EL MILITANTE
(REVOLUCIONARIO)
ZAMBA
ARGENTINA
POEMA:
ALICIA EGUREN DE COOKE.
MUSICA:
ZAMBA “DEL TIEMPO I’ MAMA”.
De RODOLFO “POLO” GIMÉNEZ.
Popularizada ésta, por Los Chalchaleros entre muchísimos otros intérpretes.
“Al poeta, amigo y compañero Paco Urondo, muerto por defender sus ideales.”
ALICIA EGUREN.
“Alicia Eguren escribió un poema,
Para Paco Urondo y lo quiero cantar
Con la melodía del tiempo i’ mama,
Es decir de aquella zamba que es bien popular”
EL JUGLAR.
I
El militante revolucionario,
Cuando se esfuma saqueado en sus latidos
Se lleva lo soñado y padecido
Mientras se va diluyendo para hacerse ave.
Sus ojos alucinan a la noche
encendiendo el fragor en la luminosidad.
El militante revolucionario
Vive en los otros y se queda, se queda alumbrando
Lentamente ya, su canto percibimos
Racimos de protesta, pétalos de rebeldía.
Sus ojos a la noche, a la noche alucinan,
Encendiendo el fragor en la luminosidad
El militante revolucionario
Vive en los otros y en las otras y se queda alumbrando
II
El militante sigue musicando
la calle y el sueño, el sueño, el ardor
Que se renueva en la espuma de su mirada,
Para que en viejos aromas se vuelva a quedar
Vive en los otros y se queda alumbrando
Se queda alumbrando, a los que llegarán
Encendiendo los fragores en el alma popular
Paco Urondo, el poeta y guerrillero que dijo que había tomado la pastilla de cianuro para salvar a sus compañeros
Por estos días cumpliría 90 años. Vivió hasta los 46. Tres meses después del golpe de Estado del 76, murió en Mendoza. “Me tomé la pastilla”, dijo. Y las dos mujeres que estaban con él en medio de una persecución le creyeron e intentaron huir. Pero Urondo no había tomado la píldora de cianuro, murió por otros motivos.
Aquella tarde del jueves 17 de junio Alicia Raboy se había puesto un vestido y tacos altos. Hacía frío en Mendoza, de fondo estaban las nieves eternas de la cordillera, pero ella y su pareja, Francisco “Paco” Urondo, tenían planeado ir al teatro por la noche.
Antes de eso debían ir a una cita de control, como se llamaban a los encuentros entre militantes montoneros destinados a constatar que no habían caído en manos enemigas.
Llevaban a su pequeña hija Ángela y tenían que ir a esa cita con Renée “la Turca” Ahualli. Paco y Alicia habían llegado hacía muy poco a Mendoza desde Buenos Aires. En cambio, la tucumana Ahualli les llevaba tres años de ventaja, los suficientes como para conocer la ciudad. Los tres estaban clandestinos y la Octava Brigada de Infantería de Montaña y la policía local habían hecho destrozos en la militancia montonera. La cita de control era a las 18.
Paco iba al volante de un precario Renault 6 junto a Alicia Raboy y Ángela, de solo once meses. Tras recoger a Ahualli, debían encontrarse con otro miembro de Montoneros, Rosario Aníbal Torres. Urondo pasaría con su auto a lo largo de cinco cuadras por la calle Guillermo Molina. Al inicio de esas cinco cuadras que debían recorrer, la recogieron a Ahualli. Urondo le dijo: “Me parece extraño este recorrido”. Paco ya lo había hecho dos veces antes de que Ahualli subiera al Renault 6 y le pidió su opinión al respecto ya que ella estaba baqueana en Mendoza.
Las “ratoneras” se montaban con militares y policías con escenografías fraguadas: un puesto ambulante, obreros municipales reparando una calle, repartidores de mercadería.
Paco, además de poeta consagrado y de guionista destacado de cine y televisión, era un militante fogueado en la clandestinidad.
Raboy era una ex estudiante de Ingeniería que había elegido el compromiso con todos los riesgos.
En cuanto a la “Turca” Ahualli, una tucumana fornida y aguerrida, aunque formada en el mundo del teatro y el arte tucumanos. Sin embargo, no sabía que ese hombre robusto de 46 años era quien era. Lo conocía solo por el seudónimo de ocasión.
La encerrona
El Renault 6, con los cuatro tripulantes fue directo a la boca del lobo. Al empezar a recorrer esas cuadras, no solo vieron hombres jóvenes que resultaban extraños. Ahualli quedó estupefacta al ver un Peugeot 404 rojo, que usaba la organización Montoneros. En su interior, entre dos hombres estaba nada menos que Rosario Aníbal Torres, un miembro de Montoneros. Pese a que llevaba una gorra, Ahualli lo reconoció y se dio cuenta de la situación.
-¡Rajá, está cantada la cita!
Urondo apretó el acelerador. El sprint con un Renault 6 era imposible. Tomó un revólver, le pasó una pistola a la “Turca” y Alicia, para resguardar a la niña de la balacera, la puso en el piso del auto.
Los agentes disfrazados los persiguieron en varios autos, entre ellos el Peugeot rojo donde estaba Torres.
Rosario Aníbal Torres era puntano, peronista de siempre. Tras haberse desempeñado durante años como chofer, al llegar Elías Adre a la gobernación de San Luis, Torres fue nombrado jefe de Policía en San Martín, su pueblo. Se hizo montonero y fue a Mendoza, donde estaba clandestino.
Un par de días antes de esta furiosa persecución había sido capturado. La tortura fue con mucha más saña porque lo veían como un desertor, como un traidor. Torres dio los datos de la cita de control sin saber siquiera que entregaba a Paco Urondo. Para cerciorarse de que la información era cierta, los integrantes del grupo de tareas lo metieron en el mismo Peugeot rojo que tenía al momento de ser capturado.
El Renault 6 logró hacer varias cuadras. Parecía que zafaban. De repente, Urondo se topó con un Rastrojero, que por casualidad estaba en una esquina de Tucumán y Remedios de Escalada. El volantazo no fue suficiente, “Paco” chocó apenas con el otro vehículo. Eso no era todo. Ahualli había recibido un disparo que le había atravesado las dos piernas y perdía sangre. El infierno se completaba con el llanto de la pequeña Ángela.
Quién era Urondo
Francisco Urondo había nacido en Santa Fe el 10 de enero de 1930. A principios de los años 50, sus versos recibieron la influencia de autores reconocidos, como Juan L. Ortiz y Oliverio Girondo. La revista Poesía Buenos Aires publicó algunos de sus poemas. Se trataba de una publicación de arte vanguardista donde también publicaban autores como Alejandra Pizarnik y Leónidas Lamborghini.
Cuando tenía 27 años fue nombrado director de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral y al año entrante, al llegar Carlos Sylvestre Begnis a la gobernación de Santa Fe, asumió el cargo de Director General de Cultura de la provincia.
Incursionó en el cine de la mano del director Rodolfo Kuhn en la mítica película Pajarito Gómez y luego hizo adaptación para televisión de obras emblemáticas de la literatura universal como Rojo y Negro (de Stendhal) y Madame Bovary (de Flaubert).
Urondo empezó también a escribir en semanarios como Primera Plana y Confirmado.
Era un hombre de trascendencia pública que vivió con intensidad los años 70: la Revolución Cubana, la Guerra de Vietnam o el Mayo Francés, por mencionar algunos acontecimientos que marcaron a una generación. En Buenos Aires, en ese contexto, se sumó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y en plena dictadura de Alejandro Agustín Lanusse fue tomado prisionero. Cuando Julio Cortázar se enteró en París de la detención de Urondo pidió permiso a la dictadura de Lanusse para visitarlo. Pero fue infructuoso, Cortázar no fue autorizado.
Los fusilamientos de Trelew -agosto de 1972- tuvieron en Urondo a una pluma muy particular. Pudo compartir pabellón en la cárcel de Villa Devoto con Alberto Camps y René Haidar quienes, junto a María Antonia Berger, sobrevivieron a las balas en la base naval.
La Patria fusilada, un libro de 140 páginas, surgido de una larga mateada en una celda -de nueve de la noche a tres de la mañana- donde los tres sobrevivientes le contaron a Urondo todos los detalles de lo sucedido aquel 22 de agosto de 1972 en la Base Almirante Zar de Trelew, donde los muertos fueron 16.
La primera edición de La Patria fusilada salió exactamente un año después de aquellos fusilamientos. Con el peronismo en el gobierno y con Urondo libre. En ese momento, las FAR se une con Montoneros y Urondo se encuadra en esa fusión.
Uno de los poemas escrito por Urondo en Devoto decía: “Del otro lado de la reja está la realidad, de/ este lado de la reja también está/ la realidad; la única irreal es la reja”.
La muerte
Urondo no quería volver a la irrealidad de las rejas. Ante ese infierno ensordecedor frenó y fue muy directo.
-Me tomé “la pastilla” y me siento mal. Váyanse.
Tan pequeña como letal, la píldora de cianuro de potasio era algo que llevaban los miembros de Montoneros para evitarse tanto las torturas como brindar información sensible de los movimientos de otros guerrilleros. Sabían que, hablaran o no, tras los tormentos llegaba la desaparición forzada o un “enfrentamiento” fraguado.
No había posibilidad de contradecir al jefe. El hecho parecía consumado. A “Paco” debían quedarle unos segundos de vida.
Alicia tomó en sus brazos a la pequeña Ángela y alcanzó a recorrer unos metros. Vio venir a los agentes disfrazados y apenas atinó a dejar a su hija en manos de un hombre que estaba en un corralón de materiales y veía esa secuencia petrificado. Los del grupo de tareas capturaron a Alicia y la metieron en un auto a los golpes.
En cuanto a la “Turca”, herida y en medio de semejante concentración de policías y militares, no tenía muchas chances de escabullirse.
A contrapelo de las estadísticas
Renée Ahualli corrió hacia ninguna parte. Un vecino del lugar, a quien nunca más volvió a ver, fue una suerte de ángel de la guarda.
-Por ahí –le señaló.
Era una callecita oculta. No había en ella ningún miembro del grupo de tareas. La bala que le había atravesado las piernas todavía le hacía brotar sangre. Entonces, otro dato inesperado: de la callecita llegó a un descampado que tenía unos piletones. Allí se lavó. Intentó disimular las heridas y con la adrenalina que tenía, pudo soportar el dolor. Se acercó a una parada de trolebús y en unos minutos estaba sentada como una mujer que, pasadas las seis de la tarde, vuelve del trabajo. De inmediato subieron al trolebús soldados de uniforme de combate sin reparar en la “Turca”. El Trole avanzó y ella vio de nuevo al Peugeot con Torres en su interior, con los mismos dos agentes disfrazados que había visto un rato antes.
Logró volver a su casa, donde estaban su hermana y otro miembro de Montoneros. La desinfectaron, la vendaron y la dejaron descansar. Al día siguiente, su hermana fue a la estación terminal de trenes y se topó con carteles que decían “buscada”. Cualquiera que mirara la foto y recordara que Ahualli vivía en esa casa, su buena fortuna terminaba ipso facto.
La pastilla de cianuro que no fue
Ángela Urondo tiene 44 años. Cuando tenía once meses, los del grupo de tareas vieron cuando su madre la entregaba a ese hombre en el corralón y sin miramientos se llevaron a la pequeña. Horas después, en la madrugada del viernes 18 de junio de 1976, la dejaron en la Casa Cuna.
Al cabo de unos días, la familia de Alicia Raboy recibió un llamado donde le informaban del lugar donde estaba Ángela. La fueron a buscar. El 28 de junio cumplió un año. Pasaron 18 más hasta que supo la verdad de lo que había sucedido aquel jueves 17 de junio. Las llamadas mentiras piadosas son mentiras. Por sentimientos de miedo, de culpa, por desconcierto. Simplemente le ocultaron la verdadera identidad de sus padres. En la familia hablaban de “un accidente fatal”.
Ángela Urondo Raboy escribe, ilustra, tiene pasión por el arte y no le gusta que la encasillen con tal o cual oficio o profesión. Hizo todo lo necesario para conocer la historia de sus padres, para enterarse de que su madre había sido llevada a los golpes y que esa chica que había estudiado Ingeniería y que luego había conocido a Paco en el diario Noticias en 1973, es una detenida desaparecida.
A diferencia de Alicia, el cuerpo de Paco sí fue llevado a la morgue. Los forenses dicen que los cuerpos hablan. Lo que no siempre pueden saber es que algunos siguen hablando años después.
Roberto Bringer fue profesor de Medicina Legal en la Universidad Nacional de Cuyo. Además integró el Cuerpo Médico Forense.
Bringer fue concluyente: “En su cuerpo no había rastros de cianuro. Los cadáveres con envenenamiento por esa sustancia tienen un olor particular y toman un color rosado, muy diferente del lívido que presentaba la víctima”.
La realidad es que Urondo, según el propio Bringer, presentaba una fractura por hundimiento de cráneo. Cuando tuvo que declarar ante el juicio que se llevó a cabo en 2011, el médico forense dijo que debía tratarse de un fuertísimo golpe dado por la culata de un arma. Los asesinos partieron una cabeza muy especial.
La Turca
Renée Ahualli pudo tomar un tren en una estación distante de la terminal. El teatro le había dado, entre otras habilidades, la del maquillaje. Pintada, teñida, sin el dolor de las heridas, viajó hasta Buenos Aires donde se encontró con su compañero, Emilio “Tincho” Assales, y su hija. Tincho era más indisimulable que Renée: de contextura física imponente y con pasado de suboficial de la Armada. Con “Tincho” y “la Turca” compartía actividades Rosario Aníbal Torres, el hombre que había brindado los datos que terminaron con la muerte de Urondo y la desaparición de Alicia Raboy. Por eso, se habían mudado a Buenos Aires de inmediato.
Ahualli no pudo disfrutar mucho de su compañero. En enero de 1977, Assales fue capturado y llevado a la ESMA. Con la llegada de la democracia, “La Turca” volvió a su Tucumán natal. Allí dio clases en la Universidad Nacional.
Cuando comenzaron los juicios de lesa humanidad, pudo dar testimonio en Mendoza tanto de la muerte de Paco Urondo como de la desaparición de Alicia Raboy. En los tribunales de Comodoro Py también brindó su registro del día en que se llevaron a “Tincho” Assales.
“En el año 1993 fui convocada para filmar la película Paco Urondo. La Palabra Justa y allí me enteré de cuál era la calle por la que me escapé, que para nada era cerrada. También conocí al vecino Carlitos, que fue el que me indicó aquella tarde por dónde fugar. Él mismo me contó que quiso defender a Alicia, que era maltratada por hombres de civil y que lo apuntaron y le dijeron que no se metiera, que esa mujer había robado a la beba que rescataron en el corralón”, recuerda hoy Ahualli para Infobae.
El recuerdo de Juan Gelman
El poeta y también militante Juan Gelman lo recordó con una frase que sintetiza el mundo lírico y a la vez de acción que compartieron muchos de su generación: “No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. Corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente”.
CULTURA INTELECTUAL Y MILITANTE
Se abre el debate: ¿Es Paco Urondo el mejor poeta argentino de todos los tiempos?
Se publica en el país "Francisco Urondo, la exigencia de lo imposible", libro que rescata la vida y la obra del poeta, periodista y guerrillero asesinado en 1976.
Un relato testimonial es el cruce y resultado de un discurso dialógico, construido por muchas personas. Acaso esta biografía de Francisco Urondo (Santa Fe, 1930 – Mendoza, 1976) sea una extensión de su propio proyecto y formación: probablemente él, como Osvaldo Aguirre o Rodolfo Walsh, hubiera recurrido a un discurso objetivo para explicar su experiencia, o bien a un “coro” o “polisemia” social de significados. Esto, que bien podría aplicarse al género narrativo, no deja de forjar una forma poética definida, muy próxima a la de Urondo, una poesía que niega tanto el realismo crítico burgués como el realismo socialista, que rechaza el monólogo épico de Pablo Neruda como modelo de escritura revolucionaria y asume, en cambio, un lirismo dialógico.
Y es que este conjunto de voces e información, misma que emplea Aguirre al soltar sus páginas, reconoce el núcleo más duro de la recepción: un lector elíptico, crítico, independiente. Sólo de esta forma puede reconstruirse un personaje como el de Francisco Urondo, un poeta y militante (si acaso queremos censurar o tipificar algunas de sus vértebras) lleno de matices y contradicciones. Al menos para el sectario y rudimentario escenario político de significación, porque Urondo fue antes que todo un poeta, un rupturista de lo esencial, claro y directo, salvaje como la naturaleza.
La mayoría de las personas sabe que Urondo fue asesinado por los militares en circunstancias sospechosas en Mendoza. Sabe de su adherencia a las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y Montoneros, aunque desconoce su programa poético así como su solidez intelectual (muy visible, por cierto, en la época en la que fue Director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde muchos programas de estudio se modernizaron y se sentaron las bases críticas para desarrollar el plan de una carrera de Comunicación).
Panorama de la producción poética en la Argentina de hoy
Osvaldo Aguirre, en primera instancia, reconstruye la vida de un poeta inmerso en una coyuntura política. Deja intacta, por decirlo de otro modo, su convicción esencial y primera, la de la palabra: “dejemos que el tiempo emita verdades”, “hay que quedarse hasta que las velas ardan”.
Para Aguirre, como para Urondo, es preciso reconstruir la estela humanista y superestuctural, acaso la que más perjudicó posteriormente en vida a “Paco” por sus diferencias con los jefes guerrilleros (se ha especulado que la decisión de Montoneros fue una sanción disciplinaria por su libertad en el amor, por su condición de intelectual e incluso por su lealtad con el marxismo): “Su visión es finalmente optimista, o en todo caso lo que observa en la península es coincidente con algunos de sus valores como escritor, como «el enfrentamiento con los temas propios» y el «rechazo creciente del populismo panfletario»”.
Admirador de Juan L. Ortiz, Federico García Lorca y de “el Che” Guevara, pequeño burgués y dandi en su adolescencia, dejó su carrera universitaria en Santa Fe para irse a Mendoza, para más tarde asentarse en Buenos Aires y comenzar con su carrera como periodista. Urondo se relacionó y formó parte de los dos movimientos más importantes de la poesía de nuestro país: el grupo de la revista Poesía Buenos Aires (1950-1960) y la posterior publicación Zona de la poesía americana (1963-1964). “El grupo Poesía Buenos Aires incluye a Raúl Gustavo Aguirre, Mario Trejo, Rodolfo Alonso, Ramiro de Casasbellas, Néstor Bondoni, Osmar Bondoni y el escultor Jorge Souza; el poeta que impresiona a Urondo es Bayley, en quien valora «la personalidad poética», «su entendimiento de los mecanismos que mueven esa expresión» y una reflexión que no incurre en la idealización del poeta y de la poesía. Urondo es de los más jóvenes del grupo, pero forma parte de su «núcleo duro»”, escribe Aguirre.
90 años de Juan Gelman
Si bien todos estos poetas mantienen una poética singular, Poesía Buenos Aires surgió como una réplica sanguínea a la manifestación poética del 40, atacada de anemia, elegía y parálisis formal. Dicho de otro modo, esta publicación atacó al convencionalismo romántico y los grandes temas, los ademanes prestigiosos y lo trascendente. Lo que importaba era la representación poética a través de las figuras del mundo cotidiano e inmediato.
Zona de la poesía americana, una publicación que surge hacia 1963, era: “uno de los signos de apertura de los poetas a la realidad social, a la política, al habla, al tango y a Latinoamérica; en suma, representa la definitiva secularización de la lírica y la definitiva historización del poeta”, como plantea Daniel García Helder, citado por Aguirre. La revista tenía como sede un caserón en San Telmo, en Venezuela 725 (demolida hace algunos años), y al grupo editor lo completaban Edgar Bayley, Miguel Brascó, Ramiro de Casasbellas, Noé Jitrik, Eduardo Lareu, Jorge Souza y Alberto Vanasco, si bien Urondo y César Fernández Moreno eran los articuladores de ese proceso.
Siguiendo a Aguirre, Urondo apela en sus primeros poemas a la forma breve y al verso corto, a la sugestión del hallazgo verbal y a la frase concentrada, pero al mismo tiempo introduce una modalidad coloquial. Poco a poco, Urondo iba entrando en una dimensión de poesía más militante. Si aceptamos el esquema de la poesía argentina tratado por César Fernández Moreno, la obra de Urondo podría situarse en la “línea hipersocial”, derivada de una extrema pretensión de utilidad que centra la actividad poética en la necesidad de modificar la realidad. Esto es algo que comparte el poeta cubano Víctor Rodríguez Núñez, editor de una antología de la poesía de Urondo para el Fondo Editorial de Casa de las América de Cuba: “Al alejarse del populismo, es una poesía que, más que idealizar, tiene mucho que ver. El núcleo duro de la poesía de Francisco Urondo, en su contenido y en su forma, es la búsqueda de la descolonización. En su escritura se construye una persona lírica que deserta de la clase media y se identifica con otros subalternos, cuyas condiciones se derivan de la modernidad deformada y dependiente, el estado neo-colonial vigente en la Argentina de mediados del siglo XX. Este sujeto insubordinado se corporiza en una poesía que, entre otras hazañas, une el contenido participativo y la experimentación formal, se apropia de poéticas desarrolladas en otros tiempos y tradiciones, se abre a lenguajes relegados –de la calle, de los medios de comunicación, la academia–, se acerca sin prejuicios ni idealizaciones a la cultura popular, y reconoce al lector como coautor de su obra. Herramienta poética fundamental aquí es la ironía, que pasa al primer plano como consecuencia del proceso que Mijaíl Bajtín caracterizó como «novelización de la lírica», y que no se opone al compromiso social sino que lo refuerza”.
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Además de participar en varias acciones militares, Francisco Urondo cumplió muchas tareas significativas en el campo de la cultura. Una de ellas, fue la promoción que hizo de poetas como Juan L. Ortiz, Javier Heraud, Roque Dalton y Juan Gelman, en diversas publicaciones en las que escribió, como Primera Plana, Panorama, Crisis y La Opinión, donde además fomentó mucho el cine argentino de los años 60 y 70 (guiones como los de Beatriz Guido y David Viñas), dando un total apoyo al cine y teatro independiente. Igual de importante fue su tarea en dirigir, entre junio y octubre de 1973, el Departamento de Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde se propuso (mucho antes que del auge e institucionalización de los estudios culturales en Argentina y resto de Latinoamérica) priorizar el estudio de la literatura argentina y latinoamericana y rescatar a los olvidados, a los distorsionadamente nombrados, incluyendo en programas académicos literaturas populares (historieta, tango, canción rural, etc.). La otra tarea pública de Urondo fue organizar el diario Noticias, cuya primera edición salió en noviembre de 1973. En Noticias, trabajaron entre otros, Miguel Bonasso, Juan Gelman, Rodolfo Walsh, Horacio Verbitsky, Silvia Rudni y Zelmar Michelini. Según muchos de los colaboradores, cuyos testimonios se reúnen a lo largo de este libro, el equipo de Noticias armó un producto totalmente distinto del que pretendía la conducción de Montoneros, y eso era motivo de fricción, porque permanentemente reclamaban agitación y propaganda. Ya en febrero de 1974 una bomba destruye la planta baja y parte del primer piso de la redacción del diario. Luego del enfrentamiento del primero de mayo de 1974 en la Plaza de Mayo, Noticias radicaliza sus posiciones y Urondo es desplazado de la jefatura política.
Esta superestructura montada a lo largo del libro de Osvaldo Aguirre sirve para desmantelar o develar el trágico destino de Francisco Urondo. Sólo y de esta forma conocemos en concreto las contradicciones fundamentales de su experiencia y vida en un determinado momento histórico.
Por medio de muchos testimonios, además, como los de Gelman, Walsh o Verbitsky, se reconstruye una época: “«El intelectual, de entrada, era sospechoso –dice Gelman–. Paco me hacía reír contándome de las reuniones que él tenía y donde te hacían la autocrítica. Cuando la autocrítica le tocaba a él, decía: Yo no tengo ningún defecto pequeño burgués... porque soy un gran burgués». Las anécdotas sobre los gustos burgueses de Urondo enlazan la bohemia poética y la vida militante; «y que se jodan los socialistas» es la muletilla que usa en ocasiones para desentenderse de las presiones y del ascetismo”.
Rodolfo Walsh señaló en cartas que el traslado de Urondo a Mendoza no había sido más que “un error” y que Paco “viajó temiendo lo que sucedió”. Cuando se entera de la muerte de su amigo, Walsh escribe una sentida y lúcida carta: “Pudiste irte. En París, en Madrid, en Roma, en Praga, en La Habana tenías amigos, lectores, traductores (…). Pero preferiste quedarte, despojarte, igualarte a los que tenían menos, a los que no tenían nada”. Y continúa, con el dialogismo típico de la poesía conversacional: “tu obra literaria, tan inseparable de tu vida, nos va a ayudar a resolver esa pregunta tan trillada sobre lo que puede hacer un intelectual revolucionario. Puede hablar con su pueblo y de su pueblo poniendo en este diálogo lo mejor de su inteligencia y de su arte; puede narrar sus luchas, cantar sus penas, predecir sus victorias. Ya eso es suficiente, ya eso te justifica. Pero vos nos enseñaste que no les está prohibido dar un paso más, convertirse él mismo en un hombre del pueblo, compartir su destino, compartir el arma de la crítica con la crítica de las armas”.
Durante los años 60, “la generación del Che”, poetas como Enrique Lihn y Francisco Urondo, que viajaban como David Viñas y tantos otros a Cuba, comenzaron a escribir poemas políticos con matices muy diferentes a lo panfletario, transparente y de previsible codificación de la tradicional “literatura social”. Como si un clima social o atmosférico hubiera cambiado desde su encarnación, esto es, arte y sociedad, las distintas formas de distribución y apropiación de lo económico (y por tanto de lo cultural). Cuerpo de hombres ―como el de Walsh y miles y miles de desaparecidos―, encarnando nuevas formas de experiencia y de vida. Como el de Francisco Urondo, asesinado en 1976 por un comando de la policía al servicio dictatorial del régimen del general Jorge Rafael Videla, poeta que tenía bien en claro que el populismo no era un camino revolucionario.
De modo que el actual vacío cultural en nuestro país, siempre es conveniente recordarlo, tiene explicaciones y determinaciones claras: el trabajo a largo plazo de los militares, así como el sectarismo y vicio de la derecha escabullida en vernáculos populismos.
Para el poeta argentino, en todo caso, se siguen hasta el día de hoy abriendo nuevos caminos y significados: “el héroe parte solo hacia la pampa / hacia el viento / hacia el alcohol de los hoteles desconocidos / es general pico o catriló / es bernasconi / es villa iris y el hotel irreal del cognac / y las mucamas ariscas y cortesanas / es santa rosa de la pampa / es cora que reabre el amor y entorna el silencio / es el mar de bahía / y el duro «von voyage» a los barcos que se alejan / es el «corazón oprimido» / la sucia melancolía // los barcos han partido vacíos de culpa / los trenes también se alejan / y su rápida y prolongada figura / alumbra a nuevos o corrompidos horizontes”.
En los últimos años, Urondo habría extremado su militancia para “mostrar que los intelectuales y poetas no eran señoritas, que podían ser tan cuadros, o más cuadros, o más duros que cualquiera”.
Fragmento de Francisco Urondo, la exigencia de lo imposible
La poesía es ilegal en el país sometido a la dictadura desde el momento en que uno de sus grandes poetas cae asesinado en nombre de los valores de la cultura occidental y cristiana. Urondo ya había sacrificado su nombre, se había volcado a la acción revolucionaria como un militante más. Quería que sus compañeros lo valoraran como tal y no como el escritor que había sido, que seguía siendo, y efectivamente muchos de los que compartieron sus tareas de militancia ignoraron su historia o la tomaron como un dato sin mayor importancia. Si la literatura y el periodismo se convierten en una pantalla, la relación se invierte a partir del momento en que la militancia de Urondo se vuelve pública. “Paco escribió hasta su último momento”, dice Gelman, y de eso muy pocos estuvieron al tanto.
La dictadura borró su nombre en comunicados de prensa siniestros y trató de convertirlo en un desaparecido. El original de Cuentos de batalla, un libro terminado y confiado a un compañero, se extravió en la vorágine de las persecuciones. Pero cuando el poeta parece perderse bajo el rótulo de subversivo, de “escritor marxista”, como lo denomina la revista Gente en uno de sus periódicos índex, Juan L. Ortiz lo hace presente. Urondo lo había reconocido como uno de sus modelos, como parte decisiva de la tradición poética que reivindicaba, había llevado su nombre, y Ortiz devuelve el gesto, lo integra a la misma tradición y hasta parece atisbar más allá, porque la historia de la nieta y el gesto de reintegrar la flora a la tierra es también una especie de alegoría sobre un orden trastocado que algún día habrá de reconstruirse, un estado de cosas en el cual Urondo habrá de recuperar su lugar.
De Urondo podría decirse lo que él mismo dijo de García Lorca. También él se tentó con los frutos prohibidos, con el riesgo y sobre todo, de principio a fin de su vida, con la poesía. Como escribió acerca de Javier Heraud, su obra no necesita de otras connotaciones, ha adquirido autonomía de vuelo. Y así como “la presencia actual de Lorca no reside en su trágico fin sino en su poesía” y significa “el deseo de que nada termine, de que la vida salve todas sus excelencias”, la presencia de Urondo consiste en una obra que recomienza a partir del rescate de Ortiz y desde entonces se rearma y prolifera a través de sus múltiples ediciones y de las lecturas que la reabren. Incluso a pesar de las negaciones, como la expulsión a que lo somete Raúl Gustavo Aguirre de la compilación El movimiento Poesía Buenos Aires (1950-1960). Literatura argentina de vanguardia (1979). “Debió ser doloroso borrar el nombre de Urondo y hacerlo desaparecer de la historia de la publicación, como si no hubiera existido o como si hubiera tenido un papel menor, aun cuando la antología asegura incluir el listado completo de sus colaboradores”, observa Luciana Del Gizzo en un artículo sobre el director de Poesía Buenos Aires. La censura confirma lo que dice Ortiz: la poesía es ilegal, y ahora no tiene lugar en la historia.
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