Documentos desclasificados revelan estrategia para desmoralizar a los soldados que lucharon en las islas
Abril de 1982 en las Islas Malvinas. ¡¡Islas de
condenados!!, lee un soldado argentino en un pequeño papel impreso en
letras rojas que acaba de recoger en los cerros de Monte Longdon. Hay
cientos de ellos desparramados entre los arbustos achaparrados por el
frío y el viento. Debajo de ese titular de reminiscencias dantescas hay
un pequeño texto: “Soldados de las fuerzas argentinas: están Uds.
completamente a solas. Desde su patria no hay esperanza de relevo o
ayuda. Pronto caerán sobre ustedes los rigores de un invierno cruel y
despiadado […] Sus familias viven en el tremendo terror de que nunca
volverán a verlos”. El soldado no lo sabe, pero acaba de dar con el
producto de una elaborada
o guerra psicológica ideada en
Londres para minar su moral y convencerlo de que lo mejor es entregarse
a las fuerzas británicas
Un panfleto como aquel que leyó el soldado argentino está entre las
189 páginas de documentos que bajo el rótulo de “ultrasecretos” acaba de
desclasificar el ministerio de Defensa del Reino Unido. Los textos,
publicados por
revelan los detalles de una guerra
psicológica hasta ahora apenas conocida. El Grupo Especial de Proyectos
(GEP) tuvo la misión de engañar a los soldados que la dictadura
argentina había desplegado en Malvinas a partir del 2 de abril de 1982.
El eje de la campaña fue convencer a esos jóvenes que apenas tenían 18
años de que sus jefes eran unos ineptos que, más temprano que tarde, los
dejarían abandonados en Malvinas, a merced del frío, mal pertrechados y
cerca de morir de hambre. Desertar era la mejor solución para terminar
con esos padecimientos y reencontrarse con esa familia que los esperaba
en el continente con una cama caliente.
“Yo he tenido en la mano esos panfletos”, dice a EL PAÍS Mario Volpe,
presidente del Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas (CECIM
La Plata. “Aparecían tirados por ahí en medio del campo, desparramados desde algún avión o tal vez por los mismos
.
Yo estuve en Monte Longdon, a 14 kilómetros del pueblo, y algunas veces
encontré panfletos en los cerros. Los recuerdo de color rojo, con tres o
cuatro textos diferentes. Uno era el de la isla de condenados y
recuerdo otro que hablaba de los Beatles. El mensaje era algo así como
“compartimos la misma música cuando éramos jóvenes, qué sentido tiene
ahora que peleemos’. Todos giraban alrededor de la misma idea: ‘No
pierdas el tiempo peleando por estas islas”, explica.
El GEP imprimió unos 12.000 panfletos de propaganda
“desmoralizadora”. Además de los Beatles y la “Isla de condenados”, un
tercer modelo apelaba a la derrota de guarniciones argentinas para
advertir sobre las consecuencias de la resistencia. Usaron para ello la
foto del capitán Alfredo Astiz, luego famoso por su participación en la
identificación y asesinato de integrantes de Madres de Plaza de
Mayo durante el terrorismo de Estado. El soldado veía a Astiz cuando
entregaba las armas en las islas Georgias del Sur. “Tus valerosos
compañeros de armas ubicados hace poco en las islas Georgia del Sur han
vuelto a su tierra patria. Fotografías de ellos recibiendo la bienvenida
con honores militares y reunidos con sus seres queridos han aparecido
en todos los periódicos”, dice el panfleto en manos de la BBC. “Tomaron
una decisión correcta y honorable. Tú debes ahora hacer lo mismo. Piensa
en el peligro que te encuentras. Tus raciones y pertrechos de guerra
están escasísimos […] Piensa en tus seres queridos y en tu hogar que
esperan tu dichoso retorno”.
Para fomentar aún más las deserciones, los británicos también
arrojaron sobre los argentinos salvoconductos con la firma del jefe de
las fuerzas británicas, el contraalmirante John Woodward. Pero los
documentos revelan también lo rápido que los británicos percibieron el
fracaso de la campaña. El GEP se quejaba en 1982 de la falta de
información necesaria para dar con “las características psicológicas de
la audiencia”, es decir los soldados argentinos. Incluso pusieron en
duda que los mensajes hayan llegado alguna vez a sus destinatarios, algo
que 35 años después el argentino Mario Volpe puede aclarar. Los
soldados sí tuvieron contacto con los panfletos. “Aparecían cada tanto y
eran el comentario entre los soldados. Los
nos decían
‘ojo con la propaganda inglesa’, pero lo cierto es que no tuvieron
ningún efecto entre los soldados, no conocí nunca un caso de deserción
que pueda atribuirse a esos mensajes”, dice.
A la guerra de panfletos los británicos sumaron otra estrategia
comunicacional muy de la época: una radio con emisiones con mensajes de
propaganda en castellano. Fue un fracaso: el GEP argumentó entonces que
los soldados argentinos no tenían radios portátiles. “Eso no es cierto.
La radio inglesa no la escuché nunca pero no fue porque no tuviésemos
cómo hacerlo”, dice Volpe. “Sintonizábamos radio Carve de
Montevideo y radio Provincia de Buenos Aires. Se escuchaban bien por el
tema del agua, que facilita la señal. Incluso llegaba Radio Colonia
desde Uruguay, sobre todo por la noche”, dice Volpe.
¿Y qué hubiesen escuchado los argentinos en caso de sintonizar la
emisora Radio Atlántico Sur (RAdS), como la llamaron los ingleses? Una
emisora “neutral e imparcial que informe de los hechos”, según la
definió el GEP. La idea fue que contara con fuentes del gobierno
británico y de Argentina, como contracara de los discursos triunfalistas
que los argentinos recibieron del aparato de propaganda de la
dictadura. El GEP admitió luego que el problema de fondo no fue de
contenido sino de forma. La respuesta la encontró en una comunicación
del ejército argentino interceptada por sus servicios de inteligencia.
Lapidarios, los militares argentinos nunca se tomaron en serio a la RAdS
porque “el lenguaje usado era cercano al de los centroamericanos y
carecía del conocimiento idiomático del español de Argentina”. En el GEP
faltaron expertos en lenguas.
La guerra psicológica
por
Ramón
Carrillo
Contacto
/ correspondence: vixit (1906-1956)
con notas editoriales de
Mariela Szirko
Electroneurobiología Vol. 2 # 2, noviembre
1995, pp. 1-100;
URL <http://electroneubio.secyt.gov.ar/index2.htm>
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Índice
I.
EL FACTOR PSICOLÓGICO EN LA GUERRA, p. 4.
II.
LA TÉCNICA DEL FACTOR PSICOLÓGICO EN
LAS FUERZAS ARMADAS, p. 32.
III.
LO QUE DEBE SABER UN OFICIAL SOBRE EL
ESTADO MENTAL DE CADA SOLDADO
Y SUS POSIBLES TRASTORNOS, p. 62.
________
Noticia
preliminar, por Mariela Szirko. Esta magistral síntesis técnica
carrilliana conserva mucho que decir al lector inteligente de hoy: en particular
a los estudiantes, tanto secundarios como universitarios, y a los científicos jóvenes
que necesitan vislumbrar el real escenario en que se desarrollará su actividad.
Se trata de la versión taquigráfica tomada por la Subsecretaría de
Informaciones de la Nación (hoy SIDE) durante el curso de tres clases sobre
guerra psicológica (conocimiento y utilización de la psicología como arma de guerra)
brindado en 1950 por el ministro Prof. Ramón Carrillo a los jefes y oficiales
de la Escuela de Altos Estudios. Sus secciones obsoletas debido al cambio
tecnológico (por ejemplo, omitir en el listado de armas la pansexualización o
procuración de convertir a todos los adultos en perversos polimorfos —como
decía Freud del infante— que es tan eficaz para destradicionalizar grandes
grupos y ya fuera preconizada por el ultramaquiavelismo chino e indio hace más
de dos milenios; o la zonificación espacial de las sociedades en guerra, tan corroída
hoy por las comunicaciones que establecen los antagonistas) no ofuscan esta
"redonda" sinopsis. Tampoco deslegitiman su propósito de defender los
progresos culturales, ardua y aún sólo tímidamente logrados, incluso ante una
globalización de los intereses y una financiarización del "mercado"
que Ramón Carrillo llegó a presagiar pero no a padecer. Pero ni siquiera los
mencionados progresos culturales, tan frágiles y tan fácilmente destruibles por
erigirse como el mayor obstáculo a la dominación sectorial excluyente, valen para
Carrillo por sí mismos, sino sólo como medio para que la gente —toda la gente,
sin exclusiones— pueda desarrollarse en plenitud. La guerra psicológica es
hasta más difícil de contener, no digamos ya de eludir, que la violencia física
(1), pero su conocimiento crea contra ella defensas que no podría crear contra
las balas; y ese es el propósito de las
investigaciones de Ramón Carrillo en la materia, que expone y comparte aquí.
(1) Mario Crocco expone en varios estudios esta
elongación de la cadena trófica no ya sobre otras especies biológicas sino
sobre sectores "excluídos" de la misma especie y propagación
"descendente" del incremento en violencia a través de la
estratificación social lograda por coerción. Al referirse a la inversión
inicial de los últimos logros en estabilidad [graficados en la primera figura reproducida
en "La inserción del psiquismo en
el arco sensoriomotor"; se trata de un gráfico de la monografía
allí referida, presentada al CONICET en 1971; nota agregada en 2006], Crocco
señala en Comment l’hylozoïsme scientifique contemporain
aborde-t-il la sélection naturelle du parenchyme neurocognitif? (Folia Neurobiológica Argentina Vol. Vl, pp. 108-120,
1988):
"Afin de bien apprécier le fait naturel, reconnu en le présentant dans
cette inversion de tendances, ii faut noter que ces facteurs disruptifs intrasystèmiques
ne sont pas des accidents. Ce sont des institutions organisatrices
intra-spécifiques permanentes et fondamentales dans la grande échelle
planétaire. Elles ne dérivent pas de "pathologies partielles" (ventes
d'armes, terrorisme, aggression individuelle innée, "argent sale",
course aux armements, leaders neurotiques ou les "quatre
insanités" de Huxley). Il ne s'agit pas de rechercher "à qui
bénéficie cette vie envenimée" ni de découper un secteur pour lui
attribuer une autarchie dynamique (par exemple, les facteurs de production).
Non, le système dissipatif total a évolué sous la dissipation toujours plus
forte de ses propres composants, en les prenant comme les ressources les plus
accessibles. De la même façon quelques plantes, dans un spectre
électromagnétique substrat, ont pu croître au cours de la sélection naturelle
en mangeant d'autres plantes, sans nécessité de chlorophyle; ce fûrent les
premiers hétérotrophes, qui ont été limités parce que leur sélection naturelle
demeurait dans les limites de la stabilité de la biosphère dans son ensemble.
Au contraire, la guerre
fournit les fondements de l'acceptation d'autorités politiques stables ou de
dirigeants nationaux. La guerre offre la répression "adéquatement"
graduée des dissidences et la cohérence pleine de défis d'où émergent les
nationalités. Seules des forces "saines" de guerre, évitant
les circuits du marché, sont réellement efficaces pour apporter une
"solution finale" aux goulots d'étranglements économiques, aussi bien
pour les bandes primitives que dans les sociétés modernes. Elles atteignent cet
objectif en s’appropriant à l'extérieur des biens qu'ils apportent, ou en
imposant à l'extérieur des maux du propre groupe, soit en réalisant les deux
processus simultanément; que ce soit par sa capacité de contrôler et de
modifier les transactions moins violentes ou pour celle de réduire
drastiquement le nombre des consommateurs. Observer que le système s'est mis à
dissiper ses propres composants serait une observation dépouillée.
Cependant, une
description physique ne peut prendre comme excuse de répéter des mythologies,
et décrire les faits naturels n'implique aucunement leur acceptation. Signaler,
dans notre recherche, ces abominations a pour but de reconnaître une ressource
physique qu'il est possible d'utiliser. Etant donné ce qui précede, diriger
certaines modifications au système de la violence qui depuis le Pliocene a
formé les sociétés hominides ne privera pas les hommes de leur humanité."
La guerra
psicológica
por
Ramón Carrillo
Versión taquigráfica tomada por la
Subsecretaría de Informaciones de la Nación, durante las tres clases pronunciadas
en 1950 ante los señores jefes y oficiales de la Escuela de Altos Estudios. Integra
la serie de sus exposiciones en diversos ámbitos que fuera compilada como Contribuciones
al Conocimiento Sanitario del Hombre.
I. — EL FACTOR PSICOLÓGICO EN LA
GUERRA
Agradezco al
señor general los conceptos con que acaba de ponerme en posesión de esta
cátedra, en la que desarrollaré tres clases sobre la Guerra Psicológica. De más
está decir que me siento absolutamente cómodo entre los señores jefes y oficiales
que tienen la bondad de escucharme, ya que en otras partes he repetido que
guardo los mejores recuerdos de mis trabajos de profesor en varias
instituciones militares. Mi propósito es ahora trasmitirles algunos conocimientos
sobre un tema que, a pesar de su enorme importancia, hállase casi por completo
desconectado entre los hombres de armas y los hombres de ciencia. Me apresuro a
expresar que la llamada, elementalmente, guerra de nervios —tanto en la paz
incierta de hoy, como en plena contienda—, sólo puede ser eficaz y posible mediante
la más estrecha coordinación entre médicos y militares.
Antes de entrar a
este salón, conversaba incidentalmente respecto a la posibilidad de realizar un
estudio relacionado también con la guerra bacteriológica. Tal vez se inicie
pronto, pues en los calamitosos tiempos modernos, la amenaza de una tremenda
guerra microbiana —que estuvo a punto de estallar durante la última hecatombe—
está siempre latente a pesar de todos los esfuerzos humanitarios que puedan
oponérsele. Mas, por ahora, trataremos el conocimiento y la utilización de la
psicología como arma de guerra, considerándola en su doble aspecto: ofensivo y
defensivo.
Sobre la base de
elementos objetivos y subjetivos proporcionados por los psicólogos en general,
y por los psiquíatras en particular, y mediante la puesta en práctica de los recursos
modernos, es como luego, militares y gobernantes, han logrado crear, con características
propias, esta nueva arma de lucha que es la guerra psicológica. Esta, en
síntesis, como veremos en seguida, no es sino el suscitar en el adversario un
clima mental, una atmósfera, diríamos así, consciente o inconscientemente, de
prederrota, de inevitable fracaso de todos sus propósitos.
Qué se entiende por guerra psicológica
Para tener un
conocimiento exacto de lo qué se entiende por guerra psicológica y cómo debe
ser empleada, es necesario remontarse al examen de la psicología de las masas
populares, de las tropas y de sus jefes, en el instante en que debe estallar la
contienda. Debemos conocer muy bien los elementos constitutivos de todos sus
estados psicológicos, en sus distintas etapas, pues todos ellos, a su vez, nos
dan, también, el propio clima psicológico y nos permitirán utilizar hasta el
máximo los grandes resortes de esta arma novísima — cuya cátedra deberá ser
obligatoria a poco andar en todos los institutos militares de estudios superiores,
como este que me honra hoy escuchándome.
La GP es un arma
ofensiva y defensiva.
La guerra
psicológica puede llevarse a cabo mediante dos escuelas: la norteamericana y la
alemana. Digo escuelas y debería decir estilos, pues es más exacto por hoy, ya
que en verdad no hay aún dos academias perfectamente delimitadas. Someramente,
puede decirse que el estilo norteamericano, más reciente, adolece de serias
deficiencias que lo tornan excesivamente primario, pues se funda —casi con exclusión—
en un concepto propagandístico.
El estilo alemán,
al que hay que agregar el actual estilo soviético, es más profundo, más
doctrinario, y llega por lo tanto más hondo al espíritu de las masas,
combatientes o no. La propaganda, para esos estilos, es meramente un aspecto
mecánico de la guerra psicológica: un elemento subsidiario, no intrínsecamente
fundamental.
Porque, repito,
el objetivo primo de la guerra psicológica es crear, en el o los adversarios,
un clima mental, una serie de sentimientos que, conduciéndolos por las
sucesivas etapas del miedo, del pánico, de la desorientación, del pesimismo, de
la tristeza, del desaliento, en fin, los lleve a la derrota. Y viceversa, crear
en el medio propio un clima neutralizador de esos sentimientos. El clima de la
rabia, con todos sus matices. En una palabra: un clima de derrota y otro de
victoria, de donde tenemos los dos aspectos de la guerra psicológica: el
ofensivo y el defensivo, que por la parte contraria debilita al adversario y
por la propia lo exalta.
La guerra psicológica en la historia
Para comprender
cómo ocurre esto, hagamos, en primer término, algunas consideraciones sobre los
antecedentes de lo que hasta hoy se llama guerra de nervios y debe ser
considerada más amplia y científicamente como guerra psicológica.
Si nos remontamos
a la historia americana, veremos que en las distintas etapas de la misma se
consignan antecedentes, episodios y hechos que demuestran que los grandes jefes
—entre ellos, San Martín— han utilizado los resortes psicológicos en forma
magistral. El concepto de guerra de nervios es sinónimo de guerra de zapa, que
era la terminología utilizada por San Martín, uno de los creadores de la guerra
psicológica moderna. Y tanto es así que en la Escuela de Altos Estudios, de
Berlín, fueron estudiadas las campañas emprendidas por el Libertador bajo este
punto de vista. El Gran Capitán fué
realmente un creador del sistema, porque es indudable que el manejo y utilización
de los factores psicológicos, en su guerra de zapa, no fueron inspirados por
ningún antecedente recogido en las escuelas militares españolas, porque en
ellas no se enseñaba. Ese sistema fué creado instintivamente por nuestro
prócer.
San Martín, en el
Perú, manejó exclusivamente el factor psicológico. Pudo, de esa manera, llegar
a Lima sin disparar un solo tiro y con la única pérdida de pocos, muy pocos
hombres, registrada en combates aislados de escasísima importancia.
La baja de 2.100
hombres, que en esa campaña tuvo, fué ocasionada por el paludismo y otras pestes,
lo cual demuestra que su verdadero enemigo no fué el ejército español, sino ese
flagelo. Al final de esta clase volveremos sobre este tema.
La Biblia refiere
diversos hechos acaecidos en la antigüedad y entre ellos se destaca el caso de
Gedeón. Este personaje bíblico excluyó a 25.000 soldados de entre los 40.000
que tenía que seleccionar para integrar su ejército, porque sus hombres confesaron,
después de una serie de interrogatorios, que tenían miedo a la lucha. Hizo así
una selección psíquica, psicológica.
El ejército de
Gedeón quedó integrado, entonces, por 12.000 hombres. Posteriormente comenzó a
practicar entre sus soldados la selección física, mediante una prueba que
consistía en tomar agua de un arroyo sin doblar las rodillas; aquéllos que no
fueran capaces de hacerlo eran excluidos. Como resultado de esta nueva prueba,
solamente integraron sus contingentes trescientos soldados. Gedeón, teniendo
en cuenta que la empresa que iba a acometer era sumamente delicada e
importante, aplicó un criterio selectivo muy riguroso y estricto. Pero
obsérvese que, en principio, le guió un concepto superior al físico. El ánimo
de su ejército fué su interés primordial.
Posteriormente,
los ejércitos recurrieron al número, dando preferencia entonces a la
constitución física del soldado. Las guerras del siglo que corre han puesto de
nuevo en primer término a la inteligencia: esto es, que no importa tanto la
capacidad orgánica, en cierto modo anatómica del soldado, sino su espíritu, su
psiquis.
Acabo de hojear
un tratado del famoso estratego von Klaussewitz, bien conocido por los jefes y
oficiales que me escuchan. Busqué en él elementos actuales sobre el factor psicológico
de la anteguerra y de la guerra propiamente dicha. No encontré nada sobre el tema.
Y si en los textos modernos, y en los magistrales como el de von Klaussewitz,
prologado por von Schliessen, no hay nada, difícilmente los encontremos en
parte alguna. Por ello andamos un poco a tientas.
En efecto, en
toda la historia militar se ha comprobado que casi todos los jefes han
recurrido a métodos instintivos, que tenían una configuración psicológica de
gran eficacia. Repito, pues, que tales jefes militares han utilizado, de una
manera efectiva, el sistema instintivo. De la misma manera, también, han recurrido
ya sea al engaño, el camouflage, e, incluso, a la difamación, como arma para
desprestigiar al enemigo. También se valieron, en muchos casos, de la
persuasión, y en otros, como en el caso de los rusos, de la intimidación.
Sistematización moderna de la GP
Todo esto se ha
usado, no en una forma sistemática y organizada, sino, por el contrario, en
una forma puramente instintiva, de donde resulta que, a través de la historia
militar, sólo hay vagos antecedentes acerca de lo qué es la guerra psicológica.
Realmente, este tipo de guerra organizada sistemáticamente, como tal, con fines
precisos y objetivos determinados, recién surge como consecuencia de la última
contienda mundial, guerra planificada por los alemanes, y ahora, con
antecedentes inmediatos, por los soviéticos.
Desgraciadamente,
sobre cómo han trabajado los alemanes para organizar su guerra psicológica, tenemos
pocas referencias oficiales. Ellas forman parte, seguramente, de reglamentos y
manuales secretos; pero indiscutiblemente el resultado a que llegaron no puede
ser más importante. Porque ya se sabe que consiguieron mantener, aún en los momentos
más terribles y más cercanos a la catástrofe, la moral necesaria en el pueblo
para que éste siguiera trabajando, colectivamente unido y fuerte; y en el
combatiente, el mismo espíritu de lucha de las primeras resonantes victorias,
aun durante la retirada de Rusia. Es decir, que en Alemania, el clima
psicológico de la guerra, jamás llegó, ni remotamente, al pánico. El frente interno,
primordial, ya en trance de derrota, no perdió su cohesión, su fortaleza anímica,
hasta el último minuto, aún frente al derrumbe mismo. El cómo acaeció esto no
es baladí. Respondió a una técnica, a una labor psicológica fundamentalísima
cuyo secreto no nos ha llegado. Pero sí sabemos, como dato incontrovertible,
que la Wermacht tenía adscripto un
cuerpo de cinco mil hombres de ciencia, todos ellos altamente especializados en
materia psicológica y que el Ministerio de Propaganda trabajaba en coordinación
con ese cuerpo, hasta que factores eminentemente políticos, de mero prestigio,
rompieron la unidad de acción.
La psicología individual y la colectiva
Lamentablemente,
no conocemos los antecedentes de la guerra psicológica alemana. Ni los norteamericanos
los tienen. Apenas el coronel Kelm da vagas referencias de ella, más bien periodísticas.
En las revistas especializadas sobre psicología, no hay nada concreto tampoco.
Empero, puede afirmarse que, para que la guerra psicológica se desarrolle y adquiera
las posibilidades de transformarse en una poderosa e inestimable nueva arma
ofensiva y defensiva, se ha hecho imprescindible un gran avance en el estudio y
conocimiento profundo de la psicología individual y de la psicología colectiva.
Se ha hecho,
sobre todo, imprescindible el conocimiento íntimo, diríamos así, de la
psicología popular en la época de la guerra, así como también el
aprovechamiento íntegro de la información; en una palabra, de todos,
absolutamente todos, los medios técnicos de la difusión —prensa, radio, cine,
comunicaciones, televisión—. Unido a todo esto aun, el concepto absoluto de la
guerra total; de la guerra en que intervienen los factores políticos, los
económicos, la doctrina filosófica, la geopolítica, la nueva estrategia
atómica, etc.
Sólo la
conjunción, la coordinación más estrecha entre todos esos factores, y el más
hondo conocimiento del alma humana, ya sea individual como colectiva, puede
hacer posible, eficiente y quizá insuperable, antes, durante y aun después de
la victoria y de la derrota, la guerra psicológica.
Los efectos psicosociales de la guerra
No tengo por qué
añadir nada a este respecto. La hora que vive el mundo ¿qué es, en resumen más
que una tremenda y científicamente planeada "guerra psicológica"?
Para lograr la
mayor eficiencia de la nueva arma, hay que llegar hasta el fondo del ser
humano, partiendo asimismo del conocimiento de los efectos psicosociales que
produce la guerra en toda colectividad. Como nunca, en efecto, hay que tener en
cuenta en tal circunstancia, que es de suyo anormal y desordenada, en qué forma
adquieren una primacía fundamental en la vida del ser, la necesidad y los
instintos. Aquélla se agudiza al extremo; éstos, en sus tres conceptos, que
son: conservación, reproducción y sociabilidad, se subvierten de modo casi
integral, de tal manera que necesidad e instinto son pasibles de nuevos
procesos que hay que adaptar y ajustar; esto corresponde tanto a los hombres de
ciencia como a los conductores militares. En una palabra, al iniciarse la
guerra, simultáneamente se produce un verdadero desequilibrio psicológico en
el hombre y por ende, en la colectividad.
Tal fenómeno
debemos conocerlo antes para no andar en tanteos y pruebas. En sus trabajos el
coronel norteamericano Kelm, organizador de la GP o guerra psicológica en su
país, narra los esfuerzos por él realizados para llevar adelante algunas de sus
iniciativas. Se le rieron en las barbas, por ejemplo, cuando organizó un
servicio de camiones equipados con transmisores, altoparlantes y equipos de
morteros lanzapanfletos que acompañaba a las fuerzas combatientes.
Rechazáronle su método; pero ya en los campos de batalla, asediados los
soldados norteamericanos por las transmisiones radiotelefónicas clandestinas y
las lluvias de panfletos, logró el coronel Kelm montar su organización sin mayores
obstáculos.
Desorden de los conceptos de necesidad e instinto
Pues bien: ¿qué
es lo que ocurre apenas declarada la guerra? Ya lo hemos dicho; se alteran y desquician
todos los principios y conceptos que tocan necesidad e instintos.
Pensemos, en
efecto, que la guerra actual es una lucha integral, de pueblo contra pueblo,
antes que de ejército contra ejército. Más todavía: de bloques de pueblos
contra otros bloques de pueblos. Esa lucha depende de otras de carácter industrial,
técnico, económico, tanto que ya no es exacta la concepción napoleónica de que
la guerra la gana el ejército que tiene más artillería.
Hoy, la capacidad
total de producción de un pueblo y el alma de ese pueblo son lo que puede
decidir la victoria. Por lo pronto, la mayor posibilidad de producción es la
que hace posible satisfacer tanto las necesidades de los combatientes como de
los no combatientes. Ya se sabe que sin la satisfacción de las necesidades primarias
no hay ejército ni pueblo que soporten una guerra. Por lo demás, no puede desconocerse
esta verdad. En la guerra integral entre varios pueblos, sobreviven los más débiles.
¿Por qué? Porque los hombres físicamente deficientes no combaten. Los que luchan
son los fuertes. Luchan y mueren. Los débiles llegan al fin de la lucha
indemnes, porque han permanecido bélicamente inactivos. Esta es otra
subversión notoria que debe tener en cuenta el hombre de ciencia.
Desorden social causado por la guerra
Es indiscutible
que el estado bélico produce en los pueblos un desajuste psicológico total en
lo que tiene atinencia con los instintos. Los hombres y los pueblos reaccionan
de modo distinto al de las épocas de paz o normales. La guerra cambia toda la organización
social, la transforma y le da nuevo sentido y otro rumbo. El trastrueque es
radical y, por lo tanto, las reacciones psicológicas son también absolutamente
distintas. A nuevas situaciones individuales y colectivas, nuevas situaciones
sociales, afectivas, legales, de vida, en fin.
Aparentemente, el
orden social anterior sigue intacto, aunque se mantenga bajo normas diferentes
por la autoridad militar. Pero el sistema de vida y el de toda actividad, en
todos los sectores, es totalmente distinto. Así como toda la actividad productiva,
industrial, económica y técnica de la Nación está enderezada a respaldar a sus
ejércitos, así también la actividad integral del hombre, combatiente o no,
está dirigida a un nuevo fin. El trastorno, dicho elementalmente, es inmenso y
el desorden del viejo orden incomparablemente mayor. ¿Cómo, entonces, no va a
gravitar todo ello en forma decisiva sobre los pueblos en guerra?
La movilización
de los ejércitos imprime a la vida todo un ritmo desacostumbrado, extraño para
la población. El ejército, se sabe, tiene un sistema propio de ordenamiento y dirección.
Toma a los hombres por su capacidad y no por su, diríamos, jerarquía social. El
que antes de la contienda era el patrón, puede ser en la guerra subordinado de
su empleado o de su obrero. El rico puede codearse con el pobre y hasta con el
mísero y serle inferior jerárquico. La disciplina lo vence todo. Pero todo
esto, indiscutiblemente, es desacomodo de un orden anterior y tiene sus implicancias
notorias en la psiquis de todos los seres.
Los efectos psicológicos de la guerra
En una palabra:
las distintas etapas por las que atraviesa durante la contienda bélica el
régimen de vida social traen, como consecuencia, un cambio fundamental en las
actividades normales del hombre. El primer efecto de ello se evidencia en la
destrucción de la vida afectiva: los hábitos adquiridos cesan, los vínculos familiares
se distorsionan, las amistades se interrumpen, las convicciones políticas y
las mismas creencias religiosas se truecan — o se agudizan, que es lo mismo.
Vale repetir: la
guerra trastrueca todos los vínculos del hombre y el resultado lógico de ello
es un estado particular en la población que se traduce en una desconfianza
recíproca colectiva, especialmente en los primeros tiempos.
Es tan profundo y
orgánico el cambio que produce la guerra en un pueblo, y de naturaleza tan
grave, que concluida aquélla las formas de vida anterior jamás pueden ser restauradas.
Consecuencia: las tranformaciones colectivas determinadas por la guerra son
irreversibles, pues una vez producido el cambio no se puede volver a la
situación previa, al orden anterior. La guerra, en fin, obliga a substituir las
formas evolucionadas de la vida social por otras más primitivas: la fuerza,
naturalmente, substituye poco a poco al derecho.
El retorno a las formas sociales primitivas
DEFINICIÓN. En
síntesis, podemos afirmar, hasta aquí, que la guerra es ya, de hoy en más, una
lucha social de pueblo contra pueblo; que implica siempre una revolución social
interna; que, paradojalmente, sobreviven los débiles; que los cambios sociales
producidos durante la lucha son irreversibles; y que durante la contienda se
regresa a formas sociales primitivas. Esto nos lleva como de la mano a estas conclusiones:
Triunfarán en la
guerra quienes mejor satisfagan las necesidades primarias del pueblo y quienes
eviten, por el dominio de los instintos. la desadaptación del pueblo a la nueva
situación.
Por lo tanto,
toca al ejército el "adaptar" al pueblo al estado bélico — como a los
gobernantes, mediante la técnica psicológica defensiva, el crear en las masas
la ilusión de un porvenir superior. Ya volveremos sobre todo esto.
Efectos psicológicos inmediatos y mediatos
Ahora vamos a
referirnos a los efectos psicológicos puros;los hay inmediatos y mediatos. Los
primeros son los siguientes: la población, ante el hecho bélico que importa un
trastrueque en su orden de vida, sufre una especie de neurosis colectiva, es
decir, de leve desequilibrio mental. Como consecuencia de ese desequilibrio,
los más débiles se transforman rápidamente en alienados y semialienados, a tal
extremo que se puede afirmar sin ambages que una población que entra en guerra
llega a tener un porcentaje del 10% de desequilibrados.
Todo aquel que
tiene una condición psicológica congénitamente débil cae, inmediatamente, en
un estado de neurosis. Más aun, el solo anuncio de una guerra llena los hospitales
de alienados.
Los más
"fuertes", en cambio, que constituyen el 90% restante, no caen en
ese estado; pero sufren a su vez de un estado particular de ansiedad, dominante
en los sanos. Ese estado de ansiedad es determinado por la incertidumbre.
Un tercer efecto
es el siguiente: todos los seres regresan a los sentimientos más primarios
porque ya aparecen los elementos básicos de la guerra psicológica que empiezan
a señalarse cada vez más nítidamente. Una parte de ese 90 % sale de los límites
de la ansiedad y entra en los del temor, que también evoluciona por diferentes
etapas —que luego veremos detalladamente— hasta llegar al pánico. Asimismo del
estado de ansiedad, otra parte del 90%, por otras etapas pasa al estado de
rabia, que es el arma psicológica para la agresión; y de la rabia al furor.
Otro estado es el de elación. Baste decir ahora que todo ello prepara el
terreno para que en la población —individual y colectivamente considerada— se
produzcan reacciones imprevistas.
Hay un cuarto
efecto: una parte de la población —calcúlase en un 6%— aparentemente permanece
impasible; no tiene ansiedad, ni preocupaciones, ni incertidumbre. Ese 6%, sin
embargo, es el más peligroso, porque se halla en un proceso psicológico que se
llama del "todo o nada". El hombre no actúa, pero brusca e
imprevistamente reacciona con violencia y en un instante descarga todo su
furor. Aquí no hay etapas intermedias y previsibles que valgan.
El quinto efecto
es el siguiente. A medida que pasa el tiempo en la guerra los hombres se despersonalizan,
lo que constituye una agresión a la personalidad humana. ¿Por qué se
"despersonalizan"? Sencillamente, porque las normas militares,
forzosamente, son iguales para todos. No interesa lo que el hombre ha sido
antes, sino lo que debe ser a los fines de la guerra. La organización bélica
absorbe todo y a todos. Esta despersonalización trae como consecuencia una
cantidad de desadaptados que con rapidez pasan a ser elementos de perturbación,
aún dentro del ejército. Esos son los que hay que eliminar de allí, y con
presteza, y neutralizar afuera, porque son focos de indisciplina, de desorientación
y de contagio.
El sexto y último
de los efectos psicológicos inmediatos consiste en la mutación brusca de
funciones individuales a las que ya nos hemos referido y que determinan en el
estado de guerra una inversión o desajuste serio de la vida social y de la
moral colectiva.
Todos estos
efectos, repetimos, son inmediatos y se producen en la población apenas
iniciada la guerra.
La vida en clima de guerra
Pero vamos a la
etapa crónica. La guerra se ha prolongado y el ejército ha conseguido el ajuste
psicológico necesario para que la población afronte la situación en las mejores
condiciones. Se ha trabajado, por la autoridad militar y médica, minuciosamente;
se ha eliminado a los desadaptados y se ha reeducado en tal forma a la
población, que puede vivir, diríamos así, "normalmente" en la guerra.
¿Qué efectos se
producen en ese nuevo estado? El primero es la fatiga. La población cae en la
indiferencia y en la falta de entusiasmo. La gente ya no siente preocupaciones.
El "qué me importa", el "qué-me-importismo" aparece
nítidamente, como muy bien lo describe Mira y López en su Psiquiatría de Guerra, que es una de las fuentes de mi información.
Pero, no obstante, la población en tal estado puede ser recuperada.
El segundo efecto
es más grave: y es el del estupor, estado irreversible. El individuo no
reacciona ante nada. Estamos, pues, ante la población vencida. En una palabra:
es imposible mantener la estructura social, moral y psicológica de la
colectividad.
En síntesis, los
efectos psicológicos inmediatos son:
1º, aparición de
desequilibrios mentales; 2º, ansiedad e incertidumbre; 3º, regresión al temor y a la rabia; 4º, reacciones
violentas imprevistas; 5º, despersonalización; 6º, mutación o inversión de las
jerarquías.
Los efectos
psicológicos mediatos producidos por la guerra crónica son: la fatiga y el
estupor.
Debo decir ahora
que al par que el ejército procura mantener el equilibrio de esa nueva
sociedad bélica, debe organizarla, puesto que no es la misma de la paz sino
otra, con nuevas relaciones, con otros sentimientos y con ideales distintos.
El ejército, lógicamente, debe dirigirla — porque en cuanto la desatienda surgirán
consecuencias imprevistas. En estos casos siempre hay que tener en cuenta el
estado de compensación que se ha logrado, es decir, el equilibrio para sobrellevar
la situación de modo que el ejército pueda, de esa manera, proseguir con sus
operaciones. Surgen, entonces, dos factores: la descompensación y el desequilibrio
de esa nivelación conseguida, que es el miedo. Otro de los factores que hay que
estimular constantemente, desde el punto de vista psicológico, es la rabia.
Factores de la descompensación psicológica
EL MIEDO. — Vamos
a considerar en seguida la incidencia que tienen el miedo y la rabia en el estado
anímico de los individuos.
El miedo es un
estado psíquico reflejo, establecido pues inconscientemente, incontrolable, que
paraliza las actividades de la guerra y detiene asimismo toda defensa. Se produce
cuando el instinto de conservación se ve acosado por un hecho exterior que
amenaza la integridad física o moral del individuo. El que tiene miedo, ya se
sabe, pierde toda posibilidad de defenderse. Este estado psíquico del miedo atraviesa
por distintas etapas ascendentes: la prudencia, la cautela, la alarma, el temor
controlable, la ansiedad que puede hacerse angustiosa y hasta desesperada, el
pánico y, finalmente, el terror.
La prudencia se
manifiesta porque la gente comienza a ser parca en sus expresiones y a
mantenerse discreta: es la primera etapa del miedo. Luego, ya surgida la
desconfianza en las noticias recibidas, la población queda en estado de
cautela. A esto sucede la alarma, que deja de ser una manifestación interna,
pues el individuo ya expresa lo que siente, es decir, comienza a exteriorizar
su inquietud. En este caso, la población hállase alarmada, o, lo que es igual,
ha pasado del estado de prudencia y de cautela al de acción.
Una etapa
posterior por la que atraviesa el miedo es el temor, que en el individuo se
manifiesta no solamente en la incredulidad de las noticias recibidas sino en la
adopción de medidas de defensa. Para ejecutarlas controla ese temor. Cuando, en
su inquietud, busca dónde refugiarse o cómo salir de la situación y no logra su
objetivo, entra en estado de ansiedad si no divisa ni vislumbra en detalle el
objeto temible y de ansiedad angustiosa o angustia cuando lo presiente o
avista, de desesperación ante su proximidad, y entonces se mueve y se agita
incontroladamente. La etapa subsiguiente corresponde al pánico, que se pone en
evidencia cuando el hombre gesticula y pierde completamente el control. De pronto
ese pánico lo paraliza de golpe, y el individuo se sienta en un banco y
permanece inmóvil: es el terror.
Todo esto que
ocurre con un individuo, sucede con la colectividad, con las reacciones de las
masas. De manera que hay que neutralizar los efectos de la alarma. En esta
escala del miedo, se desencadenan una serie de factores que contribuyen a organizarlo.
Una de las causas que determinan la aparición del miedo es la sensación de la
carencia de comando y de que las instrucciones que imparte el ejército llegan
en forma muy atenuada o con inseguridad o contradicciones. Estos factores
determinan inmediatamente la alarma psicológica de la población. Por eso, es
necesario adoptar las medidas precautorias indispensables para evitarla.
Lo que
posiblemente originó la gran fortaleza del frente interno alemán fué la seguridad
y la precisión de las informaciones, que trasuntaban seguridad en el comando.
Por ello también
hay que evitar la fatiga de la población. El cansancio mental y físico crean un
ambiente propicio para la propagación del miedo.
Otra de las
causas que contribuyen a acrecentar el miedo en la población es el misterio que
irradia la situación. El anuncio de que existe un arma secreta y de que se ha
instaurado un régimen se difunde mediante la propaganda consistente en la multiplicación
de rumores. Por eso, los alemanes hicieron una gran propaganda sobre los
mortales efectos de sus armas, antes de utilizarlas. Pusieron en práctica,
además, el sistema de los estímulos anormales, consistentes en ruidos y otros
procedimientos.
Es un hecho
evidente, comprobado en la vida normal, que el silencio absoluto produce miedo,
mucho más miedo que el estruendo de las bombas. El ruido absoluto no es
comparable, en sus efectos sobre el miedo, con el silencio absoluto. En algunas
personas el miedo no es producido por el silencio o el ruido absolutos sino por
la brusca interrupción de aquél. Hay que tener en cuenta otro factor, que es la
predisposición de ciertas personas al miedo. Éstas reaccionan más fuertemente
que otras, a consecuencia de poseer un temperamento menos firme o, como se dice,
enérgico: éstos son los emotivos, los impresionables, los sugestionables.
Para neutralizar
la acción del miedo es necesario fomentar la rabia, como arma defensiva
psicológica.
LA RABIA. La
rabia es un estado reflejo justamente contrario al miedo, consciente,
controlable, que se puede provocar, y se produce cuando a una persona o a un
pueblo se le coarta el cumplimiento de una acción o un deseo, o los fines u
objetivos de una acción individual o colectiva. Explotando este aspecto fue que
los alemanes hicieron su gran propaganda sobre el "espacio vital",
porque ese pueblo padecía necesidades biológicas, psicológicas y morales que no
podía satisfacer. Eso va produciendo, poco a poco, un impedimento en la acción
que desarrollan las personas individualmente y el pueblo como su conglomeración
dinámica, obstaculizandoles el cumplimiento de sus fines y objetivos. Esa situación
origina como consecuencia el estado psicológico de la rabia, que llega a su
máximo cuando está expresada claramente.
Antes de llegar a
la rabia se pasa, lo mismo que con el miedo, por diversas etapas. La primera
es la que se refiere al resentimiento, que es una forma simple. El resentimiento
no se expresa con ninguna acción; es algo que no tiene exteriorización.
Luego sigue el
enojo. Este estado psíquico se traduce en palabras. El individuo no sólo está
resentido, sino que habla, dice cosas, critica con violencia. De ese estado al
de cólera, que es el subsiguiente, pásase al de la agresividad, con la adopción
de actitudes injustas.
El estado de "elación"
Y, finalmente,
llégase a una etapa intermedia; la ideal.
El hombre se
muestra agresivo, pero su agresividad va acompañada por un componente de seguridad,
de confianza en sí mismo; y cree firmemente que, sobre todo, está defendiendo
una causa justa contra un enemigo odioso y odiado. Ese estado se llama "elación".
La obra maestra
de la psicología militar consiste en llevar a los combatientes al mencionado
estado anímico. Se tiene que inculcar a la tropa, y en todo lo que de ella
dependa, la seguridad de que se lucha por un ideal nobilísimo, por una causa
justa, irrenunciable. La elación no es, entiéndase bien, la rabia instintiva,
inconsciente, sino la rabia consciente razonada.
Naturalmente que,
para llegar al estado de elación, debe realizarse una larga preparación, que ha
sido muy bien estudiada en sus detalles, tanto por los norteamericanos como por
los alemanes. Esa preparación es, desde luego, técnica e intelectual, y abarca
a todo el elemento combatiente o que pueda entrar en la lucha
En Méjico, los
guerrilleros de Pancho Villa fueron los primeros en emplear una droga: la
marihuana, que les producía no tanto el estado de elación, pero sí el de una
euforia agresiva, cercana a la rabia; una excitación homicida.
El alcohol se empleaba
antes con el mismo objeto. La ciencia psicológica nos ha llevado ya mucho más
lejos y más eficazmente que todo ello.
Hay una serie de
factores que determinan y favorecen la rabia, entre los que podemos citar los
siguientes: la constitución psicológica individual, pues sabemos que existen personas
que reaccionan más violentamente que otras; la proximidad del objeto odiado,
que genera rabia sistematizada y creciente. El tercer factor es la agresividad
del objeto. En suma: la psicología militar debe llevar a la tropa primero al
estado de agresividad y luego al estado ideal de elación. Sobre esto hemos de
volver todavía.
En síntesis, los
fines de la guerra psicológica, de acuerdo a todo lo que llevo dicho, son dos:
1º Evitar el
miedo de los propios combatientes y provocarlo en los enemigos.
2º Provocar la
rabia entre los propios y evitar que los enemigos la tengan contra nosotros.
Objetivos de la guerra psicológica
Ya hemos visto
que la GP o guerra psicológica opera con dos estados reflejos: el miedo y la
rabia, que son, al mismo tiempo, los grandes objetivos del arma psicológica. La
guerra psicológica es defensiva y ofensiva. Los planes de la psicología como
arma defensiva, son:
1° Conseguir el
ajuste más perfecto de la población civil.
2º Realizar la
profilaxis del miedo.
3º Eliminar del
servicio los psicópatas, esto es, realizar la higiene mental entre los
componentes de un ejército en guerra.
4º Conseguir la
fanatización en el ejército y de los no combatientes, en base a una doctrina .
¿Cómo se hace el
ajuste de la población civil?
Me permitirán
ustedes que abrevie y sintetice, pues cada uno de los objetivos de la guerra
psicológica requiere volúmenes. Se llega a un ajuste de la población civil
mediante la creación de una conciencia popular antebélica de preparación del
clima, del ambiente, mucho antes del estallido de la conflagración.
Estados Unidos
preparó a su pueblo dos años antes de lanzarse a la última guerra. Hitler
empleó varios años más para preparar el suyo.
Hay que explicar
por qué se va a luchar y cómo, mediante una doctrina lo más concorde posible
con la psicología y los ideales del propio pueblo. El objetivo de la lucha es
siempre noble, generoso, elevado y contesta algún acto enemigo que evidencia lo
contrario. Y ya en guerra, el pueblo y el combatiente deben estar
perfectamente informados. Todo les debe ser comentado, explicado, clarificado.
Si se dejan al pueblo y al ejército librados a sus propias reacciones se
pierde el control psicológico sobre ellos. Un sistema de difusión permanente
de los medios y fines de la guerra es absolutamente imprescindible. Tanto más
se ajustará el pueblo al orden de la guerra, cuanto más amplio sea ese sistema
de difusión.
Lo inespecífico y lo específico en la guerra
psicológica
Hasta ahora todo
lo que he venido diciendo se refiere a principios psicológicos aplicables a
"todos" los pueblos. Pero los pueblos, como los hombres en particular,
tienen reacciones o modos de ver —como quien dice un carácter nacional— que le
es propio, específico. Cuando se hace la guerra psicológica no basta conocer
estos principios generales, sino también las normas especiales que resultan de
la raza, la organización social y jurídica, las tradiciones, religión,
creencias y costumbres. De ese modo, los comandos militares deben tener una
información completa y total sobre la psicología propia del pueblo adversario.
Hay una psicología de los japoneses, otra de los rusos y alemanes, otra de los
franceses, que condicionan lo inespecífico universal con lo específico local.
Todo ello debe ser considerado en la plana de un estado mayor, sea regular o
revolucionario.
Cómo realizar la profilaxis del miedo
El segundo aspecto
de la guerra psicológica, ya hemos dicho que consiste en la profilaxis del
miedo, para lo cual debe tenerse en cuenta lo específico y lo inespecífico. Es
de una importancia fundamental. Debe llevarse a cabo una perfecta selección de
los rumores y las dudas de la población, para destruirlos de inmediato. La
mínima duda genera inmediatamente la desconfianza y la cautela. Débese informar
siempre tanto de los triunfos como de las derrotas. Éstas con la mayor
habilidad posible, para lograr la tonificación del espíritu público.
Otra preocupación
constante en la profilaxis del miedo es evitar que trascienda, desde los comandos,
la más mínima duda sobre el triunfo final. Hay que impedir por todos los medios
la propagación de noticias que puedan inducir al pueblo y a la tropa a dudar de
la dirección bélica. Todas las noticias, aun las malas, deben ofrecerse con
verdad. Hay que explicar tanto las victorias como las derrotas y más éstas que
aquéllas; hasta hay que convertir las derrotas circunstanciales en victorias
finales.
Uno de los
factores importantes que tienen verdadera incidencia en la tranquilidad de
todos es la demostración de que en la guerra no existen privilegiados, de que
todos tienen los mismos deberes. Hay que organizar los cuerpos de psicólogos y
distribuirlos entre los distintos sectores sociales, para alentar al pueblo y
orientarlo hacia la lucha victoriosa.
El pasado debe
ser olvidado. No será más: el futuro más promisorio es lo que cuenta.
Mahoma hizo su
guerra santa prometiendo el paraíso de las huríes a sus guerreros.
El objetivo de la
guerra es siempre lograr un porvenir halagüeño, en contraposición a un pasado ignominioso
y a un presente intolerable. La doctrina de la guerra tiene su basamento sobre
estos dos conceptos. La guerra psicológica debe atenerse a ellos exclusivamente.
En cuanto a la
higiene mental, ella es tarea enorme. Los psicópatas, los neurópatas, los
semialienados, los fronterizos, constituyen un factor de sumo peligro y de
perturbación en todos los órdenes de las actividades humanas. En caso de
guerra hay que eliminar su influjo poco a poco de la población civil, a medida
que se los contiene con el apoyo terapéutico más adecuado al caso. Del ejército,
en cambio, su influencia hay que eliminarla drástica, fulminantemente, lo que
allí es posible por baja, pero debe comenzar inmediatamente la terapéutica,
apoyo y contención del civil. Las bajas mentales tienen enorme gravitación en
la tranquilidad popular. En tesis general, la gente se impresiona más ante un
amigo que ha enloquecido que ante un amigo muerto. La baja mental produce
siempre un gran shock psicológico en la familia, máxime en el estado de guerra.
La GP como arma ofensiva
Consideraremos
ahora cómo actúa la guerra psicológica, en su carácter de arma ofensiva o agresiva.
Ya hemos dicho
que debe provocarse el miedo en el adversario. Para inducir al miedo al sector
antagónico, se emplean dos procedimientos. Uno es la propaganda negra, que se
lleva a cabo por medio de comunicaciones practicables o panfletos clandestinos;
tiene por objeto sembrar la desorientación en el contrario y agobiarlo con
informaciones falsas, rumores, mensajes, etc. La quinta columna, a su vez, procura
el desconcierto completo del bando adversario, también mediante informaciones
falsas y panfletos y con los servicios de espionaje y contraespionaje.
Toda la guerra
psicológica ofensiva debe tender a debilitar y quebrar la moral de guerra del
adversario, desbaratando su ajuste psicológico. Todo ello debe realizarse por
innúmeros procedimientos. El periodismo juega aquí su papel más importante.
Tiene que polemizar con el adversario y destruirle toda su argumentación de
guerra, para destruir su doctrina. Recuerden ustedes que Goebbels llegó a
convencer a millones de que el mundo debía optar entre el fascismo o el
nacionalsocialismo, y el comunismo. Al propio tiempo, evitó que el pueblo
adversario odiara al invasor. Alemania lucha —decía Goebbels— no contra el
pueblo enemigo, sino contra sus gobernantes, de los cuales Alemania ayuda a ese
pueblo a liberarse. Lo mismo dijo más tarde, refiriéndose a los alemanes, la
propaganda inglesa. El pueblo era el bueno y pésimos sus gobiernos, sus clases
dirigentes. Toda esta gama de argumentaciones constituyen la guerra psicológica
agresiva.
Desarrollo técnico de la GP
Estoy
absolutamente convencido de que la GP debe incorporarse a los Reglamentos
militares de estrategia general y tácticas de campaña, y crearse un organismo
adecuado.
Los organismos
militares de la guerra psicológica de Estados Unidos son recientes. Apenas
hállanse en los primeros pasos, y eso sólo en el campo de la organización de la
propaganda, que es completamente distinto a la organización psicológica de la
guerra. El modelo norteamericano, en aquel aspecto, es magistral. pero no
llega al hecho psicológico, repetimos.
He hecho
confeccionar este gráfico en el cual puede advertirse un proyecto, más o menos
orgánico, de lo que podría ser la organización sistematizada de guerra
psicológica y de propaganda.
Los asesores son
elementos de enorme importancia en la guerra psicológica, pues son los que imparten
las doctrinas en base a las cuales se desarrollará el arma nueva. Este cuerpo
de asesores tiene que estar integrado por intelectuales, periodistas, hombres
de ciencia, filósofos, aprovechándose así también la poca aptitud de los
mismos para la lucha en el frente de batalla. La coordinación de las informaciones
especiales, de los estudios psicológicos, psicotécnicos y de psiquiatría,
tienen que ser llevados con suma dedicación para que constituyan un complemento
eficaz y coadyuven al triunfo.
La propaganda de
la lucha tiene que responder a sus distintas formas: la gráfica, la
informativa, la oral, etc., y su estructura debe ser realizada por
especialistas.
Por lo demás, es
el ejército el que debe controlar el efecto que produce la guerra psicológica
en el adversario, es decir, debe tener el control de sus resultados como
asimismo un índice, utilizando para ello a los prisioneros, los cuales deben
ser interrogados minuciosamente. La información que de ellos se obtiene es
siempre la mejor.
En la última
guerra, los prisioneros aliados en poder de los alemanes llevaban consigo
panfletos contra Roosevelt, Churchill, el capitalismo, el imperialismo, etc.,
lo que prueba que los leían. La réplica norteamericana fué enviar al campo
alemán panfletos-salvoconductos. Y fué grande la cantidad de soldados alemanes
que más que por acción bélica, por el panfleto-salvoconducto, llegaron a
trasponer las líneas y convertirse en prisioneros de los norteamericanos. Pero
debemos reconocer que el invento del panfleto-salvoconducto fué obra de los
alemanes.
Podría extenderme
mucho sobre esto, pero lo haré en otra clase. Quiero reproducir aquí, por hoy,
una frase del ya mencionado coronel Kelm. Dice así:
"En la próxima
guerra atómica, la GP será más importante que en la segunda guerra mundial,
antes, durante y después de las operaciones bélicas".
La campaña de San Martín en el Perú como ejemplo de
GP
Quiero cerrar
esta primera clase, que han tenido ustedes la gentileza de escuchar, con una
reseña lo más sintética posible de la campaña de nuestro general San Martín en
el Perú. Todos la conocemos, y ustedes, por cierto, más detalladamente.
El historiador
don Ricardo Rojas la llama "guerra mágica". Por su parte, el historiador
peruano Paz Soldán, la calitica de "fenómeno extraordinario". Y
añade: "San Martín derrotó a un ejército poderoso con la fuerza sola de la
opinión y de la táctica, sostenida con ardides bien manejados". Pacífico
Otero, a su vez, en su monumental obra sobre el Libertador, abunda en casi un
tomo sobre esa campaña, modelo de la "calma latente y dinámica" de
nuestro héroe máximo.
Yo califico a esa
campaña del Perú como un ejemplo típico de la guerra psicológica. Durante ella,
San Martín adopta y sigue imperturbablemente las medidas que, de acuerdo a lo
que acabo de exponer, tienden:
1º A evitar el
odio y el miedo del pueblo y de los jefes adversarios.
2º A crear una
nueva moral en el pueblo que va a libertar: moral que ha de poner a ese pueblo
en estado de rabia contra su gobierno "extraño", y en estado de
amistad con quien va a liberarlo.
3º A determinar
el estado de elación de su propia menguada tropa.
4º A organizar la
5ª columna entre los jefes del ejército realista.
5º A obtener la
total división política de sus contrarios.
6º A determinar
la elación en el pueblo peruano.
7º A organizar la
5ª columna en Lima.
Cómo se prepara el espíritu público
Una relación,
como digo sintética, bastará para dar consistencia plena a mi aserto: la
campaña sanmartiniana en el Alto Perú es un modelo —para entonces, hace más de
un siglo— de verdadera guerra psicológica. Comencemos por decir que, en el año
que ella duró, San Martín perdió 50 hombres en batalla, y 2.400 por
enfermedades de la región, las que estaba lejos de su posibilidad impedir.
Y bien. En 1820
desembarca el Libertador en el Perú. Se encuentra ante un pueblo que ya conoce,
lo mismo que conoce la moral de los jefes adversarios. En efecto, por uno de
sus agentes secretos, Bernaldes, cuando aun San Martín hallábase en Chile
preparando su objetivo final, que era el Perú liberado, conoce el estado de
espíritu de la población, de sus clases y castas, además de las informaciones y
estadísticas militares. Bernaldes le escribe: "Si el Ejército Libertador se encontrase a seis leguas de Lima y el Visir
(así denomina al Virrey de la Serna) ordenase una corrida de toros, los limeños
se desentenderían de aquella amenaza y darían preferencia a la corrida".
Quiere decir que
a la población peruana no le importaba mucho ser liberada. Eso acuciaba sólo a
los pocos patriotas que se debatían en un medio, si no hostil, indiferente.
San Martín no se
inmuta. En otras recomendaciones a los enviados suyos, les manifiesta que:
"toda conmoción popular tiene tres tiempos, y es así cómo, en los momentos
de ejecución, se suele pecar por imprudencia, en los momentos posteriores se
peca por nimia o necia confianza". "Un plan revolucionario, añade,
debe ser preparado de otro modo, y conocida su disposición, ésta no debe tener
más parte que en el acto indivisible de la ejecución".
La sagacidad
psicológica de San Martín es admirable. Sabe que no es posible un levantamiento
del Perú, antes de la llegada del Ejército Libertador, y aconseja a sus emisarios
dividir la atención del enemigo. De ninguna manera aprueba un movimiento intempestivo,
y dice que la multitud no puede ser movida sino magnificando sus temores o
alentando sus esperanzas. Para esto no hay que hacer promesa "que no se
pueda o no se deba cumplir". Recalca que "el objeto de la Revolución es la felicidad de todos". Este
"slogan", como se diría hoy, va a repetirlo incansablemente, por
todos los medios.
Proclamas y panfletos revolucionarios
Ya llegado al
Perú, monta su imprenta móvil y ordena distribuir sus proclamas al pueblo
peruano. En éstas, fija entonces el carácter y sentido de su campaña,
estableciendo la diferencia que existía entre la guerra por la libertad de
América y la tiranía realista. Analiza los sucesos en la península, y satiriza
los esfuerzos del que ya llama "el último Virrey del Perú", para
"prolongar su decrépita autoridad". Concluye con esta categórica
afirmación: "Yo vengo a poner
término a esta época de dolor y humillación".
Otra proclama va
enderezada a la nobleza española residente en Lima, que recelaba de los propósitos
de San Martín, asegurándole que su acción no iba "contra sus justos privilegios".
El objetivo era, pues, no tenerla de enemiga.
Redactadas e
impresas las dos proclamas, se cumple otra orden de San Martín: "Que no
quede iglesia, monasterio, plaza, taberna, bodegón, oficina, café, paseo,
barbería ni lugar alguno de concurrencia donde no se repartan proclamas en una
misma noche simultáneamente y de suerte que ni el poder del Virrey, ni el de
la Inquisición, puedan socorrerse con esta inundación y el espíritu público empiece
a ilustrarse y a hacerse sentir a pesar de toda pesquisa".
Obsérvese la
técnica del Libertador. Todavía no ha dado un solo paso bélico, pero ya ha
metido varias cuñas en la moral del pueblo al que va a libertar. Ya veremos
cómo procede con los realistas.
Simultáneamente,
San Martín se ocupa de sus tropas, cuyo estado moral después de las victorias
de Chacabuco y Maipo es excelente. Les dice en otra proclama: "Soldados:
acordáos que toda la América os contempla en el momento actual y que sus grandes
esperanzas penden de que acreditéis la humanidad, el coraje y el honor que os
han distinguido siempre, dondequiera que los oprimidos han implorado nuestro
auxilio contra los opresores. El mundo envidiará vuestro destino si observáis
la misma conducta que hasta aquí; pero desgraciado el que quebrante sus deberes
y sirva de escándalo a sus compañeros de armas. Yo lo castigaré de un modo
terrible y desaparecerá de entre los otros con oprobio e ignominia".
Este final en
tono violento, que dice del carácter de San Martín, tiene el propósito —igual
que otras medidas de severidad adoptadas— de devolver a los pueblos "la
confianza en la moralidad de la causa revolucionaria, que había dejado
recuerdos poco favorables después de la primera campaña de Cochrane". Esto
expresa el historiador chileno Gonzalo Bulnes. Y aquí permítaseme un párrafo
del historiador nuestro, Pacifico Otero.
Dice así:
"A los pocos
días de encontrarse el Ejército Libertador en Pisco —lugar de desembarco de San
Martín en tierra peruana—, la villa recobró su aspecto y animación habituales.
Pronto corrió la voz, por toda la comarca, que los batallones que habían desembarcado
no eran hordas bárbaras y que confiados en su protección y en la bondad de su
acogida podían retornar a sus casas los fugitivos. Más de mil personas volvieron,
pues, a sus lares, y se abrieron nuevamente sus tiendas y sus pulperías. La
conducta del Ejército Libertador desautorizó la falsedad de las imputaciones
con que lo había denigrado injustamente el Virrey; y con su buen trato aumentó
sus filas con no pocos adeptos. Era ésta, por así decirlo, la primera victoria
que ganaba San Martín en tierra peruana. Su sombra fué para ésta una sombra
auspiciosa y bajo su amparo comenzó a salir de su estado letárgico un pueblo
que, a pesar de su patriotismo instintivo, no podía romper sus ataduras
coloniales y reclamaba manos extrañas para darse su libertad política".
San Martín espera
los acontecimientos, sin precipitarse jamás. El Virrey le envía un emisario.
Éste se reúne con el general en Miraflores. Las deliberaciones acerca de los móviles
del Libertador prosiguen diez días, y, por supuesto, no se concreta nada. El
objeto es ganar tiempo, pues así consigue San Martín desembarcar toda su tropa,
con la artillería y demás elementos, sin encontrar obstáculo armado. Ya ido el
emisario, envía San Martín una carta personal a Pezuela, expresándole que lamentaría
mucho iniciar las hostilidades si no llegaran a entenderse. Le achaca todos los
sufrimientos que deberá soportar el pueblo peruano por culpa suya. Lo que
persigue San Martín es indisponer a ese pueblo con la autoridad del Rey en el
Perú. Y a fe que lo consigue con sobras. El que va a dar libertad al Perú crea
la nueva bandera peruana y el escudo, oficialmente. Distingue a los patriotas
con especiales muestras de consideración. Ofrece una nueva concepción de la
vida futura, en un clima de autodeterminación política, de gobierno propio y
de felicidad para todos.
Su propósito real
es siempre ganar tiempo, pues su ejército se diezma por las epidemias; las fuerzas
realistas son mayores en número y en poderío bélico. Arenales se interna por la
Sierra y Cochrane espera frente al Callao con sus buques, a que el bloqueo
rinda sus beneficios previstos. Por otra parte, el propio panorama americano
era desfavorable para los propósitos sanmartinianos. Sin autoridad Buenos Aires,
el respaldo de San Martín era muy débil.
Características de la guerra de nervios
La obra maestra
del Libertador, en el Perú, es la organización de la hoy llamada 5ª columna
entre los jefes del ejército adversario. Sabía que entre los que acompañaban
al Virrey Pezuela había ambiciosos y disconformes, no sólo con la autoridad,
sino con la propia corona española. Pezuela representaba la tendencia
monárquica: el general De la Serna, en cambio, con los jefes más jóvenes, a los
liberales.
Reanuda San
Martín su guerra de zapa, o de nervios, o psico- lógica, como debemos entender
hoy. Fomenta la enemistad entre los representantes de las dos tendencias. A De
la Serna le escribe: "No vengo a derramar sangre, sino a fundar la
libertad y el derecho. Los liberales del mundo somos hermanos en todas
partes".
Se plantea el
problema, que no es el de España contra América, sino el del absolutismo contra
el liberalismo. De tal modo, el descontento contra el Virrey cunde en sus propias
filas. El batallón "Numancia" —el más fuerte y célebre— se desbanda.
Un levantamiento de De la Serna contra el Virrey que se empeña en luchar contra
San Martín, le cuesta el cargo. Vése obligado a dimitir y ocupa entonces su
lugar De la Serna. Éste hállase convencido de que la resistencia contra el
Libertador es casi imposible, y así lo detalla a la Corona, pidiéndole
refuerzos. Entre tanto procura atraerse la buena voluntad de San Martín, y le
envía emisarios. Así se realiza la Conferencia de Torre Blanca, otro fracaso,
naturalmente, de los realistas y otro triunfo psicológico de San Martín.
Entre tanto, el
bloqueo del Callao prosigue. San Martín, contra los propósitos de Cochrane que
anhela librar batalla, lo contiene y le escribe a O'Higgins, en carta
explicativa de su conducta: "Pienso entrar en Lima con más seguridad que
fiando el éxito a la suerte de una batalla". En otra, dice: "Los
dividiré —a los realistas— y ganaré tiempo. Me han muerto 1.600 hombres las
pestes y siguen muriendo a razón de 100 por día". Y con todo esto, ya al
finalizar 1820, a menos de un año de su desembarco, San Martín, sin haber librado
batalla alguna —la de Pasco fué un encuentro—, tenía dominado moral, militar y
políticamente al Perú.
Lima no estaba
conquistada aún, pero le pertenecía todo el litoral peruano, desde Pisco a las
playas más lejanas del norte. La Sierra hallábase dominada también. El ejército
español subordina su táctica a los movimientos cautelosos de San Martín.
En este estado se
realiza en Punchauca la entrevista del Virrey De la Serna con San Martín,
cuyos detalles abrevio por ser de ustedes bien conocidos. Los discursos de
ambos también. El plan monárquico urdido por San Martín no tuvo más alcance que
el protocolar y diplomático. El nombramiento de un regente era inaceptable para
la Corona, y en cuanto a la no iniciación de las hostilidades los jefes
realistas tampoco podían aceptar el plan de De la Serna
Todo sucedió como
estaba previsto por el Libertador y narrado a O'Higgins. Y ya los
acontecimientos se precipitan. Convencido de la desmoralización del
adversario, San Martín rodea con sus fuerzas a Lima; asiste desde la bahía, a
bordo del "Moctezuma", a la labor de los patriotas; De la Serna
clama por que San Martín levante el bloqueo y negocie. La población limeña lee
con avidez la última proclama del Libertador ofreciéndole el gobierno propio y
concitándolo a la revuelta. La promesa de liberación de los esclavos e indios
concluye por destruir la organización colonial. A nuevos requerimientos
—después de abandonada Lima por De la Serna, el Libertador levanta el bloqueo y
envía alimentos a sus adversarios, a sus propios cuarteles: "Los soldados
—dice en un panfleto más— son enemigos nuestros en el campo de batalla
solamente".
El efecto causado
entre las tropas y en el pueblo por el gesto de San Martín es inmenso. A pesar
de todos los requerimientos de los patriotas, niégase a atacar a la ciudad de
los virreyes. "Sólo entraré en Lima invitado por su pueblo", dice. La
respuesta de San Martín enardece a los peruanos. De la Serna huye y ante la
formal invitación de una comisión de vecinos, patriotas y autoridades
municipales y eclesiásticas, San Martín hace su entrada triunfal en Lima, el 9
de julio de 1821, "sin haber disparado un solo tiro".
Hemos seguido a
vuelo de pájaro una campaña psicológica más que bélica, de nuestro genial San
Martín, que causa admiración por su penetración del alma del soldado y del alma
de un pueblo. Lo que viene a probar que, si según el mariscal Foch la guerra es
acción, lo que es axiomático, ella nos lleva a estas conclusiones:
1º La guerra es
un arte simple y todo ejecución. De las cosas ejecutables por un ejército, lo
más difícil es la guerra de nervios.
2º Siendo acción
en la guerra material, los hechos dominan las ideas y las palabras. Su
ejecución está sobre la teoría.
3º En la guerra
psicológica, las ideas y las palabras son las armas. Su ejecución es difundirlas.
II. — LA TÉCNICA
DEL FACTOR PSICOLÓGICO EN
LAS FUERZAS ARMADAS
Releyendo la
versión taquigráfica de la anterior clase, me encuentro con que tal vez he sido
un poco minucioso en diversos pasajes y un poco impreciso en otros. Sin embargo,
hemos podido definir y señalar las bases sociales de la guerra psicológica en
general, así como de modo especial sus efectos en la población civil,
dedicándonos preferentemente a ésta, pues es indudable que tal guerra va
enderezada a lograr sus objetivos: sanear el conglomerado social en que se
actúa, vale decir, colocar en el mejor espíritu a los ciudadanos de todas las
esferas, hasta llevarlos al estado de elación, y, al propio tiempo, destruir
hasta donde sea posible la moral adversaria. En este caso, tanto de la población
civil como de la combatiente.
Fijamos,
asimismo, los objetivos bien determinados de la guerra psicológica, estudiando
las reacciones anímicas y psíquicas de los individuos y de la colectividad.
Presentamos, en fin, un proyecto de organización de la GP para uso de las fuerzas
armadas. Como en este sentido todo está por hacerse, y desgraciadamente no se
poseen antecedentes valederos y sí sólo algunos resultados, claro es que esa
organización y planificación de la GP llevará un tiempo largo y sólo será
posible con la conjunción armónica de técnicos psicólogos y psiquíatras y de
oficiales y jefes de las tres armas.
Por otra parte,
la guerra total ya es previsible. No podemos olvidar esto, ni que la guerra
previsible ya nos rodea con acciones que para muchos aún no parecen bélicas
pero —aunque no suenen clarines— lo son, como tampoco que una guerra hay que ganarla
desde el primer momento, no importa cuáles sean sus primeros resultados.
Lo ya expuesto
nos lleva al tema de esta segunda clase dedicada a los señores jefes y oficiales.
Comenzaremos por
tratar del concepto moderno de la tropa y de la moral de guerra en general: seguiremos
con la selección psicológica de los oficiales, como fundamento de la guerra
psicológica defensiva en las fuerzas armadas; veremos luego cómo se procede a
la selección psicológica de la tropa y, finalmente, trataremos de la moral en
el frente de batalla y en la retaguardia.
1º Concepto moderno de la moral de la tropa
y de la moral de la guerra en general
Lejos está de mi
propósito referirme al concepto moderno, de la moral de la tropa, más que en
sus aspectos salientes. En toda época, cualquier combatiente tiene que llevar
dentro de sí la seguridad absoluta de que lucha por una causa justa, de que el
enemigo es el que se opone al logro de sus principios de justicia y de
felicidad, y de que sus jefes los llevarán, indefectiblemente, a la victoria,
tras la cual brillará un porvenir mejor. La sola valentía no es un principio
moral, sino psicológico. La valentía se adquiere hasta por contagio. Es, en realidad,
un estado de ánimo. La moral combatiente, en cambio, es un complejo de
factores, todos de índole, diríamos así, espiritual, aunque el fin de la guerra
siempre sea una conquista.
Se lucha,
repetimos, por defender un derecho, por atacar una violación del derecho, por
imponer una doctrina, por impedir el triunfo de otra que ataque o ponga en
peligro lo que se consideran fundamentos de la familia, del hogar, de la
sociedad, de la nación, de la patria, en fin.
"Una guerra siempre es justa y lícita, sea ofensiva
o defensiva. Si es justa y lícita —y todo los tratadistas están de acuerdo en
esto— es moral. Luego, la guerra es moral, y el que lucha, soldado de una causa
moral." A inculcar este concepto tiende no la mera propaganda bélica,
sino la guerra psicológica, en colaboración estrechísima con el poder político.
Más aún: en los
tiempos que corren, se torna de evidencia innegable que las simples o geniales
concepciones estratégicas cuentan en principalísimo modo para la guerra. Pero
más que nunca, sin una fuerza armada y una población no combatiente que no haya
sido llevada, por todos los medios, a ese estado ideal de elación a que nos
hemos referido y sobre el cual volveremos, sin ese estado, repito, el triunfo
en la contienda resultará muy problemático. Sin buscarla, aunque no oigamos
clarines ni veamos como tales los actos de guerra, vamos a la guerra total. Luego
la moral de la tropa debe ser total también. Lo mismo que la de los civiles.
En el pasado, el
concepto del honor, el del valor personal, contando, pues, también con la
defensa de una causa noble y justa, produjo los hechos extraordinarios que
todos conocemos y admiramos. Ni la mayoría numérica, ni el material de guerra,
ni las condiciones logísticas desfavorables, siquiera, pudieron por ejemplo,
derrotar a Leónidas en las Termópilas.
Recuerdan
ustedes. Jerjes ataca Grecia, en la segunda guerra médica. Esparta y Atenas
lucharon con indecible furor ante los invasores. Leónidas, en el desfiladero de
las Termópilas, por la traición de Efialtes, vése tomado entre dos fuegos. Sólo
contaba con 300 soldados, a quienes arengó Leónidas: "Esparta nos ha
confiado un puesto y debemos permanecer en él". 20.000 hombres de Jerjes y
Efialtes cayeron antes que Leónidas y los suyos perdieran su vida bajo una
lluvia de piedras y dardos lanzados desde lejos por los bárbaros. Las frases
del héroe espartano están grabadas en los siglos. "Si quieres someterte
—le expresa Jerjes a Leónidas en un mensaje— yo te daré el Imperio de
Grecia". Leónidas responde: "Prefiero morir por la patria antes que
esclavizarla". En otro mensaje: "Rinde tus armas". Leónidas
escribió al pie: "Ven a tomarlas". Antes del último combate, y ya
seguro de su fin, Leónidas hizo que sus hombres tomaran un pequeño alimento
porque "esta noche cenaremos con Plutón".
Grecia honró a
los lacedemonios de las Termópilas con esta inscripción en la tumba que recogió
sus restos: "Pasajero, ve a decir a Esparta que aquí hemos muerto por defender
sus leyes".
Según se ve, fué
aquella una causa justa, una moral íntegra, una fuerza victoriosa aun en la
derrota.
Milcíades, en la
batalla de Maratón, con un ejército de 11.000 hombres diezmó a los invasores persas,
fuerzas compuestas de 110.000 hombres. El enorme bloque de mármol que los
persas habían llevado a Maratón para hacer un trofeo, sirvió luego a Fidias
para crear su estatua de Némesis, diosa de las justas venganzas. De esa
batalla, díjose después, nació un gran pueblo: el griego.
¿Para qué seguir?
El gran Alejandro conquista, con 30.000 hombres, el Asia entera. Aníbal, en Cannas,
con 50.000, derrota a 200.000 romanos. Pizarro solamente cuenta con 300 hombres
para conquistar el Imperio incaico. En todos estos casos, la moral combatiente
es la misma y su temple de acero. Grandes generales, mejores estrategos, pero
una fuerza combatiente imbuida de espíritu. Se lucha por el hogar, por la
patria.
Definición moderna sobre la guerra
Adviertan ustedes
que los ejemplos que acabo de enumerar y que son por ustedes conocidos se refieren
a la concepción clásica de la moral combatiente de la tropa, de los ejércitos.
El valor, el arrojo, la decisión, constituyen esa moral, forjada primero en el
individuo y reflejada luego en el soldado.
Pero Ios tiempos
bélicos son hoy distintos a los de antaño y, cada vez más, una guerra abarca a
toda la nación, para acercarse a la concepción de la guerra total, ya bien definida
en las etapas postreras de la última contienda. Sin entrar en mayores apreciaciones,
antaño, los más geniales conductores de ejércitos comandaban un relativamente
escaso número de soldados, miles apenas. Los ejércitos de la actualidad son formados
por millones. La diversificación de las armas, las especialidades técnicas, el
campo amplísimo de la estrategia y de la táctica, acrecen todavía los innumerables
problemas.
Hoy, como ayer,
un conductor guerrero puede llegar a ser el ídolo de sus hombres, pero este
caso no es sino excepcional. Los comandos de ahora están muy alejados de la
masa de combatientes, de modo que su contacto es más difícil. La atracción magnética
de un gran estratego queda reservada a sus más directos colaboradores. El valor
personal, que tanto influye siempre como ejemplo, ese valor que galvanizaba
antes a los soldados, hoy no tiene reflejos sobre los mismos. La trasmisión de
las ideas se realiza de modo indirecto y complicado. Los estados mayores no están
forzosamente en la línea de fuego.
Si no hay una
doctrina de guerra ampliamente elaborada y difundida, el combatiente sabrá cada
vez menos, en plena guerra, por qué lucha. A eso ya se agrega la insoslayable
acción psicológica, holgadamente anterior a la guerra armada, del adversario,
cuyos esfuerzos por influir preparatoriamente en todo posible conflicto no
habrán dejado de fomentar el egoísmo, la inmadurez instintiva y el relajamiento
moral en quienes podía prever que alguna vez tomarían las armas en su contra. Y
todo ello hace que tanto la moral de la tropa como su mantenimiento y aun su
acrecentamiento paulatino, respondan a otros principios.
La última guerra
nos ofrece dos ejemplos notables, por su contraste, acerca de lo que es ahora
una buena o una mala moral de los combatientes. Estamos aún muy cerca de los
acontecimientos pasados. La bibliografía de la contienda es inmensa y no toda
imparcial, por cierto. Pero, no obstante ello, puede señalarse como ejemplo
típico y magnífico de moral combatiente la de los ejércitos alemanes, de 1935 a
1944 y hasta el último día de la guerra, tanto en las victorias magníficas
como en las derrotas abrumadoras — tanto más abrumadoras cuanto más cerca estuvieron
esos ejércitos del triunfo final. Esa moral combatiente se mantuvo incólume en
todos los campos de combate: en el aire, en el mar, en la tierra, en las
estepas rusas, en las mejores y en las más tristes horas. Todo ello acontecía
mientras había refuerzos de material humano o bien cuando ya no era posible
conseguirlo; cuando la alimentación, la vestimenta, el armamento, eran
sobreabundantes, o cuando escaseaban cada día más.
La caída total de
Alemania, y por lo tanto la derrota aplastante de sus ejércitos, y todavía el
derrumbe político definitivo, encontró al combatiente alemán como si recién, a
banderas desplegadas, entre coros marciales y bajo la admiración de sus conciudadanos,
iniciara la marcha hacia el campo de batalla.
El contraste lo
dan, rotundamente, la pésima moral de las tropas combatientes francesas e italianas.
En ambos casos, el resultado no puede ser peor. Los ejércitos franceses ante
la primera "blitzkrieg" germana bajan la guardia y la resistencia.
Su escasa actividad bélica termina en una pasividad tremenda y en una derrota
sin resistencia alguna. El caso del combatiente italiano, por lo demás, es
idéntico. Luego de las primeras victorias, los contrastes subsiguientes mellan
la moral de jefes y soldados. El potencial de agresividad de los ejércitos
italianos se diluye día a día hasta su desaparición total.
Acabo de leer dos
libros que les recomiendo: "Italia fuera de combate", del periodista
español Herraiz; y "Los caminos mágicos", escrito éste en alemán por
el general polaco Homltson, que, según mis noticias, aparecerá en versión
castellana muy pronto bajo el título "La guerra nazi-soviética". En
el primero, es posible comprender las enormes fallas psicológicas en que
incurrió la conducción militar italiana. En el segundo, la clarividente concepción
psicológica alemana, hasta que el régimen político se resquebraja y los comandos
militares se supeditan a erradas y temerarias concepciones de prestigio, que
nada tienen que ver con el arte y la ciencia de la guerra.
Sobre la marcha
de los acontecimientos se puede improvisar algo, pero nunca una conducta ni una
moral combatientes. Ello es tarea inmensa, de tiempo y de colaboración, en los
planes largamente estudiados, concebidos íntegramente y puestos en práctica
sin hesitación y sin pausa.
Afirmamos que la
preparación psicológica para la guerra se realiza en los tiempos de paz y que
es durante la guerra cuando se recogen los frutos de esa larga labor
psicológica sobre civiles y soldados, tanto propios como —a través de las
influencias ejercidas durante esa "paz" — adversarios.
Como dije en mi
anterior clase, se llama moral de la
tropa combatiente su estado de "elación". Esto es, cuando el soldado,
individual y colectivamente considerado, carece del mínimo temor y de la mínima
duda; cuando tiene una inquebrantable confianza en sus jefes mediatos e inmediatos,
cuando mantiene la disciplina en todos los aspectos de su vida y acrecienta su
agresividad frente al enemigo, cuando, en una palabra, sabe a conciencia
plena, que luchando defiende su vida y la de los suyos, que defiende a su Patria
y que alcanzará un porvenir mejor.
El hombre tiene
siempre vigilante su "instinto de conservación" y la guerra no lo
atempera, sino que lo acrecienta. A ese "instinto de conservación",
que puede ser negativo bélicamente considerado, hay que transformarlo paulatina
pero firmemente en un instinto social. El soldado debe comprender que lucha por
solidaridad con sus semejantes que también luchan o también sufren los rigores
de la guerra. Una de las maneras de llegar a ese instinto social es valorizando
el sentimiento patriótico, latente en todo ser normal. La otra es dando al
soldado una doctrina de guerra. No olviden ustedes que los psiquiatras somos
técnicos en materia de reacciones psicológicas del ser, tanto como en materia
de las relaciones psicológicas entre los hombres, como así entre éstos y la
comunidad entera.
Por eso podemos
afirmar que la guerra se hacía antes con hombres, luego se hizo con materiales,
más tarde con un gran conductor, y ahora se hace con todo ese conjunto de
elementos acrecentado al máximo. A todo esto hay que agregar, empero, ideas, conceptos
y una firme doctrina que abarque la totalidad del ser individual y del ser
nacional.
Componentes de la moral de guerra
Vamos ahora a
enumerar los componentes de la moral de guerra, de guerra moderna se sobreentiende,
los que se pueden dividir en cuatro grupos, a saber:
A) Un componente
defensivo individual, que comprende la "selección" psicológica de los
oficiales y la selección psicológica de la tropa.
Esto se
complementa por componentes agresivos que comprenden a su vez: la doctrina de
guerra, la "preparación" psicológica de los oficiales y de la tropa
y la técnica de la guerra psicológica.
B) Un componente
psicológico de la zona militar, tomado en su conjunto.
C) Los
componentes psicológicos de la retaguardia o de la población civil y su estilo
de vida y, finalmente,
D) Un componente
activo y ofensivo, de incidencia colectiva. Estudiaremos esto, distribuyendo el
tema en varios capítulos.
Selección psicológica de los oficiales
Esta selección,
que es básica, se realiza en los tiempos de paz en los institutos militares y
en los tiempos de guerra en los campos de entrenamiento. Yo considero que en
éstos ya hay que tener realizado todo lo anterior.
Ya hemos dicho
que, en materia de GP está todo por aprenderse y son pocos los antecedentes
que se hallan a nuestro alcance. Los modelos alemán, soviético y norteamericano,
si no son del todo impenetrables, por lo menos, como es natural, son celosamente
reservados. Sin embargo, tenemos el modelo alemán que, a nuestro entender, es
el mejor.
La base hallábase
en el Instituto o Laboratorio de Psicología Militar, cuya organización y
principios no son conocidos, pero tampoco, como he dicho, impenetrables a
nuestra sagacidad y a nuestros estudios técnicos. Dicho instituto, creado en
los tiempos del régimen nacional-socialista, fué dirigido siempre por un alto
jefe militar y por una comisión asesora de psiquiatras y psicólogos oficiales.
En el año 1939 los especialistas de la materia eran 2.000 e inmediatamente
después de la movilización ese número se elevó a 5.000.
El Instituto de
Psicología Militar dictaba cursos y preparaba médicos y oficiales, indistintamente.
Publicaba una Revista de Psicología Militar que alcanzó a constituir una verdadera
biblioteca, de valor inapreciable. Desgraciadamente, no he logrado conseguir
ni un tomo siquiera de esa colección. Los maestros psicólogos alemanes crearon
el concepto de "Soldatemtum", cuyo equivalente castellano sería
"espíritu militar". ¿A qué tiende ese espíritu militar? A
fundamentar una actitud, una conducta psicológica, diríamos mejor, profunda e
instintiva, en virtud de la cual, el hombre-soldado vive para dar todo por su Patria;
a agrandar, a aumentar ese espíritu, ante el peligro y a aumentarlo más aun en
la lucha y en el contraste; a determinar
sus factores formativos, a identificarlos también en los posibles adversarios
de modo de obstaculizar en ellos su fructificación, promoviéndola en cambio en
el propio pueblo.
En resumen, se
enseña a todos a vivir en la paz, pero en actitud de soldado, es decir, con
espíritu de sacrificio, con espíritu de deber, con disciplina, con
subordinación a ideas superiores y con respeto profundo a las jerarquías, y se
influencia a los posibles enemigos dificultando que sus hijos desarrollen cualidades
similares. Ustedes conocen el concepto de "Nación en armas".
Apliquemos, pues, a ese concepto, el caudal de la ciencia psicológica, y
tendremos el ideal hacia el cual debemos tender desde ya.
El objetivo
principal del Instituto de Psicología Militar a que aludo, era el determinar
las características psicológicas del buen jefe.
¿Cómo lo hicieron
los alemanes? Pues descubriendo algo así como la piedra filosofal: estudiando a
fondo, minuciosa y exhaustivamente la psicología —es decir la medida de la
"fuerza" del espíritu de sus grandes jefes: Moltke, Blücher,
Scheimhorts, Gneisenau, etc. Del conjunto de las virtudes psicológicas de
aquellos grandes conductores, dedujeron y determinaron el prototipo ideal del
jefe militar alemán.
Las
virtudes de este prototipo, son:
1º Completo
dominio de sí mismo.
2º Poder de
sugestión sobre los demás.
3º Decisiones
reflexivas y rápidas.
4º Tendencia
heroica y "amor a los valores puros".
5º Capacidad de
sacrificar las propias comodidades.
Nosotros, los
argentinos, tenemos un prototipo ideal, que reúne todas las virtudes señaladas,
en grado excelso: es el general don José de San Martín. En la anterior clase demostré
la profundidad psicológica de nuestro héroe en su campaña del Alto Perú. Pero,
desgraciadamente yo no conozco que se haya realizado hasta hoy un estudio
psicológico de San Martín, a los fines militares de configurar el prototipo
argentino.
Las virtudes del
Libertador, como jefe militar, han sido estudiadas muy parcialmente, siempre
en relación con los hechos de la historia; esto es, para fines históricos,
didácticos; no para configurar el prototipo ideal del militar argentino.
Claro es que
todos ustedes, señores jefes y oficiales, por íntima devoción, toman como
modelo las virtudes sanmartinianas, y así podemos enorgullecernos de nuestro
ejército todos los argentinos. Pero yo me refiero aquí, a un estudio en
abstracto de las condiciones y el espíritu de San Martín, para concretar luego
las mencionadas virtudes autóctonas.
Ese estudio,
seguramente, se hará — y sólo extraeremos beneficios de él.
Principios fundamentales de la selección
Indiscutiblemente,
se impone la creación de nuestro Instituto de Psicología Militar. No es que se
trate de calcar nada de lo ya hecho. Pero puede adaptarse, mejor dicho, debe
adaptarse si es que existe algo hasta ahora.
Yo no conozco al
Instituto Alemán. Apenas se tienen de él vagas referencias. Sin embargo, de lo
ya expuesto surge la necesidad de la creación de un instituto de tal
naturaleza en la Argentina, el cual, además de su objetivo tendiente a formar
el prototipo ideal del jefe, tendría que determinar, como es obvio, los
principios en que debe fundarse la selección para obtener el material humano
con el cual se obtendrá dicho prototipo.
Para un hombre de
la ciencia psicológica, no es difícil establecer dichos principios, que son
dos: de conformación y de reacción.
Expondré aquí, en
forma simple, esos principios.
De Conformación:
como ustedes saben, en cuanto a capacidades la personalidad humana es un
compuesto de 3/4 de dotes congénitas y de 1/4 de dotes adquiridas (por la
educación y la cultura).
Para determinar
los principios de conformación, son necesarios varios medios de observación y
de la consiguiente determinación. El plantel de examinandos del Instituto debe
ser observado en su conducta natural, vale decir, en su hábito, en su modo de
ser, en sus reacciones simples, domésticas casi. Este método de observación, si
carece de carácter científico a primera vista, es importantísimo. No olvidemos
que en un medio natural es difícil que el ser altere su psiquis o la modifique.
Ni está prevenido, ni disimula; es tal cual es. La observación directa es
larga, requiere sagacidad, pero da los primeros buenos resultados. Con ella
sola ya hay un principio cierto de selección.
La observación
posterior se realiza por medio de los tests, sobre los cuales no voy a
explayarme aquí. Sin ser sus resultados definitivos, ni mucho menos, sirven
para una determinación de que hablaré oportunamente.
Los tests miden
los sentidos, las reacciones sensorias del ser. En verdad, son algo mecánicos,
y no hay que olvidarse que la psicología es la medida de la fuerza del
espíritu, y que el espíritu es algo más complejo y grande que los sentidos. Mi
experiencia personal de lo que se llama psicología, por ejemplo, en los exámenes
para nuestros pilotos aviadores, me han hecho comprobar errores garrafales de
los tests. Se puede calificar con diez puntos por medio de los tests y, a la
luz de la verdadera psicología, merecer el mismo examinado cero puntos.
Tanto la
observación directa y natural, como la de los tests, permiten la determinación
de las principales aptitudes del ser, esto es, lo que el individuo ya sabe
hacer.
Una nueva
observación señala las disposiciones naturales del sujeto: esto es, Io que
puede llegar a saber y realizar.
Posteriores
observaciones determinan los defectos y el carácter. Tenernos así, naturalmente
que apenas "grosso modo" por la índole no especializada de esta
clase, señalados los principios de conformación.
Los principios de
Reacción son dos: que se refieren a la capacidad de adaptación del sujeto al
medio y el don de simpatías afectivas que posee. Estamos ya en algo más complejo,
pero nada difícil de realizar. Para todo tenemos un método práctico de exámenes,
siguiendo el desarrollo lógico de varias pruebas.
Método práctico de examen
Nos iniciamos con
un plantel de futuros oficiales. Las pruebas a que deben ser sometidos, ya en
forma directa o en forma indirecta, ya naturalmente, ya científicamente, pueden
resumirse en seis: la prueba biográfica, la prueba de los medios de expresión,
las pruebas psicológicas o de inteligencia, las pruebas de eficiencia y de
voluntad, las pruebas de audacia y, finalmente, las pruebas de mando.
No puedo entrar
en detalles, que alargarían desmesuradamente esta clase. Me bastará, para dar
una idea general, referirme a las características de las pruebas biográficas.
Hay que estudiar y analizar los recuerdos infantiles del alumno, tan importantes
para cualquier fundamentación psicológica; hay que conocer, aunque sea por las
propias referencias, su comportamiento en el hogar, en la escuela, con sus amigos,
las lecturas hechas, los juegos y distracciones preferidos. Todo ello da un
conjunto de observaciones básicas, cuya alteración no es grande en el
desarrollo ulterior del individuo.
Las pruebas de
los medios de expresión se refieren a lo siguiente: la capacidad del alumno
para la conversación espontánea; su humor, variable o firme, triste o alegre,
dicharachero o silencioso, malo o bueno, etc.; su gesticulación, ya sea por
visajes faciales, por las manos, los brazos y aun todo el cuerpo: su capacidad
de expresión y, en fin, su capacidad de reacción. No podemos negar tampoco el
examen grafológico como método práctico de estudio. Tiene revelaciones siempre
interesantísimas.
Las pruebas
psicológicas o de inteligencia corresponden a los planteos de problemas
diversos y a exámenes y observaciones de la memoria y del razonamiento. De las
reacciones a estos exámenes el psicólogo obtiene ya un verdadero estado del
alumno, para determinar su capacitación posterior.
Ese estado se
complementa con las pruebas de eficiencia y de voluntad. Las podemos resumir en
cinco preguntas al examinando o alumno; claro es que hechas a lo largo del
tiempo de un curso, por ejemplo. Las preguntas en cuestión, son: ¿Qué programas
o qué propósitos ha tenido en su vida hasta el momento actual? ¿En qué proporción
ha cumplido sus propósitos? ¿Cuántas veces los ha intentado? ¿Cuántas ha
fracasado? ¿Cuántas ha triunfado?
La índole de las
respuestas obliga al psicólogo examinador a elaborar un informe reservado para
la superioridad.
En las dos
siguientes pruebas entramos ya en las habituales para los señores oficiales.
Las de audacia y las de mando son habituales en el nuestro y en todos los
ejércitos. ¿Puede realizar una "aventura" difícil? ¿Se anima a ello?
¿La realizaría espontáneamente? ¿La realizada por una orden? La realización
¿sería verdaderamente de una audacia razonada, no de una simple temeridad?
En el caso de la
prueba de mando, o "Führer-probe", como la denominan los alemanes, se
llega al comando de un grupo de subalternos desconocidos, para una acción determinada.
Ustedes conocen todo esto y lo han realizado. Pero estos sus ejercicios habituales,
hasta de rutina, en el examen a que me refiero deben ser controlados no sólo
por los jefes militares, sino también por los psicólogos.
Todo lo que
antecede, realizado en los cursos del Instituto de Psicología Militar, proporciona
al comando, sin lugar a dudas, un informe caracterológico cabal del oficial, mediante
el cual se llega al diagnóstico y el pronóstico de la personalidad militar.
El Libro de
Especialidades del Ejército, donde se enumeran las condiciones psicológicas o
aptitudes para el aprendizaje de determinadas armas, es indispensable para la
orientación profesional y para la formación del criterio psicotécnico. Del conjunto
de todas estas pruebas surge el prototipo de nuestro jefe. A ello hay que
llegar para realzar más aun la vocación y la profesión militares y para la
mejor defensa de la Patria, confiada a las armas en última instancia.
Hay que añadir,
pues, a la ficha de salud con que hoy contamos, la Ficha Psicológica integrada
por las pruebas a que me he referido. Así se evitaría, con tiempo, la incorporación
a las filas del ejército de jóvenes que fracasarán indefectiblemente, más
tarde o más temprano, así como las bajas prematuras y los fracasados por fallas
insanables no atinentes ni a su voluntad ni a su conducta, ni siquiera a su
inteligencia, sólo mal encauzadas.
3º Selección psicológica de la tropa
Sabido es cómo se
realiza hoy el ingreso de nuestros jóvenes conscriptos a los cuarteles. Por
ello no voy a abundar en el detalle de las fallas, hasta ahora no subsanadas.
Sin embargo, mi experiencia de muchos años me dice que gran número de los castigos
serios en las promociones de conscriptos por actos de indisciplina reiterada,
de insubordinación, de mala conducta, se deben a graves anormalidades
psíquicas de los mismos. En el futuro, debemos esperar que se llegue —por
necesidades de la Guerra Psicológica— a realizar también una selección
psicotécnica de nuestros soldados antes del ingreso a las filas.
Es lo que constituye
la selección psicológica, precisamente, encomendada a médicos especialistas.
Las fallas orgánicas no son suficientes para el rechazo de los conscriptos, sino
que son las fallas mentales las que deben preocupar de inmediato.
Dos métodos de
selección existen: uno directo y otro indirecto.
El primero, a
cargo de médicos, estudiado por el doctor Mira y López, es muy complejo y poco
práctico. Consiste tan sólo en la observación del futuro conscripto sobre sus lesiones
graves —groseras, diríamos así— y hasta perceptibles a los más legos en la materia.
El segundo, o sea
la selección indirecta, es un sistema norteamericano que consiste en un
estudio previo realizado entre la tropa —aquí podría hacerse de inmediato con
los conscriptos incorporados— realizado por oficiales y suboficiales con
nociones bien aprendidas, estudio previo que se prolonga por treinta días.
Ya no se trata de
una investigación médica, sino de una investigación psicológica. Todos ustedes,
señores oficiales, conocen el elemento humano que llega cada año a los cuarteles,
pues bajo vuestra vigilancia directa han pasado millones de jóvenes. De lo que
se trata, en el método de selección psicológica indirecta, es de llegar, en el
curso de sus treinta días —que no perturban ninguna de las prácticas e instituciones
del cuartel— a eliminar del servicio a los conscriptos que presentan
determinadas rarezas y que no son sino índices ciertos de enfermedad mental.
¿Para qué llevarlos a las filas, o dejarlos en ellas cuando deben ser curados?
Más aún: su eliminación se impone porque, como ya he dicho, un enfermo mental,
o simplemente un perturbado, resulta un factor de indisciplina permanente, de
falta de solidaridad entre sus camaradas, y un peligro verdadero en cualquier
ocasión o inminencia de conflicto bélico.
Las anomalías o
rarezas que ustedes han podido comprobar nada más que viendo directamente a la
tropa, son las siguientes: dificultad, a veces insanable, de los conscriptos
para aprender, así sean las mínimas nociones de la vida y del ejercicio en el
cuartel. Indisciplina reincidente, que no se cura con ningún castigo.
El conscripto
normal entra en vereda, como se dice vulgarmente, con dos o tres castigos. El
raro, a medida que se le castiga, se pone peor y casi siempre va a terminar su
conscripción alargada en algún lugar de castigo, como Martín García. Otra
"rareza", bien susceptible, es la del soldado taciturno y solitario.
A los veinte años, un joven triste no existe, ni menos un solitario. Las penas,
a esa edad, se evaporan fácilmente. Ni el alejamiento del centro familiar que
supone la conscripción pone taciturno a nadie a esa edad. La causa es otra y
es, simplemente, psíquica. El solitario es por lo común también un enfermo. La
tartamudez suele señalar, asimismo, una enfermedad no puramente física, igual
que la tendencia de muchos conscriptos que sobrellevan iguales trabajos que sus
compañeros a dormirse, aunque sea en un banco o de pie.
La ebriedad o
alcoholismo habitual a los veinte años supone una tara; las dificultades en la
marcha —aparte cualquier dolencia pasajera— lo mismo. Exactamente igual que
ante un conscripto negligente o un conscripto agresivo, hay que pensar siempre
en una anormalidad psíquica. Otra tara, por fin, es encontrarse ante jóvenes
sospechosos de prácticas sexuales antinaturales, aunque algunas de ellas, como
el bestialismo (uso de ovejas o vicuñas), pueden venir conformadas por su
cultura de origen.
Todas estas
observaciones de las anomalías o rarezas que, repito, ante un cuerpo de
oficiales y suboficiales especializados no pueden durar más de un mes, permiten
confeccionar la ficha psicológica del nuevo conscripto, previo a la eliminación
de tales "anormales" de las filas. No quiere esto decir que esos
"anormales" deban abandonar la conscripción, sino que dentro mismo de
las funciones del cuartel pueden tener otro destino más adecuado para ellos y
para la Patria.
Un militar y un
psicólogo laborando juntos eligen bien una conscripción cualquiera y pueden
dar destino a todos los incorporados.
La misma
selección especial se hace para designar, en la guerra, las tropas antitanquistas,
las paracaidistas, los agentes secretos de la quinta columna, los guerrilleros,
etc.
En tiempo de paz
es más fácil hacerlo. Ustedes no pueden desconocer, en última instancia, que
una tropa marcial se logra también por selección física. Pues bien: hay una estrechísima
vinculación entre las actividades marciales y el estado mental.
Moltke decía:
"Déjenme ver cómo marchan por la carretera dos ejércitos y les diré cuál
de ellos será el vencedor". Añádase a esto el estado psicológico sano de
la tropa y se tendrá un cabal sentido de la importancia fundamental que tiene
la selección previa a que nos hemos venido refiriendo.
4º Componentes psicológicos de la zona militar
Voy a permitirme
presentarles ahora un esbozo esquemático de una nación en guerra; es rudimentario,
pero exacto.
Una nación en
guerra está dividida en cinco zonas diferenciadas entre sí.
La primera zona
es la de combate de primera línea. La segunda zona es la militar, de comando,
etc. de segunda línea. Estas dos zonas están perfectamente discriminadas, tanto
por sus elementos como por sus objetivos y funciones. La tercera zona es
formada por la retaguardia inmediata, compuesta por los puntos de partida de
los abastecimientos, hospitales, etc. La cuarta zona es la retaguardia mediata,
compuesta por la población civil, política y dirigente. Estas dos zonas son
indiscriminadas, por sus componentes y la multiplicidad de elementos y
funciones que entran en juego. La quinta zona se compone de la retaguardia
alejada, con el resto de la masa civil, hombres de edad, mujeres, niños,
inválidos, enfermos, etc.
Antes de
proseguir, y hablando en relación estricta con la guerra psicológica, debemos
tener principalmente en cuenta que la conducta humana tiene tres formas de
reacción involucradas en tres actitudes:
1º La actitud de
defensa, que es determinada, en el individuo y en la colectividad, combatiente
o no, por el miedo.
2º La actitud de
ataque, que es determinada, como ya hemos visto en la primera clase, por el estado
de rabia, tanto en el individuo y en la masa social combatiente o pasiva.
3º La actitud
creadora, que es determinada por el amor, por una convicción fuertemente
arraigada, por una esperanza.
a) Ideas y convicciones que hay que imponer a la tropa.
Atentos a esas
tres actitudes de la conducta humana ante la guerra, los principios de la
guerra psicológica imponen la labor de llevar a la tropa ideas y conceptos que
la habiliten, en grado sumo, para su acción bélica. Solo es apto para eso un
conjunto de nociones. Estas ideas y conceptos, también apenas esbozados aquí,
han sido pues materia de larga elucidación y estudio bien fundados y se los
aplica en toda organización combatiente. A saber:
1º Las tropas no
deben entregarse vivas al enemigo. La entrega al enemigo supone la tortura, la
vejación y el fusilamiento, es decir, la muerte. Es más honroso y mejor, desde
todo punto de vista, morir en el campo de batalla.
2º Las órdenes
del comando y de los jefes inmediatos se dan, no para sacrificar al
combatiente, sino para protegerlo. Las órdenes deben ser cumplidas ciegamente,
aunque parezcan erróneas, pues el comando y el jefe saben perfectamente por qué
ordenan algo.
3º El enemigo es
"perverso". Siempre el enemigo debe ser odiado, en combate. Además,
el enemigo es débil, no tiene dirección, ni abastecimientos, ni protección. Por
ello, concluirá derrotado aunque momentánea, circunstancialmente, puede
obtener algunas ventajas.
4º La guerra es
dura: el pasado ha sido duro. Lo que seguirá a la guerra, después del triunfo,
siempre será mejor. El porvenir resplandecerá más rico y feliz, para el
soldado, su hogar y su patria. Hay que crear, pues, la esperanza de la
postguerra: la utopía postbélica.
Brevemente
expuesto, esta esperanza de la postguerra, desde el punto de vista psicológico,
para una nación es fácil de lograr. Hay que poner el acento en los objetivos
nacionales: su libertad, su grandeza, su prosperidad, su sentido de la vida,
sus convicciones religiosas, la economía liberada del enemigo o de las tutelas
extrañas, la soberanía, etc.
Cuando se trata
de varias naciones, unidas en guerra, la esperanza hay que fundarla
forzosamente en algo más abstracto. Las cuatro libertades de Roosevelt -
Churchill, por ejemplo; el espacio vital de Hitler; la comunización del mundo
capitalista de Stalin.
En una palabra,
hay que crear en la masa combatiente —y en la civil también— como veremos, la
esperanza, ya de la nación, ya de un mundo mejor. En realidad jamás se tratará
de una mentira, sino de una expectativa sincera, un objetivo de verdad puesto
como tal, verdad que debe hacerse carne en todos los ciudadanos —y en los
aliados circunstanciales— por todos los medios.
Para llegar a
ésto, los medios son innúmeros; pertenecen a la farmacopea propagandista, a ese
laboratorio de ideas en que tanto el Poder Político como el Poder Militar de un
pueblo deben coincidir armoniosa e inteligentemente para cumplir a conciencia
con su deber de conductores de una comunidad.
b) Diferencias psicológicas entre las distintas zonas
de acción en la guerra.
Volvamos ahora a
nuestro esquema sobre las distintas zonas de acción en la guerra, las que habíamos
dividido en cinco. Todas esas divisiones, para el psiquiatra, son también
distintas zonas psicológicas y deben ser consideradas, diferenciándolas — como
que ellas son distintas en sus elementos humanos, en sus objetivos, en su
acción, en su gravitación para el triunfo y en sus medios específicos.
Hemos expresado
que las zonas 1 y 2 son de carácter militar discriminadas, en las que actúan tropas
y hombres ya seleccionados. Quiere decir, que los efectivos combatientes están
formados por elementos más combativos, los más adiestrados y los más sanos
física y moralmente. Todo comando procede así en la concentración de sus
fuerzas. Además, psicológicamente, la moral imperante en las mencionadas zonas
militares es muy elevada. La tropa, y naturalmente con ella sus jefes,
oficiales y clases, están más cerca del enemigo: podría decirse que casi lo
"tocan". Y, dato más importante, el poderío material de la fuerza
combatiente (cañones, tanques, aviones, armas de toda clase) proporciona todavía
una mayor confianza y un más pronunciado espíritu de lucha.
Todo eso da el
siguiente resultado: la disciplina militar impera absolutamente, y con ella el
orden y su consecuencia, el espíritu de solidaridad, de cooperación y
sacrificio.
Las reacciones
psicológicas, en las dos zonas son, pues, magníficas, pero hay que cuidarlas,
mantenerlas y reforzarlas, para lo cual los métodos son casi infantiles, según
veremos.
Muy distintas son
las tres restantes zonas, indiscriminadas: la 3ª o sea la de abastecimiento y sanidad;
la política y la de masas pasivas. En ellas se concentran —aparte de los
técnicos— los comandos políticos que, como es sabido, cuando pueden, perturban;
y de hecho siempre ocurre esto en una guerra, si no se hallan perfectamente
sincronizados con los comandos militares. La política no es materia disciplinada
de suyo y, en circunstancias bélicas, mucho menos.
Además, en dichas
zonas se congregan los inaptos, los ancianos, los niños, las mujeres que los
atienden, los enfermos, los cobardes camuflados, los extranjeros, los agentes
secretos y los quintacolumnistas destacados por el enemigo. Por otra parte, y
aunque parezca baladí mencionarlo, el acceso a las tres zonas y el mayor
contacto entre ellas se realiza por medio de las mujeres, que cohesionan los
hogares y lógicamente se convierten en vehículo de todas las noticias del
frente y de los sucesos políticos malos y buenos.
El resultado es
que en las tres zonas es más notoria y visible la indisciplina por la
heterogeneidad de sus elementos, por su falta de solidaridad y de cooperación y
por las diversas turbaciones, neurosis y psicosis de la masa en cierto sentido
inactiva y al margen de la realidad de la guerra.
Es un axioma que
en toda guerra la retaguardia debe reforzar la zona militar, bélica
propiamente dicha, y que si ello no sucede, el fracaso es inevitable. Todos los
derrumbes comienzan no en el campo de batalla —al fin y al cabo subsanables—
sino en cuanto el "plafond"
moral y psicológico de las grandes masas pasivas comienza a descender.
¿Quién puede
controlar con todo rigor ese "plafond"?
No por cierto el propio poder político, la policía a su servicio, los medios
de propaganda, etc., sino las zonas militares mismas. Esto es, en definitiva,
la Conducción Militar, responsable de la guerra. No hay que olvidar jamás esto
y débese obrar, repito, desde los tiempos de la paz, para no improvisar en
plena contienda.
c) Método de contralor psicológico de las zonas militares.
Ya he dicho que
psicológicamente hablando, las dos zonas eminentemente militares no constituyen
problema grave debido a su unidad de acción, de mando y a la disciplina
imperante. Sin embargo, es imposible descuidar al elemento humano y combatiente.
Como en las zonas militares, por diversos medios, tiene entrada la mujer proveniente
de los otros sectores —empleadas, dactilógrafas, enfermeras, etc.— hay que
vigilar, en primer término, a ese elemento femenino que lleva y trae informaciones
externas, rumores, lo que "se dice", etc.; versiones que pueden causar
cambios psicológicos en el hombre que está en el frente.
Bien sabido es
que es preciso, desde todo punto de vista, que actúen en medio de las tropas
psicólogos camuflados que estudien todo lo que pase entre los soldados. Esos psicólogos,
que maniobraron con toda sagacidad en la consecución del poder en Rusia, China
y los dos bandos de la última contienda mundial, son a modo de agentes
detectores de todo lo que se habla y piensa en las filas y, por lo tanto,
diríamos que son los sismólogos del estado psicológico de los combatientes. Es
fácil inferir de esto la verdadera importancia de su actividad.
Otro conocido
método a emplear sin dubitación es el contralor, o, más aún, la censura de la
correspondencia. Deben darse instrucciones precisas antes, para los que
escriben cartas, tanto del frente a la retaguardia como de ésta a aquél. En
ningún caso debe mencionarse información alguna que pueda ser útil al enemigo.
Tampoco se deben transmitir informaciones pesimistas, intranquilizadoras o
desalentadoras. Una vez dadas las instrucciones y repetidas hasta el
cansancio, hay todavía que proceder a la censura propiamente dicha. Las
instrucciones antedichas sirven igualmente para todo individuo que circule
entre las distintas zonas.
Como digo, éstas
son medidas psicológicas pasivas. Las medidas psicológicas activas son muchísimo
más importantes y complejas.
Para actuar sobre
la psicología de la tropa es necesario tener en debida cuenta las tres formas
clásicas de conducir a los seres humanos y de incidir sobre su conducta y, por
lo tanto, sobre su acción toda.
Esas tres formas
son: la persuasión, la sugestión y la compulsión.
Brevísimamente,
podemos decir que la primera, o sea la persuasión, se dirige principalmente a
la razón y que es eficaz cuando se actúa sobre hombres inteligentes y cultos.
La sugestión, en
cambio, se dirige al sentimiento y actúa sobre los seres sensibles, sobre los
temperamentos artísticos y religiosos.
Por fin, la
compulsión o coerción se dirige a la voluntad de la persona, al concepto del
deber que tenga la misma, aunque sea elemental. Es eficaz frente a seres poco
ilustrados, que son la mayoría, y poco sensibles. La compulsión es el arma de
la policía y de la ley.
Psicológicamente,
el ideal es una combinación de estas tres formas de conducción de los
individuos y de las masas, tanto en la paz como en la guerra.
Cae de su peso
que, para que tales fuerzas conductoras psicológicas puedan actuar
eficazmente, en plenitud, hay que realizarlas, vehiculizarlas de distintas
maneras y con distintos medios. En las zonas militares se procede por la
propaganda, por la difusión y por medidas ejemplares.
La propaganda,
más que nunca debe ser persuasiva, convincente y, como decimos los criollos,
"entradora". Mejor si se realiza por medio de cifras, por
estadísticas, en forma altamente sugestiva, dirigida rectamente a los mejores
sentimientos y virtudes del ser, del pueblo. También debe ser compulsiva, porque
no hay que dejar jamás de lado el concepto de que la violación de la disciplina
es pasible de los más serios castigos. Esta propaganda es, por cierto,
inmensa, de una rica variedad de facetas, y se realiza por técnicos que no faltan
en ninguna comunidad.
La ridiculización
del enemigo, así como su menosprecio, tienen que ser difundidos incansablemente
y por todos los medios, desde los más dramáticos a los puramente humorísticos.
Finalmente,
quedan las medidas ejemplares.
Los combatientes
deben saber que si el Poder Militar está obligado a proceder violentamente
contra los diversos infractores, la violencia se aplicará sin duda y sin
vacilación alguna. Del mismo modo, naturalmente, se procede con el enemigo
capturado. No vale la pena recordar innúmeros testimonios de todas las guerras,
aun de las más recientes, de las dos últimas.
Medidas
estimulantes y coadyuvantes del alto nivel psicológico en las zonas militares,
son la igualdad y la justicia en el trato a todos los ciudadanos, como así el
contacto de los combatientes con las más altas personalidades de todos los
sectores de la inteligencia o la popularidad: autores, actores y actrices,
conferencistas, sabios, periodistas de nota, deportistas, etc.
En una palabra,
hay que emplear todos los medios para mantener y fortalecer la moral
combatiente, que es la alegría sana del que lucha por un alto ideal.
5º Componentes psicológicos de la retaguardia
A. Métodos de
exploración de la opinión pública.
A medida que
avanzo en esta exposición, como ya me ha sucedido en la primera clase,
compruebo que paso sin detención o mayor análisis sobre todos los tópicos y
apenas los desarrollo; esto por dos razones: es que muchos de ellos son
conocidos por ustedes, siquiera por referencias o por intuición.
Esa es la primera
razón. La segunda es que lo que estoy exponiendo es de una gran vastedad, y
desarrollarlo en todos sus aspectos y matices sería materia de uno o varios volúmenes,
o de un curso completo. En mi caso no hago más que señalar a grandes trazos lo
que posteriormente las autoridades militares entenderán necesario ampliar y
estudiar exhaustivamente.
El principio
orientador de toda acción psicológica en las tres zonas de la retaguardia, es
el siguiente: nadie es vencido hasta que cree estar vencido, por lo cual hay
que impedir por todos los modos que alguno llegue a esa creencia.
La opinión
pública, la masa total de la retaguardia, debe ser "explorada"
sistemática y continuamente, con lo cual se logrará señalar el estado de la opinión
o, en otras palabras, la moral colectiva.
La exploración
debe realizarse en distintas formas. Por la observación directa de hechos
sugestivos, imprevistos o meramente raros. Siempre una masa tiene reacciones diversas
ante hechos iguales. El interrogatorio de un número determinado de personas tomadas
al azar —el método de la encuesta— da resultados lógicos. Si la mayoría, por
ejemplo, cree en la victoria, bueno; si la mayoría es pesimista, malo. Si está
triste, malo; si está eufórica, muy bueno. Y así sucesivamente.
El método
estadístico es de una importancia extraordinaria y no puede descuidarse nada al
respecto. Estamos, como he dicho, en las zonas de retaguardia, pero el caso es
aplicable a los militares. ¿Qué cantidad de bebida se vende? ¿Mucha? ¿Poca?
¿Concurren gran cantidad de personas a los espectáculos que se ofrecen? ¿Pocas?
¿Hay un alto o un bajo porcentaje de voluntarios? ¿De qué edad, condición,
categoría? ¿Aumenta o disminuye el número de desertores? ¿Por qué desertan?
¿Por cansancio, por temor, por convicción de que "ya nada hay que
hacer"? ¿Los permisos "por enfermedad", aumentan o disminuyen?
Las respuestas a
estos interrogatorios, las cifras que vayan dando las estadísticas, al ser
tamizadas psicológicamente darán infaliblemente el estado moral, tanto de la
tropa combatiente como de la masa inactiva de la retaguardia.
Diversos
experimentos ampliatorios pueden realizarse también. Doy unos pocos ejemplos.
En la retaguardia se publican diarios, y de pronto, en algunos de ellos,
aparece un aviso. Una empresa equis da facilidades para que se pueda abandonar
el país rumbo a otras tierras. Las solicitudes de datos que lleguen al diario
por ese aviso constituyen un índice sugestivo. En una población de sano
espíritu, no pueden darse jamás muchos casos de estos "desertores"
que, al fin y al cabo, son gente que huye del hogar, de su medio de vida, de
sus afectos, hasta de sus negocios y trabajos.
Ciertos chistes
exploradores, por radiotelefonía, y su mayor o menor aceptación en las masas,
constituyen también un aporte para el análisis psicológico de la masa.
Como ustedes ven,
la gama de todo esto es variadísima. Podría decir que es inacabable.
B. Indices psicológicos de la retaguardia.
La simple
observación directa, sin complicaciones mayores, proporciona a los elementos
especializados —a los que deben llamarse, desde ya, psicólogos y técnicos de la
guerra psicológica— los índices o estados psicológicos de la retaguardia.
Tres son esos
estados psicológicos, perfectamente definidos: el excelente, cuya tónica es
normal; el mediocre, cuya tónica es el cansancio, y el malo, cuya tónica es la
fatiga y el estupor.
1. Estado psicológico excelente.
Veamos este
estado, que es el de la buena moral de la masa pasiva. Tiene exteriorizaciones,
como digo, simples; unas de carácter general, otras de carácter especial.
Las
exteriorizaciones generales son: el aporte intenso y espontáneo de dinero para
todos los fines de la guerra; la proliferación de proyectos, planes, inventos,
iniciativas que se ofrecen desde todos los sectores, ya de la actividad civil,
ya de la militar; la orgullosa exhibición de insignias, emblemas, banderas,
retratos, efigies, objetos alusivos, etc.; la venta de músicas, cantos,
novelas, discos, recuerdos patrióticos, etc.
Las exteriorizaciones
especiales de ese estado psicológico excelente pueden resumirse así: vítores,
aplausos, ovaciones a los representantes de las fuerzas armadas; concurrencia
entusiasta a los actos de carácter cívico organizados por los gobernantes;
chistes despectivos sobre el enemigo; amplio crédito, sin discusión, a las
informaciones de carácter oficial; ausencia casi total de rumores, infundios;
elaboración de planes y proyectos para la postguerra.
Todo esto, como
se deduce, es normal, psicológicamente hablando. La tónica no puede ser mejor,
ni para el desarrollo, ni para la prosecución de la contienda.
2. Estado psicológico mediocre.
Del mismo modo,
este estado psicológico mediocre, que se singulariza por la tónica del
cansancio colectivo, tiene exteriorizaciones generales y especiales. Las
primeras son: el aumento del agio y de la especulación; la creación de los
mercados negros; la discusión, abierta o embozada, sobre la obra de gobierno y
la conducción militar de la contienda; la indiferencia, cada vez más acentuada,
por las noticias, por la literatura de la guerra, por los comunicados del
frente, la resistencia a creerlos veraces, el aumento de las organizaciones de
socorro y ayuda, la aparición de supersticiones.
Las
exteriorizaciones especiales de ese estado psicológico se resumen: en la
frialdad popular hacia las fuerzas armadas, la escasa concurrencia a desfiles o
revistas, el aumento creciente de la chismografía, el disconformismo,
sarcástico o humorístico, sobre las fallas de la organización nacional política
y aun militar, la aparición de los "pacifistas", el estallido
progresivo de diversas neurosis, los "slogans"
desalentadores, como por ejemplo: "esta guerra no se concluye nunca".
También se cuenta en esto la facilidad de la propagación de los rumores,
especialmente de los que se refieren a pérdidas bélicas o desavenencias entre
los jefes militares, o entre éstos y el poder político; la reaparición de
pequeños partidos, etc.
La tónica del
cansancio, característica de este estado psicológico mediocre de las masas en
la retaguardia, es ya precursora del que está "medio vencido". Hay
que levantarla con todos los recursos y realizando todos los esfuerzos si no se
quiere llegar al:
3. Estado psicológico malo.
Indubitablemente,
cuando una retaguardia ha llegado al estado cuya tónica es la fatiga y el
estupor de la mayoría, la nación que lucha está prácticamente vencida. Ese
estado psicológico precede casi inmediatamente a la derrota.
Las
exteriorizaciones generales de ese estado psicológico son: el déficit cada vez
más acentuado de la producción, a pesar de las medidas compulsivas de que se
pueda echar mano; el desborde impune del agio, de la especulación y del
acaparamiento; la desaparición de toda iniciativa bélica; la indiferencia, el
fastidio y la falta de reacción ante la propaganda de guerra.
El estupor aquí,
se concreta en un "slogan":
¿Para qué seguir? Finalmente, el pueblo cumple de mala voluntad, a regañadientes,
o no cumple, las medidas o las órdenes oficiales.
Las
exteriorizaciones especiales de este estado psicológico malo son: la aparición
desembozada, altanera, de los "pacifistas" que dicen: "Queremos
la paz". Además se opera el aumento de actividad de los partidos políticos
antinacionales; la proliferación, como en desbandada, de la gente que renuncia
a los cargos directivos; los aumentos de la delincuencia mayor y menor; de los
suicidios, de las neurosis —también entre jefes y oficiales— y por fin, el
aumento inusitado y como repentino, del número de alienados.
Fuera de toda
duda, este estado psicológico es, irremediablemente, el de la derrota; y es
insalvable.
6º Medidas para evitar la caída psicológica del
frente y de la retaguardia
En el transcurso
de esta clase he mencionado las medidas activas que se toman como arma agresiva
de la guerra psicológica.
De todo lo que
hasta aquí he dicho, se desprende que no es posible esperar a que se derrumbe,
ni mucho menos, la moral del combatiente y del elemento de la retaguardia, sino,
todo lo contrario: que hay que prevenir, y con tiempo, cualquier síntoma de esa
caída que sólo lleva a la derrota, tanto militar como civil. Deben adoptarse,
entonces, y con toda amplitud, métodos preventivos drásticos.
Estamos ya en un
terreno de práctica más conocida, indudablemente, pero los tiempos cambian, y
de guerra a guerra mucho más. La organización de la vigilancia psicológica de
la tropa es esencial y debe integrarse el comando de cada regimiento con un
médico militar que haya estudiado psicología. El cuerpo de asesores psicólogos
del Comando Supremo es el ordenador y rector de todas las medidas a adoptarse.
La guerra es un
desorden, desde el punto de vista del individuo humano. La guerra distorsiona
en forma casi absoluta el orden, la normalidad en que ha vivido el ciudadano.
Por lo pronto, tiene una misión nueva, que no ha sido nunca su misión anterior.
Antes trabajaba, estudiaba, comerciaba, hasta vivía de rentas. Hoy, lucha.
Antes vivía en un medio ambiente social, determinado por su hogar, su familia,
sus ocupaciones, sus amigos. Hoy, en guerra, vive en un medio totalmente
distinto. Antes podía dirigir y hoy es dirigido. Antes podía elegir su modo de
ser. Hoy debe aceptar el modo de ser que se le impone.
Toda la vida del
hombre queda encauzada, durante una guerra, hacia otro rumbo.
Las nuevas
reacciones psicológicas del hombre combatiente deben ser cuidadosamente
observadas, analizadas, y deben dársele los substitutos más similares posibles
a su vida anterior. Más aún, deben creársele substitutos.
La organización
del reposo y de la distracción de la tropa combatiente, de la que se halla en
receso, en licencia o herida, es la principal tarea. Porque ya se sabe que la
felicidad humana consiste en una perfecta distribución de los períodos de
trabajo, de diversión y de reposo.
Los deportes,
especialmente, constituyen distracciones que son a la vez excitantes y sedantes
y provocan el apasionamiento del individuo, por lo que le hace olvidar las penurias
del frente de combate. Exactamente sucede con la realización de actos artísticos
de toda naturaleza: conciertos, representaciones teatrales —festivas mejor—
trasmisiones radiales escogidas; instalación de lugares de esparcimiento como
cabarets, bares, salas de juego, etc. Los artistas deben dividir su labor entre
la retaguardia y el frente y, viceversa, los héroes del frente de guerra deben
mostrarse en actos públicos, a la colectividad pasiva. La selección de lecturas
constituye una medida preventiva para impedir el decaimiento psicológico de
toda la masa, cosa que es de sobra conocido como para insistir en ello.
Pero, repito,
todo debe realizarse con un criterio técnico, psicológico y ser estudiado en
sus mínimos detalles y en todas sus reacciones.
Un aspecto de lo
que tratamos es la organización del compañerismo y la camaradería sobre todo,
porque en la guerra el soldado tiende a la desconfianza y al aislamiento, especialmente
en los primeros tiempos, y más aún si la contienda se prolonga; lo cual hay que
impedir, de todos los modos, que se produzca. Si no se forman espontáneamente,
tienen que formarse como pequeños "klanes"
de camaradas, unidos por el orgullo del batallón, por un triunfo casi personal,
por un "modo de ser", hasta por una región determinada. Esta es labor
que requiere también la constante observación de la tropa.
Existe, además,
para el Mando en guerra, un serio problema psicológico y es el de asegurarse la
obediencia ciega de los subalternos, sin que ello implique destruir el
respeto, el cariño y el sentimiento de camaradería.
Ya sabemos que
una cosa es el "poder" proveniente del grado y de la jerarquía y otra
cosa es la "autoridad". La autoridad, más que un concepto meramente
disciplinario y jerárquico, más que una imposición, es una emanación de la
propia personalidad; vale decir, es un concepto moral. Aunque parezca paradójico,
la autoridad no surge de arriba sino en un solo aspecto, profesional diríamos;
surge de lo que opinan los de abajo. El prestigio del jefe, el afecto al jefe,
parten de sus soldados.
Si esto es verdad
en tiempo de paz, lo es en grado sumo en tiempo de guerra. Por otra parte, han
variado en las últimas décadas las ambiciones del ser humano, tanto en el orden
civil como en el militar.
El soldado de ayer era soldado. Hoy es el soldado-ciudadano, el soldado-hombre
y no una máquina. Es un combatiente, sí, pero no deja de ser hombre, con sus
defectos y con sus virtudes, con sus sentimientos, su orgullo, su honor, su
personalidad. Esta personalidad es la que debe ser tenida en cuenta principalmente
por los conductores militares, con tacto y con inteligencia.
Nuestros viejos maestros desconocían la psicología infantil. Creían
que la letra con sangre entra. Todas las modernas conquistas pedagógicas referentes
a la educación del niño se basan en el reconocimiento y el respeto de su
personalidad, así sea ésta embrionaria, como lo es.
También el mando militar debe actuar, ahora más que nunca, con más
conocimiento de esa personalidad que constituye el ser integral — y
que no se pierde porque el ser pacífico se convierta en ser guerrero.
Nosotros mismos, psicólogos y psiquíatras, hemos adoptado nuevos
conceptos para el trato con el alienado y el delincuente. Ya no tenemos delante
nuestro un anormal o un culpable, sino una "personalidad", extraviada
o perversa, pero personalidad al fin.
La autoridad violenta, en todos los órdenes de la vida, ha dado paso a
la autoridad persuasiva y razonadora. Indiscutiblemente es mejor que sea así,
pero todos debemos adaptarnos a este concepto y la autoridad militar lo mismo.
La clásica disciplina rígida se ha hecho, y tiende cada día más a tornarse,
flexible, sin perder nunca el dominio del subalterno.
Durante la última guerra mundial se ha visto a soldados nazis y a
soldados soviéticos conversar y discutir sobre política y sobre
el mismo proceso de la guerra con sus oficiales. Véase la necesidad de que
éstos tengan desde ya un dominio, siquiera parcial, de las nociones psicológicas.
La conciencia de la guerra, entre oficiales y tropas, impone una mayor
flexibilidad, pues; tanto mayor, cuanto más la guerra se prolonga. A este
respecto permítase esta anécdota.
Un soldado belga escribe desde el frente a su madre: "Hace poco
creí que la guerra concluía porque los oficiales habían vuelto a tratarnos mal.
Pero ya estamos todos desilusionados, porque ahora los oficiales ya nos tratan
bien". Definitivo.
La pasada guerra nos ha mostrado
ejemplos rotundos de intimidad de los comandos con la tropa, aun de los rígidos
alemanes o de los fríos soviéticos. No digamos nada de los norteamericanos,
que se pasan a la otra alforja.
En resumen, y para concluir, por
hoy, con esta extensa clase:
La guerra es una ciencia y un
arte en el concepto clásico. La psicología es uno de los elementos de ese arte,
más que de la ciencia.
El artista es el que logra
manejar, combinar, amalgamar, todos los factores, artísticos y científicos, de
la guerra, y ponerles el acento que corresponda al medio y al tiempo en que
actúa. La psicología de la guerra, en fin, es un arte nuevo y atractivo, de
inmensurable gravitación en los tiempos venideros.
III. — LO QUE DEBE SABER UN OFICIAL SOBRE EL
ESTADO MENTAL DE CADA SOLDADO
Y SUS POSIBLES TRASTORNOS
Estudiadas en las anteriores
clases los diversos aspectos psicológicos en relación con la guerra, las
fuerzas armadas y la población civil, me propongo en esta última —última por
ahora, ya que tal vez la superioridad disponga otra cosa— abandonar todo
tecnicismo, de suyo farragoso; y en forma lo más simple y amena posible,
explicar lo que, mínimamente, debe saber un oficial respecto al estado mental
de su tropa.
Vamos a asistir, pues, a una
clase de carácter práctico y no científico. He tenido presente, para esta
conferencia, sobre todo el Reglamento militar norteamericano en su relación con
la enseñanza de las enfermedades mentales en el Ejército de los EE. UU. Las láminas
que ilustran mis palabras y que explicaré después, han sido copiadas, con leves
variantes, de dicho Reglamento.
Instrucción en la paz sobre el estado mental de la
tropa.
Los norteamericanos, siempre
vigilantes y estudiosos, comprendieron durante la pasada guerra mundial que
era necesario instruir a los oficiales, en la paz, sobre los diversos estados
mentales de sus subalternos, mediante conceptos básicos sobre dichos estados.
Crearon así, en el Instituto de Estudios Superiores, un curso obligatorio de
diez a quince clases sobre psiquiatría militar. Naturalmente que, si tenemos en
cuenta los puntos fundamentales abordados en las dos clases anteriores, dicho
curso norteamericano es simplista, elemental casi; pero, principio quieren las
cosas, como dice el refrán. Por lo pronto, es en Norteamérica donde han
comenzado a tomar en serio todos los problemas psicológicos y psiquiátricos
relacionados con las masas durante la paz. En ese sentido, los alemanes, con el
Instituto Militar de Psicología, cuyos detalles he explicado antes, les sacaron
una buena delantera. Ahora se trata de recuperar el tiempo perdido. No sigamos
perdiéndolo nosotros por falta de conocimientos, por indecisión en el planteo
de los problemas, o, simplemente, por desidia. Todas las omisiones se pagan
caro más tarde.
Objetivo de unas láminas
[El
profesor Ramón Carrillo exhibió, durante el curso de su tercera clase, los
gráficos que acompañan este texto. Al explicar cada uno, fué señalando las
características mentales. Los cuadros 1 y 2, forman el grupo de los alienados;
el 3, el de los fronterizos; el 4, el de los insuficientes, y el 5, los instintivos.
El resto, hallase expuesto en el transcurso de la conferencia. Ed.]
Observen ustedes que el propósito de estas láminas es presentar, en
forma sencilla y más bien pintoresca, distintas formas de resultados o estados
psiquiátricos, que se presentan a los que tienen mando directo de tropa. Ya se
había advertido, repito, el desconocimiento casi completo de los oficiales en
el frente bélico, acerca de los problemas que surgen del estado mental de los
combatientes, los cuales tienen las más diversas características.
El estado mental de los combatientes
Yo mismo, en las filas de nuestro Ejército, he comprobado muchos
problemas en mi calidad de médico asesor en psiquiatría, cargo que desempeñé
durante diez años. He tenido, por ejemplo, muchas oportunidades de intervenir
en casos de agresiones de conscriptos a oficiales y clases. Puedo afirmar, sin
vacilación alguna, que jamás he tenido que actuar en una incidencia cuyos
protagonistas fueran un oficial y un soldado, sobre todo siendo este último
mentalmente sano.
¿Las causas de las agresiones? Aparentemente, la acumulación de
castigos inferidos por oficiales o suboficiales al soldado. Una falta de disciplina, un castigo.
Reiteración de la falta, otro castigo. Respuestas incorrectas o actitudes
violentas, otro castigo; y así sucesivamente. Ya he dicho que un soldado normal
a los dos castigos se corrige. En cambio, si se trata de un soldado con algún
déficit mental, esa acumulación de reprimendas y castigos van creándole,
indefectiblemente, una reacción de tipo patológico perfectamente conocida por
los psiquíatras. El estallido es inevitable.
Téngase por seguro que si un
oficial se halla instruido en materia de psiquiatría, aunque sea en forma
somera, procederá de distinto modo. Pensará para sí: "este hombre, que
hace estas cosas raras, que las repite, que se insubordina continuamente, no es
normal". Entonces, en cambio de resolver su problema de jefe y el problema
del subalterno por un acto de disciplina, lo enviará al consultorio psiquiátrico
para que el sujeto sea examinado.
Un anormal genera indisciplina y
subversión en todas partes, máxime en las filas del ejército.
Diversos episodios de nuestra vida militar
Voy a abundar en otros episodios.
Actuando en los cuarteles en el cargo a que hecho referencia —y del que guardo
muchísimos recuerdos de toda índole— tuve serios casos con los conscriptos
castigados y condenados que se enviaban a la Isla de Martín García. El 90 % de los allí recluidos lo eran por
reiteradas faltas graves a la disciplina. Luego de estudiar seriamente uno por
uno a todos los recluídos, de examinar sus antecedentes y de someterlos a una
investigación psiquiátrica, en un amplio estudio informé al entonces Ministro de
Guerra —con rudeza tal vez, pero con absoluta franqueza—, que lo que se estaba
formando en la Isla con aquellos conscriptos era un verdadero manicomio.
Más que condenados, debían estar
en el Hospicio de las Mercedes; o en el indispensable sanatorio de enfermedades
mentales que debiera tener ya nuestra institución armada.
Nuestro Código Militar y la demencia.
Pero, a raíz de mi informe, hube
de confesarme que el problema era aún más grave de lo que supuse al principio.
En efecto, nuestro Código Militar no reconoce como eximente a la locura,
como la reconoce el Código Civil. Por éste, el loco —hablo en términos
genéricos y no técnicos— no es imputable de los actos delictuosos que pueda
cometer. En el Código Militar, el loco no existe como caso especial. Pero es
que el loco existe — y si el loco es un conscripto, no es un
irresponsable. Por lo cual, igualmente, ¡debe condenársele!
Tal falla radica, posiblemente, en este aspecto, en que el Código Militar
nuestro debe estar inspirado en algún viejo Código Militar, así como Vélez
Sársfield se inspiró en otro extranjero para redactar el Código Civil actual. A
propósito, también éste debe ser corregido. Y en eso estarnos, sobre todo en lo
que se refiere a nuestra misión específica médico-psiquiátrica, que es la
sanidad total, física y mental, del ciudadano.
Pues bien: en Martín García, entre otros cientos, estaba cumpliendo
su condena de ocho años un cabo. Había observado muy buena conducta durante
tres años y se le conmutó la pena. Así se le hizo saber, y héte aquí que 48
horas antes de ser reembarcado, rumbo a su libertad, le armó una gresca al
cocinero y le cortó un brazo con un cuchillo. Intervine en el hecho. Conocía al
sujeto. Sabía que "odiaba" a su víctima. Sostuve que era un anormal,
un alienado. Pude salvarlo de una pena mayor, pues recurrí no al Código Militar,
sino al Civil. En efecto, aunque, como ya he dicho, el primero desconoce la
existencia del insano que debe ser eximido de castigo, una cláusula del mismo
Código Militar establece que, ante una duda de interpretación, el caso expuesto
debe contemplarse por el Código del fuero civil, para el cual el alienado no es
imputable por el delito cometido.
Naturalmente que, si por razones de protección social, de defensa de
la sociedad por la peligrosidad de un individuo anormal, hay que reducirlo,
como es lógico, no se puede vacilar. Pero no era el caso a que me refiero.
Tan es así que, tiempo después, olvidado por completo del episodio,
cenando con unos amigos en un "restaurant", fuí saludado por el
"maitre" del establecimiento, que demostró gran alborozo y enormes
muestras de afecto.
El "maitre", exquisito de maneras, impecable dentro de su
"smoking", bien engominado y con una sonrisa amplia, era... el loco
aquél de la cuchillada de Martín García. Le pregunte si se había vuelto a pelear.
"Jamás", me contestó, como ofendido. "Aquello pasó para siempre. No quiero ni
acordarme. ¿Sabe —me explicó confidencialmente— no podía aguantar ni la
disciplina ni al tipo que me
castigaba".
Y así es, en efecto. Vuelvo a
repetir que en individuos con algún déficit mental, con alguna tara, con
cualquier anomalía mental, con un estado patológico determinado, el trato
normal —aún dentro de la normalidad disciplinaria del cuartel— produce
perturbaciones que no se corrigen con castigos, por cierto, sino con los
auxilios de la ciencia.
Un régimen de selección imprescindible
En mi anterior clase me he
detenido mucho en señalar la perentoria necesidad de establecer un régimen de
selección psicológica y psiquiátrica para cada conscripción que ingrese a las
filas. A ese régimen me remito, el cual, en resumen, ocupa un intervalo de
treinta días, que no perturba en lo mínimo las demás tareas previas del nuevo
conscripto. Hecha la selección no acaecerá lo de hoy, que, allá por agosto o
septiembre, los oficiales con mando de tropa, ya conocedores de su gente, se
han dado cuenta de que tienen bajo sus órdenes a varios anormales: si no locos
de atar o de encerrar, "raros" como suelen calificarlos, e indominables;
inútiles, en una palabra, para el ejército y además perturbadores de los demás
compañeros. Es que, aunque no todo inadaptado a la disciplina sea psicópata,
una personalidad psicopática siempre es indisciplinada e inadaptable, sobre
todo en regímenes que para cumplir su función dependen de ella, como el
militar. Vuelvo a repetir que una clasificación mental previa de los conscriptos,
y su correspondiente ubicación posterior, es algo absolutamente necesario, no
sólo para evitar problemas en tiempo de paz, sino para que dichos problemas no
se agudicen, como de hecho se agudizan, en tiempo de guerra.
Cómo se caracteriza a un enfermo mental
El sistema que hemos seguido
hasta ahora en nuestras instituciones armadas es el de eliminar del servicio,
en lo posible, a los alienados, pero tardíamente. Porque caracterizar a un
enfermo mental no es empresa ni tarea fácil. Se necesita un poder de observación
agudo para reconocerlo en la tropa.
Pueden reconocerse al ingreso
del soldado las enfermedades de los pulmones o del corazón, o la presión
arterial; y así se hace. Pero hay personas enfermas que no pueden ser
reconocidas como tales: así los enfermos mentales — a quienes, por más que se
les trate, no se descubrirá sino cuando reaccionen visiblemente. Es necesario
observar al soldado en su regimiento durante una treintena de días, por lo
menos. El oficial deberá así identificar a los sospechosos y proceder en
consecuencia. Por más exámenes psiquiátricos que se hagan al ingresar la tropa
no se logrará resultado. A lo sumo, podrá descubrirse a los insanos notorios.
A veces, para el caso del loco
declarado, que no se exterioriza como tal, podría solicitarse un certificado
médico de la familia. El procedimiento es, sin embargo, peligroso, pues muchos
habrían de valerse de ese medio para exceptuarse del servicio militar. Debería
en todo caso aceptarse el certificado provisoriamente, para enviarlo a la
oficina psiquiátrica del ejército, la cual decidirá finalmente si se trata, en
efecto, de un loco.
Hay personas con quienes uno
conversa y aparentan ser normales. Los norteamericanos las llaman
"goldbrickers", como aquí se les llama "calandracas":
distintos términos de la jerga militar con que se los designa. Ustedes saben
que hay diferentes formas de reconocerlos. Son aquellos conscriptos que no sirven
para nada, o quizá sólo para los mandados. El débil mental o retardado es,
generalmente, un buen muchacho, dócil, y que puede ser destinado al servicio de
la cocina, de la limpieza y de aquellos otros trabajos que no exijan esfuerzo
intelectual, pues en tal caso fracasaría, sería un inútil. Por eso, en Estados
Unidos no han optado por eliminar a todos los enfermos mentales. Eso es fácil y
simple. No todos los débiles mentales son totalmente inútiles o inservibles
para el servicio auxiliar.
El sistema norteamericano de unidades especiales
En el ejército norteamericano,
los médicos psiquíatras han logrado formar, dentro mismo de los cuarteles, unidades
especiales de entrenamiento ("special units", S. U.). El sistema
consiste en lo siguiente:
Cuando llega a las filas un
individuo que presumiblemente es anormal y el médico no puede asegurar si es o
no alienado, se informa al jefe de la Unidad Especial sobre esa situación particular,
porque él es quien tiene que controlar su conducta y ver si el individuo hace
"cosas raras", como solemos decir en nuestro medio, o si se comporta
normalmente. De tal modo, el médico puede contar con una especie de biografía
del soldado y conocer su comportamiento habitual. Aun así, es difícil hacer un
diagnóstico. En este caso, se vuelve a enviar el soldado a la unidad, donde han
de seguir observándolo para ver si es un simulador o si realmente se trata de
un alienado. Si se comporta mal, el jefe de la unidad lo envía nuevamente para
su examen médico. A estos locos que no lo son en forma evidente, a estos "soldados medio raros", los
norteamericanos los mandan a la unidad especial, también bajo régimen militar;
pero no los dan de baja. Los hacen trabajar y ven cuáles pueden servir. Sobre
todo, a los que simplemente son débiles mentales los dedican a hacer algunas
cosas útiles para el ejército, de modo que no pierden del todo al hombre.
Sabiéndolos dirigir, son útiles y hasta se los adapta mejor para la futura vida
civil. Atendiéndolos y conteniéndolos se les presta un servicio y ellos prestan
un servicio. Se le da una enseñanza elemental y de ese modo dicha gente puede
prestar cierta utilidad y adiestrarse en beneficio propio para la futura vida
civil.
No se olvide lo que he dicho en
mi anterior clase, sobre la personalidad hasta del loco.
El 60 % de los locos, sana.
Porque un concepto erróneo,
desgraciadamente muy vulgarizado, es el de que los locos no se pueden curar.
Muy por lo contrario. De los enfermos mentales, un 60 % sana totalmente. Hay,
por ejemplo, enfermos —los psicósicos o reaccionales— que lo son durante un
lapso variable, tres, seis meses, hasta dos y tres años. Sometidos a métodos
científicos llegan a curarse en forma integral; pueden reintegrarse a la
sociedad y ser útiles para ella y para ellos y los suyos. Esto es muchísimo más
factible cada día, debido a los adelantos y recursos de la técnica
psiquiátrica.
La mayoría de la gente, al
referirse a un loco, se refiere al loco exaltado, al de encierro. Pero ese loco,
dentro de los enfermos mentales, de los anormales, no constituye la mayor
parte de los casos de insanía, sino, precisamente, un ínfimo porcentaje. Locos
más locos son —como el vulgo habla— los que andan sueltos, con aspecto de
normalidad, pero que, en su fuero íntimo, acumulan procesos psíquicos tremendos.
Aquello de que "no son todos los que están, ni están todos los que
son", para referirse a lo que hablamos, es una verdad sin vueltas.
Precisamente, dentro de las
filas del ejército, es el oficial quien tiene que habérselas primero con esos
anormales invisibles a primera vista, diríamos así, antes que el propio médico
de la unidad. El oficial es quien primero tiene que afrontar la situación. Por
ello es que insisto e insistiré acerca de la necesidad de que el oficial
argentino, que tantas cosas sabe de su profesión hasta constituir un modelo,
conozca también algunas nociones elementales, pero utilísimas, de psiquiatría.
De tal manera, estará previamente advertido, y comprobará sin esfuerzo, con una
dosis relativa de observación, que entre los conscriptos aparentemente
normales que se encuentran a su mando puede hallarse con personas de
comportamiento raro o dudoso, o irregular, sobre los cuales debe existir alguna
anormalidad mental. Salvará así el oficial mucha de su responsabilidad presente
y futura enviando a los sospechosos al consultorio médico-psiquiátrico. Lo que
va dicho, pues, es la aplicación práctica y fácil de toda la doctrina del
factor psicológico ya tratado. Es, de todos modos, una prolongación, un
apéndice de lo que ya estudiamos en las clases anteriores acerca de la guerra
psicológica, de ese factor GP que tanto gravita en la colectividad.
La psiquiatría al alcance del oficial
Ya he dicho que esta clase es de
divulgación simple, sin otro fin en sí misma que la practicidad; y dije,
también, que los conocimientos de psiquiatría son útiles, más aun, indispensables
para un oficial que tiene que estar atento siempre a las reacciones psicológicas
y patológicas de los soldados que se hallan bajo sus órdenes, tanto en tiempo
de paz como de guerra.
¿Voy a dar una lección de
psiquiatría? Muy lejos de mi intento. Lo que voy a hacer es explicar, en la
forma más simple y escueta posible, todo lo que yo sé, todo lo que sabemos los
especialistas, sobre psiquiatría elemental. Con ello basta y sobra, por
cierto, para el fin propuesto. Espero, pues, que en diez minutos sabrán ustedes
todo lo relativo a las enfermedades mentales, tanto como un psiquíatra. Les
habla un divulgador que modestamente conoce su ciencia. Si sólo les hablara un
psiquiatra, ustedes, como es natural, no entenderían nada. El método mío es
simple. Elimino toda la terminología científica, terminología que aplicada a
las mismas cosas elementales vuelve a éstas abstrusas e incomprensibles.
Distintos grupos de enfermos mentales
Los enfermos mentales pertenecen
a uno de los cinco grupos en que los clasifico, simple y prácticamente.
Estos cinco grupos son: 1º
los dementes; 2º los psicósicos; 39 los instintivos o peligrosos;
4º los retardados, y 5º los fronterizos o neuróticos.
1º LOS DEMENTES.
— En el primer grupo
figuran los dementes. ¿Qué es el demente? Demente es el loco sin posibilidad de
cura, el loco
"de veras", en todos los grados de su actividad mental.
Fig. 1. — Demencia: sífilis.
Demente es el loco crónico,
irreversible, sin posibilidad alguna de restitución a la normalidad.
Los seres tenemos, cerebralmente
considerados, cinco funciones fundamentales: la de la inteligencia, la de la
memoria, la de la voluntad, la de la afectividad y, por fin, la de ideación, o
asociación de ideas y razonamiento.
Mediante estas cinco funciones
fundamentales, armónicamente realizadas, somos hombres normales. Vivimos, pensamos,
actuamos, sufrimos, gozamos, etc. En el demente, todas o casi todas estas funciones
se vienen abajo, o, simplemente, no están activas. El demente no tiene voluntad,
no evoca sus memorias, no asocia o hilvana sus ideas, no las coordina, y, por
supuesto, así carece de inteligencia.
La inteligencia es razón. El loco razona mal o razona al revés. En
otras palabras: en el loco, especialmente en el demente, ninguna de sus
funciones mentales queda indemne. El demente es un enfermo mental sumamente
grave. No tiene remedio. Al demente se lo conoce, se lo advierte a la simple
observación porque todas sus reacciones, contradictorias de lo normal, son visibles,
notorias. La enfermedad mental conocida por demencia se presenta y asienta en
el individuo por lesiones orgánicas, ya adquiridas, ya hereditarias: la
destrucción de partes de su cerebro, los tumores, la sífilis, son lesiones,
totales o parciales, son irreversibles. Son, por lo tanto, definitivas. Esto en
cuanto al demente.
Vulgarmente, y científicamente también, el concepto de alienado es
más general. Alienado viene, etimológicamente, de alienos, que quiere decir extraño, ajeno. El alienado es un
extraño al ambiente normal. Por alienado —término genérico— se designa al loco,
pero no al demente. El alienado puede ser un loco curable o incurable. Es sólo
una palabra que califica una situación: la de estar frente a un ser que se
comporta de modo extraño. En el concepto de demencia, en cambio, va implícita
la condición de incurabilidad. En cambio cuando nos referirnos a un alienado
no puede prejuzgarse su incurabilidad. Estamos, tan sólo, ante un individuo
cuyo cerebro no funciona bien.
2º LA
PSICOSIS. — El
segundo grupo de nuestra división lo constituyen e integran los que llamaremos
psicósicos. Estos padecen las mismas declinaciones de las funciones mentales
que el demente, pero no todas. Sólo una o algunas de ellas. Así, por ejemplo,
el llamado esquizofrénico pierde la facultad, la función del afecto. Pero
solamente el afecto. Su memoria, su voluntad, su inteligencia, su ideación, pueden
permanecer indemnes. La anormalidad cerebral del esquizofrénico reside pues en el
deterioro, que a veces parece ausencia, de su facultad de afectividad. Le
resbalan muchas formas usuales del afecto. El esquizofrénico pierde el cariño
hacia los padres, o hacia los hijos. Éstos se le tornan extraños. Es, por lo
tanto, aquel hombre, un ser patológico, un anormal en ese sentido.
Otro caso de psicosis lo constituye el melancólico. En éste hay una
depresión. En su cerebro sólo se altera la facultad de la voluntad y declina la
de afectividad. El melancólico está deprimido, triste, llora, sufre, aparente y
aun físicamente. Pero su inteligencia no se obnubila: permanece clara; su ilación
o asociación de ideas puede
ser correcta, su inteligencia es
normal, despierta. Sólo su
estado anímico, su psiquismo, gira alrededor de su tristeza, de su depresión,
fija siempre, real o imaginada.
Hay otros tipos de psicosis,
que pierden dos y hasta tres facultades. Son al contrario del demente — que las pierde todas. Psicósicos o psicóticos hay
muchísimos entre nosotros. Son curables en un 60 %. Otros no lo son e
ingresan en la demencia irreversible
y definitiva. Porque, desgraciadamente, la demencia es la etapa final de todas
las enfermedades mentales no curadas, no atendidas.
FIG. 2. — Psicosis:
esquizofrenia o demencia precoz
FIG. 3. - Psicosis: melancolía.
3º — LOS INSTINTIVOS O PELIGROSOS (O
PERVERSOS INSTINTIVOS). Pueden ser psicóticos o dementes o aun mismo
fronterizos o simplemente retardados, es decir, de los dos grupos subsiguientes.
En el instintivo hay siempre una perversión, una distorsión, un desorden de los
instintos fundamentales: el de conservación, el de reproducción, el de sociabilidad,
etc. Estos enfermos mentales conservan todas sus facultades, salvo cuando ya
son psicóticos o dementes. Tienen, o padecen mejor dicho, una perversión limitada, a veces, al instinto.
Como todas sus otras facultades funcionan bien, en ellas y por ellas son seres
normales. Un instintivo de este grupo, por ejemplo, tiene pervertido, desordenado,
el instinto sexual. Realiza el estupro. La presencia de mujeres domina y altera
su impulso patológico. Es cuando comete una barbaridad, una anormalidad. Pero
el instintivo se da absoluta cuenta, esto es, tiene razón de su mal. Sufre e
incluso suele proponerse una enmienda. No obstante, vuelve a caer en su estado
patológico: este lo supera. Su diferencia fundamental con el psicótico y con el
demente es que jamás éstos tienen noción de su locura, de que están locos.
FIG. 4. — Psicosis: paranoia, delirio de persecución.
Es preciso no olvidar, siempre
respecto de los psicóticos, que éstos pueden tener una de las facultades
mentales, digamos la capacidad de razonamiento, muy desarrollada. Origínase en
ellos entonces una enfermedad bien conocida: la paranoia o delirio. A los paranoicos
los llamamos también delirantes; y son peligrosísimos. Los que aparentemente
conservan sus facultades mentales intactas razonan perfectamente, magníficamente.
Son lógicos en exceso, pero sus conceptos son falsos. Aunque partan de premisas
falsas, totalmente inexactas, como desarrollan su pensamiento con un perfecto
método lógico, y hasta brillante, llegan a la locura.
El paranoico no es un enfermo
común entre los conscriptos. La paranoia comúnmente se da en personas de
categoría intelectual y ya adulta, no a los 20 años. Para nuestra práctica,
digamos que, en síntesis, la paranoia o delirio es un sistema de interpretar y
razonar las cosas en forma patológica.
En efecto, a pesar de que el
paranoico conserva todas sus otras facultades, repito que se halla desordenada
su inteligencia. El paranoico razona con silogismos. Para él, la tierra es
cuadrada, por ejemplo, y sobre ello construye toda una teoría para demostrarlo;
hasta con cifras, argumentos y nociones geológicas y físicas.
Entre los paranoicos hállanse
también los "santones", aunque, entre ellos, hay algunos
"vivos" como aquel que se dejaba crecer la barba y proclamaba:
"Yo soy San Andrés". Otros no son "vivos", sino enfermos
mentales, paranoicos precisamente, que con su poder de persuasión convencen a muchísima
gente.
Una vez entré a la casa de uno
de estos santones. Lo encontré arrodillado, en medio del patio; oraba, Biblia
en mano. Había violado a tres de sus hijas. El santón conocía la Biblia y las
virtudes, pero obraba en forma bien diversa. Su delirio era el de la santidad y
su instinto, muy otro. Pero era un enfermo mental y no un canalla. Lo mismo que
el que se dice Júpiter o el que se cree Napoleón.
Haciendo una digresión diremos
que hay enfermos mentales en los que cabe distinguir dos etapas de su dolencia:
en la primera no son peligrosos, sino inofensivos; pero, de pronto, cuando ven
fracasar sus ideas, comienza para ellos la segunda etapa, la peligrosa. Es la
etapa que llamaremos de las persecuciones. El enfermo —como el de la
cuchillada de que hablé hace un rato— se cree perseguido por alguien que le
quiere hacer mal, y para vengarse de quien "lo persigue" llega
incluso a matar a un inocente al que cree su perseguidor. La reacción más
peligrosa de estos enfermos es, precisamente, la agresión. El caso no es, desgraciadamente,
raro, sino común. El que, por ejemplo, de pronto mata a una familia entera, por
disgustos pueriles entre vecinos, es el caso del paranoico perseguido que ha
llegado a la etapa de la reacción peligrosa. Es este grupo de los
psicóticos uno de los más variados e interesantes.
Cierta vez me tocó actuar en un caso, que pasaré a relatarles y caracteriza
muy bien al paranoico del que estamos hablando. Un día me llamaron de la
Presidencia de la República, para intervenir en un asunto delicado. Un oficial
de alta graduación pretendía hacerse cargo del gobierno, en virtud de haber
triunfado —según afirmaba— un movimiento revolucionario que él había organizado.
Al principio alguien pensó que fuera cierto, pero luego de unos minutos
de conversación con él los funcionarios desconfiaron y me llamaron para
consultarme la cuestión. El hombre estaba convencido de que había organizado
una revolución y que, triunfante, debía hacerse cargo del gobierno. Quería,
pues, asomarse al balcón y dirigirse al pueblo. Mi primera reacción ante ese
oficial fué de asombro. Empecé a conversar con él, al tiempo que se tomaban
precauciones en la casa, pues estaba tan posesionado de su situación de jefe
de la revolución que insistía en asomarse al balcón, para ser aclamado por el
pueblo. Traté de disuadirlo, en primer término. Le hice redactar y firmar
algunos decretos; nombró ministros y secretarios, pero insistía en asomarse al
balcón.
Al fin, no tuvimos más remedio que proceder con un poco más de energía
y llevarlo a un sanatorio. Lo acompañé en el automóvil y al llegar, ya
instalado, me dijo a boca de jarro: "Me imagino que habiendo fracasado la
revolución, ustedes me fusilarán". Le aseguré que no y traté de
tranquilizarlo. Luego conversé con él detenidamente, y en esas circunstancias
explicó todo el proceso —naturalmente falso— de su revolución y, finalmente, me
despidió él mismo, diciéndome: "Bueno, ahora que no me van a fusilar, y ya
que usted ha sido tan amable conmigo, ¿no me podría hacer servir un buen bife
con papas fritas y dos huevos?"
La paranoia de ese hombre existía, sin duda, en su etapa inofensiva y
no pasó a la peligrosa por casualidad.
Hay otros casos de delirio. La sífilis produce uno, característico, a
los treinta años de enfermedad. Se trata de una forma de psicosis cuyos
resultados no se pueden prever si desembocarán, o no, en la agresividad.
Este otro episodio que les narro es, igualmente, auténtico. Se trataba
también de un militar, hoy ya afortunadamente curado y en retiro. Es el caso de un jefe de
regimiento, sumariado. El instructor, ante las cosas raras que el jefe había
realizado, pidió un examen médico y fuí yo. Hablé con el sumariado, cuya
excitación era evidente. Pidió que le dejaran mostrarme un monumento que había
hecho levantar en los fondos del cuartel, y así lo hicieron. El monumento
estaba destinado a ser estatua suya. Comencé, entonces, mi tarea y con toda
diplomacia seguí la conversación y al preguntarle cómo iba a pagar el monumento,
contestó: "Muy sencillo: juego a la lotería". Y, en efecto, todas las
semanas, con dineros del regimiento, jugaba su billete y hasta anotaba en el libro
de gastos: "En el día, jugado al número tal". Lo notable es que el
oficial ganaba, y, en tal caso, también anotaba los ingresos que ello le
significaba. Claro está que no obstante había en su proceder defraudación,
malversación, y toda clase de delitos.
Luego me explicó que había
inventado un tipo de calzado, unas sandalias que, a su entender y a despecho de
los jefes, que no sabían nada, reemplazarían con ventaja a las botas. Pueden
imaginarse que este hombre, jefe de un regimiento, hubiera hecho desfilar el
siguiente 9 de Julio a sus soldados en sandalias. Este caso es otro ejemplo de
psicosis muy aguda. El hombre mejoró, prácticamente se curó, aunque se curó
cuando cumplía su condena, cuyo fundamento legal ya he comentado antes.
Estos casos de psicosis se
presentan así — en una forma aguda, a veces incontrolable — sobre todo en la
guerra. Tal el episodio del 4 de junio de 1943, entre nosotros, frente a la
Escuela de Mecánica de la Armada, allí donde hubo una pequeña acción militar.
Yo vi en ese momento, por lo menos, 6 ó 7 soldados que enloquecieron
súbitamente. Cuando terminó todo, uno de éstos, destacado como centinela, empezó
a disparar contra unas vacas. Había enloquecido y tuve que tratarlo. Era, como
los demás, un hombre predispuesto; ya había hecho cosas raras. Ningún oficial
enloqueció y sólo un suboficial
perdió allí sus facultades mentales. Es esta clase de psicóticos la que hay que
eliminar de las filas.
En esa acción de la Escuela de
Mecánica habrán intervenido dos mil personas, según los cálculos hechos por la
superioridad. Considerados, pues, los ocho probables locos de tal día, tenemos
una proporción del 4 º/oo de alienados entre
la tropa, lo que, indiscutiblemente es excesivo. Surge de la comprobación la
necesidad, ya reiterada, de realizar la investigación primero y cuidar después,
el estado mental de los conscriptos.
Hemos estudiado hasta aquí, al
demente, al psicótico y al peligroso, este con su variante del paranoico; es
decir, los tres primeros grupos de nuestra división.
4º — DÉBILES
MENTALES O RETARDADOS. En
el cuarto grupo reunimos a los insuficientes mentales, a los que se denomina
vulgarmente "retardados". Así como dentro de sus respectivos
porcentajes el psicótico es más frecuente en los oficiales, el insuficiente o retardado
predomina entre la tropa. Nosotros reconocemos con frecuencia al retardado. El
Reglamento del Ejército, en lo que respecta al reconocimiento médico, acepta
varias categorías de retardados, de los cuales la de tercer grado comprende a
los totalmente ineptos para el servicio militar. Los de primer grado, y aun
muchos del segundo, quedan destinados para los servicios auxiliares, para los
que, efectivamente, son aptos.
El del retardado constituye un
problema médico y social muy serio, puesto que en él la enfermedad mental es
congénita. Desde su nacimiento, en el retardado sus facultades cerebrales —inteligencia,
voluntad, afectividad, etc.— existen, pero en muy pequeña escala.
De ahí que un famoso psiquíatra
dijera del demente que es un pobre que había sido antes rico. Esto es: nació
rico, inteligente, con voluntad, con ideas, con afectos, y lo perdió todo,
luego. Mientras que el débil mental es un pobre que ha nacido pobre.
Tal la diferencia entre
psicótico y retardado. Entre los psicóticos, repito, hay gente muy inteligente.
Desequilibrada, sí, desordenada; pero muy inteligente. Entre los retardados, absolutamente
no.
FIG. 5. — Débil mental o retardado.
En Estados Unidos, según muy
serias estadísticas militares, el 18 % de la tropa tiene un retardo mental de
14 años. Para medir el grado de retardo mental de una persona se lo compara con
las edades de la infancia; es decir, un hombre de 25 años que tenga la inteligencia
de un chico de 14 o de 12, se dice que tiene un retardo de 14 o de 12 años, la
edad del chico comparable. Cuanto más pequeña es la edad con la cual se lo compara,
mayor es el retardo, más grave la enfermedad. Cuando un enfermo tiene un retardo
de 3 o 5 años, se trata ya de un idiota. No habla articuladamente, sino que
emite gritos para hacerse entender;
se maneja con reacciones guturales. Cuando tiene un retardo de 6 años puede
hablar, pero no escribir. Luego viene el débil mental, que puede leer y
escribir elementalmente, pero que no aprende otras cosas por más que se le enseñe.
Fíjense ustedes que el porcentaje
en Estados Unidos es muy alto: 18 %. Si fueran una muestra adecuada de la
población, sobre 160 millones de habitantes y cien millones de adultos, y tomando
como grave sólo un retardado cada diez, la estadística comprueba que hay un
millón ochocientos mil retardados graves; no sabemos cuántos habrá que sirvan
para una cantidad de cosas y que pueden prestar cierta utilidad. El resto, no.
En la población civil, en Estados Unidos, la proporción es de cuatro locos por
cada mil habitantes; esa es la cifra oficial. Nosotros —por fortuna— tenemos
menos. Según nuestras estadísticas, apenas llegan a 1,93 por mil.
Pero lo que ocurre no es que
tengamos menos locos, sino que posiblemente los tenemos mal contados. Quizás
nuestra organización psiquiátrica no nos permite descubrirlos e identificarlos
a todos. Eso ocurre con todas las enfermedades. No es que ahora, por ejemplo,
haya más enfermos de cáncer que antaño. Es, simplemente, que ahora se los identifica
mejor y previamente, porque los médicos tienen los medios necesarios para
ello.
Con esto de la identificación de
una enfermedad, a mí me ha ocurrido algo interesante, con un enfermo que yo
había descripto. Se trataba de una ceguera que se producía en los niños,
repentinamente, y los primeros casos ocurrieron precisamente en el Hospital Militar.
A un oficial, de pronto, le quedaron ciegos sus hijos. Nadie sabía de qué
enfermedad se trataba, pero los niños después se curaron.
Tuve oportunidad de observar
otros casos similares. Cuando llegué a las 60 comprobaciones, descubrí algo típico,
perfectamente precisado. Le puse, al caso, un nombre, un nombre que fuera algo
así como una fotografía de la enfermedad, y caractericé el mal con toda
precisión. La curación, después, es más fácil. Lo mismo sucede con las
enfermedades en general. ¿Por qué?
Se dice vulgarmente que al
definirla y catalogarla aumenta la presentación de una enfermedad. No es necesariamente
así; en realidad, lo que aumenta son las posibilidades científicas de descubrir
la enfermedad, por más recóndita que sea. Es el primer paso; no hay que
quedarse en él, ni querer lucirse etiquetando todo con el nombre nuevo o usándolo
como insulto si el cuadro de la enfermedad se presta a éso, pero es el primer
paso necesario.
Si hoy se establecieran centros
neuropsiquiátricos en toda la República, con su observación, con el fichaje de
las personas, con sus censos y comprobaciones — de seguro tendríamos entre nosotros
una proporción igual a la de Estados Unidos. Actualmente pocos se ocupan de
ello, pero hay que preocuparse. Sólo así obtendremos resultados prácticos de
suma importancia.
Volviendo a los retardados, al
débil mental en sus diferentes casos, el sujeto para ustedes, señores
oficiales, es fácilmente identificable. Es el soldado que no entiende bien las
órdenes que se le dan: el que repetida una y más veces la misma orden, la cumple
mal. No es sólo su ignorancia lo que le inhibe, pues hay ignorantes que
comprenden de inmediato una orden y la cumplen bien y con celo. El débil
mental, en cambio, no entiende la orden, ni las cosas elementales. No las
entiende del todo, por lo menos. Por eso su realización es mala, o siempre imperfecta.
Además, ese retardado es olvidadizo. De un día a otro, no recuerda lo que con
gran dificultad aprendió. Sólo tiene vigilante su instinto de conservación.
Lo que el conscripto mentalmente
sano aprende de inmediato, el débil mental no lo aprende sino con mucha
demora. Ustedes lo llaman "calandraca". El "calandraca",
muchas veces castigado erróneamente, retarda la organización y la enseñanza de
la tropa; complica todas las tareas. En realidad, no sirve para las filas. El
débil mental, como sucede en Estados Unidos, debe destinarse a una unidad
especial, o adscribirlo a la cocina, a la limpieza, etc.
Para la vida de cuartel, para la
vida activa y específica del cuartel, el retardado no sirve; y mucho menos sirve,
claro es, para la guerra. Todo lo contrario. Es un serio factor de perturbación
entre la tropa seleccionada y adiestrada. Como en los demás aspectos de su
vida civil —la escuela, por ejemplo— el débil mental obliga a sus maestros a
rebajar el nivel de la enseñanza, con grave detrimento para los mejor dotados,
que se retrasan en sus estudios, para evitar lo cual allí también hay que
clasificar y hacer grados o grupos que, si se trata de chicos, con más tiempo
los equiparen o nivelen con los comunes, o que, si son algo mayores, con menos
tiempo poden y aceleren las metas prioritarias de la enseñanza antes que
deserten para trabajar o por otras causas.
Siempre recuerdo que cuando hice
el servicio militar, teníamos un compañero que no asimilaba las órdenes y por
quien debíamos recargarnos de trabajo. Un día optamos por encerrarlo: lo
secuestramos para poder adelantar en nuestra instrucción sin el inconveniente
de su torpeza. Claro que después lo encontraron y terminó el asunto. Pero es
pésima la tendencia de rebajar el nivel de la enseñanza hasta el menos
inteligente. Se estropea lo más necesario. No es correcto; menos aun con
aquellas nociones elementales que deben ser asimiladas inmediatamente.
Los jefes nuestros, en este
sentido, son inteligentes, y se las componen bien en casos como el citado.
Cuando observan que un soldado no sirve, lo mandan a la cocina. Prácticamente parece
que se ha solucionado el problema, ya que alguien debe barrer y pelar las papas,
pero conviene conocer estas nociones que explican el caso para no incurrir en errores
o daños y obtener el mayor rendimiento de la tropa. Hasta hoy, en nuestro
ejército, los problemas que se presentaron a este respecto se han resuelto por
intuición, por buen sentido práctico. Los jefes proceden empíricamente, según
cómo se comporta y reacciona el soldado. Por eso digo que los oficiales de
nuestro ejército son muy sensatos y aunque algunos —erróneamente— reaccionan
aplicando penas disciplinarias, la mayoría sabe intuitivamente cómo deben proceder.
5º — FRONTERIZOS O NEURÓPATAS. En
el quinto grupo de nuestra división colocamos a los fronterizos o neurópatas.
Estos son primos hermanos de los psicóticos, con una diferencia: son más
peligrosos que aquéllos, por sus reacciones. Entre los instintivos figuran
todos los delincuentes o criminales con alguna perturbación mental: la
pérdida, por ejemplo, de su sociabilidad. Son enfermos criminales. Están encerrados,
entre rejas, en el Hospicio de las Mercedes, pero no en las cárceles.
Los fronterizos, en cambio,
andan sueltos. En la tropa suele aparecer la neurosis como la etapa de frontera
entre el hombre verdaderamente normal y el que comienza a ser anormal. Hay una
zona de transición entre esos dos estados, los que, por otra parte, reciben una
definición práctica antes que muy elaborada. Lo que en la tropa comienza como
neurosis puede ser una enfermedad grave que, cuando está identificada por completo,
llamase esquizofrenia —antes llamada demencia precoz— porque generalmente
aparece entre los 19 y los 23 años. Al principio apunta como neurosis, vale
decir, como un nerviosismo o una neurastenia. Pero se desarrolla
progresivamente y en el caso del conscripto neurótico, cuanto más se le hace
trabajar, cuanto más intenso es el ejercicio y más firme la disciplina, el estado
patológico hace explosión con los resultados ya conocidos — llegar a un verdadero
estado de alienación.
No quiero recargar a ustedes con
terminología técnica, pero la neurastenia viene a ser una especie de antesala para
cualquiera de los grandes grupos de enfermedad mental. El neurasténico tiene
conciencia de su enfermedad, pero la interpreta mal. Se pone muy irritable; si
cometen una injusticia con él, la exagera y la magnifica. Se preocupa por
tonterías, por pequeñeces; y las aumenta en tal forma que su preocupación no le
permite concentrarse en el trabajo. Por lo común se torna silencioso y sufre
del estómago o de un constante dolor de cabeza. Los neurasténicos son
sumamente difíciles de tratar. Si ustedes comienzan a averiguar, resulta que
les va mal en los negocios o que la familia tiene un enfermo muy grave o que
padecen cualquier situación análoga de angustia.
Los que son fuertes, soportan y
siguen desarrollando su actividad normalmente; pero los más débiles, una vez
que su problema se prolonga, pasan a la categoría del psicótico, a ser anormales sin el menor
esfuerzo. Los locos del episodio del 4 de junio eran, pues, ya neuróticos. Al producirse la
acción militar su mal hizo crisis y se pasaron al otro lado. Ese es el motivo
por el que hay que tener cuidado en la tarea de selección: es necesario eliminar
de filas a todos los neuróticos.
Fig. 6. — Neurosis: nerviosidad o
neurastenia o histerismo.
El neurótico supone la
predisposición de nacimiento a su enfermedad. En psiquiatría, hay un concepto
que es el del terreno o la constitución psicopática. Todos tenemos una
personalidad psicopática, una manera de ser determinada, que nos acompaña
desde nuestro nacimiento y se refuerza o debilita según lo que nos toca vivir y
cómo decidimos encararlo, pero siempre persiste, como un fondo. Hay quien es ciclotímico
y quien mitomaníaco. Voy a explicarles esto, de tal manera que les resulte
fácil interpretar el significado de los términos. El ciclotímico es un tipo especial,
al parecer congénito. Se aplica esta denominación a aquella persona que tiene
períodos de gran excitación en su trabajo, un continuo proceso intelectual,
gran actividad material y de pronto, bruscamente, pasa a un período de depresión. Al tiempo, las excitaciones se renuevan y
se origina en esa persona un ritmo de vida agitado, que es interrumpido por una
nueva depresión. Así, se suceden en él los ciclos de excitación y de depresión.
Otra personalidad psicopática es
la de aquellas personas normalmente calladas, silenciosas. Es su modo de ser,
pero no una anormalidad: son seres normales de constitución melancólica. En
ellos, hay una tendencia general a la tristeza. Contraria a la melancolía, es
la constitución maniática. Se refiere a las personas eufóricas, que hablan todo
el día, conversan sin intervalos, sin callar un momento. Otro tipo es el de los
mitomaníacos; aquellos dotados de gran imaginación, inventores, así sea nada
más que de mentiras y chismes. La constitución epileptoidea es la de los
impulsivos, de los que bruscamente estallan y pierden el control por cualquier
cosa. El impulsivo es el hombre que se irrita fácilmente.
¿Qué son, en realidad, estas
personalidades psicopáticas? Indican la constitución anormal de una persona y,
también, el déficit psicológico que tienen.
Pero ese retardo, que denota una
característica de la persona, es susceptible de sufrir una deformación. Los que
somos normales estamos en la forma ordinaria o natural de vida y de ser, pero
cuando esa característica se agudiza de modo notable, estamos locos. Lo curioso
es que cada uno llega a loco de acuerdo con su propia condición. Yo, por
ejemplo, que soy un ciclotímico, en el supuesto de que me volviese loco tendría
períodos en que estaría sumamente excitado, gesticularía, arrojaría cosas y
luego rápidamente entraría en un ciclo de depresión, poniéndome triste, con
deseos de llorar —es decir, tendría reacciones completamente opuestas— y luego
volvería nuevamente al estado anterior. Sería, pues, el mío un caso de psicosis
maníacodepresiva o locura circular; un ciclo de una manera y un ciclo de otra.
Si esto ocurriera a un individuo
que habla siempre, éste se transformaría en loco agudo, se excitaría sobremanera
y deformaría su personalidad normal. Este sujeto nunca podrá estar deprimido,
siempre estará excitado, será un "caso de chaleco". ¿Qué pasa, por
ejemplo con la personalidad ciclotímica del deprimido que normalmente está un
poco decaído? Fatalmente va hacia la melancolía. Al soldado melancólico,
aislado, triste, le ocurren todas las cosas malas de la vida; normalmente, es
un tipo algo pesimista. Cuando enloquece, va a una forma de psicosis que es la
melancolía.
La locura es la caricatura del retrato
psicológico de cada uno de nosotros.
Fig. 7. — Personalidad psicopática (alcoholismo, sadismo, toxicomanía,
etc.).
Hay que tener en cuenta que estos estados intermedios son simples
predisposiciones de constituciones normales. En la vida psíquica tenemos
siempre algún punto débil y cuando perdemos el estado de salud, la enfermedad
ataca por ese lado. El organismo humano, generalmente tiene un órgano en el
cual es débil; así, algunos sufren del hígado, de los pulmones, otros de los riñones
y, en fin, todos poseemos un "talón de Aquiles". Esto viene ya en la
constitución de la persona, de la forma cómo cada uno ha nacido y vivió. Hay
gente que fatalmente morirá de hemorragia cerebral, otra de una diabetes.
Hasta por la constitución anatómica se puede predecir hacia dónde irá esa
persona. Como en el caso de la constitución física, hay también una determinada condición mental que predispone a tal o
cual desviación psíquica.
Por eso, en conclusión, acerca
de estos casos de fronterizos, yo creo que no se puede ser el enfermo mental
que uno quiere, sino el que se puede ser. Quiero decir, que no va a la locura
cualquiera, por más que desee volverse loco; hay que tener ya una
predisposición hereditaria y familiar, que nace con uno, y circunstancias que
la cultivaron hasta que se hizo preponderante. Todos tenemos inconvenientes en
la vida, todos tenernos miedo; a nadie le gusta vivir dentro de un régimen
disciplinario estricto o severo, pero soportamos todo eso y nos adaptamos. Lo
mismo ocurre con los borrachos; todos han tomado vino, whisky, etc., pero hay
que tener cierta predisposición para ser borracho.
Hay personas predispuestas que,
cuando empiezan a beber, no pueden contenerse y siguen bebiendo. El beber, para
ellas, es luego una obsesión, una necesidad permanente que deben satisfacer. De
la misma manera, un ser predispuesto a la morfina será, si tiene la ocasión de
conocerla, un morfinómano. No lo seremos nosotros porque lo deseemos, sino
porque estamos predispuestos a serlo.
Los simuladores. — Hemos visto ya lo referente a los fronterizos y
a los neurópatas, personas que tienen predisposición a determinadas cosas. Pero
también existen los simuladores, tanto más inteligentes cuanto más cerca están
de la frontera. Se trata de sujetos que pueden simular una verdadera enfermedad:
simulación inconsciente, que es la causa de la histeria. Distinguirnos así la
simulación inconsciente de la consciente, la de aquellos que quieren por este
medio eludir alguna responsabilidad.
La simulación inconsciente
aparece en el predispuesto que se aproxima a la frontera de la locura, como una
reacción ante un conflicto vulgar. Un hombre normal lo resuelve, bien o mal,
pero lo resuelve. O no lo resuelve. Pero no pasa de ahí. Un neurópata se crea,
con ese conflicto, un problema permanente, una tortura muy difícil de curar.
El caso de los simuladores debe
estudiarse, sobre todo, porque en toda conscripción siempre existen varios. De
ahí que no hay que aguardar a que aparezca la enfermedad mental. Hay que
prevenirla, como ya lo he descripto.
La simulación inconsciente es un
caso normal. La simulación del "vivo" es más fácil de notar aún.
Porque se pueden simular enfermedades del cuerpo, pero resulta muy difícil
aparentar una enfermedad mental. El que podría simular una enfermedad mental
cualquiera sería un psiquiatra. En la tropa, la simulación es cosa más
fácilmente perceptible porque aquella hállase integrada, generalmente, por
gente de escasa preparación.
En
cambio, entre los oficiales a veces se ha presentado el problema de si se
trataba de un simulador o no.
FIG.
8. — Mire bien: puede ser un verdadero loco y
no un simulador.
Yo he llegado a esta conclusión,
respecto de la simulación de enfermedades mentales. Creo que el militar, que ha
formado su personalidad dentro de ciertas normas y se ha orientado hacia
ciertos principios, solamente comete un delito, uno solo, por ejemplo, cuando
está perturbado. No puede ser de otra manera, ya que con ese acto delictuoso va
en contra de toda su estructura mental adquirida y tiene que haber una
desviación de esa contextura mental para violentarla. El robo del loco, como
el crimen del loco, carecen de objetivo. Yo intervine en el caso de un oficial
que se apoderó de algunos objetos, no con el propósito bien definido de sacar
provecho de ello, sino para enviárselos a un amigo. Regalaba cualquier cosa que
robaba. Pero no cometía delito, o si lo cometía era sin móvil, y por supuesto
sin propósito de lucro ni provecho personal, delito a título de loco, o más
bien de alienado.
Cómo conocer un simulador
Para resolver el problema de
determinar cuándo existe el tipo de simulador consciente, se hicieron estudios
en el ejército de los EE. UU. y en Alemania. El procedimiento empleado es una inyección
de cardiazol, que produce espectaculares convulsiones. El neurópata verdadero
soporta la inyección, porque no le produce reacciones. El simulador, acosado
por las molestias de la inyección, confiesa instantáneamente su farsa. Se le
acabó la locura, aunque a cambio de un procedimiento brutal.
Hay un grupo dentro de los
fronterizos denominado de los automutiladores; gente que se corta un dedo o se
produce una herida, con tal de no seguir en el ejército. Son simuladores, en el
sentido que se automutilan. En la guerra se ha comprobado que 80 % de esos automutiladores
dan el mejor material humano para formar la quinta columna. Son los más audaces
y los más decididos, ya que tienen un gran desprecio por su propio físico, que
los hace capaces hasta de pegarse un tiro para eludir el servicio militar. Son
los indicados para trabajos de gran riesgo, y a esa gente, que antes era
castigada en la guerra, se ha encontrado el modo de convertirla en elementos eficaces.
Todas las predisposiciones que
dan origen a las enfermedades mentales y aun las maneras de ser particulares
de los hombres en general, las debilidades propias de cada uno, hacen crisis en
dos situaciones bien definidas: en los cambios de vida bruscos y, especialmente,
en los cambios convulsivos que supone la guerra. Es en la guerra donde aparece
todo este tipo de anormales que están en la frontera, listos para invadir la
zona de la locura. En estos casos hay que empezar por la selección y eliminar de
filas a los locos, puesto que son muy delicadas las consecuencias de su
presencia y perturban la actividad de los sanos no prevenidos, pues para ello
tienen una capacidad extraordinaria.
Los estadounidenses llaman shell-shock a la eclosión, en la guerra,
de ciertas perturbaciones mentales que en la paz pasan más o menos inadvertidas.
La adaptación psicológica del soldado
Para el caso de guerra, hay que
llevar al soldado a una adaptación psicológica previa que responda a un
sistema de enseñanza. Entre los medios preventivos que se pueden tomar está la
selección de los oficiales. Hemos visto ya, en la clase anterior, cómo se
hacía la selección en el ejército alemán. Esto evita la incorporación, como
oficiales, de una cantidad de enfermos psicopáticos o instintivos, que hay que
eliminar rigurosamente. Dentro de la tropa podrían pasar, pero en la
oficialidad no; en la selección psicológica de oficiales tiene que haber una
rigidez extraordinaria.
A la tropa hay que restarle
emociones inútiles, problemas evitables que significan una desadaptación con
relación a la vida de paz. Todas estas medidas preparan a la tropa para
llevarla a un estado de elación, de confianza en sí misma y en sus jefes. Es un
estado de optimismo, de fe, en que el soldado se muestra orgulloso, satisfecho
y no tiene temor. Llevar a la tropa a este estado, repito, es una obra maestra
de psicología militar.
Tres condiciones del jefe de hoy
Por eso, para que no estallen,
para que no se produzcan estas enfermedades mentales, hay que ir seleccionando
hombres que tengan ciertas condiciones, que son las que se requieren para un
jefe y también, aunque en menor grado, para un buen soldado.
La primera condición que hay que
exigir es la capacidad de asimilar las enseñanzas militares. Con esto se
excluyen los reclutas que no sirven para nada, los débiles mentales, los
insuficientes, los idiotas o imbéciles.
La segunda condición es la
adaptabilidad a la disciplina, para cumplir la cual hay que eliminar de filas a
los neurópatas, instintivos o psicóticos.
La tercera condición es la
estabilidad psíquica, condición que es muy importante en el oficial. Él debe
tener esa serenidad fría que se exigía en el reglamento militar alemán; que sea
imperturbable y que su facultad afectiva o emotiva no lo ofusque cuando tenga
que decidir. Para el ejército alemán esta capacidad es principalísima en la
formación del oficial; y ello tiene su razón en el hecho que he comentado hace
algunos momentos, es decir, que no es tan peligrosa una falla mental en un
soldado como lo es en un oficial. En el primer caso, se perturba el destino de
una persona; con la enfermedad mental de un oficial, puede producirse el
desquicio de la vida de mucha gente. Es de suponer que debiendo tanto el
soldado como el oficial tener capacidad para resolver por su cuenta cualquier
situación, las condiciones requeridas a este último deben ser mayores, pues
debe estar dotado de energía para llevar adelante cualquier plan y de
conocimientos de la psicología humana. Esto es fundamental en el oficial.
Ustedes tienen hoy un conocimiento empírico, hecho de lecturas u observaciones que deberá ser sistematizado en el
Reglamento.
Causas evitables y causas inevitables
La eclosión de todas estas
enfermedades mentales o la exaltación colectiva de ellas en la tropa obedece,
en algunos casos, a causas perfectamente evitables. Hay problemas que inciden
en el soldado muy hondamente y contribuyen a desequilibrar a aquellos dotados
de un espíritu común; tales, los que derivan de la misma tarea militar. El jefe
debe estar atento a todos aquellos problemas de índole doméstica que afectan a
sus soldados. Llamo doméstica a la preocupación del soldado con respecto a su
familia.
He conversado con algunos jefes
sobre esta clase de problemas y me he enterado de algunos casos muy
pintorescos. Un soldado muy bueno —por ejemplo— se hallaba sumamente deprimido.
El jefe le preguntó qué le pasaba, y, poco a poco, lo fué convenciendo para que
le contara su caso, tal como lo haría un sacerdote o un psicoanalista. El jefe
en cuestión era muy considerado y se preocupaba por conocer los problemas que
afectaban a sus soldados. De la conversación resultó que el soldado estaba casado,
su mujer vivía en Santiago y él había sido destacado a un regimiento de
Tartagal. "Hace mucho que no veo a mi mujer y no sé si me seguirá siendo
fiel", dijo el conscripto. El jefe le acordó una licencia, diciéndole:
"Vas a ir a tu pueblo, te vas a ver con tu mujer y verás que no ha pasado
nada".
El soldado era otro cuando volvió.
FIG. 9. Un hombre preocupado por problemas
íntimos no es un buen soldado.
Como este caso he conocido, por
boca de jefes, muchos problemas que se presentan a sus soldados. Me interesa
sobremanera conversar de estos asuntos con los oficiales, puesto que recojo algunas
enseñanzas de su observación personal. El caso del soldado con su esposa en
Santiago es, para la cuestión, el mismo que el de un conscripto que tiene su
madre paralítica o el de un suboficial que tiene una pequeña propiedad que le
van a embargar.
Es necesario estar en el problema doméstico del soldado y por ello
conviene que el oficial tenga un contacto firme con los soldados, que no se
desentienda de sus preocupaciones, que converse con ellos y reciba sus
confidencias. Es una forma del psicoanálisis. Aun en el caso de que no pudiera
remediar nada con su intervención, el recibir la confidencia del soldado será
un paso hacia su curación. Éste es todo el fundamento del psicoanálisis y de
ahí la gran sabiduría de la confesión. En lo que toca a lo subjetivo con la confesión
el pecador siente un gran alivio, pues se ha desahogado de su problema.
Fig. 10. — El jefe debe ser un padre de familia y escuchar las
confidencias de sus hombres.
Evidentemente, el psicoanálisis
no secunda más que en eso. Un jefe militar tiene que ser un poco psicoanalista,
ser un confidente de sus hombres. Esta virtud lo lleva no solamente a tener
poder, el poder que le da su condición de jefe, sino también autoridad moral.
Para ello es preciso trabajar a los soldados uno por uno, de modo que el jefe
pueda tenerlos a todos con él. Esto es tan importante que, en los Estados
Unidos, la Cruz Roja organizó durante la pasada guerra el servicio social del
ejército, que se ocupaba de informar al soldado de su familia, de sus cosas y
del hogar que había dejado en su patria.
Ahora bien; si el oficial, a
pesar de las conversaciones mantenidas, no saca en claro nada sobre el estado
mental del soldado, debe enviarlo al psiquíatra.
Por otra parte, es preciso tener
en cuenta que hay ciertas cosas que son evitables, así como otras son
inevitables dentro del servicio militar. Hay factores elementales que inciden
fatalmente sobre la psicología de cualquiera y es ahí donde empiezan a explotar
los que son deficientes mentales, los que tienen alguna tara. El trasplante de
la vida civil al régimen militar, de la vida de paz a la de guerra, es muy violento.
El hombre tiene que vivir en cuadras de veinte personas o más; tiene que hacer
una vida colectiva. Imagínense ustedes lo que eso puede significar para un
paisano catamarqueño, por ejemplo, que siempre ha vivido bajo un árbol, solo en
rancho aparte y que de pronto se ve obligado a dormir entre sábanas, vivir
rodeado de gente y bajo una disciplina determinada. Es un cambio muy serio
hasta para el hombre de la ciudad, que ha vivido en otra forma. El ejército es como
una aplanadora; reúne en la misma compañía a hombres distintos, de diferentes
culturas, de distinta clase social. Allí, en el ejército, cada uno empieza a
sentir o a sufrir a su manera, y la misma "estandardización" de los
horarios de dormir, levantarse, comer, etcétera, para muchos significa ya una
vida nueva.
Esto es inevitable; la vida de
cuartel tiene que ser así. En cierto modo, es un aislamiento, una reclusión; se
crea una vida monótona, aparte de que la falta de contacto con el otro sexo
crea el problema sexual, cuya solución ya hemos encarado.
Estas cosas, como digo, son
inevitables en una vida de cuartel, pero otras si son evitables. A lo inevitable
no hay que agregar dificultades o situaciones innecesarias. Por ejemplo, las
críticas agrias; con eso no se gana autoridad, se pierde. Es lo que nuestros
conscriptos siempre llaman "el suboficial cretino". El suboficial
fanfarrón, mandón, es de lo más perturbador. Tanto, que en Estados Unidos se ha
hecho una campaña contra el bulling,
como se lo denomina en su jerga militar. Es contraproducente la actitud del bulling desde el punto de vista psicológico.
Fig. 11. — No sea fanfarrón.
La psicología y el mando
Es mejor llegar a una
acomodación normal de la psicología del mando con la psicología del soldado que
obedece. El bulling, lo que aquí se
conoce por cretinismo —ustedes conocen mejor que yo la terminología que se
aplica a estas cuestiones— debe reemplazarse por un mejor concepto del mando.
Evitar las injusticias en la asignación del trabajo y la insensibilidad por
los problemas domésticos de cada soldado. A este respecto debo declarar que he
conocido suboficiales sumamente hábiles para tratar esos problemas. Quien ha
sido soldado no puede menos que recordar con gratitud a esos suboficiales que
se preocupan por su salud y sus problemas generales. ¿Quién puede olvidar que
cuando ha estado enfermo alguien se ha preocupado por salud? Es indudable
que el corazón humano guarda gratitud para el jefe que así se comporta. El problema tiene especial
importancia, porque sus efectos no son tan notables en tiempos de paz como en
tiempos de guerra. En tiempo de guerra el material humano es el que hay que
dirigir y hay que cuidar y el factor psicológico aparece en forma dominante.
Este desarrollo que yo les planteo no es mirado con interés en tiempos de paz,
olvidando que durante la guerra pasa a primer plano.
El jefe debe dar ánimos a sus subordinados, tocar sus sentimientos,
ser en muchísimos aspectos, casi como un padre de familia y escuchar las
confidencias de sus hombres. "Un hombre preocupado por problemas íntimos,
no es un buen soldado". Ustedes ven muy gráficamente presentada la
situación del soldado a quien le van a rematar la casa. ¿Qué puede esperarse de
un soldado atribulado por este problema? Los norteamericanos, gente ingeniosa,
han presentado gráficamente estos problemas en los cuadros que comentamos.
El empleo de los elementos emocionales
Indudablemente, deben inculcarse a la tropa las ideas y doctrinas de
guerra, no en una forma descarnada, sino con un contenido emocional. Debe haber siempre un elemento
emocional, el afecto hacia el jefe, por ejemplo. Justamente, es ésta
una de las grandes fuerzas psicológicas que han de mantener unida a la tropa,
que evitarán el miedo y el temor, que mantendrán su moral y esa confianza ciega
de los hombres combatientes. El soldado se convencerá de que el jefe es el más
valiente, el más capaz. Si el jefe no sabe trabajar, no sabe conquistar esa
confianza, lo odian. Ya no podrá manejar a la gente en la guerra. La podrá
dirigir en tiempos de paz, pero en la guerra, no.
El miedo es algo inevitable en
la guerra. Todo ser viviente es susceptible de atemorizarse; todos tenemos
miedo, hasta los animales. Lo que debe enseñarse es que cada uno
tenga miedo con cierta disciplina, con cierto dominio de sí mismo.
Así como no vamos a combatir el alcoholismo prohibiendo a la gente que
beba, como quiso hacerse en Estados Unidos, hay que enseñarle al soldado a
tener miedo en forma moderada, a no perder el control por el miedo. No se puede
prohibir, terminantemente, a la gente que beba, ni a los soldados que no tengan
miedo; sería en vano.
Fig. 12. —
Levante el ánimo de sus hombres tocándoles sus sentimientos.
Los símbolos y una doctrina de guerra
Al soldado hay que darle ciertos "slogans' que lo eduquen, que le
den confianza en sí mismo y en su jefe. Los símbolos nacionales, la bandera,
el escudo, el himno, representan y en cierta medida provocan esa emoción
positiva que es el patriotismo. Durante cien años hemos considerado que esos
símbolos eran suficientes para crear un estado emocional determinado, en la tropa y en la población, necesario para
ir adelante. Pero hoy hemos llegado a una situación en el mundo en que esos símbolos
no son suficientes para mantener ese estado emocional que la guerra exige. Hay
que complementar esos símbolos haciendo conocer a todos los ciudadanos los
motivos de una lucha porque, si no, no la van a aceptar. Debe configurarse una
doctrina que acompañe a esos símbolos. Puede que no coincida con la doctrina
verdadera del estado mayor, pero debe existir de todas maneras una doctrina
para consumo de la tropa y de la población civil.
Fig. 13. — La
confianza en si mismo del soldado depende de la confianza que él tiene en su Jefe.
Hay que ir desarrollando el
prestigio de los jefes a través de los detalles del trabajo diario, de modo que
los hombres vayan sintiendo pasión por él.
En la última guerra se ha visto
de modo bien claro que el viejo concepto de la disciplina ha sido sustituido,
tanto en el ejército ruso como en el alemán, por un nuevo sistema que es un poco
más elástico y que consiste en crear hacia el jefe la admiración y la fe ciega
de la tropa. Sin ello, debido a la mayor conciencia de las masas, el mecanismo
del funcionamiento del ejército se hará muy difícil, sobre todo si se lo
encuadra dentro del reglamento en normas preestablecidas y deberes, como antes.
Ahora, y esto debe entenderse muy bien, no se puede ir a la guerra diciendo simplemente
que se va a defender las leyes. Hay que argumentar necesariamente con otros
elementos de convicción. Conseguirlos es tarea esencial del Estado Mayor.
Convendría desarrollar estas
ideas con un poco más de amplitud a fin de que el tema de la psicología de la
tropa en tiempos de guerra, y el miedo o cobardía, sean mejor conocidos por
los señores oficiales, pues esas manifestaciones patológicas de angustia que
aparecen en las masas son difíciles de controlar y no se pueden manejar por la
fuerza; si se las
quiere contener o manejar por la fuerza, aparecen otras.
En los ejércitos, incluso
durante una campaña, se han dado conferencias a la tropa sobre el miedo; pero
hay que insistir que los oficiales tienen la obligación de explicar lo que es
el miedo y lo que es la valentía.
Lo que estamos hablando no es
para salvar a los soldados de su condición de tales, sino para que sean hombres
ordinarios, sin perturbaciones que afecten las actividades específicas del ejército.
Yo no hablo ahora para curar a los locos, propósito habitual en otras de mis
actividades. Por motivos de método aquí a este importantísimo problema conviene
dejarlo aparte: en la presente ocasión no me interesa sino en cuanto a las
perturbaciones que puede producir en el ejército.
Conclusión
Como digo, pues, espero que este
ciclo de clases sobre la guerra psicológica se desarrollará con más amplitud en
un futuro muy cercano. Algo ha cambiado en el mundo, después de las dos
últimas contiendas bélicas. Algo se va cristalizando en el mundo entero; tal
vez tenga vistas a un porvenir más venturoso.
Los médicos lo intuimos, los
militares lo saben y el ciudadano común —el soldado de la guerra— lo presume.
Estudiemos todos los problemas que tengan relación con el hombre, su personalidad
y su destino. Estemos ojo, oído, mente, corazón avizores en nuestra patria,
preservada hasta hoy de las más tremendas calamidades. Nada, por grosero que
sea o por sutil que sea, en el desarrollo de los acontecimientos, en el progreso
de las ciencias, debe sernos ignorado. Faltaríamos a nuestro deber de
argentinos si nos cruzáramos de brazos o nos encogiéramos de hombros ante las
realidades que nos rodean.
Ya sé cuánto ustedes, señores
jefes y oficiales, estudian y piensan. Estudiemos también estos nuevos aspectos
de una guerra que jamás debe encontrarnos desprevenidos. La improvisación puede
ser genial. El método, es menos brillante, pero más serio y, a la postre, rinde
resultados de veras provechosos.
_____________
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