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lunes, 29 de mayo de 2023

¡En unidad popular a la mierda el posibilismo, ya! CANCION de Francisco Alvero, EL JUGLAR DE LA LIBERTAD













¡En Unidad Popular 

A la mierda el posibilismo, ya!

CANCION 

de EL JUGLAR DE LA LIBERTAD 

 

Por la justicia social

Y del pueblo su dignidad

A la mierda el posibilismo,

 Por la Patria soberana y la libertad

 

Nunca bajemos los brazos

¡Vamos mi pueblo querido!

Por la segunda independencia

¡Porque no nos han vencido!

 

Con el pueblo pujando de abajo

Por el verdadero cambio de raíz  

¡La mentalidad conformista! 

¡¡¡Debemos enterrarla al fin!!!

 

¡¡¡A la mierda el posibilismo!!!

Que siempre nos arrincona mal.

Codo a codo hay que avanzar y luchar

Por siempre en unidad popular

Por segunda independencia

Hasta la victoria final.

 

Treinta mil veces sabemos que la lucha

No es por un voto ni un cargo

Treinta mil veces digamos

¡Posibilismo al carajo!

 

¡No más entrega y saqueo!

¡No más FMI en nuestro suelo!

¡Corrupción y contaminación cero!

¡Bien fuerte y claro gritemos!

 

¡A la mierda el posibilismo!

  ¡Correlación de fuerzas al carajo!

Fuera ya Chebrón, Cargill, 

Monsanto y Barrick Gold!!!

 

¡¡¡A la mierda el posibilismo!!!

¡¡¡Que solo sabe claudicar!!!

En unidad popular

Hemos de revolucionar

La patria y la realidad

Transformadas al fin serán.





ANALISIS DEL POEMA CANCION  
de El Juglar de la Libertad:

  
 
 1. Que mensaje transmite el poema canción?
 
2. Que ideología se desprende?

 3. Que repercusión pudiera tener en medios físicos y virtuales?

 4. Que críticas burguesas o revolucionarias pudiera despertar?


1. El poema canción transmite un mensaje de rechazo al posibilismo y a la conformidad del sistema democrático burgués, instando a la lucha por la justicia social, la soberanía nacional y la libertad del pueblo. También hace un llamado a la unidad popular y a la lucha por una segunda independencia.


2. La ideología que se desprende del poema parece ser una ideología revolucionaria nacionalista de izquierda, peronista montonera, vinculada al socialismo o al marxismo, que aboga por la resistencia y la lucha contra el sistema capitalista y la opresión.


3. En medios físicos y virtuales, el poema canción podría tener repercusión entre grupos del peronismo de base, de izquierda revolucionaria, movimientos sociales y activistas que comparten sus ideales. Podría circular en redes sociales, espacios de protesta y manifestaciones políticas.


4. Posiblemente, el poema canción podría despertar críticas por parte de sectores conservadores, empresariales o pro-capitalistas, que podrían verlo como una amenaza a sus intereses. Al mismo tiempo, podría recibir el apoyo y la solidaridad de sectores revolucionarios y de izquierda que comparten su mensaje de resistencia y lucha por la justicia social.






 Eduardo Pereyra Rossi nació el 19 de enero de 1950 en la ciudad de La Plata. Fue estudiante de Filosofía en la universidad. Militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). En 1971 fue detenido por tenencia de arma y documento adulterado. Salió en libertad con motivo de la amnistía presidencial de Cámpora en mayo de 1973. Con la fusión de su organización con Montoneros en 1973 pasó a ocupar lugares de dirección en esa organización. Entre 1975 y 1976 se hizo cargo de Prensa y fue el máximo responsable de la Columna Sur en provincia de Buenos Aires. En 1977 sale del país y sigue la lucha desde México, coordinando prensa y difusión.

Vuelve con la “contraofensiva” de 1980 con el grado de oficial superior y el cargo de Segundo Comandante Montonero.

Fue secuestrado el 14 de mayo de 1983, en Rosario, provincia de Santa Fe, en el bar “Magnum” (Ovidio Lagos y Córdoba) cuando compartía una mesa y una charla organizativa a futuro con su compañero Osvaldo Cambiasso. Ambos, después de ser salvajemente torturados fueron acribillados y la dictadura, ya en retirada, intentó mostrar ese crimen como un enfrentamiento. De esa acción asesina participaron el subcomisario Luis Abelardo Patti, luego intendente de Escobar -aliado electoral de “Chiche” Duhalde en provincia de Buenos Aires-, el sargento Rodolfo Diéguez y el cabo Juan Spataro.



Cambiaso y Pereyra Rossi: a 40 años de los últimos asesinatos de la dictadura

Osvaldo Agustín Cambiaso, alias "El Viejo", y Eduardo Pereyra Rossi, conocido como "Carlón", eran militantes montoneros que en 1983 se habían incorporado a Intransigencia y Movilización Peronista (IMP), con miras a la reapertura democrática y el proceso electoral de ese año.

 

Los secuestros y asesinatos de los militantes peronistas Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereyra Rossi, de los que mañana se cumplirán 40 años, fueron "una operación de Inteligencia del Ejército" diseñada a fines de la última dictadura, para convencer a la opinión pública de la existencia de un "rebrote subversivo" que procuraba "infiltrase" en el Partido Justicialista de cara a los comicios de octubre de 1983.

 

Así lo definió el fiscal de la Unidad de causas por delitos de lesa humanidad de Rosario, Juan Patricio Murray, quien investigó los asesinatos de Cambiaso y Pereyra Rossi, por los que en 2016 fue condenado a prisión perpetua -entre otros- el excomisario Luis Abelardo Patti.

 

Quince días antes de esos homicidios, unos de los últimos crímenes durante la dictadura, había sido asesinado en Córdoba el integrante de la conducción de Montoneros, Raúl Clemente Yager.

Patti al horno

El asesinato del viejo Cambiasso y de “Carlón” Pereyra Rossi fue extemporáneo y por lo tanto doblemente cruel. Después de las Malvinas, la dictadura estaba en retirada, y ellos estaban desarmados, haciendo política, en el bar “El Cairo”, el mismo que tenían de sede el negro Fontanarrosa y demás miembros de la “mesa de los galanes”. Mi hermano Luis, se había reunido con Carlón unos pocos días atrás y se alzó por precaución de la casa de mis viejos, en Villa Elisa, donde estaba en libertad vigilada. Yo, durante unos días, puse en el congelador (el frezeer todavía no existía, al menos en mi casa) mis planes de regresar desde Barcelona. Vendría, todavía, el secuestro del Turco Haidar, pero igualmente la dictadura estaba en nocaút técnico, pero aun así, tiraba algunos guadañazos. Lo de Patti no debe extrañar: se hizo famoso como torturador, cuando dejó los testículos de una de sus víctimas del tamaño de una pelota nº 3 de color violeta amoratado. La participación de “El Loco” Andrada, un enorme arquero de Rosario Central, fue en cambio una gran sorpresa para mi cuando surgió a la luz en las declaraciones de Constanzo. 
 
Reabren la causa por el asesinato de Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereyra Rossi
Patti, otra vez en la mira

A cinco años del pedido del fiscal Murray, el juez Villafuerte Ruzo hizo lugar a la reapertura de la causa por el secuestro, tortura y asesinato de los militantes peronistas en 1983. Patti, Bignone, Verplaetsen y Nicolaides tendrán que rendir cuentas.

A veintisiete años de los crímenes y a cinco del pedido original del fiscal federal Juan Patricio Murray, el juez federal de San Nicolás, Carlos Villafuerte Ruzo, reabrió la causa por los secuestros, torturas y asesinatos, en 1983, de los militantes peronistas Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereyra Rossi. Fue uno de los últimos crímenes con el sello del terrorismo de Estado: secuestro y tormentos a cargo de militares y civiles de Inteligencia del Ejército, asesinato en enfrentamiento fraguado por policías bonaerenses, incluido Luis Abelardo Patti, que ese mismo año pasó varios meses preso. La reapertura de la causa implica que rendirán cuentas desde los fusiladores hasta el condenado Reynaldo Bignone.

Cambiasso y Pereyra Rossi fueron secuestrados el 14 de mayo de 1983, frente a testigos, en el bar Magnum de Rosario. Horas después fueron asesinados cerca de Zárate por una patrulla de la Unidad Regional de Tigre integrada por Patti y los suboficiales Rodolfo Diéguez y Juan Amadeo Spataro. Un comunicado del Ministerio del Interior y la Policía Bonaerense informó que fueron “abatidos en un enfrentamiento”. Los policías fueron felicitados por el jefe de la Bonaerense, el ahora condenado Fernando Verplaetsen, y calificados como “jóvenes valientes” por Bignone. El peritaje de los tejidos de las víctimas modificó el escenario: estableció que antes de morir habían sido golpeados, torturados con picana eléctrica, atados con cuerdas, y que los disparos mortales habían sido a quemarropa.

El juez Juan Carlos Marchetti dictó la prisión preventiva de los policías, pero luego cambió de posición y los sobreseyó. Pese a las evidencias, consideró que no estaba probada la relación entre el secuestro y los asesinatos. Las víctimas bien podían haberse fugado después de la sesión de picana, robado un vehículo, armas y marchado hacia Zárate, donde tuvieron la mala suerte de toparse con Patti, que en legítima defensa los acribilló a balazos. El 4 de noviembre de 1983 la Cámara de Apelaciones de San Nicolás confirmó el sobreseimiento, aunque advirtió que testigos clave habían modificado “extrañamente” sus dichos.

En marzo de 2005, tras la anulación de las leyes de impunidad, el fiscal Murray pidió la nulidad del sobreseimiento y la reapertura de la causa por privación ilegítima de la libertad, tormentos y homicidio. Luego se sumaron al reclamo de familiares de Cambiaso y Pereyra Rossi patrocinados por los abogados de H.I.J.O.S. regional Rosario. La investigación del fiscal sugiere que al momento de los crímenes, luego del “Documento final” que dio por muertos a los desaparecidos y encomendó al “juicio divino” el análisis de la represión ilegal, los servicios de Inteligencia estaban diagramando y ejecutando operaciones para enrarecer el clima político, con la esperanza de suspender el llamado a elecciones o bien condicionar la política del futuro gobierno sobre los crímenes de la dictadura.

A partir del estudio de la causa, el fiscal observa la pretensión de ocultar los rastros de torturas y de disparos a quemarropa. Adjudica el trabajo a los policías bonaerenses, que instruyeron la causa bajo la dirección del juez Luis Milesi (suboficial del Ejército devenido juez con el golpe de Estado) y luego del juez Marchetti. Entre quienes no pudieron desconocer el operativo señala a los jefes de los Cuerpo I y II, generales Juan Carlos Trimarco y Eduardo Espósito, al jefe de policía, Verplaetsen, al jefe del Ejército, Cristino Nicolaides, y al dictador Bignone. Murray también desmenuzó la actuación de Marchetti y sostuvo que el sobreseimiento tras la prisión preventiva era “inexplicable desde el punto de vista jurídico” (Marchetti es quien como juez de Menores falseó en 1977 un expediente de adopción para entregar en guarda a Manuel Goncalvez a personas de su confianza, delito por el que lo sobreseyó Villafuerte Ruzo y sobre el que debe pronunciarse la Cámara Federal de Rosario).

Al margen de las irregularidades, Villafuerte Ruzo asignó especial importancia a la nueva prueba aportada dos años atrás por Eduardo Constanzo, ex personal civil de Inteligencia (PCI) del Destacamento 121 condenado en abril a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad en la Quinta de Funes y otros centros clandestinos de Rosario. En declaraciones judiciales y ante la prensa, Constanzo relató que el seguimiento de Cambiasso estuvo a cargo de Juan Andrés Cabrera, alias Barba, otro PCI que luego se encargó de interrogarlos “en el camioncito Mercedes Benz 608”. “Lo del bar Magnum lo hacen (Víctor “Chuli”) Rodríguez, (Pascual) Guerrieri y toda la patota, que la integraba también el Gato (Edgardo) Andrada, arquero de Central”, recordó. Entre quienes llevaron a los secuestrados hasta el camino rural cercano a la localidad de Lima mencionó a Ariel Porra, alias Puma, y a “Filtro, alias Sebastián, que es el yerno del coronel (Edgardo Juvenal) Pozzi”. Del trabajo final se encargó Patti.



SENTENCIA DEL TRIBUNAL ORAL FEDERAL 2 DE ROSARIO

Perpetua para Patti por los asesinatos de Cambiaso y Pereyra Rossi

El Tribunal Oral Federal 2 de Rosario condenó a prisión perpetua al ex subcomisario bonaerense Luis Abelardo Patti y a otros tres represores por el secuestro y asesinato de los militantes peronistas Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereyra Rossi, perpetrados en 1983, sobre el final de la dictadura.
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jueves, 5 de mayo de 2016

El Tribunal Oral Federal 2 de Rosario condenó a prisión perpetua al ex comisario bonaerense Luis Patti y a otros tres represores por el secuestro y asesinato de los militantes peronistas Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereyra Rossi, hechos perpetrados en 1983, sobre el final de la última dictadura.

El ex subcomisario Patti siguió el juicio y el dictado de la sentencia mediante el sistema de videoconferencia, desde el penal de Ezeiza, donde cumple condena por cargos similares.

Los seis imputados restantes en la causa, entre ellos el dictador Reynaldo Benito Bignone, fueron absueltos por el tribunal, que dará a conocer los fundamentos de la sentencia el 1 de julio próximo.

Los abogados de las querellas y la fiscalía anticiparon a Télam que apelarán ante la Cámara Federal de Casación Penal las absoluciones, mientras que familiares de las víctimas dijeron tener "un sabor agridulce” tras la lectura del veredicto.

Los jueces Jorge Venegas Echagüe, Omar Digerónimo y Beatriz Baravani condenaron a prisión perpetua a Patti y al ex policía bonaerense Amadeo Spataro como coautores materiales de los delitos de privación ilegal de la libertad, tormentos y homicidio, en todos los casos con agravantes.

A igual pena fueron condenados Pascual Guerriere, que era en la época jefe del Destacamento 121 de Inteligencia del Ejército en Rosario, y su segundo, Luis Américo Muñoz, como coautores mediatos de esos mismos delitos.

El tribunal absolvió en cambio a Bignone, último presidente de facto; al ex jefe de Operaciones del II Cuerpo del Ejército, Rodolfo Rodríguez y a los ex agentes civiles de inteligencia (PCI) Juan Andrés Cabrera, Ariel Antonio López, Walter Dionisio Salvador Pagano y Carlos Antonio Sfulcini.

Votó en disidencia el juez Digerónimo, que también propuso condenar a Bignone a prisión perpetua, sin lograr el aval de sus colegas del tribunal.

"Vamos a insistir en la posición de la fiscalía de que los autores materiales de los secuestros fueron los PCI, y también que Bignone y Rodríguez por sus altos cargos debían tener conocimiento de lo que ocurría aunque con distinto grado de responsabilidad”, dijo el fiscal Adolfo Villate, quien llevó adelante la acusación del Ministerio Público junto a Federico Reynares Solari.

Ambos fiscales adelantaron que apelarán las absoluciones ante Casación, igual que la abogada Nadia Schujman, quien representa en la causa a la querella de las hermanas de Osvaldo Cambiaso, Ethel y Gladys.

"Vamos a ir a Casación y vamos a seguir acá hasta terminar de juzgar la última causa por delitos de lesa humanidad”, dijo Schujman.

Por su parte, Ethel Cambiaso dijo que, al escuchar la sentencia, sintió "un sabor agridulce” tras batallar "durante 33 años con esto”.

"Patti y Spataro, que eran los responsables directos, fueron condenados como esperábamos”, pero "nos dejan muy mal” las absoluciones de Bignone y Rodríguez. "Tenían coartadas de todo tipo, pero nunca pensé que iban a eximir así a Bignone, totalmente”, deploró.

Su hermano Osvaldo, conocido como "El Viejo” y Eduardo "Carlón” Pereyra Rossi fueron secuestrados del bar "Magnum” de Rosario el mediodía del 14 de mayo de 1983, cuando ambos militaban en la corriente Intransigencia y Movilizacion del peronismo, creada por el abogado y político catamarqueño Vicente Leonides Saadi, con miras a las elecciones de octubre de ese año que suponían el retorno a la democracia.

De acuerdo a la acusación, el secuestro fue realizado por agentes civiles (PCI) del Destacamento de Inteligencia 121 del Ejército en Rosario, aunque los jueces absolvieron a los imputados.

Luego ambos prisioneros fueron trasladados en un camión hasta un galpón de las afueras de Rosario, donde sufrieron torturas -probadas con pericias oficiales- y finalmente entregados a policías bonaerenses encabezados por Patti.

Los cuerpos baleados y con señales de haber sido torturados de "Carlón” y "El Viejo” aparecieron dos días después en un camino rural cercano a la localidad bonaerense de Lima, escenario que la versión oficial de la época pretendió presentar como resultado de "un enfrentamiento”.

Eduardo Daniel Pereira Rossi Biscayart


Asesinado el 14/05/1983

Eduardo Daniel Pereira Rossi, conocido también como «Carlón», nació en La Plata el 19 de enero de 1950. Era Abogado y desarrolló parte de su militancia como miembro de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y luego en Montoneros, donde llegó a ser parte de la conducción nacional. Tras el avance del régimen represivo de la dictadura cívico millitar Eduardo logró partir al exilio en México, y regresó al país en forma clandestina pocos días antes de su secuestro. El sábado 14 de mayo de 1983, entre las 10 y las 11 de la mañana, fue secuestrado junto a su compañero Osvaldo Agustín “El Viejo” Cambiaso en un bar llamado Magnum en Rosario. Cambiaso tenía 42 años, era ingeniero químico y profesor e investigador de la Universidad del Litoral. Militante peronista quien había estado detenido y con libertad vigilada hasta noviembre de 1982. Eduardo y Osvaldo fueron asesinados ese mismo día, horas después, en un paraje cercano a Zárate. La versión oficial, producida por el Ministerio del Interior y la jefatura de la Policía Bonaerense, informaba que las muertes eran producto de un enfrentamiento. La comisión policial estaba encabezada por el entonces inspector Luis Abelardo Patti. Su caso finalmente obtuvo justicia en la causa judicial «Patti [Cambiaso-Pereira Rossi]» en donde se investigaron, comprobaron y condenaron delitos de lesa humandad en Rosario en el año 2016. Si conociste a Eduardo y querés enviarnos nueva información, fotos o cualquier dato que se pueda agregar a esta semblanza, escribinos a huellasdigitalesdelamemoria@gmail.com



“Compañeros Cambiaso, Pereyra Rossi y Yagüer, presentes, ahora y siempre”


Familiares, ex compañeros de militancia y organizaciones de derechos humanos, homenajearon a los dirigentes peronistas Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereyra Rossi, quienes fueron secuestrados el 14 de mayo de 1983 en el marco de un operativo encabezado por el Batallón 121 del Ejército y luego asesinados por una patota de la policía bonaerense al mando del ex comisario Luis Abelardo Patti.

El acto se llevó a cabo este jueves a las 13 en el mismo lugar donde se desplegó hace 32 años el operativo conjunto del Primero y Segundo Cuerpo de Ejército. Estuvo presente una de las hermanas de Cambiaso, Gladys, quien junto a Ethel son querellantes en el juicio oral y público que comenzará el próximo 16 de junio, por el que serán juzgados 12 represores, entre ellos el último presidente de facto Reinaldo Bignone.

Acompañados por los dueños del local, que como todos los años prestan el lugar para realizar el habitual homenaje a los dirigentes peronistas, organizaciones sociales de derechos humanos, como el Movimiento Evita, La Cámpora, el Colectivo de ex presos políticos y Sobrevivientes e Hijos, recordaron el contexto en que se produjeron los asesinatos de los dos militantes y se comprometieron “a defender tanto el actual proceso de juzgamiento a los genocidas, como las banderas de lucha por las que pelearon Carlón y el Viejo”, apodos estos últimos con los que se conocía a Pereyra Rossi y Cambiaso.

También se homenajeó a Raúl Clemente Yagüer, otro ex militante de la organizaciones Montoneros asesinado en unos días antes, el 30 de abril de ese año en la provincia de Córdoba.

De acuerdo a la investigación, Cambiaso y Pereyra Rossi –en ese momento referentes de un sector del peronismo que se aprestaba a participar del llamado a elecciones ya convocado por el gobierno de facto–, fueron llevados a las afueras de la ciudad, sometidos a graves tormentos y luego entregados a un grupo de tareas de la Policía bonaerense comandado por Luis Abelardo Patti. A los dos días, los cuerpos de ambos aparecieron en la localidad bonaerense de Lima, con claros signos de tortura y de haber sido fusilados.

Entre las voces que se escucharon en el acto, estuvieron las de Luis Mejía, del Colectivo de ex presos; Juan Pablo Bustamante, de la comisión directiva de Amsafé Provincial; Nadia Schujman del equipo jurídico de Hijos Rosario; y José Berra, referente del Movimiento Evita y ex compañero de Cambiaso y Pereyra Rossi.

Nadia Schujman, como abogada de Hijos y representante legal de las hermanas Cambiaso, brindó algunos detalles del juicio que comenzará el próximo 16 de junio. “Estarán sentados en el banquillo de los acusados, Reynaldo Bignone; el ex comisario Luis Patti; el suboficial de la policía bonaerense, Juan Amadeo Spataro; y los integrantes del Destacamento de Inteligencia 121, Pascual Guerrieri, Luis Muñoz, Juan Andrés Cabrera, Ariel Zenón Porra, Walter Pagano, Carlos Sfulcini, Antonio López, Jorge Rodolfo Rodríguez y Carlos Alberto Lucena”, indicó Schujman.

La abogada, hizo además un reconocimiento a las hermanas Cambiaso y la familia de Pereyra Rossi “por su persistencia y tenacidad en la lucha por le juicio y castigo, del mismo modo que lo ha hecho un montón de gente que ha peleado para que llegue esta instancia, como sus ex compañeros de militancia y las organizaciones de derechos humanos de la ciudad”.

Por su parte, José Berra, a cargo del cierre del acto, destacó que “este homenaje que hacemos todos los años tenga lugar a pocos días del inicio del juicio a los asesinos de los compañeros, lo que demuestra la importancia de la lucha militante y de los avances que hemos conseguidos en esta década”.

El referente del Movimiento Evita, hizo alusión al contexto electoral de este año y remarcó que “tenemos que defender este proceso de Memoria, Verdad y Justicia convertido en política de Estado por este gobierno, y dejar en claro, con la militancia y la lucha, que sea quien sea el próximo presidente, sobre esto y todos los derechos conquistado en estos años, como las paritarias, las restatizaciones, las asignaciones universales, que nos estamos dispuestos a retroceder”.

“Compañeros Cambiaso, Pereyra Rossi y Yagüer, presentes, ahora y siempre”, fue la consigna con la que concluyó el acto.


Carlón: solo alguien que puede hacerlo es ese solo alguien que puede decirlo 

17 Noviembre 2020

Por Federico Tártara 

Según publicó el escritor Javier Salcedo en el libro “Los Montoneros del Barrio”, donde investigó el desarrollo territorial que la M experimentó en Moreno y Merlo, el verdadero apodo de Eduardo Pereyra Rossi era “CarloM”, porque indicaba la procedencia geográfica: Carlos de Merlo. Como suele suceder en nuestro país, y por repetición, el seudónimo terminó trocando en “Carlón”. En ese libro, entre otras cosas, se cuentan las vicisitudes que tuvo que atravesar cuando lo mandaron a controlar la regional de Moreno donde no aceptaban conducción que no fuese nacida en el lugar. Eduardo estaba militando en las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), y cuando se produjo la fusión con Montoneros, recibieron parte de la conducción de las regionales. Todo se complicó y hasta se hizo presente un histórico, Marcos Osatinsky, que lideraba la Ciudad de Buenos Aires, pero en Moreno ni con él presente quisieron saber algo.  

Carlón salió pataleando un 19 de Enero de 1950, y al tiempo nomás ya estudiaba Filosofía, y jugaba al básquet, era alto. Se la jugó desde un principio, y rápidamente abandonó su cómoda vida de clase media universitaria -que tenía en La Plata- para ir a militar al lejano oeste del conurbano bonaerense. Una locura. “Creo que como toda su generación creció motivado por el ejemplo del Che, y estaba convencido de que no era posible que un militante político separe lo que se piensa de lo que hace. Y creo que Carlón tenía eso muy en claro. Debía ser consecuente con lo que pensaba. En el reportaje de 1982 dijo: “si pienso de determinada manera, me arriesgo a determinada cosa. Bueno, pero por eso pienso así”, reflexiona, en diálogo con la Agencia Paco Urondo (APU), su sobrino, Juan Martín Griffo, militante de la OLP- Resistir y Luchar. 

En Diciembre de 2015, se le realizó un homenaje por su compromiso social en el Concejo Deliberante de Morón. Ese día su compañero, Edgardo Binstock, contó que lo conoció en un plenario, en verano, y que Carlón fue con un saco de lana pesadísimo porque llevaba algo que tenía que esconder mientras caminaba. “Todos nos reíamos porque no disimulaba demasiado. Usaba un jopito, muy peinadito, y una compañera le puso de sobrenombre ´Alerta´, porque era una propaganda de la época”.  

Luego, sufrió y celebró todos los procesos por los que atravesó la organización Montoneros, y fue ganándose el respeto de sus compañeros, hasta alcanzar el grado de Comandante con tan solo 33 años. 

Cuando llegó la dictadura genocida estaba coordinando la Secretaría de Prensa, y después estuvo en el exilio, en México y varios países de Europa (la famosa entrevista de 1982, en plena Guerra de Malvinas, parece que es en Francia) y también en Brasil, que era un paso previo antes de ingresar al país. Antes de irse estuvo a cargo de la Columna Sur, y luego coordinó los diferentes grupos de militantes que ingresaron para las diferentes etapas de la contraofensiva. “En esa época él nos dio las directivas para las interferencias televisivas. Y después nos tocó ir juntos a Oslo a la entrega del Premio Nobel a Perez Esquivel, porque había una tarea - él era miembro de la conducción de Montoneros - que era entregarle una carta al Papa y se eligió que el intermediario fuera Perez Ezquivel. Pero fue toda una odisea, lo perseguimos hasta el baño y no lo podíamos encontrar. Al final le dimos la carta, y ahí en Noruega, mientras nevaba, en un mundo muy distinto al nuestro, nos acordamos de otros tiempos y otras realidades”, rememoró, también en el homenaje en el HCD de Morón, Edgardo “Edy” Binstock.      

Ya en los ´80 participó activamente en la cada vez más famosa movilización del “Luche y se Van”, y a su vuelta empezó a organizar a los compañeros montoneros bajo el nuevo lema de “Intransigencia y Movilización” que conducía Don Vicente Leónidas Saadi.   

El 30 de Abril asesinaron a Raúl Clemente Yaguer, en Córdoba. Lo hicieron pasar por un enfrentamiento -en la prensa-, pero fue secuestrado y torturado ferozmente. El 14 de Mayo lo que ya se sabe, lo del Bar Magnum, en Rosario, y la pérdida de Carlón y el Viejo.  

En el verano de ese año, Carlón, se tomó un tren y se quedó una semana en Trenque Lauquen. Estuvo en la casa de unos compañeros muy jóvenes. Siempre metía mucho fuego, ahí. Intentaba reflotar los viejos sueños de una juventud movilizada reflejada en las épocas gloriosas del Luche y Vuelve, que a la salida de la dictadura no aparecía.  

Tiren hijos de puta, tiren. 

En ese 17 de Noviembre de 1972, en ese día que quizás resumía esos 18 años, Carlón, o Carlos de Merlo, salió temprano de su casa en Merlo. Como todos saben, llovió a mares o cántaros. Como todos saben hubo gases para todo el mundo. El General Perón regresaba tras 18 años de muertos, torturados, heridos y traidores. 

Cuenta Carlón: "Cuando llegamos donde estaban los soldados, nos tuvimos que frenar porque nos pinchábamos con las bayonetas, y además nos amenazaban con disparar. Entonces, los que llegamos primero a la línea, tratamos de frenar a los que venían detrás nuestro, que no sabían lo que pasaba porque no podían ver el despliegue militar”.

Sigue: “Uno de los compañeros- muchacho joven- da un paso al frente- o sea, nos separaba un metro y medio de los milicos -. Da un paso al frente, se abre la camisa que llevaba toda mojada e increpando a los soldados que tenia al frente les dice: ¡¡¡Tiren!!!, Hijos de Puta,¡¡¡Tiren!!!, y yo observo desde esa posición que tenía como otros muchachos al ver el ejemplo de ese compañero, también dan un paso al frente, se abren la camisa increpan a los soldados y les dicen: ¡¡¡Tiren, Tiren!!! ¡¡¡Tiren, Tiren!!!”

Y finalmente lo dice todo: “Frente a esa situación todos creíamos que en ese momento se iba a producir una verdadera masacre. Pero a pesar de eso.... los soldados, que eran muchachos como nosotros, comienzan a sentirse conmocionados por esa actitud y esa firmeza. Nunca he visto algo semejante, porque como si hubieran recibido una orden comienzan a llorar, a emocionarse frente a esa situación, comienzan a bajar la vista y los fusiles, - con los que nos estaban apuntando-poco a poco, hasta que llega un momento que esas bayonetas que nos estaban amenazando, ya no nos amenazan más. Los fusiles están bajos y el oficial que estaba a cargo, o los oficiales a cargo, gritan a los soldados: ¡¡Levanten los fusiles o los mato a todos!!. Es impotente para volver las cosas donde estaban antes. Cuando mis compañeros y toda la gente que estaba ahí se da cuenta de la situación, bueno, se escucha un alarido de triunfo, ¡¡Viva Perón Carajo!! que se repite y se repite... y los pasamos por encima...."

Carlón y después 

“En principio tenía esa idea, de escribir sobre eso. Pero en una de las audiencias del juicio que condenó a Luis Patti y a sus secuaces, su última compañera, Estela Ceresetto, con quien vivió sus últimos días en una casa en Rosario, me entregó una carpeta donde entre otros escritos había una serie de hojas tipiadas a máquina de escribir, donde él había dejado ya lista con la frase “para publicar” todos sus poemas. O en gran parte, porque en esa tanda faltaban algunos. Entonces gracias al aporte de Estela, se me ocurrió cumplir con ese deseo que Carlón tenía, y cumplir con el mío de publicar su vida para que la conozcan las nuevas generaciones. Carlón sigue hablando a través de sus poemas, de sus escritos, de su testimonio”, argumenta Juan Martín Griffo, en diálogo con la Agencia Paco Urondo. 

Carlón Pereyra Rossi escribió uno de los poemas más sentidos para la militancia revolucionaria. Están los grandes de la obra: Paco Urondo, Juan Gelman, que con sus palabras dan vuelta cualquier corazón; pero lo de Carlón es directo a la emoción, a la esperanza y a echarse a andar, y lleva un título que lo despierta todo: “Convocatoria”. 

Dicen muchos que Carlón fue uno de los que le dio duro con una valla a la puerta de la Casa Rosada allá por 1982 (“Luche y se Van”), después de Malvinas y con los genocidas aún en el poder. Es muy difícil de chequear por lo clandestino de la época, y lo que no se revela. Lo que sí es cierto, que sino estás entrenado en la lucha callejera y sino tenes un ímpetu revolucionario en las venas...eso no lo haces. 

Ahí está el acto. Donde el cuerpo juega en una posición definitiva, ya no se trata de enarbolar una tesis revolucionaria sobre las masas y las condiciones objetivas y subjetivas (el edificio de Lenin), sino que se trata de estar presente, y de cuerpo presente. Y con esto último se cierra el círculo con “Convocatoria”, porque solo alguien que puede hacerlo, realmente, es ese solo alguien que puede decirlo. 

Lo demás -como siempre- es puro verso. 















Memoria del Aramburazo

 

Por Marcelo Langieri

 

 

“Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo

 como verdaderamente ha sido. Consiste, más bien, 

en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el instante de un peligro.” 

 Walter Benjamin

 

El 29 de mayo de 1970 un comando montonero irrumpía en el domicilio de Pedro Eugenio Aramburu, general de la Nación retirado del servicio activo pero muy involucrado en la política de la hora. Aramburu era uno de los símbolos del golpe militar que en 1955 había derrocado al gobierno peronista y atacado las conquistas sociales instauradas durante ese período. 

Con su secuestro se daba el primer paso de una operación militar llevada adelante por un comando integrado por jóvenes militantes peronistas. Aramburu fue trasladado a un campo en Timote, Provincia de Buenos Aires, perteneciente a la familia de Carlos Gustavo Ramus, miembro del grupo fundador de Montoneros y uno de los integrantes del comando que participó del secuestro.

Aramburu fue sometido a un juicio popular que lo encontró responsable del golpe de 1955, de la política de difamación de los dirigentes peronistas -especialmente del Gral. Perón, de Eva Perón y de Juan José Valle- de la entrega del patrimonio nacional, de los fusilamientos por el levantamiento del 9 de junio de 1956 y del secuestro del cadáver de Evita. 

No era ajena su participación en la conspiración que procuraba una política de integración del peronismo al sistema liberal, de la cual también participaban dirigentes políticos del peronismo.   

El juicio y la ejecución eran el desenlace de un drama político que se arrastraba hacía quince años desde el golpe de la autoproclamada Revolución Libertadora. Era un acto reparador de un pueblo con conciencia política, más ofendido y humillado que hambreado. Prueba de ello era que el Cordobazo y el grueso de los levantamientos sociales que se sucederían en distintos puntos del país fueron llevados adelante por los obreros mejor pagos de la Argentina, algo que la reacción nunca comprendió. 

A la vez el Aramburazo era el acto fundacional de la organización Montoneros; acto que la memoria popular habría de justificar largamente como un acto de justicia. La justificación se fundaba en el derecho de los pueblos a resistir a los opresores. Se trataba de matar al tirano, como sostenían los anarquistas expropiadores de principio de siglo: “cuando en un país no hay justicia, el pueblo tiene el deber de llevarla a cabo”. El acontecimiento estuvo ampliamente legitimado y tuvo una profunda significación en la realidad política nacional. 

No era la primera vez en la historia argentina, ni sería la última, que los opresores pagaban con su vida los crímenes cometidos. La memoria popular recuerda los casos del Coronel Ramón Falcón, jefe de la entonces Policía de la Capital, responsable de la represión durante la Semana Trágica, que fuera ejecutado por el militante anarquista Simón Radowitsky. O del Teniente Coronel Varela, responsable de los fusilamientos de miles de obreros durante la “Patagonia Rebelde”, que también participó en la represión en la “Semana Trágica”, y que fuera ajusticiado por otro militante anarquista, Karl Gustav Wilckens, que le arrojó una bomba y le disparó cuatro tiros emulando los cuatro tiros que ordenaba dar el mismo Varela en los fusilamientos de la “Patagonia Rebelde”. 

Aramburu fue condenado a muerte y ejecutado como responsable de 15 años de proscripciones, persecuciones, crímenes y humillaciones a los que fue sometido el pueblo argentino a partir del golpe militar de 1955 que él encabezó.

El comunicado Nº 3 de la naciente organización informó que el 1 de junio a las 7 hs. había sido ejecutado, que se había procedido a darle una cristiana sepultura y que sus restos sólo serían restituidos cuando al pueblo argentino le fuesen devueltos los restos mortales de Eva Perón.

El Aramburazo, como se lo bautizó, puso de manifiesto tanto la vulnerabilidad del sistema, que pretendía mostrarse todopoderoso y sin plazos, como la determinación de un grupo revolucionario capaz de acometer contra un general de la Nación, durante una dictadura militar, golpeando en el centro de gravedad del sistema político vigente. Como un efecto adicional, se sacaba de la escena política a un personaje que estaba preparando un recambio frente al fracaso político del gobierno de Onganía. El hecho precipitaría la salida de Onganía, ya debilitado por el Cordobazo, que fue la verdadera causa de su fracaso, y obligaría a la Junta de Comandantes a nombrar a un desconocido General en la presidencia.

El Aramburazo no fue un rayo en un cielo sereno. Los años ’70 venían precedidos del alza de la lucha popular a nivel nacional e internacional. Como señalamos más arriba había pasado solo un año del Cordobazo, que fue el gran indicador del fracaso político de Onganía, y el país se incendiaba con las protestas que se realizaban de una punta a la otra. A nivel latinoamericano cundía el ejemplo de la revolución cubana, con la cual los montoneros, como la mayor parte de los revolucionarios del continente, estaban relacionados. Uno de ellos, Fernando Abal Medina, había participado de la reunión de la OLAS en 1967 junto a John Williams Cooke, principal referente del peronismo revolucionario, y García Elorrio de la revista Cristianismo y Revolución. 

La Revolución Cubana iluminaba las luchas por la liberación nacional y social a nivel continental. El ejemplo del Che y la construcción del hombre nuevo, muy caro a la tradición cristiana de la que formaban parte los montoneros iniciales, ponía a la revolución socialista a la orden del día. La muerte del Che no hizo más que agigantar su figura y su ejemplo. Mataban a un hombre para crear un mito y una bandera revolucionaria. Así, las luchas revolucionarias florecieron en todo el mundo bajo su evocación. Argelia y Vietnam también alimentaban las expectativas revolucionarias. 

Por otro lado, la lucha popular tenía fuertes precedentes nacionales, inmediatos e históricos al Aramburazo, desde la primera Resistencia Peronista hasta las guerrillas de Uturuncos y el EGP de Masetti, pasando por las experiencias combativas del movimiento obrero materializadas en los Programas de Huerta Grande y La Falda, en la CGT de los Argentinos y en el clasismo. También estaban las Fuerzas Armadas Peronistas, que tenían un mayor desarrollo e inserción política en los sectores combativos del peronismo. La experiencia de Taco Ralo, unos años anterior, había sido desbaratada en sus inicios pero sentado un precedente fundamental para reafirmar la voluntad de lucha contra la dictadura y por una patria liberada.

 Sin dudas el Aramburazo instala la violencia política en una dimensión y con una potencia inexistente hasta ese momento. Un mes después del Aramburazo Montoneros realiza otra acción de envergadura militar con la toma de la Calera en la provincia de Córdoba. En la retirada de la operación son detenidos dos de los comandos montoneros y a partir de allí las fuerzas de seguridad consiguen descubrir la identidad de la mayoría de los integrantes del grupo responsable del secuestro y muerte de Aramburu. 

A pesar del cerco represivo tendido sobre la organización su sobrevivencia fue posible por la existencia de una red de contactos que había desarrollado previamente la incipiente organización y, de manera especial, por el reconocimiento del Aramburazo como hito fundamental para las mayorías populares. 

Si bien quedó de manifesto que era un grupo reducido de militantes, no se trataba de una “patrulla perdida”. La organización tenía una red de relaciones, tejida con anterioridad, favorecida por el clima político antidictatorial existente y por las simpatías y solidaridades que despertó el acontecimiento. Solidaridad y reconocimiento que les permitió sobrevivir y desarrollarse más allá de los duros golpes sufridos a partir de La Calera. Allí es herido y después muere Emilio Maza y son encarcelados varios militantes. Pocos después caen en combate en Williams Morris Fernando Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus. 

Cuenta la leyenda que en una ocasión le preguntaron al director de cine italiano Federico Fellini cuánto había costado la realización de la película “Roma”, buscando la comparación con las superproducciones millonarias de Hollywood, y que Fellini respondió que “Roma” había costado treinta mil dólares y tres mil años de cultura. La analogía viene al caso, Eran los Montoneros y 15 años de frustraciones, crímenes, atropellos, pérdida de derechos y la privación de la identidad política popular. Esto era lo que le daba significación a los hechos y lo construía como un acontecimiento.

El Aramburazo es uno de los hechos político-militares que produce un antes y después en la política argentina. Acontecimiento que lleva al General Lanusse, entonces Comandante en Jefe del Ejercito, a mostrar las cartas y declarar que “después de un siglo la Nación está nuevamente en guerra y el Ejercito en operaciones. La guerra no es una contienda clásica de fronteras, sino que se desarrolla por otros medios y en batallas por la conquista de las mentes y los corazones”.  Era un reconocimiento tanto del nivel del desafío como del carácter del mismo: era una lucha por la conquista de las mentes y los corazones. Corazones que tenían claras preferencias.

El hecho tiene un gran impacto político, agudizando la crisis en curso que, como señalábamos, lleva a la renuncia de Onganía. Quedaba demostrado el fracaso de la política con objetivos y sin plazos de la dictadura y la necesidad de ensayar una política de apertura condicionada, que desembocará en el GAN.

La otra característica fundamental del Aramburazo es que desnuda la vulnerabilidad del régimen y su falta de apoyo social. El blindaje mediático y político es perforado por un acontecimiento inesperado y novedoso. El otro asunto a subrayar es que no se trataba solamente de un grupo de jóvenes decididos sino de la emergencia de una militancia radicalizada, en un contexto de alza de masas, que reconocería otras expresiones de lucha, como fue el caso del PRT/ERP y las FAL, entre otras, de la izquierda no peronista. Se produce un doble proceso, de radicalización de grupos peronistas y de peronización de grupos de izquierda como es el caso de las FAR, que más adelante confluirían con Montoneros.

Podríamos decir con Borges que “lo importante no son las experiencias, sino lo que uno hace con ellas”. Entonces surge la pregunta: ¿Qué hacemos con el Aramburazo 50 años después? 

La pregunta da cuenta de la existencia de una fuerte disputa de sentido cuando florecen las interpretaciones del acontecimiento. Esta disputa es parte de una batalla cultural que cabalga sobre la derrota popular de los años ’70, cuyo sentido dominante pasa por descaracterizar las luchas llevadas adelante, cuestión que dificulta la recuperación de la memoria popular sobre los hitos del pasado. No se trata de distinguir  entre víctimas y verdugos, que según los momentos históricos y las miradas dominantes hacen cambiar de lugar a los protagonistas, sino de distinguir entre proyectos políticos populares y aquellos que consolidan la dependencia y la explotación.

No pocas veces, inclusive con el tono piadoso de un gorilismo sutil, eufemizado, se le pone una lápida a la historia montonera que, más allá de los errores y de las limitaciones que tuvo, es una de las principales experiencias de lucha del pueblo argentino y forma parte de la voluntad colectiva para construir un país que realice sus banderas históricas de justicia, libertad e igualdad. 

 


 

A 50 AÑOS DEL ARAMBURAZO Y 51 DEL CORDOBAZO: EL INICIO DE LA REVOLUCIÓN INCONCLUSA (COMUNICADO MONTONEROS)

Para mayo de 1970 Argentina y el mundo experimentaban cambios inimaginables.

Argentina venía, golpe tras golpe militar, en un proceso que se acelera fundamentalmente a partir de 1955.

A pesar de ello, el alto grado de resistencia popular fue creciendo exponencialmente y a principios de los 60 se hizo imparable.

Los procesos de Liberación en el Tercer Mundo, la victoria de Vietnam sobre los invasores yanquis, la Revolución Cubana y la caída del Che contribuyeron también a encender las mejores luchas anticapitalistas y antiimperialistas en nuestras tierras.

Entre 1969 y 1970 se produjeron dos enormes gestas en la Argentina que cambiarían por completo la calidad de la lucha de los 15 años previos de resistencia.

Una de ellas fue indudablemente el Cordobazo que significó una señal clara de las condiciones reales de conciencia de la Clase Obrera y el Pueblo.
Cuando hablamos del Cordobazo no sólo nos referimos a la Pueblada cordobesa sino además a todas las enormes luchas que lo precedieron y continuaron los años siguientes.

Un pueblo entero de obreros y obreras, los y las estudiantes, clases medias y pobres, codo a codo en las calles haciendo retroceder a enormes fuerzas de Seguridad.

El Córdobazo y otros levantamientos similares mostraron a las y los jóvenes revolucionarios de esos años que tantos esfuerzos, sacrificios y sangre vertida en períodos anteriores habían hecho carne en la conciencia.

Y también dejó en claro que era necesario elevar el espontaneismo de las masas, que se debía dar un paso más y que era necesario, sí o sí, dar otra señal más contundente aún.

El Cordobazo nos mostró que no se podría avanzar en un proceso revolucionario sin organización, sin dirección y sin dotar a las masas de la convicción de luchar por algo más que sus reivindicaciones.

De lo que se trataba era de luchar por el Poder. De dar por finalizada la gloriosa Resistencia y encarar de lleno un proceso revolucionario.
Naufragaban los sueños progresistas. Selladas todas las salidas “democráticas”. Las contradicciones de la Guerra Fría no contenían a nuestro Pueblo.

El descrédito de los dirigentes políticos y sindicales domesticados y burocratizados (incluyendo los del Peronismo) era una realidad imposible de revertir.

La Dictadura anunciaba 20 años de permanencia. Y ya, entre los años 1959-1963 habían aparecido las primeras guerrillas rurales que, aún derrotadas, dejaron una indeleble huella en la historia.

La Historia nos estaba invitando a hacer historia y en Montoneros no dudamos en ir a su encuentro.
Lo que faltaba se produjo exactamente un año después del Córdobazo.

El Aramburazo fue un símbolo que contenía en sí, todas las reivindicaciones anteriores, conscientes que a partir de ese hecho ya no habría vuelta atrás en la lucha de clases y antiimperialista. Ningún acuerdo podría sustituirla.

A diferencia de otros procesos o de otros proyectos que se estudian y planifican, el Aramburazo fue producto de pocas cuestiones de principios y mucha convicción y sobre todo audacia. Mucha audacia personal y política.

Eso es justamente lo que emparenta el Aramburazo con el Córdobazo, une ambas gestas en una sola, las amalgama a punto tal que no podría entenderse la primera sin haberse hecho antes realidad la segunda. El hermanamiento entre el nacionalismo popular revolucionario, el marxismo y el innegable aporte de la Teología de la Liberación impregnaba doctrinariamente las dos gestas.

Ambas eran parte de lo que se disputará de ahí en adelante: el Poder.

El poder real, el poder de todo, el verdadero poder.

Para 1970 era innegable el alto nivel de conciencia de las masas como lo demuestra el Córdobazo. El General Aramburu no era sólo la expresión de un fusilador, era además la representación en su época de la dominación y la explotación. En ese momento histórico, los 500 años de ocupación colonial sufridos en Nuestra América y en Argentina, se veían reflejados en este militar gorila y vendepatria.

Aramburu era la representación de un caudillo del Ejército cipayo argentino que se iría formando en las Escuelas norteamericanas.

Ese Ejército que reprimió a mansalva en Córdoba debía ser golpeado, surgiera lo que surgiera de ese golpe. Sean contradicciones internas, sean que salten las caras más aberrantes. Ambas se produjeron.

El Córdobazo y el Aramburazo lo hicieron posible.

Montoneros no hizo otra cosa que aceptar el desafío al que nos convocaba el período histórico que vivíamos.

El proyecto nacional, popular y revolucionario que levantó Montoneros a partir de la ejecución del fusilador de patriotas suponía un enfrentamiento, a todo o nada, con las clases dominantes y esto está íntimamente asociado a la Patria Socialista.

El socialismo nacional que impulsaba Montoneros suponía una nueva sociedad sin explotadores ni explotados.

Necesidad que, para nuestra patria, sigue tan vigente -o más aún a la luz del desarrollo que tuvo el capitalismo y el imperialismo en este siglo- como lo fue en ese momento.

Hoy, a 51 años de la gesta histórica de masas del Córdobazo y a medio siglo de la no menos histórica de Montoneros, las y los militantes de esa Organización, que sobrevivimos a la peor represión del siglo XX en Argentina y quienes hoy transitan por similares caminos emancipatorios, seguramente deberemos hacer una síntesis acerca de los motivos que condujeron al fracaso de aquellas luchas y que hasta la fecha han impedido alcanzar los objetivos por los que dieron la vida millares de militantes populares. Siempre considerando la plena vigencia de las causas por las que luchamos y por las que seguiremos luchando desde los distintos lugares de construcción donde estamos insertados e insertadas para alcanzar los objetivos de la Revolución inconclusa.

PRIMERAS FIRMAS:
Roberto Cirilo Perdía, Eduardo “Negro” Soares, Jorge Falcone, Norman Briski, Carlos Aznárez, Carlos Martínez, Federico Giuliani, Juan C. “Pipon” Giuliani, Gustavo Franquet, , Eduardo “Vasco” Murua, Ricardo Peidro, Carina Maloberti, Roberto Baschetti, María Inés Firmenich, Luis Buonomo, David Lanuscou, Pancho Langieri, Jorge Lewinger, Hugo Cánepa, Fernando Esteche, Hortensia “Tenchi” Espínola, Fernando Saez, Lizzie Murphy, Beto Ledesma, Hugo Descalzo, Fernando Trices, , Carmen Inés Salcedo, Johnny Murphy, José Luis De Francisco, Marie Pasqale Chevance Bertin, Susana Rearte, Rolando Zanetta, Nora Patrich. Juan José Del Giudice, Juan Manuel “Cacho” Musri, Miriam Di Marzio, Juan Martín Griffo, Daniel Sampaoli, Alejandro Ignaszewski, Andrea Tomaino, Julio Pomacusi, Carlos Malamati, Cecilia Bianchi, Juan José Del Gudici, Ana Rosa Ambrogi, Guillermo Caviasca, Carlos Leonardo Díaz, Eduardo Guidobono, Alejandro Maudet, Nilda “Coca” Rapari, Alejandro Lencinas, Alejandro “Chicle” Cordoba, Federico Rodriguez Moreno, Susana Quirós , Graciela Ríos de Carrica, Ricardo Calabria, Roque Ortiz, Juan Costa, Martin Zoraida, Daniel Vicente Cabezas, Felipe Bellingeri, Diego Molina, Ariel Dybner, Marta Ibarbia, Carlos Comitini, Víctor “Beto” Diaz,  Anabela Plataroti Rene Bonora, Sergio Gomez, Nahuel Castillos, Luis Ponce, Alejandra Rodríguez, Carlos Perez Rizzo, Miguel Fernández, Daniel Moreno, Lucia Precenti,  Maria Victoria Sodero, Ricardo Ruiz, María Mercedes Flores, Maria Pomacusi Urquizu, Carina Peralta, Alicia Pizzabiocche Rubino, Julio Sánchez, César Abdullah Estepo Amaro,  Heriberto Gordillo, Norma Gordillo, Carmen Gordillo, Gloria Gordillo, Beatriz Lopez, Alejandro Miguel Saguier, Juan Carlos Schneiter, Liliana Solinas, Julio Humberto Luna, Jorge Luis Ubertalli Ombrelli,  Adolfo Francisco Ruiz, Ricardo Hirsch, Sol Solinas, José “Güeso” Sayago, Horacio Omar Rojas, Jorge Antonio Lamaita, María Torrellas, Fernando “Cacho” Candiani,  Fernando “Tata” Carozzi, Pedro Cánepa, Héctor Dragoevich, Claudio Fernández, Hugo Flores, Paola Belpassi, Roberto Rade, Héctor Daniel Li Causi, Juan de Dios Uriarte, Silvia Conselmo, Rubén Mellana, Horacio Rafart, Leonardo Fermín Martínez, Lucio Pedro Aberastain Ponte, Miguel Ángel Descaillaux, Laura Vázquez, Mabel Franzone, Luis Farina, Víctor Mario Cuellar. Marcos Vidaurre, Martín Díaz, Miguel Maita, Alejandro Vilas, Javier Berezan, Mario Ruhl…

Adhesiones: soloelpueblosalvara2020@gmail.com




    DOSSIER. AGENCIA PACO URONDO

    Mayo de 1970: Aramburazo y nacimiento de la organización Montoneros 

    28 Mayo 2020

    Por Rolando Zanetta

    A cincuenta años de la ejecución del General Pedro Eugenio Aramburu y del nacimiento de la organización Montoneros 

    Decía Sarmiento: “Los indios son Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado” añadiendo su conocida frase:   “los gauchos cuya sangre únicamente sirve para abonar la tierra…”. Fue el autor de la obra troncal “Civilización y Barbarie”,  sobre cuyos preceptos ideológicos se construyó la historia oficial que perdura hasta la fecha y en la que muchos se han sentido representados. Son los que en la actualidad pregonan el rechazo a lo que denominan “la grieta”  (para revertir su propia historia),  en un hábil artilugio cultural que pretende responsabilizar al pueblo y a los trabajadores por una desunión que, gobernabilidad mediante,  necesitan ahora superar para bien de sus intereses.

    Fue - junto con Mitre y Roca - uno de los prohombres del poder que escribieron la Argentina para su beneficio y el de las oligarquías  de la Pampa Húmeda  haciendo su justicia ejemplificadora con el genocidio a los pueblos originarios. Los que  también y en nombre de la institucionalidad patriótica se encargaron de perseguir y eliminar a los cuadros representativos del ser popular, dejando tras de sí un claro mensaje orientado a mostrar “quién es el que manda”. La larga lista  de  ejecuciones que nunca termina incluyó al gobernador federal Manuel Dorrego -  fusilado  en un corral de vacas - o  al gobernador montonero Facundo  Quiroga, ejecutado en Barranca Yaco  y a tantos otros,  referentes históricos de un solo lado, nuestro lado. Ellos fueron  los “prohombres civilizadores” que pasaron a la historia eliminando sin tapujos a quienes cuestionaron sus intereses,  como hicieran con el símbolo más cabal de la otra Argentina que siempre es posible: el Comandante montonero General Ángel Vicente Peñaloza, perseguido por orden de Sarmiento hasta que,  rendido e inerme,   fuera asesinado de un lanzazo  por el jefe de la partida - Pablo Irrazábal – ordenando luego a sus subordinados que lo siguieran apuñalando y lo decapitaran  para exhibir su cabeza en lo alto de una pica en la plaza de Olta. 

    Nuestro lado, la patria montonera y federal que por ese entonces enfrentó a los “civilizadores” oligárquicos, pro-británicos/pro-dependencia, nunca cesó en la lucha. Es el lado al que pertenecemos en la larga trayectoria en la que también hubo que sumar los costos de los fusilamientos “ejemplificadores” del Gral. Aramburu en 1956, del robo y profanación del cadáver de Evita - en el frustrado intento por sacarla del corazón de sus trabajadores – o de los irracionales y brutales  bombardeos a la población civil y contra el pueblo,  acaecidos en la plaza de Mayo y en los que no tuvieron piedad siquiera para con el transporte colmado de escolares al que hicieran volar, siempre con la misma vocación : el odio oligárquico al pueblo descamisado . Nunca y a pesar de la sangre por ellos derramada dejamos de pertenecer a éste lado que luego fue antiyanqui,  en  defensa de los diez años de felicidad del pueblo con su proyecto nacional y su grandeza. 

    Pero la trayectoria  no ha variado sus recorridos porque ellos siguen siendo coherentes  a la hora de la imposición del castigo sangriento para quien no se somete a sus designios,  mientras que por otro lado el pueblo nunca abandonó la voluntad de hacerles frente.  Ésta – ha quedado claro – no ha podido extinguirse. Es la voluntad que al cabo de los tiempos “civilizados”  de los  apropiadores de la riqueza argentina, supo transformarse en el pilar necesario para la toma de conciencia y para la superación cualitativa,  no sólo en los planteos de lucha sino también en  la defensa del proyecto liberador al que nunca se ha renunciado porque es nuestro legítimo y genuino Norte esperanzador.

    En ese camino, un 29 de mayo de 1970, día del Ejército Argentino y primer aniversario del suceso que conmoviera al país - El Cordobazo -  fue detenido el General Aramburu para ser sometido al juicio revolucionario que le cupo como principal autor y responsable de la mal llamada “Revolución Libertadora” que el pueblo resignificó como “Revolución Fusiladora”. Él también fue responsable de la “zaga civilizadora” - ahora revanchista - que embistió contra toda expresión de institucionalidad del pueblo y sus trabajadores. Un pueblo que conquistó la anhelada justicia social; que tuvo poder en sus manos y que transformó la felicidad y la calidad de vida en normas y leyes que ellos no pudieron resistir y por lo tanto arrasaron.

    La resistencia militante y su crecimiento cualitativo y de conciencia  fue la generadora del basamento que, para esa etapa de la trayectoria de lucha, nos legara los cuadros más comprometidos y decididos que supieron arriesgarlo todo frente a la realización de un hecho revolucionario que conmocionó, por su magnitud, al pueblo argentino y al trazado de la historia. La que siempre escribieron los amanuenses de la oligarquía.

    Ese 29 de mayo de 1970 – cincuenta años atrás – nacía la Organización Político Militar Montoneros produciendo un quiebre que los poderosos del país nunca se esperaron y que hasta la fecha no aceptan. El día de mayo en que,  desde el domicilio del Gral. Aramburu, pleno centro de la Capital Argentina, fuera éste detenido por parte  de nuestros compañeros, los jóvenes que materializaron el hecho,  para trasladarlo al lugar donde se le expusieron  las causas por las que días más tarde fue ajusticiado,  expresando las mismas  en el comunicado que expresaba : 

    En el día de la fecha, domingo 31 de mayo de 1970, la conducción de nuestra organización, constituida en Tribunal Revolucionario, luego de interrogar detenidamente a Pedro Eugenio Aramburu, declara:

    I- Por cuanto Pedro Eugenio Aramburu se ha reconocido responsable:

    1º) De los decretos 10.362 y 10.363 de fecha 9 de junio de 1956 por los que se "legaliza" la matanza de 27 argentinos sin juicio previo ni causa justificada.

    2º) Del decreto 10.364 por el que son condenados a muerte 8 militares, por expresa resolución del Poder Ejecutivo Nacional, burlando la autoridad del Consejo da Guerra reunido en Campo de Mayo y presidido por el General Lorio, que había fallado la inocencia de los acusados.

    3º) De haber encabezado la represión del movimiento político mayoritario representativo del pueblo argentino, proscribiendo sus organizaciones, interviniendo sus sindicatos encarcelando a sus dirigentes y fomentando la represión en los lugares de trabajo.

    4º) De la profanación del lugar donde reposaban los restos de la compañera Evita y la posterior desaparición de los mismos, para quitarle al Pueblo hasta el último resto material de quien fuera su abanderada.

    II- Por cuanto el Tribunal lo ha encontrado culpable de los siguientes cargos, que no han sido reconocidos por el acusado:

    1º) La pública difamación del nombre de los legítimos dirigentes populares en general y especialmente de nuestro líder Juan Domingo Perón y nuestros compañeros Eva Perón y Juan José Valle.

    2º) Haber anulado las legitimas conquistas sociales Instauradas por la Revolución Justicialista.

    3º) Haber Iniciado la entrega del patrimonio nacional a los intereses foráneos.

    4º) Ser actualmente una carta del régimen que pretende reponerlo en el poder para tratar de burlar una vez más al pueblo con una falsa democracia y legalizar la entrega de nuestra patria.

    5º) Haber sido vehículo de la revancha de la oligarquía contra lo que significaba el cambio del orden social hacia un sentido de estricta justicia cristiana.

    Así el hecho, y más allá de las teorías conspirativas elucubradas por los propios partidarios de la Revolución Fusiladora,  intentando desmistificar la operación que  los pondría en derrota y que también les son de utilidad para la eterna condena y persecución del único de los protagonistas que aún vive, el pueblo que no olvida tuvo en  Mario Firmenich, Fernando Luis Abal Mendina.  Norma Arrostito , Gustavo Ramus, Carlos Capuano Martínez y Emilio Maza, la manifestación reactiva a su largo camino de oprobio , persecución y explotación que todavía hoy – en nuestro lado -  es el motivo del esfuerzo y la entrega hacia la Liberación de nuestra Patria sometida.

    Como se decía por entonces: nuestra Patria históricamente vapuleada por los intereses del poder  ha debido  generar – como es natural - su propia resistencia,  en lo que concebimos como una guerra civil intermitente que pervive desde nuestros propios orígenes institucionales. Un estado de beligerancia que muchos se han encargado de enmascarar transformándolo en las por ellos denominadas  “recurrentes crisis ”, y en el que han sabido elegir al “enemigo público Nº 1”,  tal lo que toda fuerza que se hace con el poder necesita para mantener la falaz imagen de “perpetuidad ejemplificadora”, encarnando en el compañero Firmenich al que ellos instalan como “el mal que nunca se debe volver a reeditar” , menos que menos, si cuestiona con dignidad y sustento los intereses de la clase dominante a la que ellos pertenecen. 

    Dijeron que el hecho fue una operación de inteligencia urdida desde los servicios de Ejército para impedir la probable candidatura a la presidencia de Aramburu. Dicen que desde la ejecución de Aramburu el país se dividió en dos. Actualizaron de manera tendenciosa la disgregación nacional con lo que ellos llamaron “Teoría de los dos demonios” que pretendió convencernos que el sector luchador, combativo y revolucionario debía ser aniquilado por otro demonio necesario, justificando así la última y más cruenta de las dictaduras militares de Videla y el proyecto de Martínez de Hoz. 

    Lo que nunca dijeron es que Montoneros nació como un proyecto sustentado en la necesidad de continuar la Revolución Inconclusa iniciada un 17 de Octubre de 1945. No dicen nada de la entrega y compromiso de Montoneros por el “Perón Vuelve” y tampoco dicen  que la resistencia a la última dictadura implicó el enfrentamiento  a la nunca antes vista concentración económica  del hasta hoy vigente acrecentamiento de la desigualdad que quedó técnica y culturalmente aceptada como algo natural,  así como de las nuevas formas – por entonces nacientes – de la dominación en su nueva fase globalizada : la del neoliberalismo en sus inéditas y amplias facetas como el neoliberalismo ortodoxo y cruel y el neoliberalismo prebendario y oportunista con la cosmética de “capitalismo humanizado”,  que deja tras su paso la precarización y expoliación a los trabajadores con sus derechos y conquistas cada vez más conculcados.

    Ocultan en definitiva que estamos ante un capitalismo que nunca se rinde frente a un proyecto transformador  como el que siempre hemos asumido y que hoy nos pone enfrente de sus expresiones actualizadas como el extractivismo que estamos sufriendo con todas sus implicancias, muchas de ellas generadoras de la emergencia climática. La megaminería  es una manifestación del poder del capital que envenena y consume el agua para la supervivencia de la fauna, la flora y la vida humana mientras que los agronegocios siembran de  sustancias tóxicas  el planeta.

    Con todo ello y como lo prueban las disimiles y vastas luchas populares que se libran en la calle, los Montoneros del 29 de mayo de 1970 siguen  bregando en la lucha incansable contra el enemigo histórico de la oligarquía neocapitalista por la unidad de todos los trabajadores y el pueblo en un verdadero frente revolucionario, porque seguimos creyendo y afirmando en nuestra vigencia que solo el pueblo salvará al pueblo,  con todos los valores que nos nutrieron desde nuestra mística con la que siempre nos animara desde la compañera Evita, con el compromiso y la entrega de los que no están porque cayeron y cuya fuerza nos convoca a mantener en alto  - en el hoy y en el mañana – el camino hacia el poder revolucionario  basado en nuestras consignas históricas : 

    PUEBLO U OLIGARQUÍA – IMPERIALISMO O NACIÓN

    POR LA PATRIA GRANDE DE NUESTRA LATINOAMÉRICA

    Agrupación MONTONEROS - MENDOZA




    Montoneros: 5 hipótesis, 50 años después

    Aspectos políticos, sociales y culturales de una irrupción histórica. Revisiones libres de morbo.
    Redacción Zoom

    REDACCIÓN ZOOM

    Por Mariano Pacheco

    I- Conjurar el morbo y restituir los efectos a las causas

    El 6 de septiembre de 1974, en la víspera de conmemorarse el cuarto aniversario del “Día del Montonero” (en homenaje a Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus, caídos el 7 de septiembre de 1970 en la localidad bonaerense de Willian Morris), Norma Arrostito y Mario Eduardo Firmenich brindan en la revista Causa Peronista la que hasta el día de hoy será la versión oficial del “Operativo Pindapoy” del Comando Juan José Valle que ambos integraron junto a otros ocho hombres para secuestrar a Pedro Eugenio Aramburu, someterlo a “juicio revolucionario” y dictaminar a través de un “Tribunal Revolucionario” –en un acto denominado de “Justicia popular”– que el dictador de 1955 era condenado a muerte. En el Comunicado Nº 3, del domingo 31 de mayo de 1970, Montoneros informa que Aramburu se “reconoce responsable” de cuatro cuestiones: 1) haber “legalizado”, el 9 de junio de 1956, la matanza de 27 argentinos sin juicio previo ni causa justificada; 2) haber condenado a muerte a 8 militares considerados inocentes por un Consejo da Guerra; 3) haber encabezado la represión del movimiento político mayoritario representativo del pueblo argentino; y, 4) haber profanado y desaparecido el cadáver de Eva Perón.

    “Corta la bocha”, como dice el dicho popular. Más allá de que se enuncian otras cinco cuestiones que el militar no reconoce, el general antiperonista es condenado a “ser pasado por las armas”, hecho que se consuma al día siguiente, según consta en el 4° comunicado del 1° de junio de 1970.

    De allí en más, durante 46 años, el periodismo canalla ha intentado, cada vez, volver sobre el tema en búsqueda de quien sabe qué. Esa es la versión oficial de la organización, aparecida a la luz pública con ese acontecimiento (que pasó a al historia bajo el nombre de “Aramburazo”, apenas un año después de “El Cordobazo”) y no parece tener mucho más sentido que el morbo ahondar en búsqueda de algún otro detalle.

    Tanto en la posición de Fernando Vaca Narvaja y Roberto Cirilo Perdía en su entrevista con Bernardo Nestaudt de 1991, como en otras numerosas entrevistas a Mario Eduardo Firmerich que hoy pueden encontrarse en youtube, la hipótesis central que restituye el efecto de la ejecución de Aramburu a sus causas históricas en la voz de la Conducción Nacional de la organización es la del argumento catalogado como “guerra civil intermitente”, fechado su inicio en 1955, cuando el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón es derrocado por un golpe de Estado extremadamente violento, que bombardea población civil en Plaza de Mayo, y luego instaura una dictadura que llega no sólo a encarcelar, perseguir y obligar al exilio a peronistas, sino también a torturar y fusilar, en una dinámica que con sus idas y venidas, su intercalar gobiernos dictatoriales y gobiernos elegidos por el voto pero con el peronismo proscripto y con su líder en el exilio, perdurará hasta 1973, cuando Héctor Cámpora triunfe en las elecciones del 11 de marzo. El obrero metalúrgico Felipe Vallese (desaparecido) y los “Héroes de Trelew” (fusilados), son los nombres más conocidos de ese proceso permanente de violencia política ejercido desde lo más alto del poder del Estado para reprimir a la clase trabajadora y los sectores populares, mayoritariamente identificados con el peronismo.

    Algo de todo esto queda plasmado, asimismo, en la introducción a las “Bases para la Alianza Constituyentede una Nueva Argentina”, texto firmado por el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero, fechado en enero 1982, que sostiene incluso una temporalidad más larga: “La historia nacional argentina está signada por una intermitente guerra civil a veces encubierta y a veces violentamente desembozada. Este enfrentamiento aún inconcluso se inició en los albores mismos de la independencia en 1810; su persistencia a lo largo de ya más de 170 años a pesar de las profundas transformaciones económicas, sociales y políticas acaecidas en el país, más aún, la continuidad de los mismos apellidos, como los Mitre, los Paz y los Martínez de Hoz, contra los mismos enemigos, como los montoneros; la reiteración de las mismas falsas opciones como civilización o barbarie, solo puede explicarse por la esencia misma de esta lucha ya casi bicentenaria. Se trata del enfrentamiento entre las fuerzas que pretenden el pseudo progreso del país a partir del capital imperialista venido desde el exterior, y las fuerzas que pretenden el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales expandiendo el mercado interno. Por eso es que con las abismales diferencias que separan a la formación social de hoy, de aquella de hace 170 años, los dos polos de este enfrentamiento aun inconcluso mantienen sus mismos nombres: pueblo y oligarquía”.

    En otro lenguaje y temporalidad –por supuesto– pero en el mismo afán de conectar los efectos con sus causas estructurales podemos situar las más recientes reflexiones del crítico cultural británico Mark Fisher, quien en su libro “Realismo capitalista” sostiene que, sobre “la sospecha pomodernista que se vierte sobre los grandes relatos”, en el siglo XXI suele soslayarse la causa determinante del capitalismo de los diferentes problemas y malestares que se nos presentan por separado.

    Tomar al “Aramburazo” como hecho aislado conlleva a un análisis unilateral, que no es otro modo de negar la historicidad en la que dicho acontecimiento se inscribe. Así, y sólo así, nuestra bellas almas progresistas –junto con las reaccionarias– pueden escandalizarse ante un uso popular de la violencia política.

    II- Gestar la propia Máquina de Guerra (Popular y Prolongada)

    Lejos del morbo entonces, lo que nos interesa rescatar aquí son una serie de enseñanzas que la “ejecución” del dictador (ya haremos referencia a la importancia de disputar también en el lenguaje los sentidos de la historia) han dejado para las generaciones militantes. Por lo menos, quisiera rescatar cuatro:

    1) La importancia de condensar en una figura emblemática, como fue Aramburu, al enemigo del proyecto popular (si bien podría haber sido Rojas, aún más odiado en el peronismo por su acérrimo gorilismo, Aramburu lograba combinar en sí la figura del enemigo histórico –uno de los responsables del derrocamiento del peronismo– y del enemigo inmediato –posible figura de recambio del régimen–).

    2) La elección de un nombre claro de cara a las masas, fácil de recordar, de pronunciar, de gritar en cánticos, a diferencia de esas sopas de letras (FAR, ERP, PRT, FAP, PCML, OCPO, FAL) que confunden más de lo que aclaran (resulta emblemático, y ácidamente gracioso el poema “Siglas”, de Néstor Perlongher).

    3) La capacidad de leer en clave “nacional” una tendencia Latinoamericana, e incluso mundial: carácter urbano de la guerrilla, identidad popular local del proyecto emancipatorio (resulta emblemático aquí el aporte en torno a izquierda y peronismo que realiza en 1971 Carlos Olmedo, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en su debate con el Partido Revolucionario de los Trabajadores,).

    4) Necesidad de dinamizar la propia justicia, institucionalidad y sistema de defensa popular, la “máquina de guerra”, dirían los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari, para referirse a esa otra justicia, ese otro movimiento, ese otro espacio-tiempo, con un origen y naturaleza radicalmente diferente al del Aparato de Estado (aparato que es necesario tomar en el camino de su disolución –en términos más estrictamente de la teoría crítica del Estado– para dejar lugar a esas otras formas de institucionalidad popular, más democráticas y participativas).

    III- El ciclo montonero y los lugares comunes

    La revisión histórica de la experiencia montonera, tal como el periodismo argentino la ha encarado en estas décadas, tiene el problema de volver una y otra vez sobre los mismos temas. En cada oportunidad en que se ha entrevistado a alguno de los miembros que han quedado vivos de la Conducción Nacional (se comienza por omitir, desde el vamos, la enorme cantidad de cuadros de conducción que han sido asesinados por la represión, o han caído en combate enfrentándola), se les ha preguntado, una y otra vez, acerca de lo mismo. A saber: algún nuevo detalle que pueda “revelarse” del Caso Aramburu (1970); si los sucesos trágicos de Ezeiza fueron realmente una masacre o si Montoneros participó de (o “propició”) un enfrentamiento (1973); si mataron o no a José Ignacio Rucci y el sacerdote Carlos Mujica; por qué se enfrentaron con Perón aquél emblemático 1° de mayo o más bien, qué entienden del hecho de que Perón “los haya expulsado de la Plaza”; qué pasó con el dinero del secuestro de los hermanos Born y qué autocrítica se hace por haber pasado a la clandestinidad durante un gobierno constitucional (todos episodios de ese intenso 1974); por qué atacaron el cuartel de Formosa (1975); por qué se exiliaron los miembros de la CN (1976/1977); por qué “mandaron a los perejiles al muere” durante la Contraofensiva y qué hay de cierto del “pacto con Massera” (1979), hasta desembocar –ya en posdictadura– en la banalización de la experiencia de la organización guerrillera más poderosa de América Latina reduciéndola a sus exponente más problemáticos: Patricia Bullrich y Rodolfo Galimberti.

    Lo peor de todo es que ya casi todos estos temas fueron contestados, incluso tempranamente, al poco tiempo de producido cada uno de los hechos enumerados.

    Salirse de estos lugares comunes, entonces, resulta fundamental para poder hacer “decirle algo” a esta experiencia.

    IV- El “trabajo” sobre el “archivo”

    Tal vez sea la hora de asumir el desafío de promover un interrogante que pueda conducirnos a un debate profundo sobre los modos de revisitar la historia argentina de la segunda mitad del siglo XX: ¿no padecemos de un exceso de periodismo literario?

    El abordaje de las décadas del sesenta y del setenta se torna un nudo fundamental para indagar el conjunto del pasado nacional, porque allí se concentran los núcleos centrales del enfrentamiento de los diferentes (antagónicos) proyectos de país. “Trabajar” el archivo, entonces, puede ser una tarea estratégica. El abordaje de los testimonios de quienes protagonizaron esos procesos es aún posible, aunque no por mucho tiempo más (y de hecho ya han partido de este mundo figuras fundamentales de esta historia). También es notable la cantidad de documentos a disposición de quien quiera estudiar, interiorizarse sobre el tema.

    Así y todo, resulta sugestivo que sobre la experiencia global de Montoneros siga siendo “Soldados de Perón”, de Richard Gillespie, el libro sobre Montoneros de mayor referencia, publicado en 1982. También que sea de fines de los noventa el último (a su vez, quizás el único) intento por escribir una historia global de las militancias de los sesenta/setenta (los tres voluminosos tomos “La voluntad”, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós). Incluso en el plano cinematográfico, es de 1996 lo que entiendo es el único film sobre Montoneros (“Cazadores de utopías, de Eduardo Blaustein), extenso documental que aborda el fenómeno de la organización en el contexto del peronismo, de Perón a Menem (pero incluso esta película, poblada de numerosos e importantes testimonios, no cuenta con la palabra de los miembros de la Conducción Nacional).

    Obviamente, se han publicado trabajos específicos, entre los que podríamos mencionar los relatos en primera persona de los propios Perdía, “El peronismo combatiente en primera persona”, y Vaca Narvaja, “Con igual ánimo”, así como “Final de cuentas”, de Juan Gasparini; “Perejiles”, de Adriana Robles; “Recuerdo de la muerte”, de Miguel Bonasso; “Memorial de guerra larga”, de Jorge Falcone; “Los del 73: memoria montonera”, de Jorge Lewinger y Gonzalo Leónidas Chaves (y éste último, también, “Rebelde acontecer”); “Lo que mata de las balas es la velocidad”, de Eduardo Astiz; “La buena historia”, de José Amorín; “La guardería montonera: la vida en Cuba de los hijos de la Contraofensiva” y otros de investigación de personas ajenas a la experiencia, como “El mito de los doce fundadores”, de Lucas Lanusse; “El tren de la victoria”, de Cristina Zuker; “La montonera. Biografía de Norma Arrostito”, de Gabriela Saidón; “Un fusil y una canción. La historia secreta de Huerque mapu, la banda que grabó el disco oficial de Montoneros”, de Ariel Zak y Tamara Smerling; Montoneros y Palestina. De la revolución a la dictadura”, de Pablo Robledo “Noticias. De los Montoneros”, de Gabriela Esquivada; “Ideología y política en El Descamisado”, de Yamilé Nadra y “Fuimos soldados”, de Marcelo Larraquy (incluyo humildemente, en esta enumeración, mi libro “Montoneros silvestres. Historias de resistencia a al dictadura en el sur del conurbano: 1976-1983”, y el listado seguramente podría ser ampliado, sumando otras publicaciones). Muchos trabajos, como puede verse, algunos muy bueno, unos cuántos pésimos. Todo ésto sin contar las numerosos poesías, obras de teatro, cuentos y novelas que, desde la literatura, también abordan la historia montonera (han sido omitidos los libros que abordan biografían de militantes montoneros, y también, aquellos de la industria cultural elaborados directamente con el fin, no de pensar la experiencia, sino de demonizarla, defenestrarla).

    Finalmente, no puede dejar de mencionarse el inmenso trabajo de archivo elaborado por Roberto Baschetti, con su monumental obra de compilación de “Documentos del peronismo revolucionario”, que en siete volúmenes aborda el período 1955-1983.

    IV- Las batallas de la memoria

    El proceso abierto con la movilización del 24 de marzo de 1996 ha resituado la discusión sobre los años setenta, en general, y sobre la experiencia de Montoneros, en particular. Así y todo, los años macristas han sido un duro golpe a todo ese imaginario que durante dos décadas pujó por despenalizar la discusión política respecto del pasado y despejar del debate la “Teoría de los dos demonios”. Se sabe: la derrota electoral de un proyecto de gobierno conservador no implica necesariamente el retroceso social de los microfascismos que puedan circular por la sociedad.

    De allí que la memoria siga siendo un campo de batalla, presente en tanto que abordar el pasado nacional implica una posición actual, y un proyecto de país por el que se lucha (soberanía política, justicia social, emancipación) o que se pretende abortar.

    Los años progresistas de la larga década kirchnerista implicaron avances en muchos aspectos de la política de derechos humanos, pero también un memorialismo (por momentos moralistas), que en su combate a las más retrógradas miradas sobre el pasado no logró “hincar el diente”, “hundir el cuchillo” como quizás aún haga falta hacerlo para profundizar la discusión en torno a las identidades militantes, las estrategias, los proyectos políticos en pugna antes de la última dictadura, y el rol estructural que el terrorismo del “Proceso de Reorganización Nacional” vino a jugar en la metamorfosis de la Argentina, que en sus trazos gruesos aún padecemos.

    El filósofo Walter Benjamin insistió, en sus “Tesis sobre la historia”, respecto de la necesidad de poner a salvo a los muertos cuando el enemigo vence, y también, la importancia que la memoria de los pasados esclavizados tiene para no interrumpir ese secreto compromiso de encuentro que es susceptible de establecerse entre las generaciones del pasado, y cada actualidad. Por su parte, otro filósofo maldito, como lo fue Nietzsche, supo destacar que la historia, en su modo “monumental”, podía empequeñecer la capacidad de creación en un presente determinado, pero también, podía funcionar como imagen inspiradora cuando, en momentos de desánimo, el caminante puede detener la marcha, caminar hacia atrás y decirse: algo así de grande ha existido alguna vez; algo así de grande podrá llegar a existir de nuevo alguna vez, con otros modos, bajo otras condiciones.

    Qué duda cabe que con sus aciertos y errores, la de Montoneros es una de aquellas grandes gestas que nuestro pueblo, o al menos franjas de ese peronismo, supieron protagonizar. Si en toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que se propone subyugarla –como insiste Benjamin– se torna fundamental asumir aniversarios tan emblemáticos como el medio siglo transcurrido desde la aparición de Montoneros, como un desafío para encontrar en ese pasado la chispa que pueda encender toda la esperanza para la gran obra de transformación económica, política y cultural que los condenados de la tierra de este mundo aún se merecen protagonizar.



    La Causa Peronista: ¿Cómo murió Aramburu? 

    28 Mayo 2020

    Relato de Mario Firmenich y Norma Arrostito. Revista Causa Peronista, 3 de Septiembre de 1974.

    Era la una y media de la tarde del 29 de mayo de 1970. Las radios de todo el país interrumpían su programación para dar cuenta de una noticia que poco después conmovería al país. «Habría sido secuestrado el Teniente General Pedro Eugenio Aramburu».

    Era la una y media de la tarde. Esquivando puestos policiales y evitando caminos transitados, una pick up Gladiator avanzaba desde hacía cuatro horas rumbo a Timóte.

    En la caja, escondido tras una carga de fardos de pasto, viajaba el fusilador de Valle escoltado por dos jóvenes peronistas Lo habían ido a buscar a su propia casa. Lo habían sacado a pleno día, en pleno centro de la Capital y lo habían detenido en nombre del pueblo.

    Uno de los jóvenes peronistas tenía a mano un cuchillo de combate. Ante cualquier eventualidad, ante la posibilidad de una trampa policial, ante la certeza de no poder escapar de un cerco o una pinza, iba a eliminar al jefe de la Libertadora. Aunque después cayeran todos. Así se había decidido desde el principio. El fusilador tenía que pagar sus culpas a la justicia del pueblo.

    Era el 29 de mayo de 1970. El día en que el Onganiato festejaba por última vez el Día del Ejército. El día en que el pueblo festejaba el primer aniversario del Cordobazo. Habían nacido los Montoneros.

    El Aramburazo, como lo bautizó el pueblo, que jamás tuvo dudas respecto de los autores del operativo, fue el lanzamiento público de una organización político militar que habría de transformarse, en poco tiempo, en ejemplo y bandera del peronismo, en la máxima expresión de la lucha del pueblo contra el imperialismo y todos sus aliados y sirvientes nativos.

    En este primer operativo firmado, llevado a cabo por un grupo de combatientes muy jóvenes, en absoluta precariedad de medios y contra un enemigo que, entonces, parecía todopoderoso. Montoneros definió su proyecto y mostró un camino. El Aramburazo logró, en ese sentido, la mayoría de sus objetivos.

    El primer objetivo del Operativo Pindapoy. como lo bautizaron en un principio Los Montoneros era el lanzamiento público de la Organización. Se cumplió con éxito. En cuestión de horas, días cuanto más, todos los argentinos supieron que las luchas peronistas, las de la Resistencia, las del Plan de Lucha, la de los Uturuncos y todas las expresiones combativas del peronismo, se habían sintetizado en un grupo de jóvenes dispuestos a triunfar o morir por su pueblo. Esto lo supieron los gorilas de quince años atrás y los gorilas de entonces. Y lo supo también la clase trabajadora, la que siempre había creado nuevas formas de lucha contra cada «nueva estrategia imperialista, la que había dado su ejemplo a estos Montoneros que ahora avanzaban un paso más en la guerra: tomaban las armas hasta sus últimas consecuencias.

    El segundo objetivo era ejercer la justicia revolucionaria contra el más inteligente de los cabecillas de la Libertadora. Porque si Rojas fue la figura más acabada del gorilismo. Pedro Eugenio Aramburu fue, en cambio, su cerebro y artífice. En Aramburu, el pueblo había sintetizado al antipueblo. El vasco era responsable directo de los bombardeos a la Plaza de Mayo, de las persecuciones y las torturas. Aramburu era culpable directo, además, del fusilamiento de 27 patriotas durante la represión brutal de junio del 56. Sobre él ejerció Montoneros la justicia de ese pueblo. Por primera vez el pueblo podía sentar a un cipayo en el banquillo y juzgarlo y condenarlo. Eso hizo Montoneros en Timóte: mostró al pueblo que, más allá de las trampas, las argucias legales y los códigos para reprimir a los trabajadores, había un camino hacia la verdadera Justicia, la que nace de la voluntad de un pueblo.

    Aramburu fue, además, culpable de un delito que a los peronistas los había herido e indignado como pocas veces se indignó este pueblo. Aramburu había sido el artífice del robo y desaparición del cadáver de la compañera Evita. El pueblo lo sabía. Por esa intuición que lo caracteriza, el pueblo sabía, sin tener que preguntarle a nadie, que Aramburu era culpable de ese robo y de la mutilación del cuerpo de la Abanderada de los Trabajadores. Su recuperación, uno de los objetivos fundamentales del Aramburazo, no se pudo lograr. La negativa del fusilador a confesar, amparándose en un pacto «de honor» con otros gorilas, impidió que Montoneros supiera exactamente el paradero del cuerpo.

    El último objetivo del Aramburazo se inscribía en la situación política que vivía el país en aquel momento. Aramburu conspiraba contra Ongania. Pero el proyecto de Aramburu para reemplazar el régimen corporativista de Ongania era politicamente más peligroso. Aramburu se proponía lo que luego se llamó Gran Acuerdo Nacional, la integración del peronismo al sistema liberal a través de «peronistas» de la calaña de Paladino, Coria y todos los burócratas y participacionistas. Aramburu, que fragoteaba con varios generales en actividad, había superado hacía mucho la torpeza gorila del 55 en materia política. En 1970 era un agente hábil del imperialismo, un hombre que intentaba vaciar al peronismo de contenido popular, en una maniobra eleccionaria de trampa. Usar al «peronismo de corbata» y a los traidores que aparecían como sus dirigentes para aniquilar al Movimiento, para aislar definitivamente al General de los peronistas. No le hubiera resultado muy difícil «engrupir a la gilada», ofreciendo el olvido de viejos rencores, el mea culpa por los muertos, la negociación de los restos de Evita. En fin, todo lo que intentó Lanusse tres años después y que desbarató el pueblo. Pero en un momento en que las fuerzas del peronismo estaban lejos de ser óptimas. Y este objetivo también lo logró Montoneros. La dictadura tuvo que esperar dos años para intentar la trampa. Para entonces aquel reducido grupo era una organización poderosa. Y sus cantos de guerra ya no eran las lágrimas de algún viejo peronista emocionado por el acto de justicia histórica de «los muchachos de la guerrilla». Ahora era la voz de las multitudes que enfrentaban al régimen en todos los frentes de batalla con las banderas de esos jóvenes que, un 29 de mayo, se largaron al todo o nada para enseñarle al imperialismo cómo contraataca y cómo golpea el pueblo a medida que se va organizando en la lucha.

    MARIO: El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro. Concebimos la operación a comienzos de 1969. Había de por medio un principio de justicia popular —la reparación por los asesinatos de junio del 56—, pero además queríamos recuperar el cadáver de Evita, que Aramburu había hecho desaparecer.

    Pero hubo que dejar transcurrir el tiempo, porque aún no teníamos formado el grupo operativo. Entretanto trabajábamos en silencio: la ejecución de Aramburu debía significar, precisamente la aparición pública de la organización.

    A fines del 69 pensamos que ya era posible encarar el operativo. A los móviles iniciales, se había sumado en el transcurso de ese año la conspiración golpista que encabezaba Aramburu para dar una solución de recambio al régimen militar, debilitado tras el Cordobazo.

    Por la importancia política del hecho, por el significado que atribuíamos a nuestra propia aparición, fuimos a la operación con el criterio de todo o nada. El grupo inicial de Montoneros se juega a cara o ceca en ese hecho.

    ARROSTITO: Toda la «organización» éramos doce personas, entre los de Buenos Aires y los de Córdoba. En el operativo jugamos diez.

    Lo empezamos a fichar a comienzos del 70, sin mayor información. Para sacar direcciones, nombres, fotos, fuimos a las colecciones de los diarios, principalmente de La Prensa. En una revista. Fernando encontró fotos interiores del departamento de la calle Montevideo. Eso nos dio una idea de cómo podrían ser las cosas adentro.

    MARIO: Pero dedicamos el máximo esfuerzo al fichaje externo. El edificio donde él vivía está frente al colegio Champagnat, y averiguamos que en el primer piso había una sala de lectura o una biblioteca. Entonces nos colamos, íbamos a leer ahí. El que inauguró el método fue Fernando, que era bastante desfachatado. Más que leer, mirábamos por la ventana. Nos quedábamos por períodos cortos, media hora, una hora. Nunca nadie nos preguntó nada.

    ARROSTITO: Allí lo vimos por primera vez, de cerca. Solía salir alrededor de las once de la mañana, a veces antes, a veces después, a veces no salía. Lo vimos tres veces desde el Champagnat.

    Después fichamos desde la esquina de Santa Fe, en forma rotativa. Llegamos a hacer relevos cada cinco minutos. Teníamos que hacer así porque en esa esquina había un cabo de consigna, uno rubio, gordito, y no queríamos llamar la atención.

    MARIO: A medida que chequeábamos, fuimos variando el modelo operativo. La primera idea había sido levantarlo por la calle cuando salía a caminar. Pensábamos usar uno de esos autos con cortina en la luneta, y tapar las ventanillas con un traje a cada lado. Le dimos muchas vueltas a la idea hasta que la descartamos, y resolvimos entrar y sacarlo directamente del octavo piso.

    Para eso hacía falta una buena «llave». La mejor excusa era presentarse como oficiales del Ejército. El Gordo Maza y otro compañero habían sido liceístas, conocían el comportamiento de los militares. Al Gordo Maza incluso le gustaba, era bastante milico, y le empezó a enseñar a Femando los movimientos y las órdenes. Ensayaban juntos.

    ARROSTITO: Compraron parte de la ropa en la casa Isola, una sastrería militar en la Avenida de Mayo, al lado de Casa Muñoz. Fernando Abal tenía 23 años, Ramus y Firmenich 22, Capuano Martínez, 21. Cortándose el pelo, pasaban por colimbas. Así que allí compraron las insignias, las gorras, los pantalones, las medias, las corbatas. Para comprar algunas cosas, hasta se hicieron pasar por boy-scouts. Un oficial retirado peronista donó su uniforme: simpatizaba con nosotros, aunque no sabía para qué lo íbamos a usar. El problema es que a Fernando le quedaba enorme. Tuve que hacer de costurera, amoldárselo al cuerpo. La gorra la tiramos —era un gorrón, le bailaba en la cabeza— pero usamos la chaquetilla y las insignias.

    ¿COMO ENTRAR?

    MARIO: Una cosa que nos llamó la atención es que Aramburu no tenía custodia, por lo menos afuera. Después se dijo que el ministro Imaz se la había retirado pocos días antes del secuestro, pero no es cierto. En los cinco meses que estuvimos chequeando, no vimos custodia externa ni ronda de patrulleros. Solamente el portero tenía pinta de cana, un morocho corpulento.

    A alguien se le ocurrió: Si no tenía custodia, ¿por qué no íbamos a ofrecérsela? Era absurdo, pero esa fue la excusa que usamos.

    El terreno. Justo en esos días que la operación iba tomando forma, a alguien se le ocurre arreglar la calle Montevideo, una de esas reparaciones de luz o de gas que siempre están haciendo; vaya a saber. Lo cierto es que rompieron media calle, justo del lado de su casa. Y nosotros teníamos que poner la contención ahí.

    Era un problema. Pensamos cortar la calle con uno de esos letreros que dicen «En reparación», «Hombres trabajando», pero lo descartamos.

    Después nos fijamos que el garage del Champagnat daba justo frente a la puerta del edificio, y que en dirección a Charcas había otro garage, y que ahí el pavimento no estaba roto. Entonces la contención iba a estar ahí: un coche sobre la vereda del Champagnat, el otro en el garage.

    LA HORA SEÑALADA

    La planificación final la hicimos en la casa de Munro donde vivíamos Capuano Martínez y yo. Ahí pintamos con aerosol la pick-up Chevrolet que iba a servir de contención. La pintamos con guantes.

    ARROSTITO: La casa operativa era la que alquilábamos Fernando y yo, en Bucaretli y Ballivian. Villa Urquiza. Allí teníamos un laboratorio fotográfico.

    La noche del 28 de mayo. Fernando lo llamó a Aramburu por teléfono. Con un pretexto cualquiera. Aramburu lo trató bastante mal, le dijo que se dejara de molestar o algo asi. Pero ya sabíamos que estaba en su casa.

    Dentro de Parque Chas dejamos estacionados esa noche los dos autos operativos: la pick-up Chevrolet y un Peugeot 404 blanco; y tres coches más que se iban a necesitar: una Renoleta 4L blanca, mía. un taxi Ford Falcon que estaba a nombre de Firmenich, y una pick-up Gladiator 380, a nombre de la madre de Ramus.

    La mañana del 29 salimos de casa Dos compañeros se encargaron de llevar los coches de recambio a los puntos convenidos. La Renoleta quedó en Pampa y Figueroa Alcorta, con un compañero adentro. El taxi y ta Gladiator cerca de Aeroparque, en una cortada, el taxi cerrado con llave y un compañero dentro de la Gladiator.

    En el Peugeot 404 subieron Capuano Martínez, que iba de chofer, con otro compañero, los dos de civil pero con el pelo bien cortito. Y detrás, Maza con uniforme de capitán y Fernando Abal, como teniente primero.

    MARIO: Ramus manejaba la pick-up Chevrolet y la «flaca» (Norma) lo acompañaba en el asiento de adelante. Detrás íbamos un compañero disfrazado de cura, y yo con uniforme de cabo de la policía.

    ARROSTITO: Yo llevaba una peluca rubia con claritos y andaba bien vestida y un poco pintarrajeada.

    El Peugeot iba adelante por Santa Fe. Dobló en Montevideo, entró en el garage. Capuano se quedó al volante y los otros tres bajaron. Le pidieron permiso al encargado para estacionar un ratito. Cuando vio los uniformes, dijo que sí en seguida. Salieron caminando a la calle y entraron en Montevideo 1053.

    Nosotros veníamos detrás con la pick-up. En la esquina de Santa Fe bajé yo y fui caminando hasta la puerta misma del departamento. Me paré allí. Tenía una pistola.

    MARIO: Nosotros seguimos hasta la puerta del Champagnat y estacionamos sobre la vereda. «B cura» y yo nos bajamos. Dejé la puerta abierta con la metralleta sobre el asiento, al alcance de la mano. Habla otra en la caja al alcance del otro compañero. También llevábamos granadas.

    Ese día no vi al cana de la esquina. Mi preocupación era qué hacer si se me aparecía, ya que era mi «superior», tenía un grado más que yo. Pasaron dos cosas divertidas. Se arrimó un Fiat 600 y el chofer me pidió permiso para estacionar. Le dije que no. Quiso discutir: «¿Y por qué la pick-up si?» Le dije: «¡Circule!» Se fueron puteando.

    En eso pasó un celular. Le hice la venia al chofer, y el tipo me contestó con la venia.

    Y de golpe, lo increíble. Habíamos ido allí más bien dispuestos a dejar el pellejo, pero no: era Aramburu el que salía por la puerta de Montevideo, y el gordo Maza lo llevaba con un brazo por encima del hombro, como palmeándolo, y Fernando lo tomaba del otro brazo. Caminaban apaciblemente.

    ADENTRO (FERNANDO, EMILIO)

    Un compañero quedó en el séptimo piso, con la puerta del ascensor abierta, en función de apoyo.

    Fernando y el Gordo subieron un piso más. Tocaron el timbre, rígidos en su apostura militar. Fernando un poco más rígido por la «metra» que llevaba bajo el pilotín verde oliva.

    Los atendió la mujer del general. No le infundieron dudas: eran oficiales del Ejército, los invitó a pasar, les ofreció café mientras esperaban que Aramburu terminara de bañarse.

    Al fin apareció, sonriente, impecablemente vestido. Tomó café con ellos mientras escuchaba complacido el ofrecimiento de custodia que le hacían esos jóvenes militares. A Maza le descubrió en seguida el acento: «Usted es cordobés».

    «Sí, mi general». Las cortesías siguieron un par de minutos mientras el café se enfriaba, y el tiempo también, y los dos muchachos agrandados se paraban y desencerraban, y la voz cortante de Fernando dijo:

    —Mi qeneral, usted vienen con nosotros.

    Asi. Sin mayores explicaciones. A las nueve de la mañana.

    ¿Si se resistía? Lo matábamos ahí. Ese era el plan, aunque no quedara ninguno de nosotros vivo.

    AFUERA

    MARIO: Pero no, ahí estaba, caminando apaciblemente entre el Gordo Maza que le pasaba el brazo por el hombro, y Fernando que lo empujaba levemente con la metra bajo el pilotín.

    Seguramente no entendía nada. Debió creer que alguien se adelantaba al golpe que había planeado, porque todavía no dudaba de que sus captores eran militares.

    Su mujer había salido. De eso me enteré después, porque no recuerdo haberla visto.

    Subieron al Peugeot, y arrancaron hacia Charcas, dieron la vuelta por Rodríguez Peña hacia el Balo. Y nosotros detrás.

    EL VIAJE

    Cerca de la Facultad de Derecho detuvieron el Peugeot y trasbordaron a la camioneta nuestra. Capuano; la Flaca y otro compañero subieron adelante. Fernando y Maza, con Aramburu, atrás. Allí se encontró por primera vez con «el cura» y conmigo. Debió parecerle esotérico: un cura y un policía; y el cura que en su presencia empezaba a cambiarse de ropa.

    Se sentó en la rueda de auxilio. No decía nada, tal vez porque no entendía nada. Le tomé la muñeca con tuerza y la sentí floja, entregada. Maza, «el cura», la Flaca y otro compañero se bajaron en Pampa y Figueroa Alcorta, llevándose los bolsos con los uniformes y parte de los fierros. Fueron a la casa de un compañero a redactar el comunicado número. Quedamos Ramus y Capuano adelante, Aramburu, Fernando y yo atrás. Seguimos hasta el punto donde estaban los otros dos coches. Bajamos. Capuano subió al taxi, y nosotros nos dirigimos a la otra pick-up, la Gladiator, donde había un compañero.

    La Gladiator tenia un toldo y la parte de atrás estaba camuflada con fardos de pasto. Retirando un fardo, quedaba una puertita. Por allí entraron Fernando y el otro compañero con Aramburu. Adelante Ramus, que era el dueño legal de la Gladiator, y yo, siempre vestido de policía.

    Durante más de un mes habíamos estudiado la ruta directa a Timote, sin pasar por ningún puesto policial y por ninguna ciudad importante. Delante iba el taxi conducido por Capuano, abriendo punta. Un par de walkie-talkies aseguraba la comunicación entre él y nosotros. Otro par entre la cabina de la Gladiator y la caja.

    En toda mi vida operativa no recuerdo una vía de escape más sencilla que está. Fue un paseo. El único punto que nos preocupaba era la Gral. Paz, pero la pasamos sin problemas: no estaba tan controlada como ahora. Salimos por Gaona, y a partir de ahí empezamos a tomar caminos de tierra dentro de la ruta que habíamos diseñado. El río Luján lo cruzamos por un viejo puente de madera, entre Luján y Pilar, por donde no pasa nadie. Si la alarma se hubiera dado en seguida, creo que igual nos hubiéramos escapado, porque la ruta era perfecta. Tardamos ocho horas en hacer un camino que puede hacerse en cuatro, pero no entramos en ningún poblado ni nos detuvimos a comer o cargar nafta. Para eso estaba el taxi, legal, que traía las provisiones.

    Aramburu no habló en todo el viaje salvo cuando los compañeros tuvieron que buscar el bidón en la oscuridad. «Aquí está», dijo.

    A la una de la tarde la radio empezó a hablar del «presunto secuestro». Ya estábamos a mitad de

    camino.

    Serían las cinco y media o las seis cuando llegamos a La Celma, un casco de estancia que pertenecía a la familia de Ramus. El taxi se volvió a Buenos Aires y nosotros entramos. La primera tarea de Ramus fue distraer la atención de su capataz, el vasco Acebal.

    Esto no fue fácil porque la casa de Acebal y el casco de estancia estaban casi pegados y Ramus tuvo que arrinconar al vasco a un costado de la entrada, habiéndole de cualquier cosa, mientras Fernando y el otro compañero metían a Aramburu en la casa de los Ramus. Ese compañero estaba tan boleado que bajó con la metra en la mano. Pero Acebal no sintió nada, y los únicos que aparecimos frente a él fuimos Ramus y yo, que me había cambiado el uniforme de policía.

    EMPIEZA EL JUICIO

    Metimos a Aramburu en un dormitorio, y ahí mismo esa noche le iniciamos el juicio. Lo sentamos en una cama y Fernando le dijo:

    —General Aramburu, usted está detenido por una organización revolucionaría peronista, que lo va a someter a juicio revolucionario.

    Recién ahí pareció comprender. Pero lo único que dijo fue:

    —Bueno.

    Su actitud era serena. Si estaba, nervioso, se dominaba. Fernando lo fotografió asi, sentado en la cama sin saco ni corbata, contra ta pared desnuda. Pero las fotos no salieron porque se rompió el rollo a la primera vuelta.

    Para el juicio se utilizó un grabador. Fue lento, fatigoso, porque no queríamos presionarlo ni intimidarlo, y él se atuvo a esa ventaja, demorando la respuesta a cada pregunta, contestando «No sé», «De eso no me acuerdo», etc.

    El primer cargo que le hicimos fue el fusilamiento del general Valle y los otros patriotas que se alzaron con él el 9 de junio de 1956. Al principio pretendió negar. Dijo que cuando sucedió eso, él estaba en Rosario. Le leímos sílaba a sílaba los decretos 10.363 y 10.364, firmados por él, condenando a muerte a los militares sublevados. Le leímos las crónicas de los fusilamientos de civiles en Lanús y José León Suárez.

    No tenía respuesta. Finalmente reconoció: «Y bueno, nosotros hicimos una revolución, y cualquier revolución fusila a los contrarrevolucionarios.»

    Le leímos la conferencia de prensa en que el almirante Rojas acusaba al general Valle y a los suyos de marxistas y de amorales. Exclamo: «¡Pero yo no he dicho eso!» Se le preguntó si, de todos modos, lo compartía. Dijo que no. Se le preguntó si estaba dispuesto a firmar eso. El rostro se le aclaró, quizá porque pensó que la cosa terminaba ahí.

    «Si era por esto, me lo hubieran pedido en mi casa», dijo, e inmediatamente firmó una declaración en que negaba haber difamado a Valle y los revolucionarios del 56. Esa declaración se mandó a los diarios, y creo que apareció publicada en Crónica.

    EL PROYECTO DEL GAN

    El segundo punto del juicio a Aramburu versó sobre el golpe militar que él preparaba y del que nosotros teníamos pruebas. Lo negó terminantemente. Cuando le dimos datos precisos sobre su enlace con un general en actividad, dijo que ere «un simple amigo». Sobre esto, frente al grabador, fue imposible sacarle nada. Pero apenas se apagaba el grabador, compartiendo con nosotros una comida o un descanso, admitía que la situación del régimen no daba para más, y que sólo un gobierno de transición —que él se consideraba capacitado para ejercer— podía salvar la situación. Su proyecto era, en definitiva, el proyecto del GAN, que luego impulsaría Lanusse: la integración pacifica del peronismo a los designios de las clases dominantes.

    EVA PERÓN

    Es posible que las fechas se me confundan, porque los que llevamos el juicio adelante fuimos tres: Fernando, el otro compañero y yo. Ramus iba y venía continuamente a Buenos Aires. De todas maneras creo que el tema de Evita surgió el segundo día del juicio, el 31 de mayo. Lo acusábamos, por supuesto, de haber robado el cadáver. Se paralizó. Por medio de morisquetas y gestos bruscos se negaba a hablar, exigiendo por señas que apagáramos el grabador. Al fin, Fernando lo apagó.

    «Sobre ese tema no puedo hablar», dijo Aramburu, «por un problema de honor. Lo único que puedo asegurarles es que ella tiene cristiana sepultura.»

    Insistimos en saber qué había ocurrido con el cadáver. Dijo que no se acordaba. Después intentó negociar: él se comprometía a hacer aparecer el cadáver en el momento oportuno, bajo palabra de honor.

    Insistimos. Al fin dijo: «Tendría que hacer memoria.»

    «Bueno, haga memoria.»

    Anochecía. Lo llevamos a otra habitación. Pidió papel y lapa. Estuvo escribiendo antes de acostarse a dormir. A la mañana siguiente, cuando se despertó, pidió para ir al baño. Después encontramos allí unos papelitos rotos, escritos con letra temblorosa.

    Volvimos a la habitación del juicio. Lo interrogamos sin grabador. A los tirones contó la historia verdadera: el cadáver de Eva Perón estaba en un cementerio de Roma, con nombre falso, bajo custodia del Vaticano. La documentación vinculada con el robo del cadáver estaba en una caja de seguridad del Banco Central a nombre del coronel Cabanillas. Más que eso no podía decir, porque su honor se lo impedia.

    LA SENTENCIA

    Era ya la noche del 1º. Le anunciamos que el Tribunal iba a deliberar. Desde ese momento no se le habló más.

    Lo atamos a la cama. Preguntó por qué. Le dijimos que no se preocupara. A la madrugada Fernando le comunicó la sentencia:

    —General, el Tribunal lo ha sentenciado a la pena de muerte. Va a ser ejecutado en media hora.

    Ensayó conmovernos. Habló de la sangre que nosotros, muchachos jóvenes, íbamos a derramar.

    Cuando pasó la media hora lo desamarramos, lo sentamos en la cama y le atamos las manos a la espalda.

    Pidió que le atáramos los cordones de los zapatos. Lo hicimos. Preguntó si se podía afeitar. Le dijimos que no había utensilios. Lo llevamos por el pasillo interno de la casa en dirección al sótano. Pidió un confesor. Le dijimos que no podíamos traer un confesor porque las rutas estaban controladas.

    «Sí no pueden traer un confesor» —dijo—, «¿cómo van a sacar mi cadáver?»

    Avanzó dos o tres pasos más.

    «¿Qué va a pasar con mi familia?» preguntó.

    Se le dijo que no había nada contra ella, que se le entregarían sus pertenencias.

    El sótano era tan viejo como la casa, tenía setenta años. Lo habíamos usado la primera vez en febrero del 69, para enterrar los fusiles expropiados en el Tiro Federal de Córdoba. La escalera se bamboleaba. Tuve que adelantarme para ayudar su descenso.

    «Ah, me van a matar en el sótano», dijo.

    Bajamos. Le pusimos un pañuelo en la boca y lo colocamos contra la pared. El sótano era muy chico y la ejecución debía ser a pistola.

    Femando tomó sobre si la tarea de ejecutarlo. Para él, el jefe debía asumir siempre la mayor responsabilidad. A mi me mandó arriba a golpear sobre una morsa con una llave, para disimular el ruido de los disparos.

    —General —dijo Fernando—, vamos a proceder.

    —Proceda —dijo Aramburu.

    Fernando disparó la pistola 9 milímetros, al pecho. Después hubo dos tiros de gracia, con la misma arma, y uno con una 45. Fernando lo tapó con una manta. Nadie se animó a destaparlo mientras cavábamos el pozo en que íbamos a enterrarlo.

    Después encontramos en el bolsillo de su saco lo que había estado escribiendo la noche del 31. Empezaba con un relato de su secuestro y terminaba con una exposición de su proyecto político. Describía a sus secuestradores como jóvenes peronistas bien intencionados pero equivocados. Eso confirmaba a su juicio, que si el país no tenía una salida institucional, el peronismo en pleno se volcaría a la lucha armada. La salida de Aramburu era una réplica exacta del GAN de Lanusse. Este manuscrito y el otro en que Aramburu negaba haber difamado a Valle, fueron capturados por le policía en el allanamiento a una quinta en González Catán. El gobierno de Lanusse no los dio a publicidad.

    A 50 años del secuestro del general, un texto de lectura imprescindible

    La muerte de Aramburu: ¿asesinato o ajusticiamiento?

    José Pablo Feinmann --escritor, filósofo, historiador, periodista, politólogo, pensador--, reflexionó durante años sobre el secuestro y la muerte del emblemático general antiperonista, mostrando el hilo que la une al fusilamiento de Valle y ubicándola en su contexto histórico y político. Su mirada, que se contrapone a la elegida hoy por la mayoría de los medios, quedó plasmada en este diario y en su novela de indispensable lectura, Timote.

    Isaac Rojas y Pedro Eugenio Aramburu. Líderes de la Revolución Libertadora.
    Isaac Rojas y Pedro Eugenio Aramburu. Líderes de la Revolución Libertadora.

    DE LA PENITENCIARÍA NACIONAL A TIMOTE: LA LARGA MANO DE LA HISTORIA

    ¿Qué habrá pensado Aramburu el 29 de mayo de 1970? Lo dijimos: la fecha está cuidadosamente elegida. Se cumple, ese día, un año del Cordobazo. Se festeja, ese día, el Día del Ejército. De ahí en más, ese día, será el de la muerte de Aramburu. (Dejamos para más adelante, cuando tengamos todos los datos en la mano o todos los que se pueden tener, si ese hecho fue un asesinato o un ajusticiamiento. O si fue algo todavía algo más complejo. Algo que probablemente no pueda ser encerrado en una sola palabra.) 

    ¿Qué habrá pensado el hombre de la Libertadora, el fusilador de Valle, cuando le dijeron que lo iban a matar y que el motivo principal era el de la muerte de Valle? “Nunca creí que iba a tener que pagar por eso”, quizá. Pero lo que uno piensa, lo que hoy podemos pensar con la serenidad de los años (no con la frialdad de los años, sólo con esa serenidad que nos permite atrapar los hechos en su compleja trama, sin dejar nada afuera, tornando visibles todas las determinaciones que se cruzan en la trama de la historia, en un hecho que las convoca a todas) es que la mano de la historia es larga, que la persistencia de ciertos sucesos se prolonga imprevisiblemente. Aramburu se habrá sorprendido. ¿Quiénes eran estos muchachos? ¿Serían capaces de matarlo por un asunto como el de Valle? ¿No había quedado eso atrás? ¿No estábamos ahora preocupados por encontrarle una salida política a la Revolución Argentina? ¿No soy yo precisamente el garante de esa salida, el hombre ideal para encarnar ese proyecto? Digamos una suposición disparatada: ¿y si pensó, súbitamente, “debí haber recibido a la mujer de Valle esa noche”? “Si hubiera tenido esa clemencia tal vez estos muchachos serían ahora más clementes conmigo.” 

    En fin, no importa. Pero algo ha de haber intuido acerca de los complejos caminos de la historia. Que son imprevisibles, que suceden sin causalidad alguna, pero tienen, algunos de ellos, una densidad asombrosa. La muerte de Aramburu condensa toda la tragedia argentina desde el 16 de junio de 1955 en adelante. Esa muerte se la había ganado. No estoy diciendo que fuera justa. Menos un tipo como yo que detesta la violencia y cree que nadie debería morir, pero no es tan ingenuo como para no saber que la historia está escrita con sangre, que el hombre es el lobo del hombre, que el capitalismo es un sistema que sólo puede engendrar injusticias y odios. Que la violencia se cierne sobre este mundo desde sus orígenes y perdura hoy como si nada hubiera pasado, perdura aún con mayores posibilidades destructivas. Ya haremos algo así como una ontología de la violencia. El resultado deberá confrontar el postulado bíblico “No matarás” con el postulado antropológico e histórico “El hombre no puede no matar”. Aramburu, como todo ser humano, no merecía morir, pero la muerte se la había ganado. Había hecho muchas de las cosas necesarias que suelen condenar a los hombres. Había despertado odios. Había ordenado muertes. Había sido impiadoso, vengativo. Había desoído pedidos desesperados de clemencia. Hacerle decir a la mujer del general al que va a fusilar que él, el único que puede impedir esa ejecución, duerme” es de una crueldad inaudita. Ante todo, la debió haber recibido. Debió haber tenido la dignidad y el coraje de decirle en la cara por qué mataba a su marido. Y si no, no debió ordenar que le dijeran que él dormía. Era decirle: “Yo tengo la conciencia en paz, señora. La muerte de su esposo no me quita el sueño. Su desesperación tampoco. Usted, para mí, no vale nada porque es, precisamente, su mujer. El motivo que cree la autoriza a pedirme clemencia es el mismo por el que yo no la quiero ver. Porque se casó con un peronista, señora. Porque supo que él se alzaría contra nuestro gobierno, que es el que restauró la libertad y la democracia en nuestro país, y siguió a su lado. Denunciarlo habría sido mucho, tal vez. No le pido tanto. Pero haber seguido con él es imperdonable. Y si él no le dijo nada usted debió darse cuenta. En algo raro anda mi marido. Eso debió advertir. De eso debió darse cuenta. Usted es una peronista como él. Por eso, si se dio cuenta, lo dejó seguir. Todo salió mal. Hay que pagar. La que esta noche no va a poder dormir es usted. Yo no. Yo ya estoy durmiendo. Se lo hago saber para que usted, justamente, sepa hasta qué punto mi conciencia está serena”.

     Además hizo fusilar a Valle en una penitenciaría. Como a un reo. Como a un delincuente común. Feo lugar para morir. A él le habrá de tocar uno todavía peor. La hija de Valle lo acompaña hasta el último momento. Se llama Susana y habrá de ser importante en los años que vendrán. A ella, Valle le da las cartas que escribió. La de Aramburu (célebremente hoy) empieza utilizando la palabra asesinato: “Dentro de unas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado”. “Dentro de unos años (podría haber dicho) tendré yo la satisfacción de verlo morir a usted, de saberme vengado. Pero usted no morirá a manos de un pelotón del ejército gorila que hoy comanda, sino a manos de jóvenes idealistas, que lo matan en nombre de la justicia social, de la libertad de los pueblos.” Acaso el profundo sentimiento cristiano que animaba a Valle le habría impedido sentir “satisfacción” por la muerte de nadie, ni alegría por un acto de venganza. Pero se habría deslumbrado por lo mismo que nos atrae a nosotros: por el largo brazo de la historia, por esa línea tendida entre el patio de la Penitenciaría Nacional y el barro de la estancia de Timote. Entre el oficial de la Libertadora que ordena “¡Fuego!” y el joven Fernando Abal Medina que dice: “Voy a proceder, general”.

    EL ACONTECIMIENTO ARAMBURU, ¿ASESINATO O AJUSTICIAMIENTO?

    La muerte de Aramburu fue un acontecimiento en la historia argentina. Un acontecimiento o un suceso no está fuera de la historia, pero produce en él una condensación de sentido. Si Foucault, para eludir la Metafísica de lo Uno caía en una Metafísica de lo Múltiple, el acontecimiento produce una Acumulación de lo Múltiple. No es previo a nada. Puede ocurrir/ Puede no ocurrir. No es necesario que ocurra. No responde a ninguna necesariedad, a ninguna teleología de la Historia. Pero una vez que ocurre funda una teleología, pero hacia atrás. 

    Es el “acontecimiento Aramburu” el que nos permite trazar, partiendo de él, la sucesión de hechos que tuvieron que ocurrir para que ese acontecimiento se produjera. El acontecimiento crea su propia teleología. Elimina, desde sí, la visión azarosa de la Historia. Todos los hechos que –desde él– ahora se ordenan no se habrían ordenado si el acontecimiento no hubiera estallado. No podemos decir: “La muerte de Aramburu estaba en la lógica de los hechos”. Porque no hay lógica de los hechos. La historia es incertidumbre. Pero una vez producido el acontecimiento podemos leer –hacia atrás– todo lo que contribuyó a producirlo y todo lo que no. Por ejemplo: el estreno de la película Ben Hur, en la década del sesenta, poco habrá contribuido a la muerte de Aramburu. El acontecimiento Aramburu la deja de lado. La candidatura de Horacio Thedy en no-recuerdo-qué-elecciones tampoco. El programa Tropicana Club, con Marty Cosens, María Concepción César y Chico Novarro, tampoco. La aparición consagratoria de la novela Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sabato, casi imposible. La serie televisiva del Canal 7 Patrulla de caminos, en que el fornido actor Broderick Crawford decía la célebre frase “20.50 llamando a Jefatura”, menos. Pero hay muchos, muchísimos hechos que, leídos desde el acontecimiento Aramburu, se ordenan, tienen un sentido teleológico y nos entregan a la tentación de leer “en los hechos” todo lo que llevaba “inexorablemente” a ese hecho. Pero no: es al revés. Es ese hecho el que nos lleva, desde sí, a descifrar, en retroceso (en eso que Sartre llamaría una metodología “regresiva”), todo lo que tuvo que ocurrir para que Aramburu muriera. 

    A su vez, el acontecimiento Aramburu abre una temporalidad de persistencias. No se agota, no muere en sí mismo. Se prolonga. En resumen: el acontecimiento crea una teleología hacia atrás y una persistencia hacia adelante. Nuestra cuestión es ahora candente. Sería más sencillo para nosotros pasar esta cuestión por encima, pero hay que ir a fondo. La incómoda pregunta que exigirá una sólida (o lo más sólida posible) respuesta es: ¿La muerte de Aramburu fue un asesinato o un ajusticiamiento? Que fue una venganza es tan obvio que casi no lo trataremos. Cualquiera advierte que se trata de una venganza: Aramburu por Valle. Pero aquí está en juego el tema de la justicia. 

    Para Aramburu fusilar a Valle fue un acto de justicia. Un acto de un gobierno revolucionario que debía matar a los sediciosos que lo agredieran, que desconocieran su autoridad. Su legitimidad estaba dada por la ilegitimidad democrática del gobierno al que la Libertadora había derrocado. Nosotros, dirían y dijeron los “libertadores”, no llegamos al gobierno en elecciones democráticas, pero nos vimos forzados a intervenir por la ilegalidad democrática en que había incurrido el gobierno que derrocamos. Somos, así, baluartes de la democracia, sus más puros defensores, pues hemos hecho por ella algo que no habríamos querido hacer: dejar nuestras específicas funciones militares, nuestro profesionalismo, y derrocar a un gobierno legítimamente elegido que se había ilegitimado en el ejercicio del poder. Una feroz dictadura sólo comparable con los fascismos europeos. De modo que si algunos mandos se sublevan en defensa de ese orden antidemocrático, ilegítimo, repudiado por la ciudadanía católica y culta de este país, por sus estudiantes y sus Fuerzas Armadas, les haremos sentir el peso de la ley. Nosotros somos la Justicia. Somos la Revolución de la Libertad. Les aplicaremos la justicia que merecen sus enemigos. De este modo, para Aramburu, matar a Valle fue justo, fue un acto de justicia revolucionaria. También, si se quiere, un acto de justicia democrática y republicana, pues fue en defensa de esos valores que esas vidas se segaron. La de Valle y sus secuaces. 

    Para los Montoneros, matar a Aramburu fue un acto de justicia popular. Ellos expresaban el sentir del pueblo. El pueblo odiaba a Aramburu porque había derrocado a Perón, escamoteado el cadáver de Eva y fusilado a Valle y sus compañeros. Había, también, impulsado el decreto 4161. Ahí, ya había firmado su sentencia de muerte. La cuestión es: Aramburu dice representar a la democracia. Los Montoneros dicen representar al pueblo. ¿Es así? Si es así, ambos han cometido –eliminando cada uno la vida de su correspondiente condenado– un acto de justicia. Si no es así, han cometido un asesinato. Sin embargo, conjeturo, aunque la cuestión está certeramente planteada, no agota en modo alguno la densidad del problema. Aclaremos, en principio, algo, sólo una punta de la cuestión, una punta, creo, muy sugerente (por ahora): tanto Valle como Aramburu perdieron sus vidas, no bajo gobiernos democráticos, sino bajo durísimas dictaduras. Valle, bajo la dictadura de Aramburu. Aramburu, bajo la dictadura de Onganía. A Valle lo mata el jefe de la dictadura. A Aramburu, no. No lo mata Onganía. Lo mata un grupo civil, un grupo de jóvenes que se oponen a esa dictadura en la que ven una continuación, una heredera de la suya. Lo matan, también, porque creen que Aramburu es la pieza esencial para que la dictadura de Onganía pueda lograr una salida digna, democrática pero controlada por el poder “gorila” de siempre. Una perversa continuidad, en suma. Hay semejanzas. Y hay diferencias. Nada es reflejo de nada. Todo acontecimiento tiene su propia densidad. Está sobredeterminado. Y ni uno solo de sus elementos puede no ser puesto en juego si queremos lograr su total traslucidez. Si queremos totalizar sin haber dejado nada de lado, nada en el camino. Una totalidad contiene en sí todos los elementos que la constituyen, se relaciona con cada uno de ellos por mediación de las partes y las partes se relacionan con la totalidad y con las partes a la vez, por su mediación. Cada relación que se establece implica también una relación mediada por todos los otros elementos de la totalidad. Como se sabe: la totalidad no se reduce a la suma de sus partes sino que es siempre más que la mera suma de ellas. La totalidad es el acontecimiento, pero lo es en la forma del acontecer y no bien el acontecimiento se acontecimentaliza empieza su destotalización. Esta palabra –évenementialization– es de cuño foucaultiano y es Deleuze quien más la desarrolla. Pero si bien yo la utilizo para quebrar, para efectuar la ruptura de toda linealidad histórica, de toda necesariedad, de toda esa hojarasca que les fija a los hechos un devenir inexorable, de toda constancia, de todo sentido que se exprese internamente a los hechos, no acepto en absoluto los ataques a la antropología que FoucaultDeleuze –sin poder escapar del posestructuralismo– llevan a cabo. La historia, aun en la modalidad de la incertidumbre y precisamente por eso, está hecha por el ente antropológico, por los sujetos, en fin, por los hombres. Y el acontecimiento, aconteciendo, se impone a todos. Se destotaliza no bien acontece, pues de inmediato pasa a ser otra cosa. La que sigue al acontecimiento. La cual vuelve a expresar la incertidumbre habitual de los hechos hasta que otro acontecimiento los convoca. La historia no se fija en el acontecimiento. En él logra una inusitada condensación y traslucidez. Hay que atrapar eso que el acontecimiento nos dice. Pero el acontecimiento no dice una cosa. Los significantes que el acontecimiento arroja son infinitos. ¿Cuál es el significado definitivo del significante Aramburu? No hay uno, son infinitos. 

    Entramos en el terreno de la hermenéutica. Ella, en tanto disciplina de la interpretación, será el espacio en que se juegue la verdad del significante Aramburu. Pero la verdad es hija del poder. En resumen, y acaso instrumentando una terminología que a algunos les sonará sartreana, hay un en-sí y un para-sí del acontecimiento. El en-sí son todos los hechos que el acontecimiento, desde sí, constituye hacia atrás como su propia teleología, que no podría existir previa al acontecimiento. Ya que es él, insistimos, el que la instaura al acontecimentalizarse. Esos hechos, que recién ahora forman una cadena de datos, son el en-sí, la materialidad del acontecimiento. El para-sí es más complejo. El acontecimiento no toma conciencia de sí por sí mismo, a partir de sí o desde sí. ¿Dónde toma conciencia de sí el acontecimiento? Afuera de sí. En las infinitas interpretaciones que de él se realizan. Esto es relativamente sencillo. ¿Cuántas interpretaciones del acontecimiento Aramburu hay en juego? Muchas. Tantas, como fuerzas políticas diferenciadas existen. Esas, digamos, lecturas del acontecimiento son su para-sí. El acontecimiento trama fuera de él su conciencia de sí. Él no puede elaborarla. El acontecimiento no piensa, es pensado. No interpreta, es interpretado. No hay jamás una interpretación definitiva. Es decir, el acontecimiento está siempre en estado de interpretación. Su en-sí queda trazado no bien acontece: sabemos, desde él, los hechos que han llevado hasta él. Jamás sabremos dónde habrá de detenerse la tarea hermenéutica. Hay y habrá muchas interpretaciones del “aramburazo”, es decir, del significante Aramburu o de, más exactamente, el acontecimiento Aramburu. 

    Nos vamos a pasar la vida discutiendo si fue un asesinato, un atentado, un crimen, un fusilamiento o una venganza. Esto no se detiene nunca. En esas controversias el acontecimiento es pensado. En ellas adquiere, contradictoriamente, conciencia de sí. Sólo que esta conciencia de sí, como el para-sí sartreano, es diaspórica. Nunca es una. Nunca un acontecimiento reposa en la mismidad de una sola interpretación. Nunca atraparemos su verdad definitiva. Sería hacer de él una cosa. El acontecimiento sigue vivo en la medida en que aún no se ha instalado una verdad sobre él. Nietzsche dijo: no hay hechos, hay interpretaciones. Más aún del acontecimiento, que lleva en sí múltiples caminos que han confluido hacia él. Lo que puede establecer, por sobre las otras, una interpretación es la fuerza. Es la fuerza que tiene el poder. Foucault analizó bien la relación entre verdad y poder. La vamos a exasperar un poco: La verdad es una creación del poder. La “verdad” no existe. Lo que existe es la verdad del poder. Tener poder es obligar a los otros a aceptar mi verdad como la verdad de todos. Si en este país la verdad del diario La Nación tal como la expresa José Claudio Escribano se impusiera por sobre todas las demás tal como los intereses de ese sector se impusieron a partir de 1976, la verdad del acontecimiento Aramburu sería: fue un asesinato y sus ejecutores fueron vulgares delincuentes, vulgares asesinos. Entre 1976-1983 ésta fue la verdad. La lucha por la verdad es la lucha por el poder. Aquí es donde llegamos a la importancia de los medios de comunicación. La acumulación de medios es la acumualción de poder para imponer verdades. El que tiene más poder comunicacional tiene más poder para imponer o crear verdades. Tenemos, pues, que ir de a poco. Vamos a dejar –en principio– que sean los mismos Montoneros quienes nos cuenten cómo mataron al fusilador de Valle.

    * La primera versión de estas notas sobre la muerte de Pedro Eugenio Aramburu se publicó entre setiembre y octubre de 2008 en el suplemento especial de Página/12, Peronismo, filosofía política de una obstinación argentina. Después serían retomados por el autor en la génesis y desarrollo de su novela Timote, secuestro y muerte del general Aramburu. La ilustraciones de Miguel Rep acompañaron la edición original de los textos.























































































































































































     



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