miércoles, 14 de junio de 2023

¡Grito Patria y grito vida! ZAMBA NORTEÑA ARGENTINA De EL JUGLAR DE LA LIBERTAD

  

Con la MUSICA de Esta noche canta Salta ZAMBA de Daniel Toro

¡Grito Patria y grito vida!

ZAMBA NORTEÑA ARGENTINA

De EL JUGLAR DE LA LIBERTAD

 

 

RECITADO:

Grito Patria y grito vida, con el carmín por divisa

Envolviéndome en su hechizo, que la tierra me convida

De andar y andar los caminos, palpitando en la utopía

Y en su sonrisa divina, he encontrado mi poesía.


Por Martina Chapanay, tambien por Juana Azurduy

Negra Remedios del Valle, mi zamba se vuelve azul

Por Martina Chapanay, pues nuestro norte es el sur


Quiero nombrar a mujeres, valientes igual que el sol

Que sobreviene a la noche, muy henchido de emoción

Quiero nombrar a mujeres, como las domitilas hoy


Grito Patria y grito vida, con el carmín por divisa

Envolviéndome en su amor, que la tierra me convida

De andar y andar los caminos, palpitando en la utopía

de descubrirme cantor

Y en su sonrisa divina, poesía he encontrado yo


RECITADO:

Con mucha alegría, galopo en esta vida

Cantando mis verdades, por nuestra hermosa Argentina

 Desde el sur al norte, de mi tierra arisca

Bebo de estos cielos, la roja utopía.


Con mucha, mucha alegría, galopa mi corazon

Cantando nuestras verdades, por la Argentina de hoy

Con mucha, mucha energía, en mis ansias de cantor


 Desde el sur al norte, siempre, arisca tierra de amor

Bebo de a sorbos tu cielo,  roja utopía del sol.

  Desde el sur al norte, siempre, galopa mi corazón.



 

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La Guerra de Secesión de los Estados Unidos (1861-1865) preocupaba al Imperio Británico y, en particular, a la gran banca de Baring Brothers. La industria textil necesita cada vez de más algodón, pero la oferta de los estados esclavistas del sur declinaba en su ex-colonia. Ágiles para los buenos negocios, los ingleses vieron la posibilidad de mudar algunos de sus intereses al sur.

El territorio de Paraguay era ideal para el cultivo de algodón y además dependía de otros países para exportar su producción por el Atlántico. Pero era principalmente el proyecto soberano, industrial y popular de Paraguay lo que molesta a los británicos y a los gobiernos vasallos de la región.

Para los años ‘60 del siglo XIX Paraguay era uno de los pocos países en el mundo en poseer industria pesada -entre ella sus célebres hornos de fundición de hierro-, una flota de barcos a vapor y vías férreas, además de que su ejército contaba con armas de producción propia. Se trataba, también, del país más alfabetizado de toda la región. El proyecto industrialista y proteccionista de los López había sucedido a un periodo de desarrollo alternativo bajo la dirección de José Gaspar Rodríguez de Francia. Su gobierno, una suerte de dictadura popular revolucionaria, había permitido el reparto de tierras, la nacionalización del comercio exterior y la expropiación a las grandes fortunas y la Iglesia Católica en beneficio de las grandes mayorías.

Carlos Antonio López y Francisco Solano López modernizaron el país desde sus propias bases y construyeron un sólido proyecto popular de nación. Por eso, durante los años de la “Guerra Guasú” será la totalidad del pueblo en armas quién dará forma a la resistencia. Mientras que el general Mitre calculaba una campaña de apenas dos meses para doblegar al Paraguay, la defensa guaraní resistió durante un lustro los embates de tres naciones vecinas que actuaban a la sombra del imperialismo británico.

Desde 1856 existían proyectos y protocolos de guerra contra Paraguay suscritos entre la Argentina y Brasil que habían sido firmados con pluma inglesa. La propia historiografía oficial mitrista contará que fue el Mariscal López quien inició la guerra el 11 de noviembre de 1864 al atravesar el territorio de las Misiones sin autorización de su gobierno. Lo que ocultará es que el ejército paraguayo sí había solicitado autorización en múltiples ocasiones. Paraguay acudía entonces al llamado del gobierno de Uruguay, que estaba siendo atacado por las fuerzas de Venancio Flores, un aliado del mismo Mitre que lograría tomar el gobierno convirtiéndose en un socio menor del Imperio del Brasil y los liberales porteños. A partir de entonces el ejército de Paraguay estaría en retroceso en una guerra defensiva y agónica.

A inicios de mayo de 1865, Francisco Octaviano por el Imperio del Brasil; Carlos de Castro por la cancillería del Uruguay de Venancio Flores; y el ya mentado Rufino de Elizalde por la Argentina, firmaron en Buenos Aires el tratado de la funesta Triple Alianza. Los objetivos de guerra declarados fueron: arrebatarle a Paraguay la soberanía de sus ríos, responsabilizarlo de los costos eventuales de la guerra, y repartir el territorio en litigio -o reconocidamente paraguayo- entre la Argentina y Brasil.

La propaganda oficial aducía que la guerra “se hacía contra el presidente y no contra el pueblo paraguayo, cuyos miembros eran admitidos por los aliados para incorporarse a una Legión Paraguaya que luchase contra la ‘tiranía’ de López”. Esta legión anti-López nunca existió. Por el contrario, buena parte de los gauchos argentinos se pasaron al bando paraguayo -o ,mejor dicho, nunca fueron parte de ningún otro bando-. El ejército mitrista debía entonces reclutar por la fuerza a sus soldados, muchos de los cuales eran trasladados con grilletes en los trenes que se dirigían hasta el frente de batalla.

La única parte del tratado que nunca se cumplió fue aquella que, se suponía, otorgaba garantías a los habitantes. Se calcula que al cabo de cinco años de guerra la población paraguaya, en un genocidio sin precedentes, había sido aniquilada en un 60 o un 70 por ciento.

Sarmiento, en carta a Mitre, supo expresar con honestidad brutal su desprecio por el pueblo paraguayo y, con él, por los pueblos de la América toda: “Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto o falta de razón. En ellos, se perpetúa la barbarie primitiva y colonial… Son unos perros ignorantes… Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era necesario purgar la tierra de toda esa excrecencia humana, raza perdida de cuyo contagio hay que librarse”.

El pragmático y calculador Mitre, por su parte, mostraba sin sonrojarse los nobles ideales que guiaron la matanza: “En la guerra del Paraguay han triunfado no sólo la República Argentina sino también los grandes principios del libre cambio”.

Varela, devenido ya un caudillo de las provincias y pueblos del sur del continente, tendrá una posición que se ubicará precisamente en las antípodas: “Es por estas incontestables razones que los Argentinos de corazón, y sobre todo los que no somos hijos de la Capital, hemos estado siempre del lado del Paraguay en la guerra que, por debilitarnos, por desarmarnos, por arruinarnos, le ha llevado Mitre a fuerza de intrigas y de infamias contra la voluntad de toda la Nación entera, a excepción de la egoísta Buenos Aires.”

El fin de la guerra marcará la consolidación del proyecto liberal y pro-británico, abriendo paso a la pacificación de las provincias, la aniquilación de las últimas montoneras americanas y federales, y borrando de la historia oficial al Paraguay soberano en donde la cultura guaraní supo estar en la más alta de las estimas, junto con sus valores de coraje y dignidad.

Una revolución montonera en las campañas argentinas

El sanguinario Comandante Irrazabal actúa con autoridad marcial. Se sabe parte del bando vencedor. Su carrera se forjó matando gauchos y reprimiendo montoneras federales. Su mayor condecoración es la cabeza del Chacho y la palmada que le prodigó Sarmiento. Es el año 1866 y el comandante vocifera a la gauchada casi escupiendo las palabras. Los trata de cobardes, brutos y sucios. De vuelta de su retiro, Irrazabal es convocado para reclutar tropas para enviar al frente de batalla en la otra punta del país, y cumple su tarea con mano de hierro a los órdenes de Mitre.

Pero los provincianos no olvidan al Chacho, a su valentía, a su lanza cuando cortaba el viento. Su rebelión fue sangrientamente aplastada por las fuerzas enviadas desde Buenos Aires, con la colaboración de los santiagueños hermanos Taboada que llevaría a su asesinato a traición pese a haberse entregado pacíficamente.

Entre los liberales, sólo Juan Bautista Alberdi alcanzaría a comprender a cabalidad el fenómeno montonero, al afirmar que “esos caudillos como Artigas, López, Güemes, Quiroga, Rosas, Peñalosa, como jefes, como cabezas y autoridades, son obra del pueblo, su personificación más espontánea y genuina. Sin más título que ese, sin finanzas, sin recursos, ellos han arrastrado o guiado al pueblo con más poder que los gobiernos. Aparecen con la revolución: son sus primeros soldados.”

En esos meses del ‘66 la tensión era palpable. En el frente de batalla el ejército guaraní lograba su primera y única victoria en la Batalla de Curupaytí. A inicios de diciembre, un contingente que debía ir a Paraguay se sublevó en Mendoza bajo el mando del coronel Manuel Arias: empezaba la revolución de los colorados.

A los pocos días, los revolucionarios liderados por Juan de Dios Videla derrocaron al gobernador y ganan el gobierno, iniciando así la lucha organizada. El 2 de enero Varela ingresa a San Juan desde Coquimbo y derrota a los mitristas que estaban custodiando el paso. El 2 de febrero estalla también la revolución en La Rioja. El ejército de Varela se engrosa a ritmo frenético, pasando de unos 800 a unos 5 mil combatientes. El riojano Dardo de la Vega Díaz afirma que “por donde Varela pasa, los ranchos van quedando vacíos”. El jefe revolucionario, con su ancho sombrero y sus largos bigotes característicos, irá sumando huestes en su “cruzada libertadora” para terminar con “los liberticidas”. Jóvenes y viejos dejan sus hogares, montan sus caballos, recogen la lanza tacuara y se lanzan en montonera para escapar de la requisitoria a una lucha fratricida. Se incorporan también, a la rebelión, las provincias de San Luis y San Juan. Después de casi una década de desbandada y humillación, los federales vuelven a ganar terreno frente a la prepotencia de la aventura militar porteña. Otra vez las banderas rojo punzó ondean en el aire de las campañas argentinas.

Varela viene

Tras el combate de Nacimientos en La Rioja el 2 de enero de 1867, hasta el de Salinas de Pastos Grandes el 12 de enero de 1869, el quijote americano luchará, con aciertos y errores, contra los ejércitos de línea.

“Entonces –recordará Felipe Varela en su “Manifiesto” – llevado del amor a mi Patria y a los grandes intereses de América, creí un deber mío, como soldado de la libertad, unir mis esfuerzos a los de mis compatriotas, invitándoles a empuñar la espada (…)”.

“¡ARGENTINOS TODOS! ¡Llegó el día de mejor porvenir para la Patria! A vosotros cumple ahora el noble esfuerzo de levantar del suelo ensangrentado el Pabellón de Belgrano, para enarbolarlo gloriosamente sobre las cabezas de nuestros liberticidas enemigos!”. Así resonaba la convocatoria del caudillo a la Batalla de Pozo de Vargas.

Pero en aquella tarde riojana de abril, cuando el cielo descargó por fin su aguacero, no fue para calmar la sed de las montoneras. Apenas si sirvió para lavar la sangre y el barro de los cuerpos desperdigados. El caudillo americano fue derrotado, y con él se extinguieron las esperanzas de frenar al proyecto imperialista durante casi cinco décadas. Pero ni Varela ni sus combatientes se dieron por vencidos, sino que siguieron conspirando y hostigando a las fuerzas unitarias. Aunque, luego de Pozo de Vargas, lo harían casi sin ejército y sin armas.

Mientras tanto en el frente paraguayo las cosas no dejaban de empeorar, conforme ganaba terreno la política de exterminio y tierra arrasada de la entente agresora. El 1 de marzo de 1870 caía Francisco Solano López en el combate de Cerro Corá. Sólo contaba entonces con trescientos aguerridos combatientes que lucharon ya no por una perspectiva de victoria razonable, sino por la salvaguarda de la propia dignidad.

Las últimas palabras de López serían premonitorias: “muero con mi patria”. Al Paraguay le seguirán años de ocupación militar, despojo territorial, miseria inducida y enterramiento histórico. Pocos meses después, del otro lado de la cordillera moría también Felipe Varela, un 4 de junio del fatídico año 1870.

A los que pierden los abandona la fuerza, pero no la razón. Aunque pueda parecer idéntica, no fue la misma muerte la que se llevó a López en Cerro Corá y a Varela en Copiapó, que aquella que alcanzó a Urquiza en su mansión, traidor de su propia causa, acuchillado por manos anónimas. Y a los que nunca perdieron la razón, la fuerza vuelve a asistirlos tarde o temprano. Es por eso que no dejan de nacer en otras épocas. Varela viene, Varela siempre está llegando, acompañado de las montoneras americanas que acaso no serán las últimas.



VINCULOS POCO CONOCIDOS ENTRE ROSAS, FELIPE VARELA Y PEÑALOZA

La lectura suelta de algunas obras permite echar luz sobre temas dados por concluidos. Dentro de éstos, se afirma sin objeciones a la vista que Juan Manuel de Rosas fue acérrimo enemigo de Felipe Varela y de Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza. ¿Es posible anunciar que desde el crimen de Facundo Quiroga, en 1835, jamás hayan vuelto a unir voluntades estas tres figuras del federalismo argentino en pos de la soberanía nacional?

He puesto, como se sabe, un punto de inflexión en todo esto: el 16 de febrero de 1835, día en que cae muerto en Barranca Yaco el mítico y grande “Tigre de los Llanos”. Éste fue el guía de Peñaloza en esto de desenfundar sables y hacer cargas a pura lanza de tacuara, como a su vez, el “Chacho” fue el maestro de Varela, quien al asesinato de aquél en 1863, tomó la posta y la llevó con hidalguía hacia un seguro holocausto entre 1866 y 1870.

Entre Rosas, Varela y Peñaloza hubo divergencias nítidas, como ser que el último hasta ha ofrecido su humanidad en aras del unitarismo salvaje. Pero, abocándonos solamente al federalismo como sistema político, Rosas llegó al rango de brigadier general (lo que hoy sería de teniente general o, incluso en su época, como sinónimo de capitán general) y fue gobernador de la provincia más rica de Argentina. Ejerció como estadista y soberano absoluto hasta en las más ínfimas decisiones políticas, sociales, económicas, judiciales y militares. En cambio, Peñaloza llegó a ser coronel mayor o general de la Confederación Argentina y nunca ejerció gobernación alguna, ni siquiera la de su La Rioja natal. Su fenotipo es el del típico jefe de montonera más que de ejército regular (como sí lo fue el Restaurador), condición que iguala a la de Felipe Varela.

La plenitud del sistema federativo se vivió con Juan Manuel de Rosas, mientras que el “Chacho” y el “Quijote de los Andes” fueron protagonistas del tardío federalismo, el más defensivo, el que evidenció la descomposición del Partido Federal a causa, precisamente, de la carencia de una conducción fuerte y sólida que Urquiza jamás tuvo por su defección a la misma.

Tampoco es menor el dato siguiente: que todos los partes y proclamas que tanto Varela como Peñaloza suscribieron entre 1861 y 1870, llevaban explícito el apoyo a Urquiza y la condena de la “tiranía” de Rosas. Desde Entre Ríos, Ricardo López Jordán hará lo propio, como cuando redactó en su Manifiesto que Rosas era poco menos que un apóstol del “unitarismo”: “A pesar de estos antecedentes del unitarismo y de las profundas llagas abiertas en el corazón de las Provincias, la fe pura y sencilla de éstas, por otra parte sedientas de libertad, de organización y afectos domésticos, huérfanas siempre, ajenas a los goces y caricias de la unión y de un gobierno común, creyeron ciegamente que su situación iba a cambiar un año después de vencido el unitarismo en Rosas, cuando todas en paz y libertad, juraron solemnemente la sabia Constitución en 1853…”.

Todos estos indicios darían por tierra con la supuesta eterna animadversión de los tres protagonistas retratados, pero ¿es tan tajante la aseveración?

FELIPE VARELA, ¿FUE ROSISTA?

Leo con asombro, los siguientes fragmentos que extraigo de la obra “Fechas Catamarqueñas”, Tomo I, de Manuel Soria, Propaganda S.A. LTDA., 1920. Hago constar que el autor es deliberadamente unitario-liberal. Dice así en la página 246:

“El caudillo Felipe Varela.- (21 de Junio de 1870).- Fue Felipe Varela uno de los montoneros más destacados de la época de la organización nacional.

Nació en el Valle Viejo en 1821 del matrimonio habido entre Javier Varela e Isabel Rearte.

Heredó de su padre sus tendencias gauchi-políticas y su odio al partido unitario, acaso sellado con algún atroz juramento ante el cadáver de quien le dio el ser, muerto en la revolución que intentó contra el gobierno unitario de Catamarca el 8 de setiembre de 1840.

Con voluptuoso deleite asistió a las horrendas ejecuciones ordenadas por Maza y Balboa en 1841 y deseando ser actor antes que espectador, tomó servicio en las filas del ejército rosista primeramente y después de la caída de Rosas, en el ejército de la Confederación…”

Se ha especulado con que Varela, por tratarse de un caudillo de lo que damos en llamar “federalismo tardío”, no fue adepto al federalismo de Rosas (como el “Chacho” Peñaloza, López Jordan -hijo-, Simón Luengo, Aurelio Salazar, etc.), por la sencilla razón de que la prensa unitaria ha fomentado la inventiva de que Rosas mandó matar a Juan Facundo Quiroga en 1835. Como se aprecia en la transcripción anterior, Felipe Varela al parecer fue en su juventud partidario y guerrero de la Santa Federación.

Interesante, ¿verdad?

PEÑALOZA, “ESA ILUSTRE VICTIMA”

¡Qué decir del “Chacho” Peñaloza! Andariego sin fin, vivió creyéndole a los salvajes unitarios que Rosas fue el matador de su estimado jefe, el brigadier general Quiroga, a quien sirvió como lugarteniente. Por eso, luego del crimen de los hermanos Reynafé y el capitán Santos Pérez, se plegó a las huestes unitarias del general Gregorio Aráoz de Lamadrid, deambulando con ellas entre 1836 y 1848. En esos años, Peñaloza tiene el triste desempeño de invadir en dos ocasiones a la patria, la primera en 1842, la otra en 1845, siendo derrotado en ambos intentos subversivos que lo llevaron a un profundo ostracismo político.

Su amigo, el gobernador federal de San Juan, general Nazario Benavídez, le tendió una mano y lo devolvió al terruño a partir de 1848 permaneciendo en él hasta el final del régimen rosista en 1852. Lejos de quedarse tranquilo o manso en Los Llanos, colaboró en un golpe institucional el 6 de marzo de 1848 en la provincia de La Rioja a favor de Manuel Vicente Bustos, hombre leal a Juan Manuel de Rosas en aquella geografía, si bien éste recién lo reconoció como gobernador riojano en las postrimerías de 1849, dado que Bustos se sirvió para llegar al poder de hombres de dudoso federalismo neto como el “Chacho” Peñaloza.

Recuérdese, como dato hoy anecdótico, que no pocos comandantes rosistas en sus correspondencias hablaban de “el salvaje Chacho”, incluyéndolo entre los más feroces unitarios a quien debían capturar y darle muerte donde se hallare.

Pasados los años, el mapa político argentino ahora se prefiguraba con Rosas en el exilio y a Peñaloza asesinado a lanzazos en un rancho de Olta luego de la refriega de Caucete. Y allí, envuelto en recuerdos y batallas olvidadas, el otrora Restaurador enterado de los acontecimientos del 12 de noviembre de 1863, le escribe a su confidente Josefa Gómez (una de las cinco mujeres más influyentes en la vida de Rosas, dirá Sulé) una carta llena de curiosidades y revelaciones insospechadas:

“Diciembre 6/868

 

“(…) S.E. el Señor Presidente Sarmiento, se ha colocado, y empezado ya su marcha, por el peor, y más funesto de todos los caminos. Su programa es opuesto al sentimiento de la mayoría en las Repúblicas de América. Hay casos en que se requiere el concurso de cuantas personas de influencia (c. 2) en la muerte de esa ilustre víctima, ocupa algunas de las páginas más brillantes, que se registran en ellos. ¡Qué vergüenza, mi buena amiga, para los injustos calumniadores de la esclarecida víctima (Peñaloza), y de nosotros, sus perdurables amigos! (…)”

No será la única vez que en su nutrido intercambio epistolar con Gómez, Rosas nombre a Peñaloza, de cuya muerte hace igualmente responsables tanto a Domingo Faustino Sarmiento como a Bartolomé Mitre, Gobernador de San Juan y Presidente de la Nación, respectivamente, al momento de acontecer el crimen de Peñaloza.

Este dato deja en evidencia, al menos, el beneficio de la duda sobre si en efecto Juan Manuel de Rosas tuvo alguna pisca de estima sobre la persona del “Chacho” Peñaloza. Y lo mismo cabría decir sobre el génesis guerrero de Felipe Varela en las filas de los ejércitos de la Santa Federación incluso después de la muerte de Facundo Quiroga. El revisionismo histórico tendrá que requisar más papeles y documentos que terminen avalando esta discreta simpatía mutua que por décadas –y siglos- la historiografía dominante nos ha querido ocultar.

BIBLIOGRAFÍA:

- “Cartas de Juan Manuel de Rosas”, Tomo IV, 1853-1875. Cartas del Exilio, Editorial Docencia, Buenos Aires 2010.

- Chávez, Fermín. “El Revisionismo y las Montoneras”, Ediciones Theoría, Buenos Aires,      Junio de 1966.

- Soria, Manuel. “Fechas Catamarqueñas”, Tomo I, Propaganda S.A. LTDA., 1920.

 

Las mujeres del Ejército de los Andes

Por órdenes militares, no se debían admitir mujeres en el Ejército de los Andes. Pero las hubo y algunos de sus nombres y acciones heroicas en pos de la independencia llegaron hasta hoy. Un recorrido por la historia de tres de ellas: Martina ChapanayPascuala Meneses y Josefa Tenorio.


Martina Chapanay, la mensajera de los Andes

El título dice: «Martina Chapanay». Al lado, hay una mujer vestida de gaucho con un brazo en jarra y el pelo al viento.
Ilustración: Camila Torre Notari

A quienes viven en la zona de Cuyo el nombre Martina Chapanay les puede resultar muy conocido: forma parte del folclore local. El relato de su vida y aventuras pasó de boca en boca, de generación en generación, hasta llegar a hoy, y venció la niebla que suele envolver a las mujeres y disidencias de la historia argentina.

Por lo general, su nombre está acompañado de numerosos epítetos, propios de la literatura oral, que dejan entrever su personalidad y sus actos y permiten recordarla con facilidad: la Montonera (también, la Montonera del Zonda, la Montonera Gaucha), la Hija del Viento Zonda, la Quijote-Hembra, la Bandolera Indómita, la Vengadora Cuyana (también, la Vengadora del Chacho), la Venerada, la Mestiza Rebelde, entre otros.

Origen huarpe

La tradición afirma que era mestiza, hija de un cacique huarpe de apellido Chapanay (del huarpe, chapac-nay, 'zona pantanosa') y de una mujer blanca cautiva. Nació alrededor del 1800 en la zona de las lagunas de Guanacache (secas en la actualidad), ubicada en las provincias de San Juan, San Luis y Mendoza. Existe un registro de la capilla Nuestra Señora de la Merced de la provincia de San Juan que se cree que es de ella. Allí se consignó el bautismo de una tal Martha Chapanay el día 15 de marzo de 1799, hija legítima de Ambrocio Chapanay y Mercedes González; el registro no incluye datos del día de nacimiento (Argentina bautismos, 1645-1930).


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Rebelde y libre

Por haberse convertido en leyenda, los detalles de la vida de Martina difieren según la versión, pero todas coinciden en que era una mujer valiente y aguerrida que rechazó los roles y estereotipos de género que la sociedad de la época le imponía: las tareas domésticas y de cuidado. Muy por el contrario, ella adoptó características que se consideraban «masculinas», como la destreza en el uso de armas blancas y boleadoras, la habilidad para cabalgar y montar en pelo y el vestirse de gaucho con chiripá, poncho y botas de potro. Además, fumaba tabaco y bebía.

Felipe Pigna (2012), en su libro Mujeres tenían que ser, lo resume de esta manera: «Se llevó muy bien desde temprano con los caballos y los caminos más difíciles, y aprendió a jugar con el lazo y el cuchillo como las otras niñas lo hacían con las muñecas».

Martina era una niña cuando falleció su madre y, por decisión de su padre, quedó al cuidado de una mujer llamada Clara. Pero, al tiempo, Martina escapó de ella y comenzó una larga vida marginal. Se enamoró de un bandolero, Cruz Cuero, y se convirtió en bandolera, en bandida rural como él, pero distribuía lo que robaba con su banda entre las personas más pobres. Integró las montoneras de Facundo Quiroga y, luego, las del Chacho Peñaloza, cuya muerte vengó.

Martina habitaba los límites, las fronteras. No era totalmente huarpe, ni totalmente blanca. Era mujer, pero se vestía «como un hombre». Era bandolera, pero a lo Robin Hood.

«Martina fue un personaje singular pero también fue un arquetipo de la travesía: como gaucho fue un rebelde propio de la época, como indio era característico que viva al borde de la civilización: es marginada y marginal a la vez». (Casas, p. 49).

Así, la figura de Martina, tan rebelde y de armas tomar, se contrapone en el imaginario popular a la de las chinas ―dulces, mansas y serviciales― y a la de las mujeres cautivas, usualmente representadas en el arte pictórico como mujeres blancas, pasivas, lánguidas, desnudas y vulnerables. Mientras las cautivas eran llevadas a la fuerza a caballo por hombres indígenas (la «barbarie») y las chinas les cebaban mate a sus gauchos, la propia Martina era una mujer que cabalgaba libre, poncho al viento.


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      Chasqui de San Martín

      Cuando Martina se enteró de que San Martín se preparaba para cruzar los Andes, se presentó para ofrecer sus servicios como chasqui. Los chasquis eran mensajeros, personas que tenían como oficio llevar mensajes, montadas o a pie (Academia Argentina de Letras, 2019). Martina era la persona ideal para la tarea: era valiente, buena baqueana y una jineta extraordinaria. «Conocía como nadie el terreno y fue un eficaz chasqui entre las columnas del Ejército Libertador. De aquella epopeya le quedó una chaqueta que lució orgullosa durante años» (Pigna, 2018).

        Martina en la literatura y la música

        Sobre ella tratan varios textos literarios, como la novela La Chapanay, de Pedro Echagüe (1884), La Martina Chapanay. Poema histórico, del maestro normal Julio Fernández Peláez (1934) y, más recientemente, la novela Martina, montonera del Zonda, de Mabel Pagano (2009).

        Por el lado de la música, podemos mencionar cuatro canciones que tratan sobre Martina. Una de ellas es «Bandidos rurales», de León Gieco, donde se la nombra entre otros bandidos de la Argentina. Otra canción sobre ella integra el álbum San Martín Vuelve de Mariano Saravia, Gustavo Maturano y Juan Martín Medina y se titula «Martina Chapanay».

        Hay una cueca «guanacacheña» de Los Trovadores de Cuyo que se titula «La Martina Chapanay» y cuya letra la recuerda así:

        Fue Martina Chapanay
        la nobleza del lugar.
        Cuyanita buena
        de cara morena
        valiente y serena
        no te han de olvidar.

        Más recientemente, se lanzó «Martina Chapanay, libre y valiente», interpretada por Mambo y Kei Faur, de Mendoza. Este tema comienza contando la historia de Martina y la trae al presente, con ritmo de rap, para hablar del empoderamiento de las mujeres en la actualidad, un material muy interesante para trabajar con estudiantes de Nivel Secundario.

        Devoción popular: hacia la eternidad

        Se dice que sus restos descansan en el cementerio de la localidad de Mogna, en el nordeste de la provincia de San Juan, en una tumba de laja blanca sin ninguna inscripción, pero que no tiene nada de anónima. La gente del lugar la visita para las fechas patrias y le deja ofrendas. Esa es la tumba de Martina Chapanay, símbolo de defensa de las personas más pobres y de las causas justas. Ya forma parte de la devoción popular.

        En su homenaje, se estableció en Mendoza el 22 de febrero el Día de la Mujer Cuyana, que se celebró por primera vez en 2022.


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        Cortometraje de Martina Chapanay realizado por estudiantes de Educación Secundaria de la Escuela N.° 16 Xumucpe (San Luis).

        «Martina Chapanay la mensajera del Ejército de los Andes», episodio de Las incansables. En esta serie, la youtuber Danila Saiegh narra de forma informal (en bata), con términos actuales y algunos toques de humor, las vidas de mujeres que lucharon contra los prejuicios y mandatos de su época.


        Pascuala Meneses, la granadera

        El título dice: «Pascuala Meneses». Al lado, hay una mujer de pelo corto, vestida de uniforme, mirando a un costado.
        Ilustración: Camila Torre Notari

        Era 1816. San Martín estaba en el campamento de El Plumerillo terminando los preparativos para cruzar la cordillera en el verano del año siguiente. En ese momento, Pascuala Meneses, una joven chilena o mendocina (según la versión) se enteró de la gran empresa que se estaba gestando y tomó una decisión: alistarse en el Ejército de los Andes. A diferencia de las damas de alta alcurnia, ella era una humilde campesina, que no tenía dinero ni armas ni joyas que aportar a la causa. Lo que sí tenía era valor y su propia vida, y estaba dispuesta a ofrendarlos por la libertad.

        Por órdenes de José de San Martín, las mujeres no podían integrar las filas del ejército, pero eso no detendría a Pascuala. Decidida como estaba, se vistió de varón y cambió su nombre al alistarse como voluntaria. Así, pasó a ser «Pascual Meneses».

        Le entregaron el uniforme de granadero, seguramente uno de los tantos que cosieron las «Peladas de la Corrupción» o «Peladas Corruptas». Con esos nombres se llamó a un colectivo de costureras compuesto de mujeres indias, chinas y negras que vivían reclusas en conventos. Ellas cosieron todas las frazadas y los uniformes que llevaron los soldados.

        Ya vestida de granadera, Pascuala se unió a la columna del general Juan Gregorio Las Heras, la segunda en importancia después de la del propio Libertador. En la columna había unos quinientos hombres. El 18 de enero de 1817 partieron de El Plumerillo y marcharon casi ciento treinta kilómetros con dirección al norte. El objetivo era cruzar la cordillera por el paso de Uspallata, a 3400 metros sobre el nivel del mar.


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        En el camino, las sospechas y los cuchicheos crecieron. ¿Pascual Meneses era, en verdad, una mujer? Que sí, que no... Finalmente, unos días después, cerca de Uspallata, descubrieron su identidad. Pascuala tuvo que devolver el uniforme y regresar a Mendoza. Cuenta Lily Sosa de Newton (1986) en su Diccionario biográfico de mujeres argentinas: «[...] Las Heras ordenó su regreso a Mendoza. No se conocen más pormenores sobre la vida de esta muchacha que quiso ser soldado del ejército de San Martín».

        Pascuala participó del inicio del Cruce de los Andes, aunque sus intenciones fueron frustradas solo por ser mujer. A pesar de todo, el tiempo se ocuparía de darle un justo reconocimiento.

        La figurita de Pascuala

        Pascuala Meneses es una de las mujeres retratadas en el álbum Libertarias. Mujeres que dejan huella, de Mariana Baizán, editado en 2017 por Las Juanas Editoras y Chirimbote. Se la puede ver en la figurita 44 como una joven de largo pelo negro con frustración en el rostro. Está sentada a la orilla de un río con los pies metidos en el agua. A un lado, hay unas botas.

        Una mano pega en un álbum la figurita 44 correspondiente a Pascuala Meneses.

        En el álbum cada figurita representa a una mujer que dejó huella en la historia argentina y latinoamericana luchando por la independencia. El álbum invita a llenar los vacíos de la historia oficial, de la historia parcial que se cuenta en los manuales escolares. Al ir pegando figurita por figurita, quienes leemos somos parte de la recuperación del rol histórico de estas mujeres, una suerte de acto simbólico de reparación.

        Pascuala en los medios audiovisuales

        En 2021, la Municipalidad de Las Heras (Mendoza) la homenajeó en un relato audiovisual con motivo de la efeméride del 25 de Mayo. Con dirección de Hugo Moreno, el corto fue filmado en el campo histórico El Plumerillo. En él se muestra primero a una Pascuala Meneses niña en tiempos de la Revolución de Mayo y, luego, a una Pascuala joven y decidida —interpretada por la actriz mendocina María Vilchez— que se viste con el uniforme de granadero y que, con el morrión bajo el brazo, dice de frente, mirando a cámara:

        «Soy Pascuala Meneses, granadero del Ejército de los Andes y mi sueño de patria es más grande que mis temores».

        También recuerda la figura de Pascuala Meneses la obra teatral El pueblo que hizo patria, que se lleva adelante en el predio del campo histórico El Plumerillo. La obra fue declarada de interés municipal el 2 de julio de 2022.

        A quienes prefieren el formato audio les puede interesar el pódcast Escena revelada, del Complejo Cultural Guido Miranda del Instituto de Cultura del Chaco (ICCH), que reúne «relatos breves que visibilizan el ser y el hacer de mujeres emblemáticas en nuestro devenir social, político y cultural». El episodio Pascuala Meneses «La Granadera» está dedicado por completo a ella. En él escuchamos a Pascuala —interpretada por la actriz Sol Souilhé—, que cuenta su historia y dice, con orgullo y vigor:

        «Pascuala Meneses. Condición: voluntaria. Dispongo de mí misma y lo ofrezco a mi patria».

        Josefa Tenorio, la abanderada del Ejército de los Andes

        El título dice: «Josefa Tenorio». Al lado, hay una mujer afrodescendiente vestida de granadera y mirando a un costado.
        Ilustración: Camila Torre Notari

        Toda biografía comienza con un nombre al que le siguen la fecha de nacimiento y de muerte (de corresponder) y, luego, viene el relato de sus actos, un resumen de su vida. Así son las bíos de los grandes próceres de la independencia americana. Sin embargo, aunque Josefa Tenorio ocupa un lugar importante, en su biografía no figuran ni fecha de nacimiento ni de muerte: se desconocen. Solo tenemos su nombre y los datos que aparecen en un documento que ya tiene unos doscientos años, sellado entre 1822 y 1823 y firmado por San Martín, entre otros. La historia de ese documento comienza con una carta que Josefa Tenorio le dirigió al Libertador para presentar un reclamo.

        La promesa de San Martín

        Josefa Tenorio era una mujer afrodescendiente. Antes de la gesta del Ejército de los Andes, vivía en situación de esclavitud al servicio de una señora llamada Gregoria Aguilar (Balmaceda, 2017). Como tantas otras personas africanas y afrodescendientes, era víctima de la trata esclavista vigente durante la Colonia.


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        Cuando el cruce se empezó a organizar, San Martín hizo una promesa que llamó la atención de Josefa: los esclavos que participaran del cruce y las batallas por la independencia ganarían su emancipación al regresar. A cambio de su entrega y sacrificio al servicio de la independencia de América, obtendrían esa doble libertad: como pueblo y como personas. La promesa estaba dirigida solamente a hombres esclavizados ya que en el Ejército de los Andes no se admitían mujeres, pero Josefa quiso participar igual.

        Y lo hizo. Se vistió de hombre y se presentó como voluntaria ante el Ejército de los Andes. El general Las Heras (el mismo que, una vez descubierta la identidad de Pascuala Meneses, la hizo regresar a Mendoza) no solo la aceptó en las filas, sino que, además, le confió una bandera para que lleve y defienda. Por este hecho, se la conoce como «la abanderada del Ejército de los Andes».

        Luego, «fue agregada al cuerpo del teniente general Toribio Dávalos. Cruzó los Andes sin excusarse en ningún momento por su condición de mujer. Integró patrullas, realizó rondas y batalló a la par de sus camaradas» (Balmaceda, 2017). Cruzó los Andes. Participó del sitio del Callao. Entre 1820 y 1821, intervino en varias contiendas.

        Video realizado por docentes y estudiantes de Primer Ciclo de Nivel Primario de la Escuela N.°1-642 «El Remanso», Carrizal de Arriba, Luján de Cuyo (provincia de Mendoza).

        A su regreso, con la palabra libertad resonando más que nunca en su ser, Josefa le mandó una carta a San Martín. En ella relató todos sus actos y, finalmente, reclamó la libertad prometida (Pruzzo, s. n. t.):

        Habiendo corrido el rumor de que el enemigo intentaba volver para esclavizar otra vez a la patria, me vestí de hombre y corrí presurosa al cuartel a recibir órdenes y tomar un fusil. El general Las Heras me confió una bandera para que la lleve y defienda con honor. Agregada al cuerpo del Comandante general don Toribio Dávalos, sufrí todo el rigor de la campaña. Mi sexo no ha sido impedimento para ser útil a la patria, y si en un varón es toda recomendación de valor, en una mujer es extraordinario tenerlo. Suplico a V.E. que examine lo que presento y juro. Y se sirva declarar mi libertad que es lo único que apetezco.

        Josefa Tenorio, esclava de doña Gregoria Aguilar

        San Martín, fiel a su promesa, contestó de forma favorable: «Téngase presente a la suplicante en el primer sorteo que se haga por la libertad de los esclavos».

        Josefa en la música

        Una canción de Aníbal Cuadros recuerda la historia de Josefa. Titulada «Josefa Tenorio» y con ritmo de candombe, forma parte del álbum Volverme raíz.

        Ahí va Josefa Tenorio
        con banderas desplegadas
        dispuesta para alcanzar
        la independencia anhelada.
        Convicciones ancestrales
        la empujan a la batalla
        y en su pecho está latiendo
        la libertad de su raza.


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        De pie, Martina Chapanay vestida de gaucho y Pascuala Meneses y Josefa Tenorio con uniforme.

        Ilustración: Camila Torre Notari


        Referencias bibliográficas

        Academia Argentina de Letras. (2019). Diccionario de la lengua de la Argentina. Colihue.

        Argentina bautismos, 1645-1930 [base de datos]. Martha Chagaray, 1799FamilySearch.

        Balmaceda, D. (2017, 14 de noviembre). Una patriota en el cruce de los AndesLa Nación.

        Casas, J. (2009). Mogna, larga distancia: el pueblo de la travesía.

        Pigna, F. (2012). Mujeres tenían que ser. Historia de nuestras desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras. Desde los orígenes hasta 1930. Planeta. Página 243.

        Pigna, F. (2018). Mujeres insolentes de la historia 2. Emecé.

        Pruzzo, L. (s. n. t.). Día Internacional de la MujerInstituto Nacional Sanmartiniano.

        Sosa de Newton, L. (1986). Diccionario biográfico de mujeres argentinas. Editorial Plus Ultra.


        Sentimiento y compañerismo en territorio cordobés: Mujeres en la época de la Independencia

        Renée Isabel Mengo
         Lograda la independencia en el siglo XIX, las mujeres participaron de manera decidida, incluso en acciones militares y de liderazgo. Sin embargo, ninguna mujer mereció tal reconocimiento. En la epopeya de la Independencia, el amor entre los héroes que forjaron la patria y las mujeres que a su sombra, contribuyeron a edificar sus cimientos tuvo como contracara una trama donde se mezclaron el poder, la guerra, la política y la violencia. En el caso que nos ocupa, se muestra entre numerosas conocidas u olvidadas a dos mujeres de distinta condición social, pero desde lo humano y tras su hombre y objetivos, pasaron por las mismas vicisitudes: el amor, la pasión, penurias, necesidades, perdidas, destierro, soledad etc., en lo que es hoy la central provincia de Córdoba-República Argentina. Se trata de Delfina, la compañera del Supremo caudillo entrerriano, Francisco Ramírez y de Margarita Weild, esposa del Gral. José María Paz. Ambas sentaron presencia en territorio cordobés. En ambas, la reconstrucción de la época y el compromiso que asumieron en nombre del amor y de los ideales que estaban en juego en la época que vivieron, devuelven el reconocimiento que les corresponde.

         

        Presentación

        1El anhelo de libertad por la independencia y emancipación ha sido una constante en la historia de la humanidad a través de siglos de permanente lucha y combate. Recubren todas las formas de subyugación: esclavos, masas explotadas, mujeres dominadas, pueblos oprimidos, pueblos colonizados. Significa liberar al ser humano de aquello que le impide desarrollarse con total autonomía, sueño que ha animado a millones de hombres y mujeres a través de la historia.

        2En la independencia de América Latina las mujeres participaron de manera decidida, incluso en acciones militares y de liderazgo. Sin embargo, conquistada la independencia en el siglo XIX, los estados nacientes crearon a sus héroes nacionales. Durante este proceso surgieron y se perfilaron los rostros de los hombres que habían forjado la emancipación de España, pero ninguna mujer mereció tal reconocimiento. Recién a finales del siglo XX la presencia femenina en el proceso emancipatorio, y en la construcción de las naciones empezó a tener registro en nuestra historia.

        3Ante las preguntas: ¿quiénes fueron esas mujeres que la historia oficial apenas nombra, como al pasar?, ¿dónde se encontraban?, ¿cuál fue su origen?, ¿qué actividades realizaban?, ¿cuál fue su relación con los acontecimientos de la época?, ¿cómo combinaron sus actividades domésticas con las penurias de los avatares políticos?

        4El amor y la guerra están muy unidos en la historia. Algunas mujeres inflamadas de ese fervor patriótico, y desbordadas por el llamado de la vocación, participaron en enfrentamientos bélicos, a veces garantizando la logística militar como espías o emisarias, otras peleando cara a cara y cuerpo a cuerpo con el invasor.

        5En la epopeya de la Independencia, el amor entre los héroes que forjaron la patria y las mujeres que, a su sombra, contribuyeron a edificar sus cimientos tuvo como contracara una trama donde se mezclaron el poder, la guerra, la política y la violencia.

        6Sin embargo, no fue la única independencia. Ignoramos que las mujeres no fueron simples espectadoras. Ellas también fueron protagonistas y luchadoras. Ellas han intervenido activamente y nos han legado lecciones de firmeza, entusiasmo y fervor. Las luchas de las primeras décadas del siglo XIX, permitieron equilibrar las asimetrías entre sexos.

        7En el caso que nos ocupa, se muestra entre numerosas conocidas u olvidadas a dos mujeres de distinta condición social, pero desde lo humano y tras su hombre y objetivos, pasaron por las mismas vicisitudes: el amor, la pasión, penurias, necesidades, perdidas, destierro, soledad etc. Se trata de Delfina, la compañera del Supremo entrerriano, Francisco Ramírez y de Margarita Weild, esposa del Gral. José María Paz.

        8Su reconocimiento no solo permite rescatar la vida que llevaron a la par de sus hombres, sino la reconstrucción de una época, muy diferente de la actualidad, en donde el denominador común fue el compromiso que asumieron en nombre del amor.

        La época

        9Nacer mujer en la época de la colonia o, en los albores de la independencia en América hispana, significaba diferentes cosas según la raza y la familia de origen. Características comunes a todas: con muy pocas excepciones, se esperaba que vivieran recluidas en el hogar, se casaran de acuerdo con la decisión del padre o del amo, fueran analfabetas sin distinción de clase social, no tuvieran voz ni voto, ni disponibilidad de sus bienes.

        10Aun así, hubo algunas que, forzadas o favorecidas por circunstancias especiales, atravesaron la fisura en el tejido de la realidad que aparece en toda situación de crisis. Y, lo más importante, hicieron cosas que, por su relevante influencia en el curso de los acontecimientos, dejaron una pequeña señal para sus sucesores.

        11Desde 1808 hasta 1826, casi la totalidad de los territorios de América Latina se abocaron a lograr su independencia del dominio español. Constituyeron hitos importantes en el siglo XVIII, la rebelión de José Gabriel Tupac Amaru en el Virreinato del Perú (1780-1781), la insurrección de los hermanos Catari en Potosí, Bolivia (1781), el levantamiento de los comuneros del Paraguay (1717-1735), y del Virreinato de Nueva Granada, Colombia (1781).

        12El 25 de mayo de 1809, se constituyó la primera Junta que rompió con España, y significó el Primer Grito Libertario de América luego del levantamiento popular que depuso a las autoridades de la Audiencia de Charcas en la ciudad de Chuquisaca, (Sucre - Bolivia). El 16 de julio, La Junta de La Paz, nombró presidente al patriota Pedro Domingo Murillo, ejecutado el 10 de enero de 1810. El 9 de agosto de 1809, en la ciudad de Quito, la Junta proclamó la soberanía del pueblo, y el 11 de octubre de 1810 anunció la independencia de Ecuador. El 16 de setiembre de 1810, Miguel Hidalgo inició la lucha por la independencia en el Virreinato de Nueva España, México. A partir de 1817, la guerra se generalizó en toda la región.

        13La causa independentista marcó una bisagra en el protagonismo de las mujeres. La Revolución de Mayo de 1810 fue un hecho tan decisivo en todos los órdenes, que la mujer comprendió de inmediato que también para ella se abría una era distinta, plena de posibilidades hasta entonces no entrevistas ni sospechadas.

        • 1 Vera Pichel, Las cuarteleras, Buenos Aires Planeta, 1994.

        14Ellas, que había padecido del doble sojuzgamiento del poder político y de su condición femenina, sintieron que este cambio representaba por lo menos un aflojamiento de la cadena. Por ello hubo quienes completaban la función política de sus esposos por rango social o numerosas y anónimas pero con el valor particular de lo que realizaron sean negras, mestizas, indias o blancas también, conocidas como “cuarteleras”, a la par de las milicias, en los ejércitos ya que la mitad de las fuerzas de frontera fueron mujeres que dejaron todo para vivir, pelear y morir junto a sus hombres.Se las llamó despectivamente chinas, milicas, cuarteleras, fortineras o chusma, en la parte más benévola del vocabulario -escribió Vera Pichel1 referencia obligada sobre el tema-. En más de una ocasión fueron agredidas con epítetos francamente degradantes.

        • 2 Miguel Hernández, autor del Martin Fierro, poesía gauchesca, Buenos Aires 1872.

        15Eran esposas, novias, madres o cuarteleras, mujeres de un solo hombre o de un regimiento. No fueron pocas: si en la Conquista del Desierto hubo seis mil soldados, las fortineras llegaron a cuatro mil. No se entiende por qué las condenaron al olvido, pues sin ellas la campaña del Sur -para bien o para mal- no habría sido posible. No sólo cuidaron de los hombres, los vistieron, alimentaron, curaron y -llegado el caso combatieron a la par de ellos, sino que con su presencia les dieron motivo para quedarse en un ejército al que la mayoría fue enganchada de prepo, como cuenta el Martín Fierro2.

        16Las mujeres -dijo Domingo Faustino Sarmiento de ellas-, lejos de ser un embarazo en las campañas, eran, por el contrario, el auxilio más poderoso para el mantenimiento, la disciplina y el servicio [...]. Su inteligencia, su sufrimiento y su adhesión sirvieron para mantener fiel al soldado que, pudiendo desertar, no lo hacía porque tenía en el campo todo lo que amaba. El Ejército de los Andes también tuvo sus mujeres pues San Martín las autorizó para que acompañaran a sus maridos.

        17En la segunda mitad del siglo XIX, debido a la conquista dentro del territorio contra el aborigen, a medida que se avanzaba se corría la línea de los fortines o guardias, allí fue rebautizada a la mujer de ese acompañamiento como “fortineras”. La vida en el fortín era brava: mal comidos, mal vestidos, castigados por cualquier motivo, los soldados ni siquiera tenían la certeza de recibir la paga a tiempo (una compañía llegó a recibir tres años de sueldo en una vez).

        • 3 Manuel Prado, La guerra al malón, Buenos AiresEudeba, l960.

        18Las mujeres de la tropa eran consideradas como fuerza efectiva de los cuerpos -escribió el comandante Manuel Prado3; se les daba racionamiento y, en cambio, se les imponían también obligaciones: lavaban la ropa de los enfermos, y cuando la división tenía que marchar de un punto a otro, arreaban las caballadas. Había algunas mujeres -como la del sargento Gallo- que rivalizaban con los milicos más diestros en el arte de amansar un potro y de bolear una avestruz. Eran toda la alegría del campamento y el señuelo que contenía en gran parte las deserciones. Sin esas mujeres, la existencia hubiera sido imposible. Acaso las pobres impedían el desbande de los cuerpos.

        19Si el fortín era el infierno, las marchas no se quedaban atrás. Horas y horas, tanto de día como de noche, al ritmo de la yegua madrina. Las mujeres, cargadas con trastos e hijos, ocupaban un sitio determinado Una reglamentación del coronel Conrado Villegas dispuso para una marcha que las mujeres que tuvieran familia fueran detrás del batallón, antes de los caballos, los carros y la columna de retaguardia. Las mujeres sin familia debían arrear la caballada y eran contadas como soldados.

        20"No conozco sufrimientos mayores -narró un protagonista de la campaña, el coronel Pechman- que los pasados por las infelices familias de aquellas tropas, obligadas a marchar de noche o de día largas distancias con sus hijos en el anca de una mala cabalgadura, cubiertas de polvo, con sed, hambre y frío. ¡Pobres mujeres! Tenían forzosamente que subordinarse a las mismas condicionesque la tropa, so pena de perecer en la soledad del desierto."

        21No era raro que durante uno de esos traslados alguna diera a luz, como les ocurrió a las mujeres del cabo Cardozo y del cabo Gómez. Esta última, apenas cortado el cordón umbilical del bebé, debió continuar la marcha junto a la columna. Sólo pudo descansar a la mañana siguiente. Cuando todo terminó, muchos de los sobrevivientes se quedaron en el sur. Algunos -no todos- recibieron pequeñas parcelas. ¿Y el resto? El teniente coronel Eduardo Ramayón contó, en 1914, qué fue de ellas: "El gobierno (mientras duró la Campaña) las proveía de cierta porción del racionamiento que se asignaba al soldado, raciones modestísimas que más tarde, con la desaparición del indio, quedaron definitivamente suprimidas [...] Estas mujeres ¿qué suerte corrieron? Una vez que todo fue paz y fraternidad, porque habían terminado las guerras, la situación de las pocas sobrevivientes quedó completamente definida con la eliminación de las listas en que figuraban y su no admisión en los cuarteles."

        22Sin embargo, "ellas también fueron soldados -escribió Vera Pichel en su libro-. Con ese espíritu tomaron a su cargo las tareas que les fueron asignadas: cocinaron para todos, lavaron la ropa de sus familiares y de soldados enfermos o heridos, cuidaron la tropilla. Curaron, rieron, hablaron de amor... y tomaron un fusil y dispararon cuando fue necesario con la fuerza y la valentía de los veteranos. De ese modo entraron a formar parte, también ellas, de la Historia.

        La Delfina

        23En representación de mujeres que acompañaron a sus hombres y por fallecer el caudillo entrerriano en territorio cordobés, se destaca La Delfina. Son muchos los interrogantes que ha planteado la historia en torno a ella, tanto como el mito a que dio lugar su intensa vida.

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        La Delfina

        La Delfina

        Tomado del sitio la-totora.com

        25Pocas historias cumplen, en efecto, los requisitos de la pasión romántica con la perfección del ya legendario amor entre el caudillo Francisco Ramírez y su cautiva portuguesa, por toda conocida como La Delfina.

        26Hay un héroe indiscutido (Ramírez) que, como deben hacerlo los amados de los dioses, muere joven; hay una mujer fatal (Delfina), tan bella como enigmática, que lo lleva involuntariamente a la muerte. No faltan dos personajes secundarios que completan el episodio: una víctima inocente de la gran pasión (Norberta, la novia abandonada) y un presunto traidor al héroe, por ambición y celos (el entonces coronel Lucio Norberto Mansilla). Se trata de un amor entre enemigos, y también entre un Príncipe y una Cenicienta. Un amor que ignora bandos y jerarquías, que rompe convenciones, que lleva su desafío hasta el último extremo.

        27El héroe. Ramírez era hijo de familia decente, de recursos. Su padre, Juan Gregorio, paraguayo, marino fluvial y propietario rural; su madre, Tadea Florentina Jordán, nativa de la provincia, dueña también de algunos campos. Leandro Ruiz Moreno sostiene que por la rama paterna se hallaba emparentado con el marqués de Salinas, y por la materna, con el virrey Vértiz y Salcedo. Más allá de estos encumbrados antecedentes, lo cierto es que Francisco Ramírez fue ante todo hijo sobresaliente de sus propios actos. Pasado ya el furioso fervor liberal y porteño contra los caudillos provincianos, que animó, entre otros, los textos de Vicente Fidel López, bien pueden verse hoy en esos actos también virtudes cívicas y civilizadoras no reconocidas antes, como ocurre con la ley de enseñanza primaria obligatoria, la fundación de escuelas, los avances en la institucionalización política de la Mesopotamia argentina.

        28Desde su temprana actuación, a los veinticuatro años, como chasqui de la Independencia, en los albores de la Revolución de Mayo, lo que distingue a Ramírez entre otros es su clarividente valentía y la suerte prodigiosa que acompaña sus empresas. Sabe disciplinar a los propios, emboscar y sorprender a los ajenos. Es él quien arrea todo el ganado que encuentra al paso, y se acerca a Buenos Aires, envuelto en polvo, fragores y bramidos, desconcertante, temible, sin que se sepa cuántos hombres comanda realmente. Es él quien ordena el cruce del Paraná, de noche, y hace nadar a los soldados gauchos asidos a la cola de los caballos para tomar, al día siguiente, la ciudad de Coronda. El, también, quien vence siempre, aun con tropas diezmadas; quien confunde el sendero del enemigo, o lo apabulla con un coraje ostentoso, hasta la última y definitiva batalla, que será también su primera derrota.

        • 4 El documento original del Tratado del Pilar se encuentra en el Archivo Provincial de Santa Fe.

        29Cuando conoce a Delfina aún es aliado del santafecino Estanislao López y de Gervasio Artigas, en contra del Brasil y de Buenos Aires. Después de ganar en Cañada de Cepeda, en 1820, López y Ramírez entran en la ciudad del Puerto, pero no abusan de su triunfo. Su escolta es reducida y no se muestran proclives a la exhibición afrentosa ni a las indiscriminadas represalias (Ramírez acaba de perdonarle la vida a su primer jefe, el director supremo Rondeau, a quien descubre oculto en unos pajonales). Su único gesto de barbarie (o, simplemente, de afirmación victoriosa) es atar sus caballos a las rejas de la Pirámide de Mayo. Suscriben, con Buenos Aires, el Tratado del Pilar4, a costa para Ramírez, de un nuevo enemigo: Artigas, le declara la guerra por no haber sido consultado a tal efecto.

        30Aunque el caudillo oriental sale perdedor en la contienda, pronto el entrerriano se encontrará completamente solo: en 1821, roto el Tratado del Pilar, López pacta con Buenos Aires, que ya tiene otros gobernantes. Podría decirse, sin embargo, que la soledad de Ramírez es la de la gloria, o la que le decreta la envidia de sus rivales. Por un abrumador plebiscito, Don Pancho es consagrado gobernador supremo de la República Entrerriana, que reúne las actuales Entre Ríos, Corrientes y Misiones. ¿Un reino propio?, sólo en algunas exterioridades fastuosas, porque El Supremo piensa en constituciones modernas, sin monarcas. Esto no le impide entrar en Corrientes con esplendor: bien vestidos (ha mandado hacer uniformes para todos sus hombres en Buenos Aires) él, los suyos y La Delfina, que gasta traje de oficial y chambergo con la misma pluma de avestruz que rubrica el escudo de la nueva república. En las galas de sociedad Delfina, no obstante, sabrá cambiar el chambergo por las flores y la peineta, y el sable por el abanico. Luego, en el campamento de La Bajada, donde habrá bailes, títeres, juegos de naipes, riña de gallos, carreras y hasta corridas de toros, dejará el abanico por la guitarra en la que -dicen- es diestra. Hacen bien en multiplicar expansiones y dispendios. Aún no lo saben, pero a su pasión pública le quedan pocas horas de fiesta.

        31La mujer fatal. La Delfina es un personaje definido mucho más por las incertidumbres que por las certezas. Ni siquiera se sabe si Delfina corresponde a un nombre o a un apellido (se la ha llamado también María Delfina). Su origen familiar, su posición social, han sido objeto de fluctuaciones similares: si unos la creen hija bastarda de un virrey brasileño, otros la suponen humilde recogida por una familia estanciera. Hay quien dice que marchó a la campaña contra Artigas siguiendo, fraternalmente, a un miembro de esa misma familia, mientras que otras voces menos corteses la toman por ramera, o la hacen amante de algún oficialito. Hasta su belleza (de consenso indudable) está signada por lo impreciso. Como ocurre con Francisco Ramírez, nadie sabe a ciencia cierta si fue rubia o morena, blanca o mestiza. Algunos, le atribuye voz de sirena criolla y destrezas musicales. No se sabe si alcanzó también el desahogo de expresarse en letra escrita. Criada en el campo, en Río Grande do Sul, acaso ni siquiera haya cursado la enseñanza primaria, la única que se les impartía incluso a los varones, aunque fuesen hijos de familias acomodadas, como el propio Ramírez. Delfina es una de las heroínas de amor de nuestra historia. Era morena y arrogante y tenía el fuego de las amazonas entrerrianas. Porque “doña Delfina” como la llamaba el pueblo, había nacido bajo el cielo de las cuchillas en tiempo de los virreyes.

        32¿Qué designio la puso en el camino turbulento de Francisco Ramírez el caudillo famoso que lucha en su caballo de combate en medio de las revueltas civiles y que se pronuncia contra los que proclaman la unión nacional en Entre Ríos? Por espacio de lustros el alma tempestuosa del caudillo se agita en el escenario de la República en las luchas de aquella patria que estaba haciéndose, ardorosa de pasión, vibrante de coraje. A su lado, galopando gallardamente, vestida con una casaquilla roja galoneada de oro y un pequeño chambergo cubriendo los abundantes y magníficos cabellos negros, pasa ante la mirada de las generaciones argentinas la figura apasionada de la Delfina. Desde el día en que lo conoció y lo amó no se apartó un instante de su lado. Lo sigue en la jornada de Cepeda. Lo acompaña día y noche en la guerra contra Artigas. Va con él hasta Corrientes, la bravía, y asiste a los saqueos de la provincia guaraní. El corazón ardiente de la Delfina permanece impasible ante el patíbulo de Goya, donde sangra el cadáver palpitante de Correa. Comparte el júbilo exultante de Ramírez ante la doble derrota del general Lamadrid.

        33Otro rasgo de La Delfina es indiscutible: era una mujer valiente de puertas afuera (porque también hubo muchas y anónimas guerreras domésticas que en las más duras adversidades sostuvieron, ellas solas, sus familias). Su valor era llamativo, exhibicionista. Amaba los uniformes vedados a su sexo y los lucía, según parece, con gallardía inolvidable. No eran sólo una forma elegante de travestismo, sino verdadera ropa de trabajo: acompañó a su Pancho como coronela del ejército federal en todas las batallas, aunque esa dulce compañía le significó a su amante la muerte.

        34¿Por qué, siendo su cautiva y virtual esclava, se enamoró de Ramírez, y por qué éste, dueño todopoderoso, la convirtió en reina sin corona? Mucho se ha escrito sobre el estado de cautiverio femenino: crónico y también fundacional en la especie humana, donde el sexo, con el extraordinario poder de gestar y reproducir (y por ello reducido a la subordinación y el control), fue siempre botín de las guerras y prenda de las alianzas. Podemos suponer que a ella no le fue difícil dejarse encantar por Ramírez, hombre joven, en el cenit de sus talentos y de su buena estrella, cuyo carácter “despejado y audaz, amplio y prestigioso”, con algo de artista”, es reconocido incluso por Vicente F. López. Las prendas personales del caudillo y la oportunidad de un fulgurante ascenso hacia el poder y la gloria, marchando y mandando a su lado como si fuera un hombre, debieron de mezclársele en una irresistible combinación afrodisíaca. Y Ramírez, ¿qué vio en Delfina?

        35Para que una modesta cuartelera presa lograra encadenar a un varón que podía disponer de todas las mujeres, y hacerle olvidar sus serios compromisos matrimoniales con la hermana de un amigo íntimo, debió de ser algo más que un cuerpo atractivo y una sensualidad bien dispuesta. Dulzura (la de la música, la de su lengua madre) habría, sin duda, en ella; no la pasividad o la excesiva facilidad, que matan el deseo. Cautiva, pero brava seductora; sin remilgos, aunque orgullosa en su indefensión, seguramente supo darse exigiendo, y ganó la batalla con Ramírez desde el primer encuentro, cuando el placer total, correspondido, borró la asimetría entre vencedor y vencida, y los dos fueron, uno del otro, prisioneros.

        36El traidor. En todo humano paraíso hay una serpiente, y ese papel parece tocarle aquí a don Lucio Norberto Mansilla Lucio Norberto Mansilla, futuro padre de Eduarda y de Lucio y entonces un joven coronel porteño con mundana cultura y sólidos conocimientos técnicos que puso, durante un tiempo, al servicio de Ramírez. Horacio Salduna, biógrafo del Supremo Entrerriano, le achaca a Mansilla la responsabilidad mediata de su catastrófico final. Los dos hombres habían entrado en contacto durante las hostilidades entre Artigas y Ramírez, después de 1820. Mansilla colabora con sus trescientos cívicos y queda sellada una amistad marcial que no será duradera. Cuando Buenos Aires y López se vuelven contra Ramírez, que prepara -nada menos- una gran campaña con el fin de recuperar el territorio paraguayo para la Argentina, Mansilla se echa atrás, argumentando que no desenvainará la espada contra su ciudad de nacimiento. Ramírez acepta esta disculpa plausible, aunque le solicita que al menos conduzca a la infantería desde Corrientes hasta Paraná. Mansilla acata, pero no cumple. Su defección priva a Ramírez de las fuerzas imprescindibles para enfrentar a López, a Bustos y a Lamadrid y lo precipita hacia la ruina. Salduna considera premeditada la traición de Mansilla, que se habría comportado desde el comienzo como infiltrado porteño. Buenos Aires y Santa Fe lo ayudarán, luego de la muerte de Ramírez, a coronar ambiciones personales con el cargo de gobernador de Entre Ríos. A la codicia política se habría sumado otra de distinto orden: Mansilla deseaba, también, los favores de La Delfina, como lo prueba la correspondencia intercambiada con el comandante Barrenechea, al que, ya desaparecido Ramírez, envía -inútilmente- corno celestino.El final: los testimonios próximos al hecho y la memoria popular sostuvieron siempre que Francisco Ramírez murió en el intento de salvar a Delfina de la partida enemiga que la había echado en tierra y comenzaba a desnudarla. Aunque hubo intentos de atribuir su muerte a otros motivos, se han desacreditado detalladamente estas pretensiones.

        37Una partida santafecina lo sigue de cerca, a todo galope, en la última huida. Ramírez y su compañera galopan hacia la muerte. Doña Delfina ha quedado rezagada en la trágica fuga. ¡Pancho! ¡Pancho! Al oír aquel grito de angustia el caudillo hace girar su caballo en medio del polvo del camino. Sus ojos inyectados en sangre presencian una escena de espanto. Delfina ha sido alcanzada y arrastrada del caballo. Un soldado le arranca la casaquilla y otro el chambergo, cuyas plumas rojas barren el suelo entrerriano. Los largos cabellos oscuros caen sobre el bello semblante de la amazona. Seguido por dos los suyos Pancho carga contra los enemigos lleno de ira y de coraje. Consigue arrebatar a Delfina de entre las manos brutales de la partida santafecina y la sube en su caballo, que se lanza al galope nuevamente, cubierto de espuma y sudor. Pero un pistoletazo le atraviesa el corazón.

        38El caudillo se inclina hacia delante abrazándose al pescuezo de su cabalgadura en el estertor de la agonía. El caballo continúa galopando un trecho con su jinete muerto hasta que lo detienen y Ramírez cae al suelo con la cabeza envuelta en su poncho rojo. La historia y los testimonios cristalizaron una muerte trágica y romántica para Ramírez. Fue en un campo de batalla de Río Seco, Córdoba -quizás su única derrota militar, también la última-. Emprendiendo la retirada con sus soldados se da cuenta de que La Delfina había caído en manos de sus adversarios, por lo que se volvió para rescatarla sin temer por su vida. Después de que muriera, Ramírez fue decapitado y su cabeza, embalsamada, conoció en Santa Fe el escarnio público. Su ex amigo Estanislao López la exhibió durante varios días en el balcón del Cabildo de Santa Fe, dentro de una jaula.

        39Su amada logró volver a Arroyo de la China, donde lo sobrevivió por dieciocho años. Después de la tragedia de Río Seco, el 10 de julio de 1821, La Delfina sobrevivió y fue custodiada en el triste retorno a la provincia por los oficiales Anacleto Medina, Gerónimo Galarza y los últimos 58 soldados de Ramírez, quienes luego de un rodeo por el Chaco santiagueño y santafesino, cruzaron el río Paraná a la altura de Cavayú Cuatiá (la actual ciudad de La Paz) y la restituyeron a Concepción del Uruguay, donde finalizó sus días cuando rondaba los 40 años de edad.

        40Los resto de la Delfina están en una fosa común junto a la Capilla "La Concepción" (barrio La Concepción) situada en calle Malvar y Pintos a la altura del 925, frente a escuela 48 "Recuerdos de Provincia". Allí hay un monumento con una gran cruz encima que hace mención al tema.

        41El historiador Félix Luna compuso la letra y el pianista Ariel Ramírez, aporto la música de:

        • 5 Ramírez, el caudillo enamorado. Canción. Letra de Félix Luna y Música de Ariel Ramírez [En Los Caud (...)

        RAMÍREZ, EL CAUDILLO ENAMORADO (canción)5

        Las cañadas y las huellas

        el trebolar y los pastos

        le están contando las horas

        a aquél supremo entrerriano.

        Atención, Pancho Ramírez,

        la muerte lo anda rastreando

        y para usted tiene el nombre

        del capitán Maldonado.

        Talonea tu fleje,

        Delfina mía

        amazona del viento,

        no te me canses.

        En rabiosos cuchillos

        de lejanía

        nuestro amor y la muerte

        juegan su lance.

        ¿Dónde irán que no los pillen

        mi general de los gauchos

        que un día usó de palenque

        la misma Plaza de Mayo?

        ¿Dónde irán que no los pillen

        si el banderín colorado

        del pelo de su Delfina

        su rastro está delatando?

        Ya regreso a tu grito

        y en tu rescate

        mi caballo es un rayo

        y el campo es ancho.

        Nadie toque tu cuerpo

        nadie te mate

        muero oyendo tu grito

        de ¡Pancho, Pancho!

        recitado:

        Qué final Pancho Ramírez

        matrero y enamorado

        en tu caballo de novio

        la muerte ya se ha enancado.

        cantado:

        Los sauzales de Entre Ríos

        te están llorando, llorando

        por quién murió defendiendo

        aquél amor rezagado.

        Emponchado de niebla

        sigo tu huella

        y mi sangre en los ceibos

        ha florecido.

        Montonero del cielo

        ya sin espuelas

        galopando han de verme

        pero contigo.

        Ay supremo entrerriano

        Ay supremo entrerriano.

        42Por otra parte, el 28 de junio de 1839, un día de invierno en Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay), acaso es también un día de fiesta (aunque amarga y secreta) para Norberta Calvento, la señorita de más de cuarenta años que oye, desde la sala, el paso demorado de un ataúd. Sus ropas de luto no se deben por cierto a la muerta reciente que transita sobre la calle despareja. Desde hace dieciocho años, viste de negro por un hombre que le pertenecía y que esa muerta próxima supo robarle con descaro. Si algo faltaba para cerrar el círculo de un melodrama ejemplar, la misma Norberta se encargaría de proveerlo años más tarde, cuando, por su expreso pedido, sería amortajada con el traje de bodas cosido en vano para su casamiento.

        Margarita Weild

        43Otra mujer, con diferencia de clase social con respecto a la anterior, Margarita Weild y el General José María Paz fue la de un amor heroico, como la de tantos anónimos que en los tiempos de emancipación de España y luego en las luchas civiles enajenaron sus vidas tras el ideal de convertir al país en una nación. El manco Paz considerado un hombre de profunda inteligencia y uno de los más brillantes generales de la época; Margarita, su sobrina y esposa, lo amó tanto que ni los muros de la prisión ni las guerras ni los caminos plagados de peligros lograron desalentarla en su deseo de estar junto a él.

        Retrato de Margarita Weild de Paz. Óleo sobre tabla. Autor: Francisco Fortuny. Año 1925. Dimensiones: L: 24 cm./a: 20 cm. Donación de: Enrique Udaondo. Complejo Museográfico Provincial 'Enrique Udaondo, Luján, provincia de Buenos Aires.

        44Cuando se piensa en la Argentina del siglo XIX, y se recuerda a las mujeres que aparecen a veces fugazmente, otras con más protagonismo a través de los hombres que fueron sus padres, sus esposos, sus amantes o sus enemigos mortales -Facundo Quiroga para Severita Villafañe, Felipe Ibarra para Agustina de Libarona-, casi siempre se nombra a aquellas que brillaron en los salones de los que ejercían el poder: Manuelita Rosas, doña Encarnación Ezcurra; la bella Agustina Rosas de Mansilla y, por supuesto, aquella dama tan culta, mujer de mucho mundo: la tan porteña Misia Mariquita Sánchez.

        45Ellas no eran heroínas, eran privilegiadas. Las heroínas fueron las que se enfrentaron a la pobreza, al oprobio, a la muerte de sus hombres, a la indigencia en que quedaban cuando se los degollaba o debían exiliarse en el exterior. Fueron las Villafañe, las Maza, las Libarona, las Oliva, las Reynafé y tantas otras, apenas evocadas, siempre sin rostro, pues no había cerca de ellas un Mauricio Rugendas, un Prilidiano Pueyrredón, que las pintara frente a un espejo que reflejara las joyas y los encajes que vestían, o las sorprendiera en un jardín afrancesado mientras se sostenían coquetamente la cabeza.

        46Estas mujeres, las de los vencidos, vestían trajes gastados, zapatos remendados, pasaban hambre y aflicciones. Sus manos estaban enrojecidas, se las veía desmoralizadas y ansiosas por la salud de sus hijos. Algunas murieron por falta de alimentos adecuados, de médicos, de remedios, por vivir en lugares inhóspitos pero, sobre todo, de dolor. Y alguna se suicidó. Se escondieron en conventos, siguieron a sus hombres a lugares infernales creyendo que podrían detener el cuchillo del verdugo al compartir la cárcel con ellos. Así, Margarita Weild, la enamorada del Manco. Ella había perdido a su padre siendo muy chica y quizá encontró la figura paterna que añoraba en sus tíos, que habían ingresado al ejército para enfrentar al español. Como a muchas mujeres, le admiraba verlos de uniforme, con botones dorados, el pantalón ceñido, la bota militar y el sable al costado. José María, “moreno y apuesto, de facciones enérgicas, distinguidas y algo arrogantes” era quien más le atraía, posiblemente porque estuvo a punto de morir en una batalla, de la que salió con un brazo inutilizado. De allí el mote de “Manco”. El Manco Paz. El general José María Paz.

        47Al concluir la guerra contra el español, Paz había pasado a pelear, bajo el mando del general Juan Lavalle, contra el imperio brasileño, y al concluir aquella campaña, ganada sólo a fuerza de coraje e ingenio, perdieron los triunfos en la mesa de negociaciones de los políticos porteños con los delegados del emperador. En aquella circunstancia, no faltaron figuras del unitarismo que convencieran a Lavalle de destituir al gobernador Dorrego; el asesinato que siguió dio comienzo a una guerra civil que habría de durar años.

        48Pero fuera cual fuese la tendencia política del general José María Paz -que tenía ideas federalistas pero no soportaba el caudillismo-, las circunstancias lo convirtieron en prisionero. Y después de haber luchado varias batallas -San Roque, La Tablada, Oncativo-, de las que salió vencedor gracias a sus dotes de estratega, de haber recibido el aplauso de unos, el servilismo de otros, la traición de algunos y el amor de varias mujeres, cayó prisionero por una boleada fortuita que lo dejó en manos de Francisco Reynafé, del que siempre hizo buenas mentas. De sus manos, fue a parar a Santa Fe, entregado a Estanislao López, gobernador, caudillo y aliado de Rosas. De ahí, a una celda.

        49En esos largos períodos en que estaba ausente, Margarita, en una época en que las mujeres se casaban entre los 13 y los 15 años, a los 14 tenía la suficiente coquetería para mirarlo a los ojos cada vez que él llegaba de licencia y se sorprendía al verla tan crecida. La admiración de la jovencita era motivo de bromas; seguramente él se sintió halagado y le dedicó algún requiebro. Así estaban las cosas cuando fue apresado. Temiendo, más que por su vida, por la indignidad que podría sufrir antes de que lo mataran, comenzó a escribir sus memorias como una forma de exorcizar el miedo. El control de sí mismo, su austeridad, la disciplina le ayudaron a sobrevivir; hablaba poco, no confiaba en casi nadie, y permanecía alerta día y noche, temiendo el degüello que podía llegar mientras dormía.

        Un principio de novela

        50El encuentro con Margarita, varios años después, tuvo un principio de novela: un día le anunciaron que su madre, doña Tiburcia Haedo, ya muy anciana, había conseguido permiso para visitarlo. La sorpresa fue que la acompañaba Margarita, y aunque les pusieron trabas al llegar, ellas esperaron por horas que algún jerarca de la Aduana se avergonzara de maltratar a dos mujeres desvalidas. José María Paz deseaba desesperadamente recibirlas, pero le avergonzaba que Margarita, que ya tenía 20 años, le viera en tan lamentable estado.

        51La visita inició una nueva etapa en la vida del prisionero. La joven llevaba naipes y otros juegos de mesa para entretenerlo. Le preguntaba cosas, le zurcía la ropa, se ofrecía a cortarle el pelo, a afeitarlo, le gastaba bromas, lo miraba con devoción, le buscaba lecturas, le compraba tinta y papel, alguna vela de más -que sus carceleros le requisarían luego-, le proponía adivinanzas, le conseguía algún alimento refinado, y como él hacía jaulas para mantener a raya sus demonios, le trajo pájaros para esas jaulas, y le ayudó a cuidarlos.

        52Él se enamoró perdidamente de ella y trató de luchar contra tal sentimiento, pero Margarita no quería oírle hablar de la diferencia de edad, de que no tenía futuro, de que estaba más cerca de una sentencia de muerte que de la liberación. Fue ella quien le propuso casarse, y aunque él dudó, terminó por ceder, ante un amor tan decidido, a la necesidad que tenía de ella.

        Boda secreta

        53También la boda fue de novela. Un sacerdote, el doctor Cabrera, que acostumbraba a acompañarlas en sus visitas, había conseguido las dispensas para que pudieran unirse -eran tío y sobrina- y un permiso para casarlos sin que los carceleros tuvieran noticia; y aunque varias veces suspendieron la ceremonia, pues solían obligarlas a marcharse, el 31 de marzo de 1835, a las 2 de la tarde, se casaron discretamente. Cuando vinieron a decirles que debían retirarse, la joven esgrimió el derecho a vivir con su esposo, el doctor Cabrera presentó los documentos y después de muchos conciliábulos, José María Paz y Margarita Weild comenzaron su vida de casados. Era costumbre que se accediese a que una mujer compartiera la prisión con el marido, pero aquella costumbre se daba entre las clases bajas, no entre gente de condición elevada.

        54Raro destino el de Paz, que consiguió disponer de su vida estando encerrado, que logró torcer el destino impuesto y, aun prisionero, no pudo ser doblegado por los que tenían poder de vida o muerte sobre él; que, siendo manco, logró fabricar hermosas jaulas de mimbre. Cuando ella quedó embarazada, él quiso que volviera con su madre, para que el hijo naciera en libertad. Margarita se negó. –Todo el país es una cárcel– dijo.

        55Pero sus angustias no habían terminado, porque debieron separarse cuando Juan Manuel de Rosas decidió trasladarlo a la cárcel de Luján. La angustia que sufrió ella, al enterarse de que lo llevaban con destino incierto, fue una crueldad gratuita de Estanislao López, pues Rosas había ordenado que se trasladara al general y su familia “en carretones decentes que se pedirían al vecindario”. Enterada por una infidencia del destino de su esposo, ella y doña Tiburcia subieron a un barco maderero donde los tripulantes, apiadados, improvisaron un toldo para que pudieran resguardarse. Así llegaron a Buenos Aires.

        • 6 José María Paz, Memorias Póstumas, tomo XI, Pág. 215-219.

        56La angustia del Manco no era menor, pues ignoraba dónde estaba su mujer, preguntándose si alguna vez volverían a verse. “¿Te acuerdas que día es hoy? Yo lo tengo bien presente y al escribir estos renglones se dilata mi corazón pensando que hoy hace seis años que se unieron nuestros destinos…”“Tu llanto penetra mi corazón, no te separas un momento de mi memoria…”6. Pasaron meses hasta que se enteró que Margarita estaba tramitando el permiso para reunirse con él. El niño nació por entonces y escribían los viajeros que, al acercarse a la prisión, se podían ver los pañales oreándose en las ventanas de su celda. El Manco se ganaba la vida como zapatero, continuaba sus memorias, leía cuanto libro conseguía, siempre con el frío de un cuchillo imaginario en la garganta, especialmente cuando, de noche, se llevaban algún infeliz que imploraba por su vida, o arrastraban a un indio con las coyunturas rotas para darle el golpe de gracia. Ella quedó embarazada por segunda vez y tuvo una niña que murió a los seis meses, atacada de convulsiones, y Margarita cayó en una fuerte melancolía, de la que salió de ella para cuidar al mayorcito, gravemente enfermo. Más adelante tuvieron otra hija, a la que bautizaron, Margarita.

        57En abril de 1839, el general Paz fue liberado en Buenos Aires, con “la ciudad por cárcel” y por primera vez, él y Margarita pudieron pasear, asistir a reuniones, o disfrutar de privacidad. A él le devolvieron el sueldo de general, y le pagaron los años que le adeudaban. La revolución de Maza, las matanzas que siguieron, y el hecho de que muchos lo señalaran como el único que podía derrotar a Rosas, hicieron que el Manco temiera por su vida y escapara hacia la Banda Oriental. Margarita no estaba de acuerdo, y como su historia había despertado simpatías en gente influyente, consiguió un cargo diplomático para su esposo en algún país amigo, con la condición de que no tomara las armas contra Rosas.

        58Luego, ella y sus hijos cruzaron el Plata y se instalaron con él, en Colonia. El breve período de tranquilidad había acabado. Quizá, por entonces, Margarita añoró los años de cárcel, pues su marido ahora estaba siempre ausente, peleando guerras absurdas y enredándose en más absurdas políticas. En un momento, harto de aquella vida, enredado en discusiones interminables con los que debían ser sus aliados y cargando la tristeza de otro hijo muerto, José María decidió establecerse en Río de Janeiro, ya sin ilusiones, perdida toda posibilidad de un cargo, derrotado en la política y sumido en la pobreza. Margarita esperaba a su séptimo hijo. Sin recursos, pusieron una granja, con la cual no tuvieron mucho éxito; sobrevivieron porque ella sacaba fuerzas de flaqueza y preparaba empanadas que él y sus hijos vendían entre los vecinos.

        59A pesar de la miseria, estaban felices; nuevamente vivían como una familia y soñaban con regresar a la patria. Margarita ya estaba muy debilitada por la dureza de la vida que habían llevado los últimos años, por los viajes y los sucesivos embarazos. El 5 de junio de 1848, a las 10 de la noche, al dar la luz a su último hijo, murió, dejando a su marido desolado. Tenía sólo 33 años. Fue enterrada en tierra extranjera, pero hoy yace en la Catedral de Córdoba junto a los restos de aquél al que amó, según sus palabras, más que a la propia vida. Las cartas que se han conservado dan testimonio del amor que se tenían. Él solía nombrarla en sus Memorias “mi incomparable Margarita”.

        Conclusiones

        60La lucha por la independencia representó para las mujeres la posibilidad de un cambio de su condición de subordinación que el rígido sistema colonial les negaba. Si bien la participación femenina contó con el protagonismo de heroínas y luchadoras por la libertad, la presencia anónima de las mujeres es un factor que necesariamente debe tomarse en cuenta. Se ha observado la invisibilización y silenciamiento del papel de la mujer relegada a un lugar secundario y sin importancia; y la necesidad de rescatar del olvido a las mujeres que lucharon por la independencia., encontrando importantes las similitudes entre todos los otros países de América Latina. La constante en todo el proceso de independencia de América Latina es la exclusión de género y etnia; los excluidos de la Libertad son las mujeres, los indios, los negros. Por consiguiente, las naciones de América Latina nacieron y se constituyeron bajo el signo de la exclusión de género y etnia. Hubo mayor tolerancia con las mujeres de la élite que participaron en la gesta, y se enfrentaron al régimen colonial frente a las mujeres indígenas o pobres, que en su mayoría fueron ejecutadas.

        61Para abordar la presencia de las mujeres en el proceso de independencia debe necesariamente contextualizarse sus acciones, pensamientos y conductas. El protagonismo de las mujeres del interior del país, en el transcurso de la Independencia y posterior a la misma fue olvidado por la historiografía liberal; ha sido el esfuerzo, la búsqueda de investigadores del país profundo, los que han dado a estas mujeres y a otras cuantas más, el lugar que les merece en la historia, mas allá de la condición social. Se requiere de mayor investigación respecto de la prensa, los escritos autobiográficos, y la literatura de ese período para hacer otras lecturas sobre sus protagonismos y recuperarlas del olvido.

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        NOTES

        1 Vera Pichel, Las cuarteleras, Buenos Aires Planeta, 1994.

        2 Miguel Hernández, autor del Martin Fierro, poesía gauchesca, Buenos Aires 1872.

        3 Manuel Prado, La guerra al malón, Buenos AiresEudeba, l960.

        4 El documento original del Tratado del Pilar se encuentra en el Archivo Provincial de Santa Fe.

        5 Ramírez, el caudillo enamorado. Canción. Letra de Félix Luna y Música de Ariel Ramírez [En Los Caudillos. Discografía Nro. 31] Extraído de: http://www.arielramirez.com/cata.htm

        6 José María Paz, Memorias Póstumas, tomo XI, Pág. 215-219.

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        TABLE DES ILLUSTRATIONS

        TitreLa Delfina
        CréditsTomado del sitio la-totora.com
        URLhttp://journals.openedition.org/nuevomundo/docannexe/image/66616/img-1.jpg
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        LégendeRetrato de Margarita Weild de Paz. Óleo sobre tabla. Autor: Francisco Fortuny. Año 1925. Dimensiones: L: 24 cm./a: 20 cm. Donación de: Enrique Udaondo. Complejo Museográfico Provincial 'Enrique Udaondo, Luján, provincia de Buenos Aires.
        URLhttp://journals.openedition.org/nuevomundo/docannexe/image/66616/img-2.jpg
        Fichierimage/jpeg, 8,8k

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