martes, 2 de noviembre de 2021

“HIJXS DEL PURO PATRIARCADO.” Decis: Yo soy hetero, blanco y cristiano… Y me siento discriminado MILONGA que atrasa. De FRANCISCO ALVERO, EL JUGLAR

 



“HIJO DEL PURO PATRIARCADO.”


Yo soy hetero, blanco y cristiano… 

Y me siento discriminado


MILONGA que atrasa. 

De FRANCISCO ALVERO, EL JUGLAR


 RECITADO

“Yo soy hetero, hetero, blanco y cristiano,

 hijo feliz de este patriarcado. Y muy orgulloso estoy

  No soy oscurito, pobretón ni “marginalcito” 

Y les cuento ya un secretito a quién votaría yo?

Tengo un montón de candidatitos que son bonitos…

Pero si quieren mi referente, contesto ya:

 Micky Vainilla, Si, Micky Vainilla pero “El real.”

 

Saludo a todos, y me presento ya de este modo

Yo soy hetero, blanco y cristiano, hijo feliz de este patriarcado.

Yo no soy homo, homo sapiens sí, pero no del otro, quería aclarárselos!

Yo no soy bi, tampoco soy trans, menos eL Gi TiVi

O como sea que se pronuncie, no soy así!!!

Ya me acordé LGBT, que le voy a hacer?

 

Yo no soy planero, ni me alimento de la ubre del Estado…

Yo soy blanco, hetero y cristiano, y me siento discrimi’ now

Sin duda siento, que cuanto más derechos ganan ellos,

Más terreno voy perdiendo yo

Para poder “a gusto y piacere” discriminar,

Lo que está bien y lo que está mal. Y Lo que esta okey

Si está de moda, espero pronto que pase, yes.

 

ESTA MILONGA, ESTA MILONGA QUE ATRASA, QUE DA TRISTEZA Y DA RABIA,

DE UNA VEZ LA HEMOS DE CAMBIAR!

PARA BAILARLA, BAILARLA Y TAMBIÉN CANTARLA, DEBEMOS YA TRANSFORMARLA

SIN PRISA PERO SIN PAUSA, PARA VIVIR MÁS EN PAZ

PUES LA MILANGA O LA MILONGA COMO LA VIDA

SI NO LA DAMOS YA VUELTA, COMO UN ZAPATO SE QUEMARÁ!

 

RECITADO:

“La verdad… no me siento tan bien, ni me siento tan mal,

Aunque sé acomodarme en la incomodidad,

Luego me siento mejor,  y puedo ser mucho peor

Soy como el coronamiedo, producto del caos social

Y entre la confusión, discriminación total.”

 

Esa es Mi ley, pro libertad total. Pero hasta ahí nomás. Pero hasta ahí nomás.

No vaya ser, no vaya ser que está se confunda, con populismo, que cosa bruta. Ay, que me perdone dios

No vaya ser cosa, que atenten contra el status quo, Quiero decir que atenten contra mi libertad.

Mi libertad que se cotiza cada vez más.

 

Ya que suena muy cool, que viva, que viva siempre la libertad del status quo!

Libertad de mercado, si! otras libertades, no!

En realidad no conozco, nunca las he visto yo.

La libertad de morirse de hambre, que ejerzan ya

La libertad de ser “explotades” sin patalear

Esas libertades son las que adoro yo, de verdad

 

ESTA MILONGA, ESTA MILONGA QUE ATRASA, QUE DA TRISTEZA Y DA RABIA…

 

RECITADO:

“Muy a mi pesar he aprendido, aunque sea casi al final,

Que somos humanos, demasiado humanos,

Como diría Nietzsche y también el juglar  

Por eso, tal vez sea cierto, que sea mejor pensar antes de actuar

Y abrazar antes que discriminar”  

 

Tal vez debamos aprender a reflexionar, 

antes de hablar y de actuar, esa es la pura verdad!

Me da fatiga, y me causa mucha risa, tener empatía now, 

Pero esta milonga es del juglar y debo acatar

Porque sería una falta grave el no escuchar, 

como hijo… del patriarcado me costará!



 

¿FEMINISTAS PATRIARCALES?

Manifiesto 7M: ante el blanqueamiento feminista, rebeldía antirracista!

Este 7M, mujeres, lesbianas, trans*, sexo-género disidentes migrades y racializades alzamos nuestras voces, frente a una nueva convocatoria de huelga y paro internacional.

En estos días es reiterativo ver un llamamiento a adherirse a la huelga. Nos preguntamos: quiénes hablan, en nombre de quiénes lo hacen, quienes callan, a quiénes no escuchan, quiénes paran.

Cuestionamos la huelga, pues creemos que se trata de una forma de lucha eurocentrada que no responde ni a las necesidades ni a las formas de hacer de muches de nosotres. Una vez más vemos cómo el feminismo blanco exporta o impulsa esta movilización, delimita las formas de lucha y agendas, para que otres nos sumemos, intentando convencernos de su importancia.

Problematizamos la huelga porque no queremos poner en el centro de nuestra lucha el trabajo, consumo, cuidado, educación sin cuestionar profundamente estas nociónes. El trabajo es uno de los ejes sobre los que se asienta el sistema racista, machista y capitalista en el que vivimos. La división del trabajo no solo tiene género sino también raza y clase. Mientras que desde el feminismo blanco se cuestiona la brecha salarial o el techo de cristal, no es casual que los trabajos menos valorados lo realicemos las personas migradas y racializadas. No queremos reivindicar un modelo que produce jerarquías coloniales.

Vemos que nuevamente ha tomado fuerza esta fecha como un día para celebrar el hecho de ser “mujer”. Bajo la extendida premisa de la supuesta unidad en la diversidad, se celebra una fiesta sin detenerse a cuestionar en profundidad las desigualdades y los mecanismos estructurales e institucionales que reproducen el racismo. Para que el racismo desaparezca no es suficiente nombrarnos antirracistas o poner una foto de Angela Davis en el cartel, sino cambiar radicalmente nuestras prácticas, maneras de pensar y de vivir.

Desde nuestras luchas diarias cuestionamos la supremacía racista de la que el feminismo blanco es parte y se beneficia; disfraza la violencia de machismo para no reconocer el racismo estructural e institucional que golpea a les mujeres, lesbianas, trabajadoras sexuales, trans*, sexo genero disidentes migrades y racializades. Nos preguntamos: ¿A quiénes se despoja de sus territorios, de sus saberes, de sus recursos? ¿A quiénes, aun habiendo nacido aquí, se insiste en tratarles como extranjeres? ¿Quiénes somos sus objetos de estudio y caridad?¿A quiénes las leyes de extranjería, las políticas migratorias y de muerte de la Europa Fortaleza cosifican, niegan los derechos y deshumanizan constantemente?

Como nos han enseñado las luchas anticoloniales históricas y actuales en el Sur global, queremos poner en el centro: la vida en todas sus formas. Para pensar colectivamente cómo generar alternativas de transformación donde todas podamos vivir en esta ciudad. No solo para tener una vida digna, sino una vida gozosa, rebelde, intensa y desobediente. Donde nuestra vida no genere muerte, exclusión y despojo a otras personas, pueblos, territorios y mundos.

CONTRA EL CAPITALISMO RACIAL, LUCHA ANTICOLONIAL!
LA LEY DE EXTRANJERÍA MATA!
QUEREMOS REPARACIÓN, NO INTEGRACIÓN!
HAZTE CARGO, DIVERSIDAD NO ES EQUIDAD!
NO MÁS FEMINISMO BLANCO APROPIACIONISTA!
ANTE EL BLANQUEAMIENTO FEMINISTA, REBELDÍA ANTIRRACISTA!



¿Qué es el Patriarcado?

El patriarcado es el miedo. El que te da volver sola a casa de noche. El que te da cruzarte con un desconocido por la calle, a oscuras. El miedo que te da decir que no o que sí a las cosas que te propone tu amante. El miedo a que llegue el día de tu violación, ese que tenemos casi tan asumido como el de nuestra muerte.

El patriarcado es la ignorancia. Ignorar que si una mujer aparece muerta al lado de su marido, con signos de violencia, no hacen falta forenses que dictaminen “violencia de género”, porque nosotras ya lo sabemos. Ignorar que el asesinato sistemático de mujeres no es algo que les pasa a las que eligieron mal, sino a las que eligieron no seguir obedeciendo. Ignorar que detrás de todos los hombres capaces de torturar y de asesinar mujeres, hay un montón de hombres y de mujeres que se ríen con los chistes sexistas, frivolizan con la violencia machista o consideran que las mujeres estamos “donde tenemos que estar”.

El patriarcado es el malestar. Ese que no sabes describir, pero que sientes cuando algunas miradas te desnudan, cuando algunas frases te desautorizan, cuando te ves haciendo cosas que no te gustan, pero que consideras tu obligación; cuando tu círculo juzga y sentencia tus decisiones vitales, cuando te toca cuidar a todo el mundo, cuanto te tratan como a una niña, o como a un adorno.

El patriarcado te ha tocado cada una de las veces que has tenido la sensación de que el mundo no está hecho para ti. Cuando las canciones, el trabajo, las reuniones, las películas, los espacios de poder, los bares, los talleres mecánicos, los bancos, los libros, los deportes, los hospitales, los medios de comunicación, te han hecho sentir como un ser irrelevante, invitada en este gran sistema hecho por y para los hombres.

Si eres tú, y somos todas, y todos, ¿cuándo empezamos a desmantelarlo?


El origen del patriarcado (I)


-Gerda Lerner 

El patriarcado es una creación histórica elaborada por hombres y mujeres en un proceso que tardó casi 2 500 años en completarse. La primera forma del patriarcado apareció en el estado arcaico. La unidad básica de su organización era la familia patriarcal, que expresaba y generaba constantemente sus normas y valores. Hemos visto de qué manera tan profunda influyeron las definiciones del género en la formación del Estado. Ahora demos un breve repaso de la forma en que se creó, definió e implantó el género.

Las funciones y la conducta que se consideraba que eran las apropiadas a cada sexo venían expresadas en los valores, las costumbres, las leyes y los papeles sociales. También se hallaban representadas, y esto es muy importante, en las principales metáforas que entraron a formar parte de la construcción cultural y el sistema explicativo.

La sexualidad de las mujeres, es decir, sus capacidades y servicios sexuales y reproductivos, se convirtió en una mercancía antes incluso de la creación de la civilización occidental. El desarrollo de la agricultura durante el periodo neolítico impulsó el «intercambio de mujeres» entre tribus, no solo como una manera de evitar guerras incesantes mediante la consolidación de alianzas matrimoniales, sino también porque las sociedades con más mujeres podían reproducir más niños. A diferencia de las necesidades económicas en las sociedades cazadoras y recolectoras, los agricultores podían emplear mano de obra infantil para incrementar la producción y estimular excedentes. El colectivo masculino tenía unos derechos sobre las mujeres que el colectivo femenino no tenía sobre los hombres. Las mismas mujeres se convirtieron en un recurso que los hombres adquirían igual que se adueñaban de las tierras. Las mujeres eran intercambiadas o compradas en matrimonio en provecho de su familia; más tarde se las conquistaría o compraría como esclavas, con lo que las prestaciones sexuales entrarían a formar parte de su trabajo y sus hijos serían propiedad de sus amos. En cualquier sociedad conocida los primeros esclavos fueron las mujeres de grupos conquistados, mientras que a los varones se les mataba. Solo después que los hombres hubieran aprendido a esclavizar a las mujeres de grupos catalogados como extraños supieron cómo reducir a la esclavitud a los hombres de esos grupos y, posteriormente, a los subordinados de su propia sociedad.

De esta manera la esclavitud de las mujeres, que combina racismo y sexismo a la vez, precedió a la formación y a la opresión de clases. Las diferencias de clase estaban en sus comienzos expresadas y constituidas en función de las relaciones patriarcales. La clase no es una construcción aparte del género, sino que más bien la clase se expresa en términos de género.

Hacia el segundo milenio a. C. en las sociedades mesopotámicas las hijas de los pobres eran vendidas en matrimonio o para prostituirlas a fin de aumentar las posibilidades económicas de su familia. Las hijas de hombres acaudalados podían exigir un precio de la novia, que era pagado a su familia por la del novio, y que frecuentemente permitía a la familia de ella concertar matrimonios financieramente ventajosos a los hijos varones, lo que mejoraba la posición económica de la familia. Si un marido o un padre no podían devolver una deuda, podían dejar en fianza a su esposa e hijos que se convertían en esclavos por deudas del acreedor. Estas condiciones estaban tan firmemente establecidas hacia 1750 a. C. que la legislación hammurábica realizó una mejora decisiva en la suerte de los esclavos por deudas al limitar su prestación de servicios a tres años, mientras que hasta entonces había sido de por vida.

Los hombres se apropiaban del producto de ese valor de cambio dado a las mujeres: el precio de la novia, el precio de venta y los niños. Puede perfectamente ser la primera acumulación de propiedad privada. La reducción a la esclavitud de las mujeres de tribus conquistadas no solo se convirtió en un símbolo de estatus para los nobles y los guerreros, sino que realmente permitía a los conquistadores adquirir riquezas tangibles gracias a la venta o el comercio del producto del trabajo de las esclavas y su producto reproductivo: niños en esclavitud.

Claude Lévi-Strauss, a quien debemos el concepto de «el intercambio de mujeres», habla de la cosificación de las mujeres que se produjo a consecuencia de lo primero. Pero lo que se cosifica y lo que se convierte en una mercancía no son las mujeres. Lo que se trata así es su sexualidad y su capacidad reproductiva. La distinción es importante. Las mujeres nunca se convirtieron en «cosas» ni se las veía de esa manera.

Las mujeres, y no importa cuán explotadas o cuánto se haya abusado de ellas, conservaban su poder de actuación y de elección en el mismo grado, aunque más limitado, que los hombres de su grupo. Pero ellas, desde siempre y hasta nuestros días, tuvieron menos libertad que los hombres. Puesto que su sexualidad, uno de los aspectos de su cuerpo, estaba controlada por otros, las mujeres, además de estar en desventaja física, eran reprimidas psicológicamente de una manera muy especial. Para ellas, al igual que para los hombres de grupos subordinados y oprimidos, la historia consistió en la lucha por la emancipación y en la liberación de la situación de necesidad. Pero las mujeres lucharon contra otras formas de opresión y dominación distintas que las de los hombres, y su lucha, hasta la actualidad, ha quedado por detrás de ellos.

El primer papel social de las mujeres definido según el género fue ser las que eran intercambiadas en transacciones matrimoniales. El papel genérico anverso para los hombres fue el de ser los que hacían el intercambio o que definían sus términos. Otro papel femenino definido según el género fue el de esposa «suplente», que se creó e institucionalizó para las mujeres de la élite. Este papel les confería un poder y unos privilegios considerables pero dependía de que estuvieran unidas a hombres de la élite como mínimo, en que cuando les prestaran servicios sexuales y reproductivos lo hicieran de forma satisfactoria. Si una mujer no cumplía esto que se pedía de ella, era rápidamente sustituida, por lo que perdía todos sus privilegios y posición.

El papel de guerrero, definido según el género, hizo que los hombres lograran tener poder sobre los hombres y las mujeres de las tribus conquistadas. Estas conquistas motivadas por las guerras generalmente ocurrían con gentes que se distinguían de los vencedores por la raza, por la etnia o simplemente diferencias de tribu. En un principio, la «diferencia» como señal de distinción entre los conquistados y los conquistadores estaba basada en la primera diferencia clara observable, la existente entre sexos. Los hombres habían aprendido a vindicar y ejercer el poder sobre personas algo distintas a ellos con el intercambio primero de mujeres. Al hacerlo obtuvieron los conocimientos necesarios para elevar cualquier clase de «diferencia» a criterio de dominación.

Desde sus inicios en la esclavitud, la dominación de clases adoptó formas distintas en los hombres y las mujeres esclavizados: los hombres eran explotados principalmente como trabajadores; las mujeres fueron siempre explotadas como trabajadoras, como prestadoras de servicios sexuales y como reproductoras. Los testimonios históricos de cualquier sociedad esclavista nos aportan pruebas de esta generalización. Se puede observar la explotación sexual de las mujeres de clase inferior por hombres de la clase alta en la antigüedad, durante el feudalismo, en las familias burguesas de los siglos XIX y XX en Europa y en las complejas relaciones de sexo/raza entre las mujeres de los países colonizados y los colonizadores: es universal y penetra hasta lo más hondo. La explotación sexual es la verdadera marca de la explotación de clase en las mujeres.

En cualquier momento de la historia cada «clase» ha estado compuesta por otras dos clases distintas: los hombres y las mujeres. La posición de clase de las mujeres se consolida y tiene una realidad a través de sus relaciones sexuales. Siempre estuvo expresada por grados de falta de libertad en una escala que va desde la esclava, con cuyos servicios sexuales y reproductivos se comercia del mismo modo que con su persona; a la concubina esclava, cuya prestación sexual podía suponerle subir de estatus o el de sus hijos; y finalmente la esposa «libre», cuyos servicios sexuales y reproductivos a un hombre de la clase superior la “autorizaba” a tener propiedades y derechos legales. Aunque cada uno de estos grupos tenga obligaciones y privilegios muy diferentes en lo que respecta a la propiedad, la ley y los recursos económicos, comparten la falta de libertad que supone estar sexual y reproductivamente controladas por hombres.

Podemos expresar mejor la complejidad de los diferentes niveles de dependencia y libertad femeninos si comparamos a cada mujer con su hermano y pensamos en como difieren las vidas y oportunidades de una y otro.

Entre los hombres, la clase estaba y está basada en su relación con los medios de producción: aquellos que poseían los medios de producción podían dominar a quienes no los poseían. Los propietarios de los medios de producción adquirían también la mercancía de cambio de los servicios sexuales femeninos, tanto de mujeres de su misma clase como de las de clases subordinadas. En la antigua Mesopotamia, en la antigüedad clásica y en las sociedades esclavistas, los hombres dominantes adquirían también, en concepto de propiedad, el producto de las capacidades reproductivas de las mujeres subordinadas: niños, que harían trabajar, con los que comerciarían, a los que casarían o venderían como esclavos, según viniera al caso. Respecto a las mujeres, la clase está mediatizada por sus lazos sexuales con un hombre. A través de un hombre las mujeres podían acceder o se les negaba el acceso a los medios de producción y los recursos. A través de su conducta sexual se produce su pertenencia a una clase. Las mujeres «respetables» pueden acceder a una clase gracias a sus padres y maridos, pero romper con las normas sexuales puede hacer que pierdan de repente la categoría social. La definición por género de «desviación» sexual distingue a una mujer como «no respetable», lo que de hecho la asigna al estatus más bajo posible. Las mujeres que no prestan servicios heterosexuales (como las solteras, las monjas o las lesbianas) están vinculadas a un hombre dominante de su familia de origen y a través de él pueden acceder a los recursos. O, de lo contrario, pierden su categoría social. En algunos períodos históricos, los conventos y otros enclaves para solteras crearon un cierto espacio de refugio en el cual esas mujeres podían actuar y conservar su respetabilidad. Pero la amplia mayoría de las mujeres solteras están, por definición, al margen y dependen de la protección de sus parientes varones. Es cierto en toda la historia hasta la mitad del siglo XX en el mundo occidental, y hoy día todavía lo es en muchos de los países subdesarrollados. El grupo de mujeres independientes y que se mantienen a sí mismas que existe en cada sociedad es muy pequeño y, por lo general, muy vulnerable a los desastres económicos.

La opresión y la explotación económicas están tan basadas en dar un valor de mercancía a la sexualidad femenina y en la apropiación por parte de los hombres de la mano de obra de la mujer y su poder reproductivo, como en la adquisición directa de recursos y personas.

El estado arcaico del antiguo Próximo Oriente surgió en el segundo milenio a. C. de las dos raíces hermanas del dominio sexual de los hombres sobre las mujeres y de la explotación de unos hombres por otros. Desde su comienzo, el estado arcaico estuvo organizado de tal manera que la dependencia del cabeza de familia, del rey o de la burocracia estatal se veía compensada por la dominación que ejercía sobre su familia. Los cabezas de familia distribuían los recursos de la sociedad entre su familia de la misma manera que el Estado les repartía a ellos los recursos de la sociedad. El control de los cabeza de familia sobre sus parientes femeninas y sus hijos menores era tan vital para la existencia del Estado como el control del rey sobre sus soldados. Ello está reflejado en las diversas recopilaciones jurídicas mesopotámicas, especialmente en el gran numero de leyes dedicadas a la regulación de la sexualidad femenina.

Desde el segundo milenio a. C. en adelante, el control de la conducta sexual de los ciudadanos ha sido una de las grandes medidas de control social en cualquier sociedad estatal. A la inversa, dentro de la familia, la dominación sexual recrea constantemente la jerarquía de clases. Independientemente de cual sea el sistema político o económico, el tipo de personalidad que puede funcionar en un sistema jerárquico está creado y nutrido en el seno de la familia patriarcal.

La familia patriarcal ha sido extraordinariamente flexible y ha variado según la época y los lugares. El patriarcado oriental incluía la poligamia y la reclusión de las mujeres en harenes. El patriarcado en la antigüedad clásica y en su evolución europea esta basado en la monogamia, pero en cualquiera de sus formas formaba parte del sistema el doble estándar sexual que iba en detrimento de la mujer. En los modernos estados industriales, como por ejemplo Estados Unidos, las relaciones de propiedad en el interior de la familia se desarrollan dentro de una línea más igualitaria que en aquellos donde el padre posee una autoridad absoluta y, sin embargo, las relaciones de poder económicas y sexuales dentro de la familia no cambian necesariamente. En algunos casos, las relaciones sexuales son mas igualitarias aunque las económicas sigan siendo patriarcales; en otros, se produce la tendencia inversa. En todos ellos, no obstante, estos cambios dentro de la familia no alteran el predominio masculino sobre la esfera pública, las instituciones y el gobierno.

La familia es el mero reflejo del orden imperante en el Estado y educa a sus hijos para que lo sigan, con lo que crea y refuerza constantemente ese orden. Hay que señalar que cuando hablamos de las mejoras relativas en el estatus femenino dentro de una sociedad determinada, frecuentemente ello tan solo significa que presenciamos unas mejoras de grado, ya que su situación les ofrece la oportunidad de ejercer cierta influencia sobre el sistema patriarcal. En aquellos lugares en que las mujeres cuentan relativamente con un mayor poder económico, pueden tener algún control más sobre sus vidas que en aquellas sociedades donde no lo tienen. Asimismo, la existencia de grupos femeninos, asociaciones o redes económicas sirve para incrementar la capacidad de las mujeres para contrarrestar los dictámenes de su sistema patriarcal concreto. Algunos antropólogos e historiadores han llamado «libertad» femenina a esta relativa mejora. Dicha denominación es ilusoria e injustificada. Las reformas y los cambios legales, aunque mejoren la condición de las mujeres y sean parte fundamental de su proceso de emancipación, no van a cambiar de raíz el patriarcado. Hay que integrar estas reformas dentro de una vasta revolución cultural a fin de transformar el patriarcado y abolirlo.

El sistema patriarcal solo puede funcionar gracias a la cooperación de las mujeres. Esta cooperación le viene avalada de varias maneras: la inculcación de los géneros; la privación de la enseñanza; la prohibición a las mujeres a que conozcan su propia historia; la división entre ellas al definir la «respetabilidad» y la «desviación» a partir de sus actividades sexuales; mediante la represión y la coerción total; por medio de la discriminación en el acceso a los recursos económicos y el poder político; y al recompensar con privilegios de clase a las mujeres que se conforman.

Durante casi cuatro mil años las mujeres han desarrollado sus vidas y han actuado a la sombra del patriarcado, concretamente de una forma de patriarcado que podría definirse mejor como dominación paternalista. El término describe la relación entre un grupo dominante, al que se considera superior, y un grupo subordinado, al que se considera inferior, en la que la dominación queda mitigada por las obligaciones mutuas y los deberes recíprocos. El dominado cambia sumisión por protección, trabajo no remunerado por manutención. En la familia patriarcal, las responsabilidades y las obligaciones no están distribuidas por un igual entre aquellos a quienes se protege: la subordinación de los hijos varones a la dominación paterna es temporal; dura hasta que ellos mismos pasan a ser cabezas de familia. La subordinación de las hijas y de la esposa es para toda la vida. Las hijas únicamente podrán escapar a ella si se convierten en esposas bajo el dominio/la protección de otro hombre. La base del paternalismo es un contrato de intercambio no consignado por escrito: soporte económico y protección que da el varón a cambio de la subordinación en cualquier aspecto, los servicios sexuales y el trabajo doméstico no remunerado de la mujer. Con frecuencia la relación continúa, de hecho y por derecho, incluso cuando la parte masculina ha incumplido sus obligaciones.

Fue una elección racional por parte de las mujeres, en las condiciones de inexistencia de un poder público y de dependencia económica, el escoger protectores fuertes para sí y sus hijos. Las mujeres siempre compartieron los privilegios clasistas de los hombres de la misma clase mientras se encontraran bajo la «protección» de alguno. Para aquellas que no pertenecían a la clase baja, el «acuerdo mutuo» funcionaba del siguiente modo: a cambio de vuestra subordinación sexual, económica, política e intelectual a los hombres, podréis compartir el poder con los de vuestra clase para explotar a los hombres y las mujeres de clase inferior. Dentro de una sociedad de clases es difícil que las personas que poseen cierto poder, por muy limitado y restringido que este sea, se vean a sí mismas privadas de algo y subordinadas. Los privilegios clasistas y raciales sirven para minar la capacidad de las mujeres para sentirse parte de un colectivo con una coherencia, algo que en verdad no son, pues de entre todos los grupos oprimidos únicamente las mujeres están presentes en todos los estratos de la sociedad. La formación de una conciencia femenina colectiva debe desarrollarse por otras vías. Esta es la razón por la cual las formulaciones teóricas que han sido de ayuda a otros grupos oprimidos sean tan inadecuadas para explicar y conceptuar la subordinación de las mujeres.

Las mujeres han participado durante milenios en el proceso de su propia subordinación porque se las ha moldeado psicológicamente para que interioricen la idea de su propia inferioridad. La ignorancia de su misma historia de luchas y logros ha sido una de las principales formas de mantenerlas subordinadas.

La estrecha conexión de las mujeres con las estructuras familiares hizo que cualquier intento de solidaridad femenina y cohesión de grupo resultara extremadamente problemático. Toda mujer estaba vinculada a los parientes masculinos de su familia de origen a través de unos lazos que conllevaban unas obligaciones específicas. Su adoctrinamiento, desde la primera infancia en adelante, subrayaba sus obligaciones no solo de hacer una contribución económica a sus parientes y allegados, sino también de aceptar un compañero para casarse acorde con los intereses familiares. Otra manera de explicarlo es decir que el control sexual de la mujer estaba ligado a la protección paternalista y que, en las diferentes etapas de su vida, ella cambiaba de protectores masculinos sin superar nunca la etapa infantil de estar subordinada y protegida.

Las condiciones reales de su estatus de subordinación impulsaron a otras clases y a otros grupos oprimidos a crear una conciencia colectiva. El esclavo y la esclava podían trazar claramente una línea entre los intereses y los lazos con su familia y los ligámenes de servidumbre/protección que le vinculaban a su amo. En realidad, la protección de los padres esclavos de su familia frente al amo fue una de las causas más importantes de la resistencia esclavista. Por otro lado, las mujeres «libres» aprendieron pronto que sus parientes las expulsarían si alguna vez se rebelaban contra su dominio. En las sociedades campesinas tradicionales se han registrado muchos casos en los que miembros femeninos de una familia toleraban o incluso participan en el castigo, las torturas, inclusive la muerte, de una joven que ha transgredido el «honor» familiar. En tiempos bíblicos, la comunidad entera se reunía para lapidar a la adúltera hasta matarla. Prácticas similares prevalecieron en Sicilia, Grecia, Albania hasta entrado el siglo XX. Los padres y maridos de Bangladesh expulsaron a sus hijas y esposas que habían sido violadas por los soldados invasores, arrojándolas a la prostitución. Así pues, a menudo las mujeres se vieron forzadas a huir de un «protector» por otro, y su «libertad» frecuentemente se definía solo por su habilidad para manipular a dichos protectores. El impedimento más importante al desarrollo de una conciencia colectiva entre las mujeres fue la carencia de una tradición que reafirmase su independencia y su autonomía en alguna época pasada. Por lo que nosotras sabemos, nunca ha existido una mujer o un grupo de mujeres que hayan vivido sin la protección masculina.

Nunca ha habido un grupo de personas como ellas que hubiera hecho algo importante por sí mismas. Las mujeres no tenían historia, eso se les dijo y eso creyeron. Por tanto, en última instancia, la hegemonía masculina dentro del sistema de símbolos fue lo que situó de forma decisiva a las mujeres en una posición desventajosa.

La hegemonía masculina en el sistema de símbolos adoptó dos formas: la privación de educación a las mujeres y el monopolio masculino de las definiciones. Lo primero sucedió de forma inadvertida, más como una consecuencia de la dominación de clases y de la llegada al poder de las élites militares. Durante toda la historia han existido siempre vías de escape para las mujeres de las clases elitistas, cuyo acceso a la educación fue uno de los principales aspectos de sus privilegios de clase. Pero el dominio masculino de las definiciones ha sido deliberado y generalizado, y la existencia de unas mujeres muy instruidas y creativas apenas ha dejado huella después de cuatro mil años.

Hemos presenciado cómo los hombres se apropiaron y luego transformaron los principales símbolos de poder femeninos: el poder de la diosa-madre y el de las diosas de la fertilidad. Hemos visto que los hombres elaboraban teologías basadas en la metáfora irreal del poder de procreación masculino y que redefinieron la existencia femenina de una forma estricta y de dependencia sexual. Por último, hemos visto cómo las metáforas del género han representado al varón como la norma y a la mujer como la desviación; el varón como un ser completo y con poderes, la mujer como ser inacabado, mutilado y sin autonomía. Conforme a estas construcciones simbólicas, fijadas en la filosofía griega, las teologías judeocristianas y la tradición jurídica sobre las que se levanta la civilización occidental, los hombres han explicado el mundo con sus propios términos y han definido cuales eran las cuestiones de importancia para convertirse así en el centro del discurso.

Al hacer que el término «hombre» incluya el de «mujer» y de este modo se arrogue la representación de la humanidad, los hombres han dado origen en su pensamiento a un error conceptual de vastas proporciones. Al tomar la mitad por el todo, no solo han perdido la esencia de lo que estaban describiendo, sino que lo han distorsionado de tal manera que no pueden verlo con corrección. Mientras los hombres creyeron que la tierra era plana no pudieron entender su realidad, su función y la verdadera relación con los otros cuerpos celestes. Mientras los hombres crean que sus experiencias, su punto de vista y sus ideas representan toda la experiencia y todo el pensamiento humanos, no solo serán incapaces de definir correctamente lo abstracto, sino que no podrán ver la realidad tal y como es.

La falacia androcéntrica, elaborada en todas las construcciones mentales de la civilización occidental, no puede ser rectificada «añadiendo» simplemente a las mujeres. Para corregirla es necesaria una reestructuración radical del pensamiento y el análisis, que de una vez por todas acepte el hecho de que la humanidad está formada hombres y mujeres a partes iguales, y que las experiencias, los pensamientos y las ideas de ambos sexos han de estar representados en cada una de las generalizaciones que se haga sobre los seres humanos.


Texto tomado de La creación del patriarcado (1986), capítulo 11, de Gerda Lerner. Tomado de Culturamas.

Gerda Lerner

Historiadora y escritora estadounidense nacida en Austria. Además de sus numerosas publicaciones académicas, escribió poesía, ficción, piezas de teatro, guiones y una autobiografía.Fue una de las fundadoras de la rama de Historia de las mujeres.




Ferni de Gyldenfeldt, primera cantante trans no binaria de folklore en llegar al Pre-Cosquín



© Sandra Cartasso "Las dos cosas son importantes: cantar a Susy Shock y a Teresa Parodi", dice Ferni.

“La patria es una niña pobre y a veces también reclama”. La voz profunda y abierta. Los brazos en alto. Las manos que pasan del puño apretado a una caricia del aire. Como con la voz, esas manos describen dos estados de ánimo de la canción y de la interpretación: la dulzura y la fuerza. Ferni de Gyldenfeldt termina su presentación en la final del Pre-Cosquín en la Plaza Próspero Molina con “Como de Zamba”, de Susy Shock y Leopoldo Caracoche, en un momento que parte la historia del festival en dos. “Cantar en ese escenario, con lo que representa el folklore en nuestro país, donde las expresiones sobre lo que puede o no puede o debe o no debe hacer un hombre o una mujer suelen ser tan rígidas, poder visualizar esta identidad no binaria por primera vez en un festival como Cosquín, yo lo señalo como un triunfo. Aunque en esta oportunidad no haya ganado el certamen, creo que hemos ganado todes como sociedad”, celebra hoy De Gyldenfeldt. Y tiene por qué.

La historia comenzó el año pasado, cuando esta artista se presentó para participar del Pre-Cosquín, y se encontró con la imposibilidad de anotarse por su identidad y expresión de género. Hizo la denuncia en el INADI y la cosa tomó el curso legal. La organización del festival finalmente tuvo que modificar las categorías de voces “femenina” y “masculina” para crear el rubro “solista vocal”. Ferni pudo entonces participar del concurso. Ganó en la sede de CABA y tuvo la oportunidad de cantar frente al gran público en la final en suelo cordobés.

El camino profesional de esta cantora comenzó de muy joven, con la fascinación, junto a su hermana gemela Luchi, por la ópera. Pasaban fines de semana enteros escuchando esas músicas que las enloquecían. Hijas de una pareja de filósofos, en su casa obtuvieron desde chicas el combustible cultural que las llevó rápidamente por el camino del arte. A los 15 años, Ferni comenzó su formación en el Conservatorio Superior de Música “Astor Piazzolla”, donde completó la tecnicatura en Guitarra. Más adelante, se anotó para estudiar la Licenciatura en Canto lírico en la UNA. En ese recorrido fue descubriendo la identidad de su voz: la de una feminidad trans no binaria con registro de barítono, que abraza todos los matices femeninos, sus sutilezas, recursos, posibilidades y quiebres.

Opera Queer, junto a su hermana Luchi; Allpa Munay, cuarteto con el que grabó un disco de canciones inéditas o muy poco difundidas de Atahualpa Yupanqui; Folklore en Transición, junto a Nahuel Quipildor y Mailén Eliges, y Nuestrans Canciones, el proyecto impulsado por Susy Shock y Javiera Fantin que se materializó en el primer cancionero travesti trans no binario del país, son los hitos en el camino que recorrió Ferni hasta llegar a Cosquín, con una propuesta estética, artística y política dispuesta a discutir todos los binarismos.

Después de la intensa investigación y el trabajo sobre la obra de Atahualpa Yupanqui, comencé a interesarme en otro tipo de repertorio, a reversionar obras del cancionero popular argentino, a buscar, identificarme en las letras cambiando género, resignificando los sentidos. Imaginate cuando canto ‘Con hilos de libertad, téjame un tiempo infinito donde no cueste la vida’ (“La Celedonia Batista”, de Teresa Parodi), yo, cantora trans no binaria, que me sigo preguntando dónde está Tehuel, dónde están los compañeros, compañeras, compañeres que no llegaron a sus casas”, reflexiona la artista.

Sin embargo, su inquietud y su militancia la llevaron a buscar más allá del repertorio del folklore más conocido. “Desde el año pasado indago en las músicas de disidencias sexuales y de género, que son las que elijo cantar en este presente, en esta fusión que tiene que ver no solamente con mi voz o mi identidad no binaria, sino con letras y poesías que utilizan una zamba, una chacarera, un huaynito, esos estilos que son tan tradicionales, tan históricos, tan arraigados a algo conservador, de un pasado tan grande, en esas nuevas canciones que hablan de nuestros dolores, nuestras alegrías, nuestras transiciones. Es una manera de decir aquí estamos, somos el devenir. Mostrar en el folklore eso tan potente que habla de nuestra identidad. Es un momento histórico de decir no nos escondemos más”.

En ese camino, Ferni se impuso una doble responsabilidad: la de difundir obra de artistas del colectivo travesti trans y la de mostrar que las canciones tradicionales pueden ser interpretadas por artistas disidentes y resignificarlas. Observa la particularidad del momento que vive y es consciente de la oportunidad que le cabe: “Hoy estamos en el centro de la escena de la vida social, política y cultural. Yo soy cantora de este presente. Eso también significa reversionar las canciones que nos hicieron felices durante tanto tiempo. Las dos cosas son importantes: cantar a Susy y a Teresa Parodi. ¿Cómo no terminar una actuación en el escenario Armando Tejada Gómez cantando 'Canción con todes'? ¿Sabés la potencia que tiene hoy que una identidad trans no binaria cante ‘para que luchen todes, de país en país, por la paz’? En esa letra y esa 'e', el mensaje político, la resignificación que hacemos nosotres es muy impactante, pero lo más hermoso es volver a ver la fuerza de un poeta tan gigante que hizo esta canción hace sesenta años y que lo seguimos homenajeando como una persona que pensó una América libre, un mundo sin ataduras, entonces hacés una unión del presente en libertad que queremos con el pasado de estas personas que soñaban un mundo libre”, dice Ferni y se emociona.

Dueña de un discurso que va más allá de las reivindicaciones de género, De Gyldenfeldt promueve una propuesta más amplia, en la que la libertad es la idea fuerza. “Cuando te unís en los deseos más legítimos de un mundo más libre, construís resignificando y amplificando ese legado. En definitiva, mi disidencia es sexual y de género, pero también es disidencia de un sistema que oprime, que extrae, que cohíbe nuestros deseos. ¿Qué idea tiene para la humanidad Piter Robledo? ¿Sos marica? ¿Sos funcionario macrista? ¿Estuviste en Casa Rosada hablando con neonazis? Me chupa un genital trans tu disidencia, entonces. ¡Yo no soy parte de eso! Hay que estar alertas. Que nos visibilicen es ganancia, porque hay personas que no tienen acceso o referencias y ven de repente una posibilidad de realidad, se genera un canal para que alguien se plantee cosas o para que simplemente se entere de que el mundo es diverso. Pero luego observamos que cuando la inclusión de nuestras identidades se vuelve forzada, nos convierten en un tema o un motivo obligado para no perder público, para traccionar un consumo: ahí hay que estar atentes. Que gobiernos neoliberales impulsen acciones como un festival queer, que se vuelva algo que tiene que ver con el sistema y con el mercado, tiene que hacernos ruido”.





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