miércoles, 25 de enero de 2023

Soy raíz ancestral ¡No me llames folclor! Aire de ZAMBA y BAGUALA De Francisco Alvero, EL JUGLAR DE LA LIBERTAD


Soy raíz ancestral

¡No me llames folclor!


Aire de ZAMBA y BAGUALA

 

De Francisco Alvero, EL JUGLAR

 DE LA LIBERTAD

 


"Vengo del sur, nada más, 

Soy la raíz ancestral

Para cantar y bailar

 Y la memoria abrazar

Huellas de amor traigo ya, 

Saber del pueblo, nada más"

 

No, no me llames folklor,

 Soy tradición popular

Soy danza, fuego y pasión, 

Soy arco iris de paz

Ternura y pan, canto ancestral. 

¡Soy aquel grito mineral!

 

Viene pechando mi voz, 

Sombras del cañaveral

Bebiendo toda la luz

 Venciendo la soledad

Grito de pan y justicia, 

¡Huella de amor e igualdad!

 

Cañero del Tucumán, 

Nunca te voy a olvidar

Reverdeciendo tus penas,

 Con la miel de tu cantar

¡No hay que llorar, hay que luchar!

¡Hay que cantar, dice el JUGLAR!

 

Retumba un sol popular, 

En mi memoria de sal

El alba quiere cantar, 

Preñada de inmensidad.

Mi soledad, tu soledad, 

Quieren cantar, quieren bailar

 

Hermano del inti sol, 

Soy tu raíz ancestral

No, no me llames folklor.

 ¡Soy tradición popular!

Quiero soñar, quiero abrazar, 

Este cantar primaveral

 

Soy la raíz popular, 

De la Abyayala ancestral

Pacha, no aflojes jamás, 

¡Que ahora somos una más!

Esperanza ya, grito mineral

  ¡Se ha vuelto cantar, como dice el JUGLAR!



























Ecofascismo: La madre naturaleza y la cultura indígena como "excusa de dominación.

El Ecofascismo es un término acuñado para definir aquellas ideas o acciones dirigidas a mantener una supremacía de género, raza, capacidad, etc. haciéndola pasar por una intención de proteger el medio ambiente. Estas acciones o pensamientos, por parte de la mayoría de la población, son inconscientes ya que es la sociedad quien nos impone ciertas ideas, sin embargo en otros aspectos son muy conscientes: Cuando se señalan las problemáticas ecofascistas, es mucha la gente que no hace autocrítica porque la realidad es que sí que piensa que nuestras vidas valen menos que las del resto y se hace por un “bien mayor” que curiosamente beneficia al status quo. Quizá el Ecofascismo más sonado es el de las pajitas de plástico, una herramienta indispensable para muchísimas personas discapacitadas que se ha prohibido en varios países del mundo bajo la idea de reducir la contaminación, pero sin escuchar las necesidades de la comunidad que las usa. Esto supone que muchas personas discapacitadas pueden hasta morir por no tener acceso a esta herramienta, lo que en la mentalidad ecofascista son “daños colaterales”.

Imagen rediseñada de una de la cuenta de Instagram de @moldespablo (de su instahistoria destacada sobre pajitas) en la que se ve una tabla comparativa de todos los tipos de pajitas que existen y las posibles complicaciones que pueda haber, llegando a la conclusión de que las más seguras para la comunidad discapacitada son las de plástico.

No es de extrañar cuando algunos de los primeros atisbos respecto a lo que hoy conocemos como movimiento ecologista, se inicia con “rama verde” del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, más conocido como NSDAP o partido nazi, durante la Alemania de 1939 que tanto recordamos con miedo a que se repitan los mismos errores. Con esto no pretendemos decir, ni mucho menos, que el ecologismo es fascista de serie, sino más bien hacer inciso en que cualquier motivación, por muy buena y necesaria que parezca de primeras, puede verse afectada por ideologías nocivas para grupos vulnerables que acaban perdiendo su vida en el proceso de ese “bien común”. Esta realidad sería la más conocida, la más visible, pues forma parte de la Europa blanca y occidental que compone la mayoría de discurso legales y políticos al respecto de los movimientos sociales. Pero la realidad es que hay cientos de culturas no occidentales con proyectos ciertamente ecologistas (de respeto con la madre naturaleza y el desarrollo sostenible) que además de esto carecen de discursos que antepongan el status de unos pocos a las necesidades de sus congéneres más vulnerables. Así viajamos directamente a Abya Yala (nombre que recibe América desde el pueblo Kuna de Panamá), donde ya hemos hablado de cómo intersecciona el fascismo respecto al mantenimiento del Amazonas, acuciado por masacres con intenciones genocidas para robar las tierras a los indígenas.

Sobre #ecofascismo quienes mejor saben son les activistas #indígenas, en esta entrevista podrás conocer a Nia y su trabajo visibilizando esta y otras problemáticas #racistas

Es por ello que hemos decidido contactar con une activista indígena que puede hablarnos en primera persona de esta temática. Su nombre es Nia a le cual conocemos por su activismo ecologista en redes sociales (Intagram: @haluami) de quién hemos aprendido muchas cosas muy interesantes que creemos imprescindibles de cara a poder crear un movimiento realmente interseccional.

Autorretrato de Nia sobre un fondo blanco vistiendo una Lliclia o manta de colores vivos (líneas diagonales lilas, naranjas, azules, rosas y rojas) Nia se encuentra con el pelo negro suelto que le llega hasta el hombro y su flequillo abierto en el centro. Mira a la cámara con una expresión desafiante y rebelde. Es una imagen realmente bonita que transmite fuerza.

“Hay dos tipos de ecofascismo, el primero se define como la rama ecologista del partido fascista, el segundo es un tipo de ambientalismo, también conocido como ecologismo radical. Este ambientalismo defiende que no importa el efecto de una acción en los derechos humanos si contribuye a la conservación del ecosistema. Esta ideología suele pertenecer a un grupo particular: personas blancas, privilegiadas, no discapacitadas; que viven en ciudades, particularmente del norte global, pero hay casos en el sur global. Lo que sucede es que estas personas suelen ver el ambientalismo como una lucha por conservar un privilegio: plantean que hay que “salvar al planeta” cuando al fin y al cabo, es salvarles a elles, porque la crisis climática se vive en el presente y el problema es sistemático. El ecofascismo termina siendo funcional a las empresas siempre porque plantea que el problema está en la individualidad y le saca la responsabilidad a quienes verdaderamente causaron la crisis en primer lugar. Mucha gente sobre el coronavirus dice: “la tierra nos devuelve lo que le hicimos y se está recuperando, y si mata gente se lo merecen.” Ignorando que un 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero está a cargo de 100 empresas conocidas por explotar al sur global tanto al ecosistema como a las personas. No todes tienen la misma responsabilidad, y siempre son quienes menos emiten y dañan al medioambiente quienes sufren las peores consecuencias del cambio climático: los pueblos indígenas alrededor de todo el mundo. Un ejemplo de ecofascismo es que muches ambientalistas defiende que es necesario echar y desplazar a las comunidades indígenas de sus territorios para la extracción de minerales necesarios para una transición energética. Acá hay dos problemas: no se pide un cambio sistemático y se reproduce el extractivismo, en vez de cuestionarse la acción de las empresas y el consumo excesivo de energía de parte de las ciudades, se busca reproducir el sistema pero con otro tipo de fuente energética. Por otro lado, no se concreta una justicia climática real, las comunidades indígenas defienden la tierra desde hace siglos y sin embargo, la explotación de parte de las empresas y la crisis climática la viven peor elles. El ecofascismo solo reproduce la supremacía occidental.”

NIA, ACTIVISTA INTERSECCIONAL INDÍGENA

El colonialismo racista ha supuesto un cambio en todo el planeta, sin embargo el daño directo lo han soportado las culturas más machacadas por este sistema extractivista, por lo que ha afectado notablemente en su forma de vida y en su economía, llevando a los pueblos originarios a situaciones críticas tanto económicas como poblacionales y de abastecimiento de su población. Cuestiones como los Superalimentos o los cultivos a gran escala, han supuesto que se impida otros cultivos menos dañinos y originarios de las tierras colonizadas.

“Sí, toda la vida de urbanidad del norte está cargada de una superioridad moral colonizadora. Si bien estoy a favor del antiespecismo, es muy hipócrita como gente del norte global vegana consume productos agropecuarios del sur que destruyen las tierras indígenas por el sobre cultivo, le cuestan la soberanía alimentaria a múltiples naciones y hasta muchas de ellas requieren el uso de agrotóxicos. En chile hay sequías por la producción masiva de paltas. El problema del Norte Global es que no entienden que para que haya un cambio real es necesario cuestionar el sistema de producción y consumo excesivo, lo que no es un todo o nada. Hay gente que no puede dejar el plástico completamente y está bien, ahora el problema es que la gran mayoría puede, lo mismo con el consumo de energía y el consumo en general. Siempre hay excepciones porque vivimos en un mundo complejo pero lo que se está dando es un exceso que tiene a una región en sumo privilegio y a otra en suma explotación.”

NIA RESPECTO AL MODELO DE CONSUMO Y CULTIVO OCCIDENTAL.

Para cambiar este modelo de pensamiento teórico, hay que apostar por los discursos del sur global y las formas de vida de quienes llevan siglos cuidando sus tierras, porque son quienes realmente saben cómo adaptar la vida humana a las necesidades de la tierra. Por ello nos parece impensable construir un discurso ecológico sin las personas más damnificadas del saqueo de Occidente, los pueblos indígenas.

“Debe reformarse la industria desde su base para que deje de ser extractivista y que el foco sea satisfacer necesidades humanas (no solo las básicas), no lucrar lo más posible. Exxon sabía que promover el uso de combustibles fósiles nos iba a llevar al lugar en el que estamos ahora y no les importó porque vieron billetes y se enfocaron en eso. Ir por el cambio individual no sirve de nada porque la crisis climática es una consecuencia del sistema capitalista extractivista.«

NIA RESPECTO A CÓMO PODRÍAMOS CONSTRUIR UN DISCURSO REALMENTE INTERSECCIONAL

Hemos visto como muchas medidas que se hacían en la Europa occidental no protegían a muchísima gente vulnerable (personas sin hogar hacinadas, personas encarceladas en cárceles, CIES y psiquiátricos; campamentos de refugiados, etc.) lo que para la mayoría de les activistas interseccionales es una falta de empatía con los colectivos más necesitados propia de un modelo económico egoísta. Pero la cuestión es reformar estas ideas desde los cimientos y cambiar así la sociedad al completo.

“Voy a hablar desde mi vivencia con las comunidades andinas y particularmente del departamento de Apurimac en Perú de donde viene mi familia. Para nuestras comunidades la naturaleza es sagrada, es la que nos permite vivir y por eso creemos en una relación simbiótica con la misma. Explotar a la tierra solo nos termina destruyendo a nosotres. Hay toda una ancestralidad en cada elemento de la naturaleza que valoramos. También por eso las comunidades indígenas andinas trabajan con la agricultura y la rotación de cultivos. Saben cuidar la tierra, saben vivir en sociedad con ella sin necesidad de destruirla, por eso muches la defienden con su cuerpo.”

NIA, RESPECTO A LA NATURALEZA.

Así llegamos a la conclusión de que el modelo económico y social actual es completamente incompatible con la vida de nuestro planeta y la nuestra propia, sobretodo de los pueblos explotados y saqueados por Occidente, por lo que es necesario que cambiemos este modelo.

“Si, el capitalismo y el extractivismo piensan que el ser humano puede dominar a la naturaleza cuando es insignificante frente a ella. La segunda pregunta es muy compleja, porque depende de la ancestralidad de cada sociedad, por ejemplo no es lo mismo medio oriente que Abya Yala y a su vez, depende de la locación. Es imposible pretender que todo el mundo viva de la misma forma porque los ecosistemas son distintos. La urgencia principal es buscar detener las emisiones y el extractivismo, regular a las empresas y limitar el consumo sin hacerlo inaccesible a los grupos sistemáticamente oprimidos.”

NOS RESPONDE NIA CUANDO LE PREGUNTAMOS RESPECTO AL MODELO SOCIOECONÓMICO QUE CREE QUE PODRÍA MEJORAR LA SOCIEDAD EN SU CONJUNTO.

En el entorno feminista ocurre que mucho del activismo en beneficio de los animales o contra el cambio climático es abanderado por personajes públicos (por supuesto blancos) que además suelen ser opresivos respecto a otras compañeras y compañeres, ¿podrías decirnos alguna figura tuya o de tu cultura que aúne estos dos movimientos?

«El ecofeminismo es antirracista en su base porque nace de la intersección entre el patriarcado y la opresión de la crisis climática que la sufren principalmente mujeres racializadas de Abya Yala, África y Medio Oriente. Voy a tocar este tema con ejemplo en el futuro en mi cuenta, probablemente esta semana o la próxima.»

NOS RESPONDE PARA TERMINAR CON LA ENTREVISTA, ASÍ QUE HABRÁ QUE ESTAR ATENTAS Y ATENTES A SU CUENTA PARA VER EL VÍDEO.

Conclusiones

En la cultura ecologista es imprescindible pensar cómo afectan nuestros actos a las personas más vulnerables, que somos todos esos grupos que nos salimos del ideario del «capitalismo verde» que puede llegar a ser Ecofascista. No dejemos que un movimiento tan necesario como es el ecologismo, caiga en errores reaccionarios y fascistas que no pongan a las personas vunerables en el centro. Escuchemos a todas las personas que desde sus experiencias luchan contra los grandes propietarios, las industrias y el extractivismo asesino.



Melissa Moreano Venegas*

 

Resumen: La expresión «mojigatería ambiental» describe bien al ambientalismo burgués, extremadamente conservador, anclado a una conciencia ambiental que surge en el seno del capitalismo y que tiene por fin aliviar la angustia del daño que causa mientras amplía las posibilidades de acumulación capitalista. Lo hace a través de obras de caridad y proyectos de conservación, con acciones que no alivian las causas estructurales de la destrucción ambiental o de la injusticia social, sino que limpian la imagen de un sistema altamente destructivo. Más aún, este tipo de ambientalismo refuerza peligrosas políticas racistas, machistas, clasistas y xenófobas.

En este artículo exploro, con una perspectiva crítica feminista, algunos elementos del ambientalismo burgués que expresan tal conservadurismo: el clasismo, el esencialismo de la noción de naturaleza, el nacionalismo racista y xenófobo. Conduzco el análisis de forma multiescalar de lo global a expresiones locales, para concluir que la mojigatería ambiental nos impide pensar creativamente en la transición hacia un mundo sin explotación capitalista, de allí la urgencia de liberar al ambientalismo de su halo conservador.

Palabras clave: ambientalismos, naturaleza, ecofascismo, justicia ecosocial

 

Abstract: «Environmental sanctimony» describes bourgeois environmentalism, extremely conservative, anchored to an environmental consciousness that emerges within capitalism. This type of environmentalism aims to alleviate the anguish of the damage that capitalism causes while expanding the possibilities of capitalist accumulation. It does so through charity and conservation projects, with actions that do not alleviate the structural causes of environmental destruction or social injustice, but rather clean up the image of a highly destructive system. Furthermore, bourgeois environmentalism reinforces dangerous racist, sexist, classist and xenophobic policies.

Within this context and from a feminist critical perspective, in this article I explore some elements of bourgeois environmentalism that express such conservatism: classism, the essentialism of the notion of «nature», and racist and xenophobic nationalism. By conducting a multi-scale analysis from the global to local expressions, I conclude that environmental sanctimony prevents us from thinking creatively about the transition to a world without capitalist exploitation, hence the urgency of freeing environmentalism of its conservative halo.

Keywords: environmentalisms, nature, eco-fascism, eco-social justice

 

 

 

Introducción

La mojigatería ambiental («environmental sanctimomy» según Peet et al., 2011) es un constructo que describe muy bien el ambientalismo burgués al que me referiré en este texto. Dicen estos autores que, cuando el ser humano es desprovisto de los medios de producción que le permiten vivir, su existencia pierde sentido. Entonces surge la religión. Como dijo Marx, «la religión es el corazón de un mundo que se ha quedado sin corazón, el alma de las condiciones sin alma: es el opio del pueblo». Si esto se traduce en términos de conciencia ambiental, cabe la siguiente afirmación (Peet et al., 2011: 14; mayúsculas en el original):

La agonía de destruir la naturaleza se alivia a través de una mojigatería ambiental —llorar sobre las heridas infligidas a la Tierra, lanzar plegarias a la Madre Naturaleza—. Sin embargo, adorar a la Naturaleza no es suficiente para dar sentido a un sistema de producción sin alma, que aliena al ser humano de la naturaleza. Entonces, para que la producción capitalista adquiera sentido y pueda continuar destruyendo la naturaleza día tras día, surge la filantropía en la forma de «fondos de defensa ambiental» y de «inversión verde».

El ambientalismo burgués, en esta línea de pensamiento, tiene por fin aliviar la angustia del daño que causa el capitalismo. Lo hace a través de obras de caridad y proyectos de conservación, con acciones que no alivian las causas estructurales de la destrucción ambiental o de la injusticia social, sino que limpian la imagen de un sistema altamente destructivo. Así sortea las críticas al sistema —al que no busca cambiar— y alivia la culpa. Más aún, el ambientalismo burgués tiene como único fin ampliar las posibilidades de acumulación capitalista. Porque volverse verde también es negocio. En su vertiente más conservadora, este tipo de ambientalismo defiende la conservación de una naturaleza definida como prístina, virgen y ahistórica: en suma, pura. Las perspectivas clasistas y racistas que afloran atribuyen a los pobres y marginalizados la responsabilidad por las crisis ambientales, prestas a señalar al «mal salvaje» (Ulloa, 2004), mientras que, con una lectura patriarcal, feminizan a la naturaleza y resaltan su rol de cuidadora y reproductora, con el resultado de amenazar la autonomía de los cuerpos femeninos (Asambleas del Feminismo Comunitario, 2010). Cabe destacar que esta feminización de la naturaleza dista mucho del esencialismo estratégico que las propias mujeres indígenas parecen usar en su lucha contra las industrias extractivas al autoidentificarse con la madre tierra como estrategia de cohesión y confrontación política (Jenkins, 2015).

Este tipo de ambientalismo, que ha existido desde los orígenes del movimiento, está dando cada vez más espacio a ideologías racistas, clasistas y machistas de la mano de discursos catastróficos asociados al cambio climático (Ojeda et al., 2019). Un halo conservador, casi puritano, avanza peligrosamente incluso dentro de movimientos antisistema y se acerca de forma peligrosa al ecofascismo[1] en tanto que «asocia un anhelo de pureza en la esfera ambiental con un deseo de pureza racial en la esfera social» (Adler-Bell, 2019). Es el tipo de ambientalismo que diagnostica que la sociedad humana en su totalidad está enferma y pregona un cambio individual, en el mejor de los casos, y soluciones neomalthusianas, en el peor.

 

Ambientalismo burgués

El ambientalismo se puede definir como un conjunto estándar de principios para definir la forma en que los diferentes grupos humanos entienden la naturaleza y la relación humano-naturaleza, así como el tipo de actividad política que son propensos a emprender para abordar lo que perciben como problemas ambientales (Heynen et al., 2007). La literatura especifica tres líneas de pensamiento al respecto: una que establece la supremacía de los humanos sobre la naturaleza, generalmente identificada con el pensamiento tecnocéntrico; otra que asume que la naturaleza define y restringe el comportamiento humano, asociada desde hace mucho tiempo con las perspectivas ecocéntricas, y una tercera que reconoce la interconexión e interdependencia esenciales entre los humanos y el mundo circundante (Guha, 1989; Castree, 2013). De acuerdo con este encuadre triple, Guha y Martínez-Alier (1997) etiquetan estos diferentes ambientalismos como el «culto a la vida salvaje», el «evangelio de la ecoeficiencia» y el «ecologismo de los pobres», respectivamente. Los dos primeros afirman una separación entre los humanos y la naturaleza, mientras que el tercero desafiaría dicha dicotomía.

En este texto voy a concentrarme en los dos primeros ambientalismos, que delinearían un ambientalismo burgués ciego a la exclusión de clase, pero también de género y raza. Este reconoce que la separación entre las esferas social y natural es la causa de las crisis ambientales, pero busca superar tal separación a través de una de dos formas: la administración científica o la mistificación (Guha y Martínez-Alier, 1997). La administración científica está respaldada por la noción de desarrollo sostenible y por el optimismo del mercado (Cock, 2011). Por su lado, la mistificación surge como un remedio para la alienación intrínseca al sistema capitalista (Peet et al., 2011: 14).

Como ya mencioné, en las sociedades individualistas y competitivas capitalistas, alienadas y alejadas de la naturaleza, la existencia humana pierde sentido. La respuesta es la «mojigatería ambiental», la deificación de la naturaleza, que cumple la función de ofrecer significado a las personas en un mundo sin propósito. Los humanos alienados buscan una reconstrucción posmaterial de la relación con la naturaleza, con apreciaciones románticas de un mundo natural que estaría más allá de la sociedad humana y sus relaciones de poder (Peet et al., 2011). Una naturaleza pura que, desde una supuesta superioridad humana, podría ser entendida «tal como es», ya sea por métodos científicos o no científicos; una naturaleza fija e inmutable, sin historia. La naturaleza, entonces, puede medirse y dirigirse hacia un estado supuestamente equilibrado y «natural» previo (o más allá) de la historia humana (Castree, 2001: 9). Las afirmaciones sobre «conocer la naturaleza tal como es» se usan comúnmente «como instrumentos de poder y dominación» (Castree, 2001: 9; Castree, 2013). En una línea similar, Erik Swyngedouw (2015) afirma que se sigue viendo a la naturaleza como un significante vacío, encapsulador de un número infinito de significados que «expresan lo que la naturaleza debería ser»: una norma para medir la desviación, el anhelo de recuperar la armonía humana y el equilibrio ecológico anteriores y hoy perdidos, la fantasía de la naturalidad, de una «naturaleza que sirve como “el otro” que nos guía a la redención». Por lo tanto, continúa Swyngedouw, todos intentan «fijar el significado inestable [de la naturaleza] mientras la presentan como un “otro fetichizado”» (Swyngedouw, 2015: 132-134).

Pero ¿cómo, exactamente, el ambientalismo burgués está dando espacio a lecturas peligrosamente cercanas al ecofascismo? Sabemos ya que la administración científica de la naturaleza es inherentemente ciega a las relaciones de poder, y en consecuencia a las exclusiones de clase, género y raza. Es, por tanto, racista, clasista y machista. Pero, además, el carácter conservador de la «mojigatería ambiental» lleva al extremo la concepción de la naturaleza descrita en el párrafo anterior; establece la naturaleza como una norma contra la desviación, una tendencia muy común en las ideologías fascistas. Además, feminiza a la naturaleza y resalta su función reproductora de madre, al tiempo que enfatiza su pureza, que merece ser cuidada: virgen, prístina, intocada.

En medio del confinamiento global impuesto a causa de la pandemia de la COVID19, las imágenes de animales silvestres que retoman los espacios verdes y acuáticos de las ciudades, ausentes de seres humanos, han despertado, o dado impulso, a posturas ecofascistas que se congratulan por los efectos «positivos» en la naturaleza del aislamiento y la inminente muerte de seres humanos, al compás de mensajes como «nosotros somos el virus» y «la Tierra al fin tiene un respiro». Este texto también intentará abordar este fenómeno.

 

Ambientalismo ciego a las exclusiones

La actitud de echar la culpa a la población empobrecida siempre ha estado presente en el ambientalismo burgués y en el corazón de su concepto favorito por décadas: desarrollo sostenible. Este parte del supuesto de que la pobreza es la principal causa de la degradación ambiental (Osborne, 2015), por lo que el crecimiento económico bajo el capitalismo es un requisito previo tanto para el bienestar social como para la protección del ambiente (Escobar, 1995). Por lo tanto, el crecimiento económico no solo es deseable, sino mandatorio (Vallejo, 2003). Un argumento recurrente en este sentido es que las necesidades urgentes de la población rural pobre y su aumento poblacional inducen a deforestar los bosques y a degradar el entorno. En consecuencia, a menudo se conectan el vaciamiento del campo vía emigración hacia las ciudades, bajas tasas de natalidad rurales y la industrialización de la agricultura con la disminución de las presiones sobre los ecosistemas (Chomitz et al., 2007). Así, aunque la ecología política ya ha demostrado los vínculos entre el desarrollo del capitalismo, la pobreza y la degradación ambiental, desde el principio el desarrollo sostenible se estableció como un medio que ofrece gestionar los problemas ambientales al tiempo que se generan ganancias (McAfee y Shapiro, 2010).

Varios mecanismos de conservación que siguieron este camino muestran un persistente «miedo a los pobres y a sus reclamos de recursos» (Asiyanbi, 2016: 150). La administración científica de la naturaleza del ambientalismo burgués genera soluciones profundamente racistas que responsabilizan de la degradación ambiental a los pueblos indígenas y las comunidades locales. De hecho, bajo la urgencia de conservar el carbono forestal en el contexto del cambio climático, cientos de pueblos indígenas y comunidades locales alrededor del mundo están siendo despojados de sus derechos territoriales. Una derivación autoritaria de estos mecanismos es lo que, en su análisis sobre los efectos de REDD+ (Reducción de las Emisiones Derivadas de la Deforestación y la Degradación de los Bosques) en Nigeria, Asiyanbi llama «proteccionismo militarizado»: una rama especial del ejército garantiza la tenencia de la tierra para REDD+ mediante la reducción de la «tenencia comunitaria» a «derechos de uso forestal», lo que está conduciendo a una «nueva economía forestal excluyente», a saber, una «exclusión carbonizada para la acumulación de la élite» (Asiyanbi, 2016: 150-152).

La ceguera ante las exclusiones de clase, género y raza del ambientalismo burgués resquebrajó la amplia base de apoyo del colectivo ecuatoriano Yasunidos.[2] Siempre aliados con el movimiento indígena ecuatoriano, en octubre de 2019 apoyaron el paro nacional y levantamiento indígena y popular que rechazó una serie de medidas económicas impuestas por el Fondo Monetario Internacional que afectaban a las clases populares, entre ellas el retiro abrupto del subsidio a los combustibles fósiles, lo que elevaría el costo del transporte y de los alimentos, medida que quiso ser enmascarada como una política ambiental (Vela, 2019). Yasunidos rechazó las medidas neoliberales adoptadas por el presidente que precarizarían «aún más a la clase trabajadora» sin aportar a la «transición a un país pospetrolero». En tal virtud, la organización no se opuso al retiro de los subsidios, pero sí al retiro «sin una focalización efectiva» (Piedra Vivar, 2019). Con una noción clara de justicia ecosocial, llamaron la atención sobre la situación de la mayoría de los ecuatorianos y ecuatorianas con trabajos informales, y sobre la población indígena y rural que depende de los combustibles fósiles para movilizarse con avioneta o lancha.

Buena parte de su base social, acumulada a lo largo de los años a partir de personas que apoyaban la defensa de un espacio natural, exhibía un ambientalismo burgués que, desde una posición de privilegio, aplaudía las medidas económicas sin reparar en sus impactos en la población más pobre y que, por su racismo, no acepta al movimiento indígena como sujeto político. Las críticas rechazaban también lo que se entendía por «politización» del movimiento y negaban de raíz la evidencia de una tendencia de izquierda en su interior.

El ambientalismo burgués develado, con su característico rechazo a «lo político» y a las «ideologías de izquierda», desvía la atención de las causas estructurales de los problemas ambientales. El alarmismo ambiental ha fortalecido la idea de un ser humano universal como responsable de la crisis ambiental, sin reconocer que es un particular modo de producción, junto a la sociedad de clases y la colonialidad que lo sostienen, el que produce destrucción ambiental mientras oprime a la mayor parte de la humanidad y destruye la naturaleza. Por tanto, se insiste en la responsabilidad global, compartida pero individual de todos los seres humanos. Así se esparcen sentimientos de alarma y culpa que acusan a una humanidad insensible, ignorante y avariciosa. Como la culpa es de todos, las soluciones son ciegas a las desigualdades, sobre todo de clase, pero también de raza, género y nacionalidad.

Esa ceguera se observa también en organizaciones antisistémicas, como el movimiento climático Extinction Rebellion («Rebelión contra la Extinción», XR en inglés), que ha sido criticado por su blanquitud, pues excluye a militantes de las clases populares, racializados e ilegalizados. La exclusión opera de manera sutil a través de una de las principales tácticas que usa el movimiento: la irrupción para provocar el arresto y la subsecuente visibilidad en medios (vienen a la mente también las acciones de Jane Fonda y, más recientemente, Joaquin Phoenix). Esta táctica, sin embargo, excluye a quienes viven «con el riesgo de arresto y criminalización» (Wretched of The Earth, 2019).[3]

Movimientos como XR han sido duramente criticados por adolecer de esa insolidaridad interclase e internacional tan propia de los movimientos emancipatorios. Pero también, en un peligroso acercamiento al ecofascismo, ciertos militantes exhiben posturas neomalthusianas y miradas puritanas de la naturaleza. Con la crisis por la pandemia del nuevo coronavirus como telón de fondo, una rama de XR publicó en redes sociales fotografías de panfletos con el mensaje: «Corona es la cura, nosotros somos la enfermedad». La central de Extinction Rebellion desconoció luego que esa rama fuera representativa del movimiento.[4] Pero, más allá de analizar las formas organizativas de XR, lo notorio es que las posiciones ecofascistas gozan de vitalidad. Afirmar que es positivo para el planeta que los seres humanos estén ausentes, o que «la humanidad» (universal, abstracta, homogénea) es el virus, allana el camino a las élites racistas prestas a deshacerse de la población más vulnerable. Como escribió Layla Martínez (2020):

Detrás de la afirmación de que el ser humano es una plaga para el planeta está la idea de que la solución a la crisis ecológica es la eliminación de parte de la población. […] La pregunta entonces es ¿quién va a morir? […] ¿A quién vamos a considerar «desechable» entonces? ¿Qué población vamos a eliminar? […] Los «desechables» probablemente serían los expulsados del sistema, como las personas sin techo, los inmigrantes ilegales o los habitantes de poblados chabolistas y barriadas de infraviviendas. Esto puede parecer exagerado, pero basta un vistazo a la historia de violencia contra estos colectivos para darnos cuenta de que no es tan lejano.

Imagen 1. Ilustración publicada en redes sociales el 30 de marzo de 2020, a inicios del brote de la pandemia de COVID-19, en varios países de América Latina. Autora: Fer Justo. Facebook: Diseños a pincel @pinturaylibertad; Instagram: fer_poetiza.

 

Son harto conocidos los nexos de la extrema derecha europea y estadounidense con los ambientalismos (Biehl y Staudenmaier, 2019) y las soluciones que promueven con su visión puritana: neomalthusianas, de restricción de derechos de las poblaciones empobrecidas y racializadas (Ojeda et al., 2019). Hoy esos movimientos siguen vivos. Por ejemplo, el Frente Nacional en Francia, la facción verde del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) o el Fidesz (la fuerza política de extrema derecha más importante en el Parlamento Europeo) apelan a la amenaza del cambio climático para impulsar sus proyectos nacionalistas que incluyen el cierre de fronteras y el reclamo de la tierra para los nativos, al tiempo que reviven viejas consignas que exacerban la pureza del «lugar» (Colina, 2019).

Sin llegar a los extremos descritos, el ambientalismo burgués ciego a las exclusiones de clase y raza, capaz de afirmar que «los humanos somos el problema y debemos desaparecer», se acerca peligrosamente al ecofascismo. Además, el anhelo por recuperar una naturaleza prístina y una sociedad pura revela un puritanismo que naturaliza los roles de género y afecta a las mujeres.

 

Ambientalismo conservador y machista

El ambientalismo burgués alineado con la noción aquí trabajada de «mojigatería ambiental» feminiza a la naturaleza y resalta su función reproductora, al tiempo que enfatiza su pureza, que merece ser cuidada, y la homogeneiza mediante una visión de pueblos indígenas premodernos y detenidos en el tiempo.

Tales apreciaciones también están presentes en ensayos decoloniales que se han llevado a cabo. Un ejemplo es el uso de la noción quichua de Pachamama en Ecuador y Bolivia. En ambos países, Pachamama ha sido rápidamente reducida a naturaleza o Madre Tierra, una figura femenina y deificada, pero sobre todo «una madre nutriente que da a luz, cría y protege a todos sus hijos» (Giraldo, 2012: 228). Ya lo dijeron las feministas antipatriarcales de Bolivia (Asambleas del Feminismo Comunitario, 2010):

La comprensión de Pachamama como sinónimo de Madre Tierra es reduccionista y machista; hace referencia solamente a la fertilidad para tener a las mujeres y a la Pachamama a su arbitrio patriarcal. [El concepto de Madre Tierra sirve para] reducir a la Pachamama —así como nos reducen a las mujeres— a su función de útero productor y reproductor al servicio del patriarcado.

De manera fundamental, la descripción de una naturaleza femenina, virgen, madre pura dadora de vida, una norma para medir la desviación, como ya se ha dicho, exalta la maternidad obligatoria de la mujer y pone en serio riesgo su capacidad de decidir sobre su propio cuerpo. En suma, la feminización de la naturaleza y la naturalización del rol de género femenino también amenazan las reivindicaciones feministas. Y es que, aunque el ecofascismo promueve soluciones poblacionales neomalthusianas a las crisis ambientales, debemos recordar que estas están atravesadas por una gestión de la población empobrecida y racializada, a la que se ha decretado como la responsable de la debacle ecológica. No cabe aquí, pues, ninguna concesión para que las mujeres empobrecidas y racializadas gestionen su sexualidad y su cuerpo. Por el contrario, se implementan «medidas de control de la población como “ingeniería de poblaciones” y la expansión de las intervenciones militares» como parte de «una intervención masculinista más amplia que busca consolidar el control sobre la vida y los procesos vitales» (Ojeda et al., 2019: 5).

Además, la noción reduccionista de Pachamama promulgada por el ambientalismo burgués fortalece el patriarcado heterosexual al situar a Pachamama como femenina y al «padre Cosmos» como masculino (Cabnal, 2010). En tal contexto, desde la óptica neomalthusiana del ambientalismo burgués, las mujeres empobrecidas indígenas, negras y campesinas no son solamente las principales responsables de las crisis ambientales «por reproducirse tanto», sino también de «reparar el daño causado al planeta» a través de fondos de ayuda para proyectos productivo, de conservación de ecosistemas o de mitigación y adaptación al cambio climático (Asambleas de Feministas Comunitarias, 2010; Ojeda et al., 2019). En el contexto de emergencia climática y de lo que Astrid Ulloa llama un «naturaleza climatizada», además, las intervenciones autoritarias en los espacios de vida indígenas, desde los espacios globales de negociación climática, son la norma (Ulloa, 2012). Basta recordar las intervenciones reportadas de REDD+ en Nigeria.

 

Conclusión

En su carta a Extinction Rebellion, la organización Wretched of the Earth señala: «Durante siglos el racismo, el sexismo y el clasismo han sido necesarios para mantener este sistema y han dado forma a las condiciones en las que nos encontramos». Un ambientalismo transformador necesita, por tanto, despojarse de su halo clasista, racista y machista; cuestionar posturas conservadoras y puritanas para pensar en la transición hacia un mundo sin explotación capitalista. La insólita situación a la que nos ha abocado el nuevo coronavirus es una oportunidad no solo para cuestionar la velocidad a la que opera el sistema y sus mismas estructuras, sino para experimentar que sí es posible producir menos, socializar las ganancias privadas y proteger lo público. Defender el ambientalismo como el espacio para pensar esa transición con justicia ecosocial demanda desterrar las sombras del ecofascismo, siempre demasiado listo para culpar a «la humanidad» abstracta y homogénea y para naturalizar la «limpieza social» en nombre de la preservación ambiental.

 

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* Docente del Área de Ambiente y Sustentabilidad de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador). Integrante del Colectivo de Geografía Crítica del Ecuador. E-mail: mel.moreano@gmail.com.

[1]. Sin embargo, hay que tener cuidado con el uso de este término, pues también ha sido utilizado para desvirtuar las luchas ecologistas.

[2]. Yasunidos es una organización que surgió en 2013 en Ecuador en respuesta al anuncio del entonces presidente Correa de poner fin a la Iniciativa Yasuní-ITT, un plan ambiental para evitar la extracción de petróleo de una parte del Parque Nacional Yasuní (el bloque ITT) en la Amazonía, a cambio de una compensación monetaria de la comunidad internacional.

[3]. Wretched of The Earth es un colectivo de organizaciones de bases indígenas, negras y «marrones» que representan a la diáspora del Sur Global (https://www.facebook.com/wotearth/).

[4]. Véase https://twitter.com/ExtinctionR/status/1242789939617714178?s=20.

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