Con la MUSICA de OIGA MI GENERAL popularizado por R.R. Fraga
¡Escuchame burgués!
¡Escuchanos Milei!
RETUMBO
de EL JUGLAR DE LA LIBERTAD.
RECITADO:
"Escuchame Milei:
Escuchanos burgues
Con la fuerza del pueblo,
venceremos, lo se.
Hasta que la patria sea
soberana otra vez.
Presentá tu renuncia,
todavia que podés.
Antes que seas condenado
por traición a la patria,
con un juicio politico,
o expulsado en un Argentinazo,
cayendo en el olvido y el rechazo."
I
Escuchame burgués, basta ya de saquear
La vuelta a la colonia nunca va a pasar,
El pueblo vencerá, con su lucha total
imponiendo justicia, solidaridad.
Escuchame Milei, basta de chamuyar
De robarle a la gente, su gran dignidad
Tu ideología cruel, anti patria nomás,
Es saqueo y miseria, y es brutalidad.
¡Escuchanos burgues!
El pueblo está de pie
La anti patria no pasa
vos ya lo sabes!
Escuchame Milei,
aunque digas que no
El Estado es el pueblo
el pueblo en acción.
RECITADO:
"En las calles de mi patria,
se oye el clamor de la gente,
contra el saqueo y la mentira,
del presidente demente.
Que quiere regalar nuestros recursos,
que volvamos a ser colonia, pretende.
Entregando nuestra soberanía,
y todo con su mejor sonrisa."
II
Escuchame Milei, porque vas a caer
Aunque te hayan votado, tu tiempo ya fue
No nos vas a robar, el futuro otra vez
Porque a nuestra esperanza, la haremos valer.
Escuchanos burgués, no lo decimos más
El mañana llegó, hace tiempo llegó
Nuestra Patria será sol de la libertad
Como en mil ocho diez, ni un paso atrás!
Nuestro pueblo de pie,
siempre habrá de vencer
A toda tiranía que amenace pues
Escuchanos milei, no lo decimos más
Basta ya de este ajuste, genocida y brutal!
... porque vas a caer y muy duro será.
Milei, la burguesía y el fantasma del comunismo
Javier Milei, presidente argentino, comparte imagen con el filósofo alemán Carlos Marx, quien es considerado, junto a Federico Engels, como padre del socialismo científico, el comunismo moderno, el marxismo y el materialismo histórico.Sábado 20.1.2024 Rogelio Alaniz
Es probable que los historiadores en el futuro develen la incógnita acerca de por qué en algún momento de nuestra historia algunos presidentes argentinos se consideraron habilitados para darle al mundo lecciones de política y algunas asignaturas afines. En ese sentido fue un paradigma Cristina Kirchner, la presidente argentina que incluía entre sus hábitos llegar tarde a todos los simposios internacionales, y a la hora de hacer uso de la palabra acostumbraba extenderse en peregrinas consideraciones ideológicas y políticas acerca de lo que más le convenía al mundo. Como muy bien dijera en su momento Beatriz Sarlo, el nivel teórico de nuestra presidente no excedía a la de un recién iniciado ayudante de trabajos prácticos, límite intelectual que lejos de intimidar a nuestra mandataria parecía impulsarla a incursionar temerariamente en los territorios más bizarros del saber. Por supuesto, la indigencia teórica quedaba expuesta, esa fatal contradicción en la que se precipita quien cree estar diciendo verdades profundas cuando en realidad no hace más que reiterar lugares comunes, en este caso los lugares más comunes de la tradición populista, esos lugares en los que hasta un anónimo militante de base le daría pudor repetir. Alberto Fernández, dueño de una retórica banal y liviana, adquirida en los plenarios pampas de las unidades básicas, no iba a perder la oportunidad de hundirse en la misma charca estrenada por Cristina. Cosas de argentinos, dijo un conocido diplomático italiano. Lo dijo y los asistentes asintieron con resignada convicción porque, como es sabido, por buenas o malas razones nos hemos sabido ganar en el mundo la fama de personajes, a veces simpáticos, a veces detestables, pero en todos los casos convencidos por vaya uno a saber qué peregrina experiencia, que el mundo está esperando de nuestra sabiduría y, sobre todo, de nuestra proverbial picardía alentada por un narcisismo que permitió a un humorista mexicano decir que el argentino es el único ser en el mundo convencido de que un relámpago no es un relámpago sino una foto que Dios le saca a él en homenaje a sus excelsas virtudes.
Ironías y sarcasmo de la extranjería al margen, observamos mientras tanto que a esta lista de egos, vanidades y pretensiones, se ha sumado, me temo, nuestro actual presidente Javier Milei, quien en el Foro de Davos, el templo mayor del capitalismo globalizado, intentó darle lecciones de historia económica a los aguerridos, impasibles, helados y templados empresarios y operadores económicos que suelen frecuentar estas reuniones celebradas en las alturas de esa suerte de montaña mágica levantada a pocos kilómetros de Zurich. A diferencia de Cristina, a la que como a Martín Fierro las coplas le brotaban como agua de manantial -durante períodos tan prolongados que abusaban de la paciencia y de la vejiga de los asistentes obligados por razones protocolares a soportar por tiempo indefinido una árida monotonía de lugares comunes-, Milei se limitó a leer, y su discurso fue, para alivio de la platea, breve. Yo no estoy en condiciones de decir si lo suyo fue una genialidad o un papelón. A la hora de las calificaciones la tribuna está dividida, pero al respecto yo me permito decir que lo que Milei dijo en una asamblea donde se sabe que lo más importante no pasa por lo que se dice en público sino por lo que se acuerda en privado, en reuniones discretas pero de desalmada eficaces, no fue más allá de lo que sin exageraciones, una biblioteca de historia económica integrada por los más diversos autores consideran el ABC acerca de cómo se constituyó el capitalismo, cómo se desplegó históricamente, cuáles fueron sus logros y sus asignaturas pendientes. Que la burguesía y el capitalismo expresan el modo de producción o la formación económica y social más formidable de la historia, y que el mundo de los últimos cien o doscientos años se transformó en una escala superior a la que logró durante siglos, es una verdad de Perogrullo, algo así como decir que la sal es salada o el azúcar es dulce. El desafío teórico y práctico, desafío que no se resuelve en Davos, es indagar acerca de las dificultades del capitalismo, de los desafíos que le presenta la actualidad y el futuro y, en todo caso, como dijera ese sociólogo lúcido y conservador -del que espero que Milei no califique de comunista- como es Daniel Belle, interrogarse acerca de las contradicciones culturales del capitalismo en un mundo donde la amenaza no es el comunismo, sino la guerra, las amenazas contra las conquistas humanitarias y los desafíos que nos presentan los actuales saberes científicos y las nuevas tecnologías. Ninguno de estos dilemas fueron abordados por Milei, entre otras cosas porque no hay respuestas fáciles y, mucho menos, para ser agitadas como consignas en una tribuna.
El presidente argentino no dijo en Davos nada que no se supiera, pero, argentino al fin, lo dijo con el tono de quien cree que está revelando verdades absolutas. Más que la reiteración de lugares verdaderos pero comunes acerca de las virtudes del capitalismo, lo que a muchos asistentes le hubiera gustado saber de dónde obtuvo el señor Milei la certeza de que ellos, los empresarios de Davos, están sometidos a una agenda socialista, comunista o colectivista; para el caso lo mismo da porque a Milei comunismo y socialismo le resultan sinónimos, un pecado mortal en el que también caen para su perdición eterna políticos conservadores, democristianos, laboristas y liberales que consideran al liberalismo una conquista de la modernidad y no una ideología cerrada que califica de enemigo a cualquier intento de elaborar una visión de la economía y la política diferente a las verdades sancionadas por Murray Rothbard, Friedrich Hayek o Ludwig von Mises.
De todos modos, no me parece del todo mal que desde una tribuna se intente halagar a la burguesía con verdades históricas irrefutables. No me parece mal, en tanto y en cuanto quien pretenda hacerlo lo haga con talento y sobre todo sugiriendo a los oyentes que no está descubriendo la pólvora. Yo, por ejemplo, si Dios o el Diablo me hubieran dado la oportunidad de hablar en Davos, hubiera dicho del capitalismo y la burguesía lo siguiente: "La burguesía ha desempeñado en la historia un poder altamente revolucionario. La burguesía ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las densas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus 'superiores naturales' las ha desgarrado sin piedad. Ha sido la burguesía la primera en demostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas superiores a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas. El capitalismo es una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un mismo movimiento constante distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profanado y los hombres al fin se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia".
Brillante. Forma y contenido se alimentan mutuamente; ética, estética y verdad se toman de la mano. No he leído y no he escuchado a lo largo de mis años un canto de amor a la burguesía y al capitalismo tan inspirado, tan desafiante, tan optimista, tan lúcido. Supongo que los asistentes a Davos a este texto leído en español lo aplaudirían de pie, aunque luego manifestasen una singular extrañeza al enterarse de que esas palabras las escribió Carlos Marx en 1848. Complicado y pérfido el mundo, señor Milei. El fundador intelectual del comunismo escribe las palabras más elocuentes y, si se me permite, bellas, a favor de la burguesía y el capitalismo. Para no creer. Hace más de ciento setenta años Marx sabía más de las virtudes de la burguesía y el capitalismo que un pretencioso Milei obsesionado por la primera frase escrita por Marx y que él probablemente no leyó: "Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo". Ese fantasma, ese espectro, Milei intenta resucitarlo, cuando me temo que la burguesía lo ha muerto y lo ha enterrado hace rato.
La irreverencia no es una virtud pero se le parece, ¿será por eso que Milei le cae bien a tanta gente? En todo caso, no creo aconsejable ridiculizarlo ni subestimarlo. Es sin lugar a duda una de esas personalidades extraordinarias que le ha dado la Argentina al mundo. Todavía no sabemos si va a ser una personalidad dramática, trágica o farsesca… pero no hay que reírse.
No recuerdo ningún presidente que haya dado semejante espectáculo —lo digo sin pizca de ironía— en los estrados de la gran política mundial. Que instara a los ricos a no dejarse amedrentar por las demandas sociales canalizadas por las instituciones públicas o sindicales para revestirlos del heroísmo propio de la naturaleza benéfica de la ambición. Que le espetara en la jeta a los políticos de occidente que su civilización estaba en crisis por su esencia parasitaria e ideología colectivista. Que le escupiera un ojo a los organismos multilaterales por practicar un “neo-marxismo asesino”. Todo ello es un llamado abierto a la guerra de clases.
Parado frente a los poderosos de la tierra cual Restaurador de Occidente, concedió a los empresarios capitalistas la dignidad máxima que la tradición grecorromana podía atribuirle a un ser humano, es decir, la dignidad heróica. La declaración oficial de capitalismo ilimitado y desbozado como sistema infalible es una novedad ideológica trascendente. Sin remilgos, convocó a una rebelión de los Benefactores de la Humanidad contra los villanos conspirados de la Casta Colectivista que agrupa “comunistas, fascistas, nazis, socialistas, socialdemócratas, nacionalsocialistas, demócratas cristianos, keynesianos, progresistas, populistas o globalistas” porque “en el fondo no hay diferencias”.
El marxismo consideraba capitalista al sistema en el que predominan relaciones económicas signadas por la propiedad privada de los medios de producción que, combinadas con el trabajo asalariado, producen mercancías que compiten en el mercado. El “empresario exitoso” es aquel que logra obtener la máxima ganancia, acumular capital y vencer a sus rivales. El conjunto de tales empresarios constituyen la clase económicamente dominante. El conjunto de los asalariados, la clase subalterna.
Además de estas dos clases, burguesía y proletariado, existen otras categorías subalternizadas. Quienes viven desarrollando actividades por cuenta propia —artesanos, comerciantes, chacareros, etcétera— con sus propios y precarios medios de trabajo forman parte de la pequeña burguesía. Los que sobreviven a partir de actividades degradantes de mera subsistencia constituyen el lumpenproletariado. El campesinado puede figurar como una clase social sui generis según la interpretación.
Entre la clase dominante y la clase subalterna, burguesía y proletariado, se desarrolla una lucha a muerte porque sus intereses son antagónicos. La burguesía es la clase explotadora, el proletariado la clase explotada. El resto de las clases sociales pueden situarse en uno u otro bando según las circunstancias históricas.
El Estado, dentro del capitalismo, opera como un instrumento de dominación al servicio de la burguesía. Es la junta de negocios de los “empresarios exitosos”. Los derechos sociales y los gobiernos populares que se desarrollaron tras la muerte de Marx fueron considerados por los marxistas duros como una forma de contención de la lucha de clases al servicio del sostenimiento del capitalismo.
Desde el advenimiento del marxismo, todos los que pregonamos una disminución progresiva de las desigualdades y mayores niveles de justicia social a partir de cambios graduales sin promover la confiscación de la propiedad privada sobre los medios de producción para su colectivización total, sufrimos el mote peyorativo de reformistas. El antagonismo de clases —dice el marxismo— no puede resolverse a través de reformas, debe ser producto de una revolución violenta.
Sacando a los propios comunistas, un marxista consecuente consideraría todas las demás categorías políticas enumeradas por Milei dentro de la Casta Colectivista como formaciones capitalistas disfrazadas. Algunos marxistas llegaron a la misma conclusión: “en el fondo, son lo mismo”. Los horrores del nazifascismo, que nace como fuerza de choque contra los propios comunistas, y sobre todo las alianzas internacionales y frentes nacionales tejidos durante la Segunda Guerra Mundial moderaron esa concepción.
Con su apoteosis del empresariado y su programa de eliminación de los derechos sociales, Javier Milei hace —a contrario sensu— un servicio extraordinario al reverdecimiento de las ideologías del marxismo duro y a la lucha de clases. Al levantar la idea perimida de un capitalismo ilimitado y prometeico, ha resucitado el martillo y la hoz como perspectiva única de justicia social. Planteando la dialéctica del empresario heróico y la perversidad intrínseca de la justicia social, invirtiendo el rol de explotados y explotadores, eliminando el sentido de “deuda” de los ricos con las clases populares propio de la tradición humanista, atiza los antagonismos de clase como nunca se atrevió a hacer el más conspicuo burgués. El grosero apoyo del hombre más rico de la Tierra lo confirma. La ideología divinizante del éxito empresario lo excita. Lo estimula. El erotismo del dinero, una suerte de plutofilia, un afrodisíaco de la explotación.
Nuestra doctrina, simple, popular y humanista, dice que cada ser humano tiene, por el solo hecho de serlo, derecho a vivir con dignidad en el marco de una comunidad solidaria y cooperativa que debe garantizar a todos los medios que le permitan desarrollarse integralmente y buscar la felicidad. Desde luego, nuestra doctrina no está triunfando. La exclusión, la degradación ambiental, la mala política, las nuevas formas de colonialismo lo impiden. La pátina benevolente que figura en las declaraciones y tratados internacionales no resuelve este problema. La consagración nominal de los derechos humanos, ambientales, sociales, económicos y culturales no se convierte en realidad efectiva que impulsa el camino de los pueblos hacia la realización de un mejor porvenir.
Tal vez, este extraordinario personaje de manufactura argentina, planteando sin caretas la ideología salvaje que muchos practican mientras sus representantes políticos predican lo contrario, llegó para clausurar la era del pacto social y las reformas graduales; tal vez llegó para reiniciar la era de la guerra de clases. En todo caso, su paso por Davos ha sido un golpe fulminante a la narrativa edulcorada del capitalismo global. Este sinceramiento, con mucha suerte y la ayuda de Dios, puede también despertar la conciencia y el coraje necesario de las grandes reformas que requiere un proyecto simple, popular y humanista como el nuestro.
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