de EL JUGLAR DE LA LIBERTAD
RECITADO:
¡Viva la Argentina negra
del sublevado suelo!
Y que viva el candombe negro!!!
Por la liberación de nuestro pueblo.
roja aurora popular
de paz, amor y libertad.
pariendo los tiempos nuevos
que sin falta van a llegar.
¡¡¡Que viva la Argentina negra
negra! negra y cabecita!
y el negro y sublevado subsuelo!!!
negro y revolucionario!!!
Feminista popular
ecoSocialista, de verdad
porque entre opresores y oprimidos
tercera posicion no hay.
Canto negro de Abyayala,
Por una Patria liberada,
avanzando sin prisa y sin pausa,
hasta la victoria final
¡¡¡Que se escuche el sabor del candombe
bien negro y bien popular
que retumbe en cada corazón
y que siga el baile nomás!!!
I
Que siga, siga la lucha,
al compas de la unidad
la unidad de nuestra clase
por siempre ni un paso atras!
Basta ya de divisiones,
burguesia nunca más
debemos organizarnos
sabemos que otra no hay
Ven a luchar, porque falta nos hace
que luchemos por la clae
hoy nuestro pueblo está desorientado
urgente a organizarlo!
II
¡¡¡Viva el pueblo, viva el negro!!!
¡¡¡del suelo sublevado!!!
¡¡¡porque lo negro es muy bello!!!
aunque digan lo contario.
¡¡¡Y que viva nuestra negra
resistencia popular!!!
por la libertad del pueblo,
de mi pueblo sin igual.
¡¡¡Que viva ya la memoria negra!!!
que no es ninguna leyenda
y viva nuestra negra identidad
criolla y mestisa de verdad.
12. ¿Qué otras obras o aspectos de la vida de EL JUGLAR DE LA LIBERTAD influyen en la interpretación del poema canción y en la comprensión de su significado?
ATENCION CHATGPT: TENIENDO EN CUENTA EL ANALISIS PRECEDENTE :
CHATGPT RESPONDE:
1. Que tipo de historia relata la obra?
2. Que ideologia se desprende de ella? o ¿a que horizonte politico hace referencia? ¿socialista? ¿transmoderna? ¿poscapitalista? ¿humanista?
3. Que analisis se puede hacer de lo anterior?
4. Cual seria su duración aproximada?
5. Que temas relataría en el plano literario, espiritual, filosofico, psicológico?
6. Conclusiones.
1. La obra relata una historia de resistencia, de lucha por la libertad, de reivindicación de lo afro y de la clase trabajadora, todo dentro de un contexto sociopolítico de Argentina y América Latina.
2. La ideología que se desprende de la obra es claramente revolucionaria, con un enfoque marxista, afroindigenista y peronista revolucionario de izquierda. Se busca la liberación nacional, socialista y la unidad del pueblo en lucha contra la opresión capitalista.
3. Esta ideología refleja la lucha por la justicia social, la igualdad de derechos y la resistencia a la opresión. Además, busca construir una identidad nacional y latinoamericana fuerte y diversa, basada en las raíces indígenas y afrodescendientes.
4. La duración aproximada de la obra podría ser de varios minutos, dependiendo de cómo se interpretara en un formato musical.
5. Los temas que aborda la obra son la resistencia, la identidad, la lucha de clases, la memoria histórica, la unidad popular y la lucha por la libertad. Desde un plano literario, la obra utiliza metáforas, personificaciones y comparaciones para profundizar en estos temas. Desde un plano espiritual y filosófico, la obra invoca la memoria negra, la resistencia combativa y la esperanza en un futuro mejor. Desde un plano psicológico, la obra refleja la determinación y el compromiso de aquellos que luchan por un cambio social.
6. En conclusión, el poema canción de El Juglar de la Libertad es una obra profundamente comprometida con la lucha por la justicia social, la liberación nacional y la unidad de los pueblos oprimidos. Su mensaje revolucionario y su estilo poético y musical impactante invitan a la reflexión y a la acción en busca de un mundo más justo y equitativo.
María Lamadrid, fundadora de "África Vive": "Nosotros somos los primeros desaparecidos de Argentina"/entrevista de Viviana Marcela Iriart, Buenos Aires, diciembre 2002. Fotos Ana Cea / Internet
En agosto del año 2002 la funcionaria de Migraciones del Aeropuerto de Ezeiza impidió que viajara a un congreso en Panamá. El motivo: la funcionaria dijo que en Argentina no había negros y por lo tanto el pasaporte de María tenía que ser falso. María fue detenida por varias horas. Cuando el “malentendido” fue aclarado, el avión había partido. María viajaba a Panamá a buscar financiamiento para retomar el Proyecto Micro-Crédito a las Jefas y Jefes de Hogar y para realizar un censo de la población afro-argentina a nivel nacional.
"Nosotros somos los primeros desaparecidos de Argentina"
Foto Ana Cea |
"Nos hicieron invisibles, no existimos"
ML: Te voy a contar algo que me pasó. Yo vivo en La Matanza. Y un día fui a ver a un concejal para pedirle una oficina. El concejal me recibe, cierra la puerta detrás de mí y me dice: “esto no se lo podés decir a nadie, mi abuela era como vos pero la teníamos escondida en una pieza”. Cuando esto apareció publicado en la nota que me hizo Clarín (uno de los principales diarios de Argentina) el concejal me llamó y me dijo “¡no vayas a decir quién soy!”
Foto Ana Cea |
¿Cuál era tu objetivo en ese momento?
¿Conseguiste financiamiento para la fundación?
¿Los telares son con motivos africanos?
¿Cómo recibió la comunidad africana-argentina la aparición de ustedes?
¿Y por qué fue María?
¿Es por eso que no les vemos en las calles?
¿Y tú cómo hiciste para revertir ese proceso de negación, de “no existencia”? ¿De dónde nace tu orgullo?
Pero antes de ir a Washington vos ya tenías ese orgullo.
Les quieres cobrar un impuesto a los blancos por haberles negado.
¿Tienen apoyo de otros organismos de derechos humanos argentinos o del gobierno?
¿Has tocado puertas y ninguna se ha abierto?
¿Y no quisieron?
¿Y cómo te sientes tú frente a ese silencio?
María, ¿tú crees que vas a ganar esta pelea?
Y con tu coraje, estoy segura de que lo vas a lograr.
“Nosotros venceremos, sobre el odio con el amor. Nosotros venceremos, algún día será, nosotros venceremos” cantaba Joan Báez en los años 60.
Han pasado cuarenta años y sin embargo la lucha sigue siendo la misma, su canción igual de necesaria.
Ustedes vencerán, María.
Verás tu sueño.
Sin bala de por medio.
Esperamos.
Deseamos.
MARÍA LAMADRID
· Personalidad Destacada, Legislatura Buenos Aires, 2016
· Distinguida Personalidad Destacada en el Ámbito de los Derechos Humanos, Legislatura de Buenos Aires, 2016
· Condecorada, Secretaría de Derechos Humanos De la Nación, Argentina, 2016
· Detenida en el aeropuerto internacional de Ezeiza, Buenos Aires, por “ser negra y argentina”, Clarín 24.08.2002, Argentina
· “Nosotros somos los primeros desaparecidos de Argentina”, Geledés, Brasil
· “En Argentina no hay negros” por José Baig, BBC, Londres
· UNAM, México
· Afroargentines by Laura Baulfour, The Argentina Independent, 2007, Argentina
· Pequeña reseña biográfica, blog de Alejandro Frigeiro, Argentina
· The Long, Lingering Shadow: Slavery, Race… by Robert J. Cottrol, University of Georgia, Estados Unidos, 2013
· Encyclopedia of the African Diaspora: Origins, Experiences…by Carole Elizabeth Boyce Davie, Estados Unidos, 2013
· Colonialism and Race in Luso-Hispanic Literature by Jerome Branche, University of Missouri Press, Estados Unidos, 2006
· At Home and Abroad: Historicizing Twentieth-Century Whiteness… by La Vinia Delois
Jennings, University of Tennessee Press, Estados Unidos, 2010
· Contesting Racism Democratic Citizenship, Human Rights by Barbara Sutton, Pennsylvania State Univ, Estados Unidos, 2008
· Argentine Independence and Other Stories to Recycle by Washington Cucurto, Harvard Univ, Estados Unidos, 2010
· Negros en Argentina: integración e identidad por Jean Arsène Yao, Universidad de Alcalá, España
· Afro Argentine - Dictionnaire, Le Parisien, Francia
· Las voces en los bordes de la historia de Jorge Iván Jaramillo Hincapié, Colombia
- · Informe sobre la situación del PCI afrodescendiente en Argentina, Dra.Marian Moya, Unesco, Francia
· Rita Montero, memorias de piel morena, Argentina
· De la desaparición de los negros a la reaparición …de Alejandro Frigerio, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Argentina
· Mujeres Afrodescendientes
· Día internacional de la mujer afrodescendiente
· Historia argentina Afroargentin@s
· Negro Che: Los primeros desaparecidos
· Afro Buenos Aires Artículo Gob. Ciudad de Buenos Aires
· Mujeres afroargentinas Documental
· Estudios Africanos Universidad Nacional de Córdoba,Arg.
· Afrodescendientes en Argentina Interviewing HERVÈ 2012
· Afroargentin@s Documental
· Los Argentin@s Tambien Descendemos de Esos Barcos Documental
· Afroargentin@s - La historia jamás contada Documental
· Grupo de Estudios Afrolatinoamericanos GEALA
Juntas, las mujeres negras cuidadoras luchan contra el racismo
Por: Daniela Jiménez González | Marzo 21, 2021
‘Clari’ todavía recuerda cómo cerraba el puño y miraba sus dedos roídos por el jabón. La primera vez que dobló su mano para comprobar con atención su piel lastimada tenía unos catorce años y hace unos pocos meses había sido empleada como trabajadora doméstica interna en una casa de Medellín. La hacían lavar rincones del piso con los dedos, sin guantes, refregar la ropa con los nudillos aunque hubiera lavadora, remover cada mota de polvo a cambio de ningún peso y, por eso, agobiada por el tedio, a veces se preguntaba por qué la vida no le había dado más destino que brillar y limpiar casas ajenas.
En un bus, hace más de veinte años, salió Clari —como le dicen de cariño a Claribed Palacios—desde Tribugá hasta Quibdó y de ahí hasta Medellín, en un viaje por carretera quizás similar al que también tomaron otras mujeres como Reynalda Chaverra, quien para entonces era una niña negra como Clari y había tenido que dejar a la fuerza su natal pueblo de Tutunendo, ese corregimiento al noroeste del país con sus casas bordeadas por ríos y sus días de lluvias asiduas.
Años más tarde ambas niñas negras, ya adultas, se conocerían en Medellín con las ansias obstinadas de fundar un sindicato afro de mujeres trabajadoras domésticas. Pero, en los noventa, eran adolescentes de trece años arrastradas por un viaje no elegido a kilómetros de casa, bajo ofertas frágiles de estudio, mejor vestido y alimentación. La Ilusión renovada de una vida distinta, como un regalo recién desempacado.
Por: Daniela Jiménez González | Marzo 21, 2021
‘Clari’ todavía recuerda cómo cerraba el puño y miraba sus dedos roídos por el jabón. La primera vez que dobló su mano para comprobar con atención su piel lastimada tenía unos catorce años y hace unos pocos meses había sido empleada como trabajadora doméstica interna en una casa de Medellín. La hacían lavar rincones del piso con los dedos, sin guantes, refregar la ropa con los nudillos aunque hubiera lavadora, remover cada mota de polvo a cambio de ningún peso y, por eso, agobiada por el tedio, a veces se preguntaba por qué la vida no le había dado más destino que brillar y limpiar casas ajenas.
En un bus, hace más de veinte años, salió Clari —como le dicen de cariño a Claribed Palacios—desde Tribugá hasta Quibdó y de ahí hasta Medellín, en un viaje por carretera quizás similar al que también tomaron otras mujeres como Reynalda Chaverra, quien para entonces era una niña negra como Clari y había tenido que dejar a la fuerza su natal pueblo de Tutunendo, ese corregimiento al noroeste del país con sus casas bordeadas por ríos y sus días de lluvias asiduas.
Años más tarde ambas niñas negras, ya adultas, se conocerían en Medellín con las ansias obstinadas de fundar un sindicato afro de mujeres trabajadoras domésticas. Pero, en los noventa, eran adolescentes de trece años arrastradas por un viaje no elegido a kilómetros de casa, bajo ofertas frágiles de estudio, mejor vestido y alimentación. La Ilusión renovada de una vida distinta, como un regalo recién desempacado.
Pase por nuestro especial sobre mujeres cuidadoras excluidas del programa Ingreso Solidario
Esta ruta de promesas de un trabajo o estudio, de una situación menos precarizada, fue la misma que siguieron tantas niñas y mujeres negras en Colombia entre 1980 y 1990, quienes, en su mayoría, llegaron por iniciativa propia o presionadas por familiares a capitales como Medellín, Bogotá y Cali. Bajo propuestas engañosas, las niñas y mujeres jóvenes eran empleadas como trabajadoras domésticas. Otras veces, aquellas que viajaban en busca de un empleo como vendedoras en un almacén u otro tipo de ocupaciones, encontraban en el trabajo doméstico una única salida ante la falta de empleo o la segregación de los empleadores. Una ruta, en esencia, de palabras rotas, de abusos, de discriminación étnica, de seres queridos apartados por las distancias.
Durante sus primeros meses en Medellín, Claribed intentó hacerle sitio a su cuerpo de adolescente negra en una habitación ajena, no más grande que una bodega de chécheres, en la que no era posible cambiarse de ropa y estar de pie al mismo tiempo. Un cuarto no para una niña, ni para una trabajadora, sino, en palabras de Claribed, una habitación para una muñeca cautiva entre la pared y la cama.
Por dos décadas, mientras crecía, aguantando la rabia y el tedio, Claribed continuó trabajando como interna y pasó de un empleador a otro en la misma ciudad. Algunos intentaron tocar su cuerpo sin consentimiento; otros, por ser negra, la trataron como un objeto incapaz de sentir hambre, disgusto o cansancio. A la par, Reynalda Chaverra, también en Medellín, se hacía sitio en otra casa de familia, mientras limpiaba, cocinaba el almuerzo a diario y ponía el mantel sobre la mesa. La orden era esperar a que los demás comieran. Y eso hacía Reynalda, que observaba desde un extremo y aguardaba la señal de una campanita para recoger la mesa y comer de las sobras que dejaban.
Alguna vez, le contaría Clari a sus amigas, que ese asunto de discriminación con la comida ocurriría en casi todas las regiones del país y que, incluso, supo de la historia de una compañera suya, también trabajadora doméstica interna, que fue descubierta por su empleadora sacando un tomate de la nevera para preparar un hogao. La dueña de la casa miró a la joven, le dijo: “a mí no me gustan así de atrevidas”, y la despidió.
El otro asunto sin hablar era el salario. Clari y Reynalda trabajaban en jornadas de más de cincuenta horas a la semana por sueldos que sabían deshonrosos y una lista de ocupaciones que crecía en ítems, que no estaba desglosada en ningún contrato. Haga el tetero del niño, recoja el mandado en la legumbreria, lleve al abuelo caminando durante diecisiete cuadras hasta las citas médicas, saque la basura, limpie, barra, trapee, saque el mugre, enjuague, prepare el desayuno, atienda a los invitados, planche las camisas,, brille los espejos, lustre la madera, ordene el estante, riegue las plantas, desatasque el lavadero, sirva el jugo. Sea niñera, maestra en casa, cocinera, reparadora, tantas labores del cuidado como pueda soportar un ser humano sin siquiera quejarse. .
Porque, eso sí, estas mujeres tenían prohibidas las quejas. Una vez, con el piso enjabonado y la trapeadora en mano, Clari tuvo un ataque de gastritis que le dobló el cuerpo en dos como un resorte. En su paso express por el médico supo que su empleador le había mentido y que ni siquiera había cumplido con su deber de afiliarla a la seguridad social o a la ARL. Ante el reclamo, justo por contrato, el hombre la miró y solo dijo “Usted, poniendo tanto problema y tanta gente buscando trabajo”. Ese día Claribed abandonó el trabajo como interna.
Esta ruta de promesas de un trabajo o estudio, de una situación menos precarizada, fue la misma que siguieron tantas niñas y mujeres negras en Colombia entre 1980 y 1990, quienes, en su mayoría, llegaron por iniciativa propia o presionadas por familiares a capitales como Medellín, Bogotá y Cali. Bajo propuestas engañosas, las niñas y mujeres jóvenes eran empleadas como trabajadoras domésticas. Otras veces, aquellas que viajaban en busca de un empleo como vendedoras en un almacén u otro tipo de ocupaciones, encontraban en el trabajo doméstico una única salida ante la falta de empleo o la segregación de los empleadores. Una ruta, en esencia, de palabras rotas, de abusos, de discriminación étnica, de seres queridos apartados por las distancias.
Durante sus primeros meses en Medellín, Claribed intentó hacerle sitio a su cuerpo de adolescente negra en una habitación ajena, no más grande que una bodega de chécheres, en la que no era posible cambiarse de ropa y estar de pie al mismo tiempo. Un cuarto no para una niña, ni para una trabajadora, sino, en palabras de Claribed, una habitación para una muñeca cautiva entre la pared y la cama.
Por dos décadas, mientras crecía, aguantando la rabia y el tedio, Claribed continuó trabajando como interna y pasó de un empleador a otro en la misma ciudad. Algunos intentaron tocar su cuerpo sin consentimiento; otros, por ser negra, la trataron como un objeto incapaz de sentir hambre, disgusto o cansancio. A la par, Reynalda Chaverra, también en Medellín, se hacía sitio en otra casa de familia, mientras limpiaba, cocinaba el almuerzo a diario y ponía el mantel sobre la mesa. La orden era esperar a que los demás comieran. Y eso hacía Reynalda, que observaba desde un extremo y aguardaba la señal de una campanita para recoger la mesa y comer de las sobras que dejaban.
Alguna vez, le contaría Clari a sus amigas, que ese asunto de discriminación con la comida ocurriría en casi todas las regiones del país y que, incluso, supo de la historia de una compañera suya, también trabajadora doméstica interna, que fue descubierta por su empleadora sacando un tomate de la nevera para preparar un hogao. La dueña de la casa miró a la joven, le dijo: “a mí no me gustan así de atrevidas”, y la despidió.
El otro asunto sin hablar era el salario. Clari y Reynalda trabajaban en jornadas de más de cincuenta horas a la semana por sueldos que sabían deshonrosos y una lista de ocupaciones que crecía en ítems, que no estaba desglosada en ningún contrato. Haga el tetero del niño, recoja el mandado en la legumbreria, lleve al abuelo caminando durante diecisiete cuadras hasta las citas médicas, saque la basura, limpie, barra, trapee, saque el mugre, enjuague, prepare el desayuno, atienda a los invitados, planche las camisas,, brille los espejos, lustre la madera, ordene el estante, riegue las plantas, desatasque el lavadero, sirva el jugo. Sea niñera, maestra en casa, cocinera, reparadora, tantas labores del cuidado como pueda soportar un ser humano sin siquiera quejarse. .
Porque, eso sí, estas mujeres tenían prohibidas las quejas. Una vez, con el piso enjabonado y la trapeadora en mano, Clari tuvo un ataque de gastritis que le dobló el cuerpo en dos como un resorte. En su paso express por el médico supo que su empleador le había mentido y que ni siquiera había cumplido con su deber de afiliarla a la seguridad social o a la ARL. Ante el reclamo, justo por contrato, el hombre la miró y solo dijo “Usted, poniendo tanto problema y tanta gente buscando trabajo”. Ese día Claribed abandonó el trabajo como interna.
Por la justicia
También salieron de casa, con apenas unas mudas de ropa, Digna Murillo y Sandra Liliana Pérez. La primera desde Necoclí, en la costa del Urabá antioqueño, y la otra desde el corregimiento de Partadó, en Nuquí. En ese intento de hacerse un sitio en las ciudades, de encontrar un empleo y vivir mejor, de terminar los estudios, Sandra y Digna ya suman más de dieciséis años rotando de una casa a otra como trabajadoras domésticas, a cambio de pagos que, al comienzo, cuando estaban recién llegadas a Medellín, estaban por debajo del salario mínimo.
Hubo momentos, cuenta Digna, en los que sus patrones decían en voz alta que ella era negra solo para acentuar, con crueldad, que la piel negra estaba hecha para aguantar, soportar y cargar cualquier peso; que la piel negra estaba hecha, incluso, para no quemarse con objetos calientes o para cargar un aparador al hombro de varios kilos sin incomodarse.
Sandra Pérez, ahora residente en el barrio Granizal, en Medellín, labora ahora como trabajadora doméstica contratada por horas. En sus primeros años recuerda cómo su primera empleadora la perseguía por el apartamento para escrutar la manera en que Sandra limpiaba cada una de las ranuras de las baldosas con un cepillo de dientes. “Es el colmo”, le decía por la espalda, “uno pagándoles y ni siquiera eso lo pueden hacer bien”. Sandra, sin embargo, aguantó con coraje esos primeros años y ahora habla de ese momento con una serenidad decantada.
Y agrega que ha tenido suerte y que eso fue cuestión de un solo trabajo, porque su historia con el trabajo doméstico ha sido un camino de protección y respaldo. Es decir, empleadores más equitativos que poco a poco fueron ajustando su salario, que le dieron su debido descanso y que incluso se preocuparon por ella durante la pandemia. Por eso dice que su vida, por fortuna, no ha sido la misma postal de violencias de muchas compañeras.
Dice la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2016-2017) del Dane que, en Colombia, cerca de 480.000 personas se dedican al trabajo doméstico con remuneración. De las personas que se dedican a este oficio, menciona el Dane, el 95.5% son mujeres. No hay, aún, un estudio más actualizado. A pesar de eso, de acuerdo con fuentes oficiales y académicas, el número de trabajadoras domésticas en el país podría estar hoy entre 700.000 y 1’000.000. A ese dato llegó la abogada Valentina Montoya Robledo tras una década estudiando el tema.
En 2012, mientras cursaba su maestría en Derecho en Estados Unidos y luego de compilar más de 180 entrevistas, Valentina Montoya pudo establecer cómo incluso en los trazados urbanos de las ciudades eran evidentes las tantas formas de discriminación y de violencia a las que estaban habituadas las trabajadoras domésticas, que usualmente residían en sectores periféricos que no estaban bien conectados con los sistemas de transporte. El proyecto de investigación de Montoya hoy es el portal Invisible Commutes, cuya premisa es dejar en evidencia estos recorridos largos e inequitativos.
En su trabajo, Montoya explica cómo en Bogotá una trabajadora doméstica puede tardar hasta 6 horas en sus recorridos diarios, alternando entre buses, y en Medellín hasta 4 horas. El problema es peor si la mujer es negra. Si se perdía un objeto en el bus, cuenta Montoya que le relataron sus entrevistadas, de inmediato las señalaban a ellas. Si ocupaban un asiento, algunos viajeros se retiraban con desprecio y les decían que no querían “untarse de negra”.
Para María Ximena Dávila, investigadora del área de Género de Dejusticia, uno de los problemas estructurales radica en que el trabajo doméstico remunerado está feminizado, precarizado, racializado y empobrecido. No solo porque más del 90% son mujeres, sino porque en su mayoría se trata de mujeres afro e indígenas migrantes, desplazadas por una violencia y una pobreza que persiste.
Este es, además, un país que no valora las labores del cuidado. Para Dávila, con los salarios indignos, en la frontera de la explotación, las trabajadoras domésticas no solo enfrentan un sinfín de violencias de sus empleadores, sino también la omisión del Estado. Muchas llegan a las ciudades huyendo de violencia intrafamiliar o de grupos armados, y arriban a lugares donde la violencia previa se renueva y se acentúa, de forma velada bajo la retórica de que “somos una familia”. Otras veces de formas más explícitas, pero igual de crueles.
Fue solo hasta abril de 2013, durante una sesión de grupos focales con trabajadoras domésticas negras propiciadas por la Escuela Nacional Sindical, que las mujeres que llevaban décadas resistiendo presiones, que no sabían que podían jubilarse o exigir vacaciones, prestaciones o pagos de horas extras, comenzaron a reunirse para documentar sus exigencias y llevarlas al Estado. Allí Claribed Palacios conoció a Reynalda Chaverra y, después, a Sandra Pérez y a Digna Murillo. Junto a Flora Perea, Nidia Díaz y María Roa fueron elegidas como integrantes de la junta directiva de la primera organización sindical con enfoque étnico del país. La llamaron Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico (Utrasd).
También salieron de casa, con apenas unas mudas de ropa, Digna Murillo y Sandra Liliana Pérez. La primera desde Necoclí, en la costa del Urabá antioqueño, y la otra desde el corregimiento de Partadó, en Nuquí. En ese intento de hacerse un sitio en las ciudades, de encontrar un empleo y vivir mejor, de terminar los estudios, Sandra y Digna ya suman más de dieciséis años rotando de una casa a otra como trabajadoras domésticas, a cambio de pagos que, al comienzo, cuando estaban recién llegadas a Medellín, estaban por debajo del salario mínimo.
Hubo momentos, cuenta Digna, en los que sus patrones decían en voz alta que ella era negra solo para acentuar, con crueldad, que la piel negra estaba hecha para aguantar, soportar y cargar cualquier peso; que la piel negra estaba hecha, incluso, para no quemarse con objetos calientes o para cargar un aparador al hombro de varios kilos sin incomodarse.
Sandra Pérez, ahora residente en el barrio Granizal, en Medellín, labora ahora como trabajadora doméstica contratada por horas. En sus primeros años recuerda cómo su primera empleadora la perseguía por el apartamento para escrutar la manera en que Sandra limpiaba cada una de las ranuras de las baldosas con un cepillo de dientes. “Es el colmo”, le decía por la espalda, “uno pagándoles y ni siquiera eso lo pueden hacer bien”. Sandra, sin embargo, aguantó con coraje esos primeros años y ahora habla de ese momento con una serenidad decantada.
Y agrega que ha tenido suerte y que eso fue cuestión de un solo trabajo, porque su historia con el trabajo doméstico ha sido un camino de protección y respaldo. Es decir, empleadores más equitativos que poco a poco fueron ajustando su salario, que le dieron su debido descanso y que incluso se preocuparon por ella durante la pandemia. Por eso dice que su vida, por fortuna, no ha sido la misma postal de violencias de muchas compañeras.
Dice la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (2016-2017) del Dane que, en Colombia, cerca de 480.000 personas se dedican al trabajo doméstico con remuneración. De las personas que se dedican a este oficio, menciona el Dane, el 95.5% son mujeres. No hay, aún, un estudio más actualizado. A pesar de eso, de acuerdo con fuentes oficiales y académicas, el número de trabajadoras domésticas en el país podría estar hoy entre 700.000 y 1’000.000. A ese dato llegó la abogada Valentina Montoya Robledo tras una década estudiando el tema.
En 2012, mientras cursaba su maestría en Derecho en Estados Unidos y luego de compilar más de 180 entrevistas, Valentina Montoya pudo establecer cómo incluso en los trazados urbanos de las ciudades eran evidentes las tantas formas de discriminación y de violencia a las que estaban habituadas las trabajadoras domésticas, que usualmente residían en sectores periféricos que no estaban bien conectados con los sistemas de transporte. El proyecto de investigación de Montoya hoy es el portal Invisible Commutes, cuya premisa es dejar en evidencia estos recorridos largos e inequitativos.
En su trabajo, Montoya explica cómo en Bogotá una trabajadora doméstica puede tardar hasta 6 horas en sus recorridos diarios, alternando entre buses, y en Medellín hasta 4 horas. El problema es peor si la mujer es negra. Si se perdía un objeto en el bus, cuenta Montoya que le relataron sus entrevistadas, de inmediato las señalaban a ellas. Si ocupaban un asiento, algunos viajeros se retiraban con desprecio y les decían que no querían “untarse de negra”.
Para María Ximena Dávila, investigadora del área de Género de Dejusticia, uno de los problemas estructurales radica en que el trabajo doméstico remunerado está feminizado, precarizado, racializado y empobrecido. No solo porque más del 90% son mujeres, sino porque en su mayoría se trata de mujeres afro e indígenas migrantes, desplazadas por una violencia y una pobreza que persiste.
Este es, además, un país que no valora las labores del cuidado. Para Dávila, con los salarios indignos, en la frontera de la explotación, las trabajadoras domésticas no solo enfrentan un sinfín de violencias de sus empleadores, sino también la omisión del Estado. Muchas llegan a las ciudades huyendo de violencia intrafamiliar o de grupos armados, y arriban a lugares donde la violencia previa se renueva y se acentúa, de forma velada bajo la retórica de que “somos una familia”. Otras veces de formas más explícitas, pero igual de crueles.
Fue solo hasta abril de 2013, durante una sesión de grupos focales con trabajadoras domésticas negras propiciadas por la Escuela Nacional Sindical, que las mujeres que llevaban décadas resistiendo presiones, que no sabían que podían jubilarse o exigir vacaciones, prestaciones o pagos de horas extras, comenzaron a reunirse para documentar sus exigencias y llevarlas al Estado. Allí Claribed Palacios conoció a Reynalda Chaverra y, después, a Sandra Pérez y a Digna Murillo. Junto a Flora Perea, Nidia Díaz y María Roa fueron elegidas como integrantes de la junta directiva de la primera organización sindical con enfoque étnico del país. La llamaron Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico (Utrasd).
Soñarás de nuevo
Los meses que vendrían a la creación del sindicato fueron, en palabras de Claribed, los días gloriosos. O, al menos, los días de una felicidad renovada, o de una certeza de que era posible reivindicar a las trabajadoras del cuidado. Mientras en Medellín algunas de sus compañeras se iban sumando a la creciente organización, en la región del Urabá antioqueño y en ciudades como Cartagena, Neiva y Bogotá se iban creando subdirectivas de Utrasd.
En Cali, por ejemplo, a finales de los noventa, según cuenta la lideresa María Oneira Guzmán, las mujeres ya allanaban también el trabajo sindical y aprendían, en sesiones y talleres conjuntos, en sus conversaciones en el Parque Panamericano, que no había razón para ser tratadas como menos por sus empleadores. Empezaban a hablar de valía y dignidad. Ella misma había sufrido discriminaciones cuando trabajaba como interna: acoso sexual, regaños y amonestaciones al intentar comer en la misma mesa o al usar los mismos platos o cubiertos.
En 1988, María Oneira Guzmán llegó a Cali desde la vereda Damían Suárez del Cauca. Se empleó durante varios años como trabajadora doméstica y lideró varias de estas reuniones en el Parque Panamericano, el sitio en el que nació el sindicato caleño Ultrahogar. Todo dejó de ser tan malo desde entonces, dice María Oneira, y agrega que desde allí incluso se impulsó un fondo comunitario de ahorro para mujeres migrantes del empleo doméstico, un subsidio que fue el presagio de que vendrían buenas cosas para todas ellas durante los 20 años en que pudieron sostenerlo.
Por fuera de esos encuentros sindicales, en las casas de trabajo, muchas comenzaron a hablar de cuidado desde los términos de una remuneración justa, nunca por debajo del salario mínimo. También del pago de prestaciones sociales, un contrato de trabajo, auxilio de transporte. Clari vio otra vida posible: se hizo coordinadora del sindicato y con el apoyo de la cooperación internacional empezó a estudiar mercadeo y ventas. Otras compañeras y conocidas suyas también asistieron a la universidad. María Oneida se graduó como profesional de Estudios Políticos en la Universidad del Valle. Reynalda quiere ser chef profesional, porque ama la sazón de la comida de su tierra y las preparaciones adobadas con los ingredientes del Pacífico.
Años atrás, cuando era una adolescente, el anhelo de estudiar una carrera era una idea distante. No se hablaba de esos otros sueños al margen del trabajo doméstico porque hubo empleadores que les dijeron que no podían ir al colegio o a la universidad. Digna recuerda que quiso estudiar y, por su oficio y hasta por su color de piel, hubo momentos en los que le hicieron creer que ella solo estaba capacitada para el trabajo doméstico.
“La verdad, en mis 48 años de vida, la experiencia que he venido analizando es que nosotras las mujeres negras nos vemos más obligadas a ejercer esa labor”, dice Reynalda. Cree que es por desconocimiento, por discriminación, porque las puertas no se abren en otros oficios. .
Una vez, comenta, una mujer le hizo una entrevista telefónica para contratarla en un trabajo. Reynalda le contó que era negra y chocoana. Ella le dijo:“no me gusta trabajar con negras”, le dio las gracias y cortó. Reynalda no se sintió mal, dice que no le puso misterio porque eso no volvió a pasar. Fue cuestión de una sola vez.
Una encuesta de la Escuela Nacional Sindical en 2014 reveló que, en Medellín, solo el 9,5% de las trabajadoras domésticas afrocolombianas que son empleadas en esta ciudad nacieron allí. Las demás mujeres viajaron desde zonas como el Chocó y Urabá. Las principales razones para dejar sus ciudades fueron la falta de oportunidades laborales (57,1%) y el desplazamiento forzado (23,8%).
“Hay compañeras con las que uno se sienta hablar y le provoca sentarse a llorar, porque todavía existen empleadores que todavía piensan que estamos en la era de la esclavitud,. Sin embargo, eso ha mejorado mucho. Yo no he vuelto a sentirme discriminada”, dice Sandra.
Claribed también cree que son tiempos mejores. El trabajo en equipo, la resistencia sindical, han sido su forma de ganarle al racismo y a la indiferencia del Estado. Estar juntas es una manera de celebrar que ahora conocen sus derechos y que, además, han conseguido incidir en materia legislativa. .
Ese, dice, es un primer paso para garantizar el ejercicio de su trabajo en condiciones de equidad. Recuerda, entre tantas cosas, que en 2015 salieron 28 mujeres negras, integrantes del sindicato, en un bus que partió desde Medellín hasta el Congreso de la República en Bogotá. Tenían certeza de que la discriminación racial en entornos laborales para las mujeres trabajadores domésticas afrocolombianas era también evidente en la legislación.
Las integrantes de Utrasd, acompañadas por la senadora Angélica Lozano y la abogada Viviana Osorio de la Escuela Nacional Sindical, llegaban hasta la capital para ponerle la cara al Estado y exigir la aprobación de la que ahora es la Ley de Prima de Servicios o Ley 1788 de 2016 (Que obliga al empleador a pagar a su empleado la prima de servicios). Estuvieron en todos los debates.
En el último debate, el de la victoria, Claribed, María Roa y Flora veían a los senadores y esperaban con paciencia. “Los veíamos en su silla, sin moverse”, dice Claribed. Los veían y sentían miedo de sus negativas, de que el esfuerzo se fuera a pique.. María y Flor empezaron a llorar de la angustia. “Unas lágrimas muy gruesas, recuerda Claribed, aunque ella les hiciera señas para que no lloraran. “Ellas no me hacían caso”, comenta, “yo me metí en medio de las dos y las pellizqué. No van a llorar. No lloren. Han llorado toda la vida en las casas, para que vengan a llorar aquí”.
Uno de los senadores se levantó de su silla, tras horas de discusiones y dilaciones, y dijo: “Voten, voten”. Claribed, María Roa y Flora esperaron viendo por las pantallas. La Ley pasó por unanimidad.
Ni cuando se aprobó la Ley 1788, en el que era uno de los momentos más eufóricos de su vida, Claribed pudo llorar. Cuando era más joven se preguntaba para qué existía ella, o si había otra forma de habitar la vida lejos de los cuartos diminutos, los insultos por ser negra y las sobras de comida. El día del triunfo en el Congreso se guardó las lágrimas, celebró con una discreción elegante, abrazó a sus amigas y, por la tarde, festejaron con vino el fin de más de sesenta años de discriminación legislativa. Saboreó esa victoria en silencio, en medio de esa tregua que había ganado para sí misma y sus compañeras. Fue como un paréntesis para sentir que la vida era posible así: tranquila, luminosa y serena a pesar de las discriminaciones y las hostilidades.
*Esta nota hace parte de una serie de contenidos sobre liderazgo de personas afro en las Américas que publicaremos a partir de hoy y que recogemos bajo el proyecto Visión Afro 2025, financiado por Ford Foundation.
Los meses que vendrían a la creación del sindicato fueron, en palabras de Claribed, los días gloriosos. O, al menos, los días de una felicidad renovada, o de una certeza de que era posible reivindicar a las trabajadoras del cuidado. Mientras en Medellín algunas de sus compañeras se iban sumando a la creciente organización, en la región del Urabá antioqueño y en ciudades como Cartagena, Neiva y Bogotá se iban creando subdirectivas de Utrasd.
En Cali, por ejemplo, a finales de los noventa, según cuenta la lideresa María Oneira Guzmán, las mujeres ya allanaban también el trabajo sindical y aprendían, en sesiones y talleres conjuntos, en sus conversaciones en el Parque Panamericano, que no había razón para ser tratadas como menos por sus empleadores. Empezaban a hablar de valía y dignidad. Ella misma había sufrido discriminaciones cuando trabajaba como interna: acoso sexual, regaños y amonestaciones al intentar comer en la misma mesa o al usar los mismos platos o cubiertos.
En 1988, María Oneira Guzmán llegó a Cali desde la vereda Damían Suárez del Cauca. Se empleó durante varios años como trabajadora doméstica y lideró varias de estas reuniones en el Parque Panamericano, el sitio en el que nació el sindicato caleño Ultrahogar. Todo dejó de ser tan malo desde entonces, dice María Oneira, y agrega que desde allí incluso se impulsó un fondo comunitario de ahorro para mujeres migrantes del empleo doméstico, un subsidio que fue el presagio de que vendrían buenas cosas para todas ellas durante los 20 años en que pudieron sostenerlo.
Por fuera de esos encuentros sindicales, en las casas de trabajo, muchas comenzaron a hablar de cuidado desde los términos de una remuneración justa, nunca por debajo del salario mínimo. También del pago de prestaciones sociales, un contrato de trabajo, auxilio de transporte. Clari vio otra vida posible: se hizo coordinadora del sindicato y con el apoyo de la cooperación internacional empezó a estudiar mercadeo y ventas. Otras compañeras y conocidas suyas también asistieron a la universidad. María Oneida se graduó como profesional de Estudios Políticos en la Universidad del Valle. Reynalda quiere ser chef profesional, porque ama la sazón de la comida de su tierra y las preparaciones adobadas con los ingredientes del Pacífico.
Años atrás, cuando era una adolescente, el anhelo de estudiar una carrera era una idea distante. No se hablaba de esos otros sueños al margen del trabajo doméstico porque hubo empleadores que les dijeron que no podían ir al colegio o a la universidad. Digna recuerda que quiso estudiar y, por su oficio y hasta por su color de piel, hubo momentos en los que le hicieron creer que ella solo estaba capacitada para el trabajo doméstico.
“La verdad, en mis 48 años de vida, la experiencia que he venido analizando es que nosotras las mujeres negras nos vemos más obligadas a ejercer esa labor”, dice Reynalda. Cree que es por desconocimiento, por discriminación, porque las puertas no se abren en otros oficios. .
Una vez, comenta, una mujer le hizo una entrevista telefónica para contratarla en un trabajo. Reynalda le contó que era negra y chocoana. Ella le dijo:“no me gusta trabajar con negras”, le dio las gracias y cortó. Reynalda no se sintió mal, dice que no le puso misterio porque eso no volvió a pasar. Fue cuestión de una sola vez.
Una encuesta de la Escuela Nacional Sindical en 2014 reveló que, en Medellín, solo el 9,5% de las trabajadoras domésticas afrocolombianas que son empleadas en esta ciudad nacieron allí. Las demás mujeres viajaron desde zonas como el Chocó y Urabá. Las principales razones para dejar sus ciudades fueron la falta de oportunidades laborales (57,1%) y el desplazamiento forzado (23,8%).
“Hay compañeras con las que uno se sienta hablar y le provoca sentarse a llorar, porque todavía existen empleadores que todavía piensan que estamos en la era de la esclavitud,. Sin embargo, eso ha mejorado mucho. Yo no he vuelto a sentirme discriminada”, dice Sandra.
Claribed también cree que son tiempos mejores. El trabajo en equipo, la resistencia sindical, han sido su forma de ganarle al racismo y a la indiferencia del Estado. Estar juntas es una manera de celebrar que ahora conocen sus derechos y que, además, han conseguido incidir en materia legislativa. .
Ese, dice, es un primer paso para garantizar el ejercicio de su trabajo en condiciones de equidad. Recuerda, entre tantas cosas, que en 2015 salieron 28 mujeres negras, integrantes del sindicato, en un bus que partió desde Medellín hasta el Congreso de la República en Bogotá. Tenían certeza de que la discriminación racial en entornos laborales para las mujeres trabajadores domésticas afrocolombianas era también evidente en la legislación.
Las integrantes de Utrasd, acompañadas por la senadora Angélica Lozano y la abogada Viviana Osorio de la Escuela Nacional Sindical, llegaban hasta la capital para ponerle la cara al Estado y exigir la aprobación de la que ahora es la Ley de Prima de Servicios o Ley 1788 de 2016 (Que obliga al empleador a pagar a su empleado la prima de servicios). Estuvieron en todos los debates.
En el último debate, el de la victoria, Claribed, María Roa y Flora veían a los senadores y esperaban con paciencia. “Los veíamos en su silla, sin moverse”, dice Claribed. Los veían y sentían miedo de sus negativas, de que el esfuerzo se fuera a pique.. María y Flor empezaron a llorar de la angustia. “Unas lágrimas muy gruesas, recuerda Claribed, aunque ella les hiciera señas para que no lloraran. “Ellas no me hacían caso”, comenta, “yo me metí en medio de las dos y las pellizqué. No van a llorar. No lloren. Han llorado toda la vida en las casas, para que vengan a llorar aquí”.
Uno de los senadores se levantó de su silla, tras horas de discusiones y dilaciones, y dijo: “Voten, voten”. Claribed, María Roa y Flora esperaron viendo por las pantallas. La Ley pasó por unanimidad.
Ni cuando se aprobó la Ley 1788, en el que era uno de los momentos más eufóricos de su vida, Claribed pudo llorar. Cuando era más joven se preguntaba para qué existía ella, o si había otra forma de habitar la vida lejos de los cuartos diminutos, los insultos por ser negra y las sobras de comida. El día del triunfo en el Congreso se guardó las lágrimas, celebró con una discreción elegante, abrazó a sus amigas y, por la tarde, festejaron con vino el fin de más de sesenta años de discriminación legislativa. Saboreó esa victoria en silencio, en medio de esa tregua que había ganado para sí misma y sus compañeras. Fue como un paréntesis para sentir que la vida era posible así: tranquila, luminosa y serena a pesar de las discriminaciones y las hostilidades.
*Esta nota hace parte de una serie de contenidos sobre liderazgo de personas afro en las Américas que publicaremos a partir de hoy y que recogemos bajo el proyecto Visión Afro 2025, financiado por Ford Foundation.
El origen afro de la Argentina
El Censo de 1778 arrojó que el 46% de la población argentina tenía origen africano. La influencia de su cultura la encontramos en nuestra vida cotidiana, en el lenguaje, en la música, las ideas y hasta la gastronomía. Conocé la historia de los afrodescendientes en Argentina.Otros artículos que te pueden interesar
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Las organizaciones que nuclean a los africanos y afrodescendientes, estiman que en la República Argentina viven alrededor de 2 millones de personas de ese origen, a pesar de las últimas cifras oficiales -provenientes del Censo de 2010-, que indicaron que apenas 149.493 se reconocen afrodescendientes. Más atrás en el tiempo, el mito que Argentina fue forjado por inmigrantes blancos europeos, es un relato que de a poco se logra derribar. En el caso de la migración africana, podemos distinguir tres grandes momentos:
- Entre 1777 y 1812 entraron al puerto de Buenos Aires y Montevideo más de 700 barcos, con 72 mil esclavos africanos. Algunos provenientes de la zona sur del Ecuador, Angola, Congo y Mozambique, y otros del sudeste de África. Los descendientes que se quedaron forman parte de lo que el antropólogo Norberto Pablo Cirio denomina como los afroargentinos de tronco colonial.
- Una segunda migración sucedió con la llegada de los europeos, en el siglo XIX, principios del XX y luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. La mayoría fueron hombres y mujeres provenientes de Cabo Verde, que ingresaron no como esclavos, sino como ciudadanos libres, pero huyendo de la colonización portuguesa y de las condiciones de hambre y miseria que había en sus islas. De esta manera, se establecieron principalmente en la zona de Ensenada y Dock Sud, siempre cerca de los puertos, donde podían hallar fuentes de trabajo.
- Finalmente, en la década del’90, arribaron a la Argentina las llamadas “nuevas migraciones africanas”, a los que denominamos comúnmente como “los senegaleses”, a pesar que sus países de origen son Mali, Senegal, Mauritania, Liberia y Sierra Leona. En su mayoría son varones jóvenes que vinieron en busca de nuevas oportunidades y mejores condiciones de vida. Esto coincide con el endurecimiento de las políticas migratorias de los países europeos, por lo que el destino elegido comenzó a ser América Latina.
Las organizaciones que nuclean a los africanos y afrodescendientes, estiman que en la República Argentina viven alrededor de 2 millones de personas de ese origen, a pesar de las últimas cifras oficiales -provenientes del Censo de 2010-, que indicaron que apenas 149.493 se reconocen afrodescendientes. Más atrás en el tiempo, el mito que Argentina fue forjado por inmigrantes blancos europeos, es un relato que de a poco se logra derribar. En el caso de la migración africana, podemos distinguir tres grandes momentos:
- Entre 1777 y 1812 entraron al puerto de Buenos Aires y Montevideo más de 700 barcos, con 72 mil esclavos africanos. Algunos provenientes de la zona sur del Ecuador, Angola, Congo y Mozambique, y otros del sudeste de África. Los descendientes que se quedaron forman parte de lo que el antropólogo Norberto Pablo Cirio denomina como los afroargentinos de tronco colonial.
- Una segunda migración sucedió con la llegada de los europeos, en el siglo XIX, principios del XX y luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. La mayoría fueron hombres y mujeres provenientes de Cabo Verde, que ingresaron no como esclavos, sino como ciudadanos libres, pero huyendo de la colonización portuguesa y de las condiciones de hambre y miseria que había en sus islas. De esta manera, se establecieron principalmente en la zona de Ensenada y Dock Sud, siempre cerca de los puertos, donde podían hallar fuentes de trabajo.
- Finalmente, en la década del’90, arribaron a la Argentina las llamadas “nuevas migraciones africanas”, a los que denominamos comúnmente como “los senegaleses”, a pesar que sus países de origen son Mali, Senegal, Mauritania, Liberia y Sierra Leona. En su mayoría son varones jóvenes que vinieron en busca de nuevas oportunidades y mejores condiciones de vida. Esto coincide con el endurecimiento de las políticas migratorias de los países europeos, por lo que el destino elegido comenzó a ser América Latina.
¿Qué decimos cuando decimos “negro”?
Para el profesor universitario Boubacar Traore, la palabra negro es polisémica: depende del contexto y de las problemáticas que se van planteando. “La palabra tiene historia, si bien remite a un componente negativo, negro feo, negro sucio, hubo un momento donde se la reivindicó, como el concepto ‵Black is beautiful′. Partiendo siempre de esta carga política y simbólica, por momentos de rechazo, se reivindica como una identidad que enorgullece”.
Miriam Gómes es integrante de la comunidad de inmigrantes de Cabo Verde y militante de la Agrupación Todos con Mandela y Comisión 8 de noviembre.Considera que tanto la persona como la palabra negro tiene en Argentina connotaciones altamente negativas. “Se dice trabajo en negro al trabajo no registrado, se dice tarde negra si a alguien le fue mal o mano negro para referirse a corrupción", explica Miriam, y agrega: "En estos casos se desconoce o se niega la contribución de los afrodescendientes a la formación de la sociedad en términos culturales lingüísticos, filosóficos, religiosos y gastronómicos”.
“Las palabras que usamos todo el tiempo como mina, tarima, bugía, milonga o marote, son todas de origen africano. Las achuras, que tanto distinguen al guacho, fueron un alimento rescatado por las mujeres africanas. Durante el siglo XIX, circularon más de diez periódicos de la comunidad negra: La Broma, El Unionista, El Proletario, La Juventud, entre otros, que influyeron en los pensadores de la época. Sin embargo, estos aportes han sido invisibilzados; y lo mismo sucedió con el tango, al que se le quitó su pertenencia africana”.
Pero a su vez, algunas comunidades de origen africano utilizaron la palabra negro como un arma de lucha. “Si nos sometieron como negros, vamos a liberarnos usando esta palabra, aunque eso fue en otro momento de la historia”, sintetiza Miriam.
En la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, realizada en el 2001, los/as descendientes de esclavizados decidieron que de ahí en más se iba a nombrar como afrodescendientes, para reemplazar todas las palabras negativas que los otros imponían sobre ellos.
Al respecto, el congoles Nengumbi Celestin Sukamao, fundador del Instituto Argentino para la Igualdad, Diversidad e Integración, opinó:
“Yo no acepto la palabra negro porque considero que no existe una identidad negra dentro de la especie humana, como tampoco existe una identidad blanca. No existe un ser humano blanco, un ser humano negro, un ser humano amarillo, que se aplica a los asiáticos. El ser humano no tiene color, su piel puede ser oscura, más oscura, más clarita, con todas las tonalidad que puedan existir, lo que tenemos son nacionalidades y tenemos nombres. En Argentina, cada uno tiene su nombre, pero al nombrar al afrodescendiente desaparece la identidad directamente y se le dice “el negro”.
Nengumbi cree que es el momento de luchar contra esta construcción cultural, que nos habla de razas inferiores, y reafirmar la idea que existe una sola raza que es la raza humana y que el resto son grupos étnicos, cada uno igual al otro. “Esto de colores no existe, nunca existió. Es científicamente falsa y socialmente peligrosa e injusta”.
Por eso, luchar contra la discriminación y el racismo, reflexionar para reescribir una historia que reconozca y valore la presencia de los afrodescendientes como constitutiva del país en el que vivimos todos, debe ser un ejercicio para la sociedad en su conjunto.
Para el profesor universitario Boubacar Traore, la palabra negro es polisémica: depende del contexto y de las problemáticas que se van planteando. “La palabra tiene historia, si bien remite a un componente negativo, negro feo, negro sucio, hubo un momento donde se la reivindicó, como el concepto ‵Black is beautiful′. Partiendo siempre de esta carga política y simbólica, por momentos de rechazo, se reivindica como una identidad que enorgullece”.
Miriam Gómes es integrante de la comunidad de inmigrantes de Cabo Verde y militante de la Agrupación Todos con Mandela y Comisión 8 de noviembre.Considera que tanto la persona como la palabra negro tiene en Argentina connotaciones altamente negativas. “Se dice trabajo en negro al trabajo no registrado, se dice tarde negra si a alguien le fue mal o mano negro para referirse a corrupción", explica Miriam, y agrega: "En estos casos se desconoce o se niega la contribución de los afrodescendientes a la formación de la sociedad en términos culturales lingüísticos, filosóficos, religiosos y gastronómicos”.
“Las palabras que usamos todo el tiempo como mina, tarima, bugía, milonga o marote, son todas de origen africano. Las achuras, que tanto distinguen al guacho, fueron un alimento rescatado por las mujeres africanas. Durante el siglo XIX, circularon más de diez periódicos de la comunidad negra: La Broma, El Unionista, El Proletario, La Juventud, entre otros, que influyeron en los pensadores de la época. Sin embargo, estos aportes han sido invisibilzados; y lo mismo sucedió con el tango, al que se le quitó su pertenencia africana”.
Pero a su vez, algunas comunidades de origen africano utilizaron la palabra negro como un arma de lucha. “Si nos sometieron como negros, vamos a liberarnos usando esta palabra, aunque eso fue en otro momento de la historia”, sintetiza Miriam.
En la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, realizada en el 2001, los/as descendientes de esclavizados decidieron que de ahí en más se iba a nombrar como afrodescendientes, para reemplazar todas las palabras negativas que los otros imponían sobre ellos.
Al respecto, el congoles Nengumbi Celestin Sukamao, fundador del Instituto Argentino para la Igualdad, Diversidad e Integración, opinó:
“Yo no acepto la palabra negro porque considero que no existe una identidad negra dentro de la especie humana, como tampoco existe una identidad blanca. No existe un ser humano blanco, un ser humano negro, un ser humano amarillo, que se aplica a los asiáticos. El ser humano no tiene color, su piel puede ser oscura, más oscura, más clarita, con todas las tonalidad que puedan existir, lo que tenemos son nacionalidades y tenemos nombres. En Argentina, cada uno tiene su nombre, pero al nombrar al afrodescendiente desaparece la identidad directamente y se le dice “el negro”.
Nengumbi cree que es el momento de luchar contra esta construcción cultural, que nos habla de razas inferiores, y reafirmar la idea que existe una sola raza que es la raza humana y que el resto son grupos étnicos, cada uno igual al otro. “Esto de colores no existe, nunca existió. Es científicamente falsa y socialmente peligrosa e injusta”.
Por eso, luchar contra la discriminación y el racismo, reflexionar para reescribir una historia que reconozca y valore la presencia de los afrodescendientes como constitutiva del país en el que vivimos todos, debe ser un ejercicio para la sociedad en su conjunto.
Para eso, a continuación destacamos algunas fechas que nos ayudan a homenajear la presencia africana en Argentina:
-El 8 de noviembre se estableció, por ley, el Día Nacional de los afroargentinos, en memoria a la capitana María Remedios del Valle, combatiente afrodescendiente al mando del ejército de Manuel Belgrano.
-El 17 de abril se rinde homenaje a los descendientes de esclavizados durante la colonia y se conmemora el Día del afroargentino del tronco colonial.
-El 25 de julio se celebra el Día Internacional de las mujeres afrodescendientes, que tiene su origen en un 25 de julio de 1992, cuando mujeres negras de 32 países de América Latina y el Caribe se reunieron en República Dominicana para definir estrategias de incidencia política para enfrentar el racismo desde una perspectiva de género.
-El 8 de noviembre se estableció, por ley, el Día Nacional de los afroargentinos, en memoria a la capitana María Remedios del Valle, combatiente afrodescendiente al mando del ejército de Manuel Belgrano.
-El 17 de abril se rinde homenaje a los descendientes de esclavizados durante la colonia y se conmemora el Día del afroargentino del tronco colonial.
-El 25 de julio se celebra el Día Internacional de las mujeres afrodescendientes, que tiene su origen en un 25 de julio de 1992, cuando mujeres negras de 32 países de América Latina y el Caribe se reunieron en República Dominicana para definir estrategias de incidencia política para enfrentar el racismo desde una perspectiva de género.
Negros y poder en la Argentina
Estamos en un mes importante para los afrodescendientes en la Argentina, unos 150.000 reconocidos a sí mismos según el último censo, aunque se admiten unos 2 millones. El 8 se celebra el Día Nacional de los/as afroargentinos/as y de la cultura afro. Se trata de un tardío reconocimiento (desde 2013) a la efeméride que rinde homenaje a María Remedios del Valle, designada Capitana por el prócer Manuel Belgrano. Ella es un aporte entre tantos más a numerosos personajes de la historia argentina con raigambre afro que un relato oficial de la historia continúa intentando silenciar.
Sin embargo, desde el poder de turno, la gestión kirchnerista asume de una forma diferente la cuestión negra. Además de lo antedicho, construye el discurso del poder en relación a sus simpatizantes en donde las referencias a lo negro son importantes. El empleo de lo «negro» entronca, una vez más, en la tradición peronista de reivindicación de los sectores populares y marginados.
¿Pero qué se entiende por dicha palabra hoy? El concepto cambió en demasía su significado con el correr del siglo XX. Previo a ello, hizo alusión a los descendientes de esclavos o quienes mismos lo fueron. Pero, como indica el sentido común, Argentina es un país blanco (o al menos eso explica el mito) y los negros desaparecieron. Partiendo de esa premisa se asume que negros, fenotípicamente hablando, ya no los hay, por lo que dentro de ese rótulo hoy ingresa un conglomerado de grupos heterogéneos identificados más por una cuestión clasista que étnica, si bien en alguno puede presentarse un fenotipo negro. Entonces, aunque puede aludir a un color de piel «no blanco», las postrimerías del siglo XX anunciaron la asociación de lo negro con la marginalidad, la pobreza y la exclusión, con determinados hábitos de vida y una cultura popular plebeya. Ahora bien, esta nueva clasificación permite que una persona puede reconocerse a sí misma negra siendo blanca y de rasgos europeizados. Es la expresión «negro de alma» que resume todo lo escrito, más un comportamiento que una condición física.
El término «cabecita negra» denominó a los inmigrantes provenientes del interior (los criollos, sectores humildes, mestizos y con fuerte ascendiente originario) que, llegados al área metropolitana a partir de la década de 1930, fueron cooptados por el movimiento peronista. Nadie reivindicó el hecho de ser «no blanco» en ese entonces. Al contrario, tanto los seguidores de caudillos populares, como Yrigoyen y Perón, fueron denostados por ser «negros». En contraste, la reivindicación de lo negro apareció desde la década de 1980, momento en el que surgieron manifestaciones culturales y políticas de clase baja ensalzando lo negro e incisivamente críticas frente al mito de una Argentina blanca. De todos modos, a esa altura ya se perdió el origen africano dentro de esa representación aunque el sentido peyorativo del término está lejos de extinguirse. Un ejemplo se da en la música popular con la cumbia villera, cuyos seguidores se reconocen como negros por su origen humilde.
En la reivindicación política de lo negro también participa el kirchnerismo. Desde 2008, el gobierno sostiene una estrategia de confrontación social basada en la oposición entre blancos y negros. En esta opción política sobresale la actitud del dirigente piquetero oficialista Luis D’ Elía, de conocidas prédicas incendiarias contra los adversarios del régimen. En marzo de 2008, mes en que el gobierno adquirió una combatividad flagrante contra éstos a raíz de la pelea desatada con los sectores hegemónicos del campo, al aire, en un programa radial, D’Elía manifestó que odiaba al anfitrión por pertenecer a una clase social acomodada y por defender un modelo de país distinto al que aspira el proyecto nacional y popular que encarna el kirchnerismo. En una palabra, expresó un odio visceral contra lo blanco, sintiéndose D’Elía un digno exponente de los sectores plebeyos sumado a que fue interpelado como negro en un sentido despectivo por su conductor, el fallecido comediante Fernando Peña.
No solamente D’Elía estuvo en problemas en el episodio anterior. Pocos días antes de este duro cruce, en el agitado ambiente político de ese mes de marzo, el hombre incondicional del kirchnerismo había agredido a un manifestante durante un cacerolazo a favor del campo en Plaza de Mayo, el cual el líder piquetero leyó como un intento golpista por parte de la oligarquía. La víctima en un momento le dijo «negro, mercenario, represor», por lo que la respuesta violenta del kirchnerista tuvo su correspondiente castigo de cuatro días de prisión.
Otro ejemplo del despliegue de esta construcción discursiva tuvo lugar en un momento también de convulsión social, durante la oleada de cortes de luz de fines y comienzos de año que acompañó la acostumbrada incertidumbre y el malestar de diciembre en el país (con más de una decena de muertos). Una funcionaria oficialista celebró la presencia de gente sin suministro eléctrico en el barrio porteño de Recoleta. Este último es un referente dentro de las zonas acomodadas de la ciudad, un ambiente de «gente bien», como se dice, en relación a su blanquitud y la ausencia de pobres, o negros.
Defensa incondicional
En 2014 también sobresalió la defensa a los sectores populares por parte del gobierno dentro de la oposición blanco-negro. Un momento delicado se produjo entre marzo y abril atento la ola de linchamientos a delincuentes en el país. Los sectores afines al gobierno defendió el derecho a la vida de los malhechores argumentando que el ajusticiamiento es homicidio y echaron la culpa al fogoneo mediático funcional a determinados sectores opositores, mientras voces críticas pedían hacer justicia por mano propia frente a los reos, vistos como negros, y el abandono policial, de quien achacaron la culpa al gobierno dentro del tópico tan mentado de la inseguridad. Quizá tomando nota de estos lamentables hechos, el Ministro de Economía, Axel Kiciloff, pocas semanas después hiciera una defensa de los pobres frente al racismo imperante en el que muchos los conciben como negros, explicó el joven funcionario, agregando que ese desprecio obedece a una tradición aristocrática de rechazo al más desposeído. Por su parte, el ultrakirchnerista Víctor Hugo Morales elogió ciertas virtudes de vivir en las villas miserias y la elección voluntaria de quienes optan habitar en estos barrios carenciados.
Es decir, en el dilema sarmientino de civilización o barbarie, se puede afirmar que los adherentes al gobierno han adoptado la defensa del segundo, o al menos así lo expresó un diputado K, en el apoyo a los sectores más vulnerables, los llamados despectivamente «negros de mierda», por ejemplo, el nombre elegido por un colectivo de militantes a favor del proyecto oficialista, quienes usan la cuenta @LosNDM en Twitter, y se reconocen a sí mismos como negros peronistas. Surgieron en otro momento álgido, al calor de la discusión de la ley de medios de comunicación en 2009. De la otra vereda, un fake en la misma red social tiene más de 170.000 seguidores y recuerda estar en contra de «árabes, hebreos, homosexuales, negros, peronistas y lacra en general». Un país de amplios contrastes y de una divisoria política y social infranqueable. No hay duda de que el peronismo (o el kircherismo) así lo supo concebir, siempre.
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