo que llamaban "la tierra maldita". Había asesinado, sí, había sido condenado a 25 años de cárcel también, pero no estaba dispuesto a ir a la nada. Sin embargo, su día llegó: el 12 de febrero de 1926 lo sacaron de su celda, la 554 de la Penitenciaría Nacional, y lo prepararon para el viaje. Le pusieron grilletes en los tobillos y se los unieron con una barra que le impedía dar pasos largos, todo remachado con clavos. Entonces tomó una resolución que nadie podría cambiar.
Sumiso, Domínguez se dejó llevar al puerto sin resistirse. Lo pusieron en la fila de los presos que serían trasladados y esperó. Cuando le llegó el turno de cruzar la planchada hacia el barco "Buenos Aires", actuó: antes de que pudieran impedírselo, se tiró al río. El peso de los grilletes lo hundió al fondo del agua, de donde jamás volvió. Así fue cómo evitó que lo llevaran al penal al que nadie quería ir. Se lo conocía como el Presidio de Ushuaia o la cárcel del Fin del Mundo. Ahora se cumplen 100 años de su fundación, pero ya sólo funciona como museo.
La piedra fundamental se colocó en 1902, en una ceremonia de la que hoy sólo quedan fotos en blanco y negro donde se ve gente de riguroso uniforme rodeada de mucha tierra y mucha agua. Hasta marzo de 1947, cuando Juan Domingo Perón decretó su cierre por razones humanitarias, la cárcel protagonizó una doble historia. Por un lado, presos que morían aislados. Por el otro, un pueblo que vivía de ellos.
La decisión de crear el penal de Ushuaia también se tomó por "razones humanitarias". Pero, en ese caso, fue porque resultaba insostenible mantener el aún más cruel presidio militar de Puerto Cook, ubicado en la desolada Isla de los Estados. Los presos empezaron a ser trasladados a Ushuaia y, al poco tiempo, la experiencia entusiasmó a las autoridades. "De las diez mujeres presas, se han casado seis, tres con presos y otras tres con habitantes ya establecidos. Esto da la medida de lo que se obtendría el día que el establecimiento funcione", le escribió el gobernador al ministro de Justicia, Osvaldo Magnasco.Con esta evaluación, y la expresa intención de "poblar la región para asegurar la soberanía", se resolvió construir el penal de Ushuaia. Para eso, primero se pidieron presos que quisieran viajar al sur. Luego se los empezó a enviar compulsivamente. El criterio que se seguía para elegirlos fue variando, pero al principio se los seleccionaba analizando "su historia criminológica, tipo de delito cometido y la conmoción que habían producido en la sociedad".
Así llegaron a Ushuaia asesinos como "El Petiso Orejudo", Simón Radowitzky y Mateo Banks. Los presos eran trasladados hasta allí en las bodegas de distintos buques. Durante el viaje, que duraba un mes, iban con los pies engrillados y sólo tenían un recipiente para hacer sus necesidades. El humo del carbón de los motores hacía que llegaran a destino cubiertos de tizne y tosiendo negro.
Lo que los esperaba era aún peor. A un viento que atravesaba el cuerpo y unas temperaturas que congelaban el pensamiento, se sumaba la obligación de construir la cárcel que los albergaría. Varias generaciones de presos, desde 1902 hasta 1920, tuvieron que encargarse de la tarea.
Al llegar, los penados eran bañados y afeitados. Sólo los condenados por delitos leves estaban autorizados a llevar bigote. Enseguida se les entregaba las que serían sus únicas pertenencias durante el encierro: traje a rayas negras y amarillas para trabajar, traje para días feriados, colchón con 10 kilos de lana lavada, cubiertos, cuatro sábanas, dos calzoncillos, útiles de escuela y un metro.
Después, a trabajar. Lo primero que se hizo fue poner a funcionar una cantera propia, desde la que se llevaba la piedra a la obra con un trencito que corría sobre rieles de madera. Así se levantó una cárcel con cinco pabellones dispuestos en forma radial y 380 celdas de dos metros por dos. El resultado fue descripto por los testigos de la época como una "enorme masa de piedra gris, con muchas edificaciones menores colocadas en forma desordenada".
Esas edificaciones menores eran los talleres en los que empezaron a trabajar los presos apenas terminó la obra principal: el de ebanistería -hacían cofres, bastones y tapas de libros-, el aserradero, la herrería, el astillero, la fábrica de escobas, la sastrería y el lugar donde arreglaban el tren.
El tren era parte fundamental de la vida de la cárcel. En él, los presos partían cada mañana hacia el Monte Susana, donde aserraban leña para la calefacción del presidio y para realizar obras públicas. Estaban obligados a mantener el muelle de la ciudad, a hacer el tendido de calles y de la red de agua pública. Y también a divertir al pueblo: la banda de música del penal, formada por presos como "El Petiso Orejudo" -asesino serial; tocaba el bombo-, desfilaba cada fin de semana por Ushuaia. Hacia 1919, ése era el único pasatiempo que tenían los 500 habitantes de la ciudad y los 550 detenidos.
La mayoría de los presos rogaba que le asignaran una tarea. Cualquier cosa era mejor a quedarse en las celdas, muertos de frío y de aburrimiento. De hecho, uno de los castigos que se aplicaban era la prohibición de trabajar. El penado quedaba todo el día encerrado en su celda, a pan y agua, con las ventanas tapadas. Muchas veces los mojaban y los encerraban en la oscuridad. O los hacían desfilar a medianoche entre dos hileras de guardias armados con cachiporras y palos, recorrido del que sólo se salía muerto o desmayado.
Para 1930, una o dos veces por semana los vecinos de Ushuaia veían un ataúd atravesando la ciudad rumbo al cementerio. El 54 por ciento de los presos estaba enfermo. Una simple caries terminaba en una boca desdentada. Un par de años en el penal marcaba los rostros de los presos como si se tratara de décadas. Fue el comienzo de una década de terror, dominada por un alcaide de apellido Faggioli, que recién terminó cuando llegaron los primeros presos políticos y denunciaron lo que pasaba. "Aquí, si no anda el garrote, no es posible mantener la disciplina. Así se mueren más rápido. ¡Para la falta que hacen!", se justificaba el jefe del penal.
La fuga era más que una utopía. Bosques y montañas impenetrables, el mar helado y el intenso frío eran los guardianes más eficientes. Todo preso que escapaba sabía que lo máximo a lo que podía aspirar era a pasar unos días en libertad.
Aun así, nunca dejaron de intentarlo. Como lo hizo el ladrón Nievas, que consiguió un traje de marinero para disfrazarse y escapar. Se escondió en el campanario de la iglesia de Ushuaia y cada noche bajaba a la sacristía para tomarse las botellitas con agua bendita. Hasta que el cura se dio cuenta y se las escondió. Tuvo que empezar a salir a la calle para no deshidratarse y así lo detuvieron. Entonces comprendió que el único método efectivo para no volver a ese penal era aquel que había inaugurado José Domínguez años atrás.
Fuente: www.clarin.com
Se empezó a construir en 1902. Los presos llegaban tras un mes de viaje. Los recibían la desolación y el frío. Perón la cerró en 1947 por "razones humanitarias".
Por Rolando Barbano
José Domínguez había jurado una y mil veces no ir a lo que llamaban "la tierra maldita". Había asesinado, sí, había sido condenado a 25 años de cárcel también, pero no estaba dispuesto a ir a la nada. Sin embargo, su día llegó: el 12 de febrero de 1926 lo sacaron de su celda, la 554 de la Penitenciaría Nacional, y lo prepararon para el viaje. Le pusieron grilletes en los tobillos y se los unieron con una barra que le impedía dar pasos largos, todo remachado con clavos. Entonces tomó una resolución que nadie podría cambiar.
Sumiso, Domínguez se dejó llevar al puerto sin resistirse. Lo pusieron en la fila de los presos que serían trasladados y esperó. Cuando le llegó el turno de cruzar la planchada hacia el barco "Buenos Aires", actuó: antes de que pudieran impedírselo, se tiró al río. El peso de los grilletes lo hundió al fondo del agua, de donde jamás volvió. Así fue cómo evitó que lo llevaran al penal al que nadie quería ir. Se lo conocía como el Presidio de Ushuaia o la cárcel del Fin del Mundo. Ahora se cumplen 100 años de su fundación, pero ya sólo funciona como museo.
La piedra fundamental se colocó en 1902, en una ceremonia de la que hoy sólo quedan fotos en blanco y negro donde se ve gente de riguroso uniforme rodeada de mucha tierra y mucha agua. Hasta marzo de 1947, cuando Juan Domingo Perón decretó su cierre por razones humanitarias, la cárcel protagonizó una doble historia. Por un lado, presos que morían aislados. Por el otro, un pueblo que vivía de ellos.
La decisión de crear el penal de Ushuaia también se tomó por "razones humanitarias". Pero, en ese caso, fue porque resultaba insostenible mantener el aún más cruel presidio militar de Puerto Cook, ubicado en la desolada Isla de los Estados. Los presos empezaron a ser trasladados a Ushuaia y, al poco tiempo, la experiencia entusiasmó a las autoridades. "De las diez mujeres presas, se han casado seis, tres con presos y otras tres con habitantes ya establecidos. Esto da la medida de lo que se obtendría el día que el establecimiento funcione", le escribió el gobernador al ministro de Justicia, Osvaldo Magnasco.Con esta evaluación, y la expresa intención de "poblar la región para asegurar la soberanía", se resolvió construir el penal de Ushuaia. Para eso, primero se pidieron presos que quisieran viajar al sur. Luego se los empezó a enviar compulsivamente. El criterio que se seguía para elegirlos fue variando, pero al principio se los seleccionaba analizando "su historia criminológica, tipo de delito cometido y la conmoción que habían producido en la sociedad".
Así llegaron a Ushuaia asesinos como "El Petiso Orejudo", Simón Radowitzky y Mateo Banks. Los presos eran trasladados hasta allí en las bodegas de distintos buques. Durante el viaje, que duraba un mes, iban con los pies engrillados y sólo tenían un recipiente para hacer sus necesidades. El humo del carbón de los motores hacía que llegaran a destino cubiertos de tizne y tosiendo negro.
Lo que los esperaba era aún peor. A un viento que atravesaba el cuerpo y unas temperaturas que congelaban el pensamiento, se sumaba la obligación de construir la cárcel que los albergaría. Varias generaciones de presos, desde 1902 hasta 1920, tuvieron que encargarse de la tarea.
Al llegar, los penados eran bañados y afeitados. Sólo los condenados por delitos leves estaban autorizados a llevar bigote. Enseguida se les entregaba las que serían sus únicas pertenencias durante el encierro: traje a rayas negras y amarillas para trabajar, traje para días feriados, colchón con 10 kilos de lana lavada, cubiertos, cuatro sábanas, dos calzoncillos, útiles de escuela y un metro.
Después, a trabajar. Lo primero que se hizo fue poner a funcionar una cantera propia, desde la que se llevaba la piedra a la obra con un trencito que corría sobre rieles de madera. Así se levantó una cárcel con cinco pabellones dispuestos en forma radial y 380 celdas de dos metros por dos. El resultado fue descripto por los testigos de la época como una "enorme masa de piedra gris, con muchas edificaciones menores colocadas en forma desordenada".
Esas edificaciones menores eran los talleres en los que empezaron a trabajar los presos apenas terminó la obra principal: el de ebanistería -hacían cofres, bastones y tapas de libros-, el aserradero, la herrería, el astillero, la fábrica de escobas, la sastrería y el lugar donde arreglaban el tren.
El tren era parte fundamental de la vida de la cárcel. En él, los presos partían cada mañana hacia el Monte Susana, donde aserraban leña para la calefacción del presidio y para realizar obras públicas. Estaban obligados a mantener el muelle de la ciudad, a hacer el tendido de calles y de la red de agua pública. Y también a divertir al pueblo: la banda de música del penal, formada por presos como "El Petiso Orejudo" -asesino serial; tocaba el bombo-, desfilaba cada fin de semana por Ushuaia. Hacia 1919, ése era el único pasatiempo que tenían los 500 habitantes de la ciudad y los 550 detenidos.
La mayoría de los presos rogaba que le asignaran una tarea. Cualquier cosa era mejor a quedarse en las celdas, muertos de frío y de aburrimiento. De hecho, uno de los castigos que se aplicaban era la prohibición de trabajar. El penado quedaba todo el día encerrado en su celda, a pan y agua, con las ventanas tapadas. Muchas veces los mojaban y los encerraban en la oscuridad. O los hacían desfilar a medianoche entre dos hileras de guardias armados con cachiporras y palos, recorrido del que sólo se salía muerto o desmayado.
Para 1930, una o dos veces por semana los vecinos de Ushuaia veían un ataúd atravesando la ciudad rumbo al cementerio. El 54 por ciento de los presos estaba enfermo. Una simple caries terminaba en una boca desdentada. Un par de años en el penal marcaba los rostros de los presos como si se tratara de décadas. Fue el comienzo de una década de terror, dominada por un alcaide de apellido Faggioli, que recién terminó cuando llegaron los primeros presos políticos y denunciaron lo que pasaba. "Aquí, si no anda el garrote, no es posible mantener la disciplina. Así se mueren más rápido. ¡Para la falta que hacen!", se justificaba el jefe del penal.
La fuga era más que una utopía. Bosques y montañas impenetrables, el mar helado y el intenso frío eran los guardianes más eficientes. Todo preso que escapaba sabía que lo máximo a lo que podía aspirar era a pasar unos días en libertad.
Aun así, nunca dejaron de intentarlo. Como lo hizo el ladrón Nievas, que consiguió un traje de marinero para disfrazarse y escapar. Se escondió en el campanario de la iglesia de Ushuaia y cada noche bajaba a la sacristía para tomarse las botellitas con agua bendita. Hasta que el cura se dio cuenta y se las escondió. Tuvo que empezar a salir a la calle para no deshidratarse y así lo detuvieron. Entonces comprendió que el único método efectivo para no volver a ese penal era aquel que había inaugurado José Domínguez años atrás.
Fuente: www.clarin.com
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